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Ciclo Carl Schmitt y El Concepto de lo Político (III)

LA MORAL POLÍTICA

La desaparición de la división derecha-izquierda no quiere, en efecto, decir que todas las distinciones políticas vayan a desaparecer, sino únicamente que esta distinción, tal y como la hemos conocido hasta un tiempo reciente, ha perdido lo esencial de su significado. Reflejo de una época que concluye, su tiempo pasó.
(Alain de Benoist, Más allá de la derecha y de la izquierda)


Me río de aquellos que dicen que la Falange es la extrema derecha o un partido capitalista

¿Qué es la moral política? Cierto es que me he tirado meses pensando en este concepto y a decir verdad lo tenía muy claro hasta que leí a Carl Schmitt. Bien definí anteriormente el concepto como una política sacerdotal en el que las variantes bien y mal o bueno y malo mutaban en forma de derecha y de izquierda. La derecha dice que la izquierda es mala y se cree con la superioridad de imponernos todo aquello que les parece bueno, la izquierda hace lo mismo, y en eso consiste la política (de haberla) en este país. Esta significación parece valida, pero si nos adentramos en la lógica de Schmitt podemos apreciar que pierde todo su significado, pues como bien he intentado demostrar en los anteriores artículos de esta serie inspirada en el el jurista prusiano, ni siquiera existe lo político en nuestro país, ni confrontaciones reales, sólo cortinas de humo; me explico: esas discusiones no entran dentro de lo político porque no dan soluciones políticas. Esas peleas sobre que la derecha es buena o mala o que la izquierda es buena o mala sirven para charlas de sobremesa en Intereconomía o en la barra de un bar, pero eso no es estrictamente lo político, como he dicho antes. Son peleas absurdas entre hombres autodenominados de izquierda o de derecha que al final actúan de la misma forma a favor del sistema y que piensan más en el pasado que en el presente: si en algo se caracterizan los moralistas de la izquierda y de la derecha es en que se creen herederos de las pugnas habidas en el pasado histórico de nuestro país. No es más que parte del espectáculo mediático en que se ha convertido el escenario teatral de lo supuestamente político. Hoy el PP no parece menos de izquierdas que el PSOE ni el PSOE menos de derechas que el PP, por ejemplo. Además, ambos partidos se han incrustado en una misma línea moral y si bien pueden divergir en lo económico, sólo discuten en las formas sobre cómo llevar un mismo caballo, pero no discuten sobre cambiar de caballo.

Que no te digan por dónde tirar, al final acabarás en el mismo punto
Bien es cierto que esta significación pueda tener alguna importancia en una mente actual y distraída que realmente vea una antítesis clara entre ciertos partidos del sistema porque aprecia en ellos una línea de derechas y en otros una de izquierdas. Pero si por algo me planteé el concepto de “moral política” es porque un partido político realmente revolucionario debería despojarse de la idea de la izquierda y de la derecha (y he de reconocer que Benoist me ha ayudado mucho en esta cuestión) y simplemente amoralizarse políticamente, despojarse de la bidireccionalidad derecha e izquierda para tener toda libertad de maniobrabilidad política: estar por encima de la derecha y de la izquierda. Ahora bien, el que yo diga que el PP o el PSOE u otros partidos del sistema ya no son ni la derecha ni la izquierda no quiere decir nada, simplemente que esos partidos han convergido y avanzan ahora juntos a la espera de que surja una nueva unidad que les haga frente y vuelva a constituirse un escenario político español según amigos y enemigos.

Si bien la derecha ha consistido en cierto conservadurismo moral y políticas económico-liberales más o menos rígidas (posiciones conservadoras, capitalistas, religiosas, burguesas o simplemente opuestas a la izquierda política), si la izquierda se ha caracterizado por políticas sociales ya sea bajo un prisma económico-liberal (Social Liberal), económico-socialista (desde una óptica marxista y progresista, obrerista y proletaria o para con los necesitados) o socialdemócrata, en qué lugar situamos fenómenos como los fascismos o el nazismo, mal encasillados en el extremo de la derecha política. Los fascismos y el nazismo demostraron no ser de extrema derecha pese a muchos, pero ojo, tampoco demostraron estar por encima de la derecha y de la izquierda o ser exclusivamente de izquierdas, sino más bien situarse en la izquierda y en la derecha desde un extremo al otro, recorriendo todo el espectro político en una amalgama de ideas muy interesantes (en esto profundizaré en un futuro ciclo sobre los hermanos Strasser). El propio partido NAZI sería considerado de izquierdas en su época a pesar de su fuerte calado conservador: patriotismo, raza... El propio Erik Norling, en su obra “Los Hermanos Strasser y el Frente Negro” publicada por Ediciones Nueva República, diría lo siguiente:

«Con respecto al nacionalsocialismo, una realidad sobresalía: el NSDAP había sido –fundamentalmente entre 1925 a 1930- un partido de izquierdas; nacionalista sí, pero ante todo socialista» (Pág. 20)

«Insistimos: es erróneo seguir con la vulgata que el NSDAP era un partido de extrema derecha. Para sus contemporáneos, se trataba de un partido nacionalista de izquierdas. Los calificativos “socialista” y “obrero” no fueron nunca un señuelo con el que engañar a incautos. Y, por supuesto, si Hitler era la izquierda, los disidentes del nacionalsocialismo hay que situarlos en la extrema izquierda» (Pág. 22)

El Frente Negro
«Un aspecto sobre el que han insistido –no pocas veces de manera morbosa – los historiadores de la Escuela marxista de la segunda mitad del siglo XX es su rechazo de que el fascismo pueda haber sido un movimiento de izquierdas o, al menos, procedente o con raíces ideológicas en la izquierda. En el caso del nacionalsocialismo –y de buena parte de los fascismos europeos de la primera mitad del siglo XX–, esto fue realmente así. Uno de los afluentes que convergen en el nacionalsocialismo procede de la izquierda y es inequívocamente socialista. Se trata de un socialismo nacionalista –no internacionalista, no marxista–, pero ese socialismo no es, en modo alguno y como se ha repetido hasta la saciedad, un burdo señuelo con el que engañar a obtusos incautos». (Pág. 232)

Así qué ¿cómo calificar al nazismo, al fascismo o al sindicalismo como movimientos de extrema derecha si precisamente su componente nacionalista los convertían en anticapitalistas por un lado y antimarxistas por otro, al renunciar al carácter internacionalista de ambas, y demostraron hacer por su pueblo mucho más que cualquier movimiento socializante marxista o atomizante liberal? Conocer más a fondo la naturaleza de los fascismos, del nazismo y del sindicalismo fue lo que me motivó a replantearme los conceptos de derecha y de izquierda desde un extremo al otro. Como dice Benoist “las ideas no valen por la etiqueta que les pongamos encima. Más que las ideas de derecha o de izquierda, lo único que cuenta es defender las ideas justas”.

La moral política, es decir, la calificación de derechas y de izquierdas, tuvo su auge en su momento, durante el siglo XIX y parte del XX, pero hoy dicha distinción es absurda. Antes si existía una configuración entre amigos y enemigos basado en la burguesía contra el proletariado, en movimientos liberales contros otros socializantes… hasta la llegada de los fascismos. La historia política debería replantarse introducir en la lucha de aquellos años veinte, treinta y cuarenta la variante fascista, sindicalista o nazi como un fenómeno distinto a la derecha y a la izquierda que gozaba de cierta transversalidad, pues bien mezclaban ideas conservadoras con políticas socializantes que se distinguían plenamente por su antiliberalismo y defensa a ultranza de su identidad. ¿Es posible calificarlos como de derechas o de izquierdas? No, hacerlo sería una imprecisión, como mínimo una ambigüedad. Y hoy, en perspectiva, vemos que no tiene ningún sentido.

Durante la Segunda Guerra Mundial hubo una confrontación entre dos formas de internacionalismo aliados (liberalismo y marxismo) contra el fenómeno nacionalista (fascismos, nazismo...). Actualmente esos dos viejos aliados internacionalistas parecen volver a converger, pero carecen de la necesaria oposición que les haga frente: y el terrorismo internacional no es un sujeto político, me niego a darle ese estatus a un “enemigo” casi virtual que hace más por el sistema (pues lo justifica) que contra él. Incidiremos más en estas ideas aun a riesgo de redundarme.

Así que si durante varias décadas la lucha política se configuró según amigos y enemigos en un binomio burguesía contra proletariado y posteriormente en una lucha a escala casi mundial entre internacionalismos y nacionalismos para a posterior triunfo del internacionalismo volver al binomio capitalismo contra marxismo (Guerra Fría), hoy observamos cómo el capitalismo liberal ha triunfado en lo económico y el marxismo en lo cultural, convergiendo: ¡el liberalismo ha ganado el combate económico y el marxismo el cultural! Eso ha conseguido que la derecha y la izquierda pierdan significado, que se desvaloricen, que no tengan un sentido para la actualidad, por mucho que se empeñen en reivindicar dichos conceptos. Son conceptos que deberían estar en desuso, lo mismo que están hoy en día en desuso las palabras “jacobino” y “girondino” o “bolchevique” y “menchevique”.

Pero bien, la lectura de Schmitt me ha ayudado a entender que no existe en la actualidad un ejercicio de moral política en realidad, es decir, una configuración según amigos y enemigos desde lo moral. Hoy, sin duda, se sigue una línea moral específica, que es la marxista cultural. Quien no sigue esa línea queda condenado al ostracismo. Triunfa la neutralidad y el colaboracionismo y toda queja es sólo una apariencia (Ej. Las manifestaciones convocadas por los sindicatos el año pasado). Digamos que la política se ha hecho imposible. Pero los nacionalistas, si nos constituyéramos en un sólido bloque, olvidando las diferencias, podríamos desde lo ético y lo cultural constituir una gran fuerza y devolver a este país su estatus político. Nosotros debemos constituir el enemigo real del sistema y no un chivo expiatorio, nosotros debemos ser esa fuerza de choque revolucionaria que despierte las mientes de nuestros compatriotas. Tenemos que explicarles a nuestros compatriotas quiénes son nuestros enemigos, quieran o no; hemos, por ejemplo, decirles que Mohamed no es nuestro amigo, que el senegalés que vende bolsos tampoco es nuestro amigo,  que el chino que vende bonito y barato no es nuestro amigo, que los independentistas no son gente con la que negociar, sino enemigos de la patria que deberían estar en la cárcel y sus correspondientes partidos ilegalizados, que las feministas y sacerdotes de la "tolerancia" son también unos traidores, bufones subversivos, máximos exponentes de la degradación de nuestra cultura; hemos de afirmar que la chica blanca que se va con un ser extraño a su herencia genética es una traidora y una cualquiera, que quien se casa con un extranjero no eurodescendeiente es una mujer devaluada y que aquella que no dé hijos blancos a Europa es una mujer fracasada; hemos de ser firmes y mostrarnos con dureza y convicción, hemos de concienciarnos de que estamos ante una lucha aun por hacer. La confrontación del futuro hemos de llevarla a cabo nosotros los disidentes contra el sistema, hemos de encumbrar a la disidencia a nuevo modelo de sistema atacando desde lo ético, desde lo cultural y desde lo económico (generando de esta forma lo político, encumbrándonos a lo político como nueva fuerza que es capaz de declarar una lucha, unas intenciones y la guerra a su enemigo). Disidencia contra Sistema es la nueva configuración posible según amigos y enemigos, y en ella no juega papel alguno la derecha y la izquierda. Es de nuevo el nacionalismo contra el internacionalismo, el anticapitalismo contra el capitalismo, es la proposición de banca pública contra la banca internacional, es la invitación de un estado corporativista y nacional contra un modelo mundialista que crece a costa de la soberanía de las naciones, es una guerra a favor de la identidad contra la destrucción de las identidades, es la defensa de la raza contra el mestizaje, es la metapolítica contra la politiquería… Y quien quiera definir eso en conceptos de derecha y de izquierda que lo haga, pero a mi modo de ver caerá en un gran error: no existen los conceptos eternos.■

SOBRE LA PROPIEDAD Y OTROS ASUNTOS


Nota: He utilizado como base algunos comentarios míos publicados en el artículo LA LUCHA OBRERA.

"Mis amigos, entramos en unos tiempos terribles, una época que Alemania jamás ha conocido en su larga historia. Cada uno de nosotros debe esperar persecuciones, todo tipo de calumnias, se nos llamará traidores, y se nos intentará matar. No sabréis más de nosotros y es entonces cuando deberéis permanecer fieles a la Idea, combatir sin ceder donde os encontréis y obedecer lo mejor posible a vuestra conciencia".

Otto Strasser

Los capitalismos

Hay muchas formas de entender el capital. Por un lado tenemos el capitalismo liberal y por otro el comunismo, que es más capitalismo, sólo que de estado. Las dos participan de una misma finalidad material. Ninguna de ellas representa, a mi parecer, formas adecuadas para manejar la economía. Luego también existen diversas formas de socialismo, incluso sistemas mixtos que conjugan socialismo y capitalismo (muy dado en algunas sociedades occidentales en mayor o menor medida, aunque sólo por el intervencionismo estatal, pues en realidad el estado participa del sistema capitalista: intervención estatal no es socialismo, sino a veces -como hizo el PSOE dándoles todo nuestro dinero a los bancos- más sistema capitalista). Estas formas del capital también influyen sobremanera en el sistema de valores, así como en los hábitos y en la propia ética.

El capitalismo liberal, que ha cuajado excelentemente en el llamado mundo occidental, ha corrompido la sociedad con la imposición del nefasto estilo de vida a la que dicho sistema nos obliga, como el consumismo compulsivo. Tener más, y cada vez más, es necesario para una realización personal, te dice el capitalismo liberal: en esta sociedad todo es mercancía, incluso los seres humanos (convertidos en mercaderes de su fuerza de trabajo al mejor postor, trabajando para otro, no para sí mismos), y todo tiene un precio. Con estos hábitos el hombre sólo persigue su propio interés, se desvincula de la sociedad y su compromiso se circunscribe a él mismo (incluso en aquellos que trabajan para otro, que se sienten ilusamente libres porque luego pueden comprar con su dinero lo que quieran): la libertad individual absoluta, la atomización de la sociedad y el dinero parecen más importantes que el sentimiento de patria, que no es otra cosa -por encima de banderas y patrioterismo- que saberse integrado en y comprometido con un grupo étnico, además de unido a una tierra, y los valores aristocráticos. Yo defiendo la cohesión social y no una sociedad dispersa.

El capitalismo de estado no es menos perverso. En una sociedad comunista los ciudadanos no trabajan por su nación, sino por el sistema comunista, es decir, por el estado y no por la nación. En un sistema comunista no son los trabajadores y ciudadanos los que administran los medios de producción, sino ellos mismos son el medio por el cual el estado produce: el hombre reducido a una mera "tuerca" o "tornillo" de la trituradora comunista, atomizando también como en el capitalismo liberal, aunque no en miles de partes individuales, sino reduciendo todo a lo mismo: no existe el individuo, sino la masa.

En el capitalismo liberal tu posición social lo marca tu nivel económico, en el capitalismo de estado no existen clases sociales, pues son todos iguales, una masa. En el primero hay una sociedad de niveles adquisitivos y en la segunda la lucha de clases parece superada. Y debe ser superada, pero no de esa forma, una sociedad debe regirse por un principio aristocrático como el de la jerarquía, una jerarquía instituida en los valores y no en principios materialistas: la lucha de clases debe superarse en el sentido de que tu posición no la va a regir tu posición económica ni nadie será más que nadie por poseer más cosas: la dignidad se mide de otra forma. Combatiendo el liberalismo combatimos igualmente el problema que de él se deriva, "la lucha de clases" (hoy no sería de clases, sino de niveles económicos). Así, luchar contra el capital es luchar contra el liberalismo y contra el comunismo a partes iguales.

En el liberalismo la propiedad privada aspira a conseguir el poder, en el segundo la propiedad privada se circunscribe al estado: todo es propiedad del estado, incluso las personas. Sin embargo hablamos de que las posesiones del estado son "públicas", cuando nada es público en realidad, nadie tiene nada propio, todo lo tiene el estado. En el primero el sistema de valores propugna la libertad individual como máximo exponente e ideal, que no es otra cosa que promover el egoísmo y la destrucción del grupo, de la sociedad cohesionada. En el segundo no existe libertad individual, eres propiedad del estado y el totalitarismo se muestra de forma evidente, no como en el liberalismo, sibilino y disimulado.

Sin embargo podemos hablar de que en Occidente, a pesar de prevalecer una mentalidad liberal, y de hecho así es, pueda llevarnos a confusión las empresas públicas. Esas empresas son simplemente eso, públicas porque se nutren del dinero procedente de impuestos y los beneficios van al estado si los hubiera, pero participan de la misma mentalidad liberal: el estado es una empresa, el ciudadano un cliente timado por todos los lados. En el mundo del libre mercado, el estado es simplemente una empresa más en competencia con las demás y que a su vez, desde el ejecutivo, suele propugnar medidas para favorecer al capital y el libre comercio: abaratamiento de despidos, entrada masiva de inmigrantes, etc. Mientras tanto, el contribuyente español no participa de los beneficios de la empresa pública, empresas que suelen ser generalmente deficitarias.

Así que como veis la propiedad pública no existe en sí misma, sino solamente la privada. En el liberalismo las personas pueden tener acceso a la propiedad, y a eso le llamamos respeto por la propiedad privada, y en el capitalismo de estado el propietario de todo es el estado y nadie tiene propiedad, ese todo es su propiedad privada, propiedad a la cual el súbdito o ciudadano podrá acceder si el estado quiere. En el primero, en definitiva, la propiedad puede estar en manos de mucha gente, en la otra en manos de una única entidad. El capitalismo de estado es el monopolio total, la propiedad en manos de una sola entidad, y para el estado eso es su propiedad privada.

LA PROPIEDAD DE LA TIERRRA (TANTO EN SU SUPERFICIO COMO EN EL SUBSUELO) Y DE LOS MEDIOS DE PRODUCCIÓN DEBEN PERTENECER A LA NACIÓN Y NO A PARTICULARES QUE ANTEPONEN SU INTERÉS A LA PATRIA. SON FARSANTES AQUELLOS QUE DEFIENDEN LA SOCIEDAD COHESIONADA Y A SU VEZ LA PROPIEDAD PRIVADA COMO ALGO SAGRADO E INALIENABLE.


La esclavitud y el nacionalismo

Gregor Strasser
En las dos formas de capitalismo señaladas la esclavitud está presente. En el liberalismo te esclaviza el contrato y el propio mercado con su constante llamamiento a la compra mediante los eficaces mecanismo de propaganda y enajenación que utiliza (la publicidad); en el capitalismo de estado es el propio estado quien te esclaviza, quitándote toda tu libertad y obligándote a trabajar por y para el estado y no por la nación, tu patria, tu pueblo y por ti mismo. En ambas está presente el totalitarismo. En el liberalismo el capital y el dinero se persiguen como el máximo objetivo y te ocupan la mente y el cuerpo en dicho objetivo constantemente, privándote de la realización y cultivo personales y sometiéndote mediante la deuda y una falsa realización de la felicidad, una felicidad material. Mientras, en el capitalismo de estado tu mente y tu cuerpo no pertenecen a uno mismo, debes pensar lo que piensa el estado (control mental) y tienes que hacer lo que el estado te dice (control del cuerpo). En el liberalismo hay tanta libertad que se piensa cualquier cosa y nadie tiene nada claro, ni siquiera se sabe qué elegir (la libertad te incapacita para la libertad); en el capitalismo de estado está claro lo que se debe pensar, porque te "lo dictan", te dan lo "ya pensado", lo que piensas no lo has pensado tú, no existe el criterio propio. ¿Dónde está entonces la libertad en ambas? En una de tanta luz te ciegas y en la otra de no haber luz ves nada, y se trata de ver, ¿no?

Hay argumentos en la defensa de la propiedad privada que sostienen que ésta es primordial para la libertad. Al parecer, propugnar la propiedad pública es obligar a todos trabajar gratis, esclavizarla. Parece ser que trabajar, por ejemplo, para un empresario no sería esclavitud, pero hacerlo por tu nación si lo sería. ¿El empresario por encima de la patria? Eso suena a internacionalismo, a liberalismo, a que el capital no tiene patria. Vamos a ver aquí quiénes son los traidores y los no nacionalistas, hablemos de capitalistas disfrazados de nacionalistas. De todas formas, yo nunca he hablado de trabajar gratis, eso es un auténtico disparate y una idiotez "zapateril". Uno debe recibir una remuneración justa por su trabajo. Si algún día tengo que pelear en una guerra, que sea por mí país, por mí y mis compatriotas, por mi tierra y mi sangre, y no para que un empresario español esclaviza-negros o un agente de Wall Street consigan su máximo beneficio mientras sus hijos estudian en Harvard.


Ser nacionalista es defender tu patria, tu pueblo, tu grupo étnico (raza más cultura). En esta defensa no interviene lo económico, o sí, si se habla de nacional-capitalismo, pero yo entiendo, de todas formas, que predominantemente el nacionalismo encierra en sí un complejo entramado de ideales arraigados a la tierra y a la sangre. Por ello, sé que se puede ser comunista (no marxista), socialista (no marxista) o capitalista y a la vez nacionalista, que se puede defender la propiedad privada o pública y ser nacionalista y que por defender la propiedad pública no eres comunista. Por supuesto no hablo de eurabianos o eurosionistas, éstos han traicionado a su país y son los verdaderamente antipatriotas porque se han vendido al extranjero y a valores universales que promueven la bastardización de nuestra patria.


La lucha de clases

En cuanto a lo de lucha de clases y lo que presupone, la sociedad de clases, por supuesto que debe ser superada, pues nuestra lucha es NACIONAL -una lucha de todos unidos y no una lucha entre nosotros. Queremos cohesión social y no una sociedad dispersa, ¿verdad?

Si te ponen esta señal, di que eres librepensador: eso es disidencia.
Pero esto no quiere decir que cada cual no tenga conciencia de su posición social, que ojo, posición, no clase: un español que trabaja en un laboratorio no es menos español que un obrero de la construcción, ambos trabajan por su país. La sociedad debe partir de los méritos y construir la sociedad a partir de esos méritos, además de por los valores, y construir también esa sociedad a partir de esos valores: cada cual en su puesto laboral adecuado cobrando una remuneración afín a su puesto (ya sea por méritos académicos, laborales, capacidades…), y cada cual a su altura en una sociedad a su vez aristocrática (valores). Al final da igual si eres obrero, un delegado de empresa nacional o quien dirige su pequeño negocio, lo que determinará tu posición son tus valores, tu compromiso y tu sacrificio por la nación. Lo que importa es el grupo, el compromiso social se hace necesario: una sociedad cohesionada, que no atomizada o masificada, es lo que debe defender un verdadero nacionalista por encima de egoísmos llevados al extremo (lo que fomenta el capitalismo liberal) y de abnegaciones absurdas llevadas a lo indigesto (lo que promueve el capitalismo de estado y el monoteísmo). Libertad sin renunciar al compromiso, compromiso sin renunciar a la libertad. Que nuestra libertad sea un compromiso y nuestro compromiso sea la libertad.


La abolición de la propiedad privada, las posesiones de las personas y la sociedad con mercado

La mundialización a la que asistimos hoy no es el «Estado universal» que Ernst Jünger creyó vislumbrar y que se constituiría a partir de la fusión progresiva de la «estrella roja» y la «estrella blanca», es decir, del este y el oeste. Con la mundialización, la Tierra tiende a unificarse bajo la forma del mercado, bajo el horizonte de la lógica de la mercancía y de la búsqueda del incremento permanente de beneficios. La transformación de las mentalidades acompaña al advenimiento de un mercado mundial. La interiorización del modelo de mercado consagra la primacía de los valores mercantiles tano en las mentes como en los comportamientos. El modelo antropológico dominante hoy es el modelo utilitarista: el hombre se define como un individuo esencialmente interesado en producir y (sobre todo) en consumir, como un agente económico que busca permanentemente maximizar su mejor interés. Así pasamos de una sociedad con mercado a una sociedad de mercado. Pero es obvio que con el desarrollo de los cambios no desaparecen ni la alienación ni el perjuicio.

Debemos señalar que no sido la izquierda «cosmopolita» sino la derecha liberal la que ha realizado o permitido la globalización. Ésta se corresponde con la tendencia secular del capitalismo: el mercado no tiene, por definición, más límites que los propios. La constatación de que el capitalismo ha sido más eficaz que el comunismo para la realización del «ideal internacionalista» no es paradójica más que en apariencia. Históricamente ha sido sobre todo la izquierda la que se ha referido al «cosmopolitismo», pero hoy no son los partidos de izquierda sino, por el contrario, los partidos de derecha, los que favorecen con más ahínco la mundialización. Quien critica la mundialización sin decir nada sobre la forma capital, haría mejor en callarse.

ALAIN DE BENOIST (Antología a cago de Javier Ruiz Portella). MÁS ALLÁ DE LA DERECHA Y DE LA IZQUIERDA, "El pensamiento político que rompe esquemas". Editorial Áltera. Primera edición: febrero de 2010. La traducción: María Graíño. Pág. 133-134

El objetivo de abolir la propiedad privada es eliminar el interés particular y egoísta y educar en “trabajar por el interés de la nación” y en el fomento de grandes valores de naturaleza aristocrática, así como dirigir el rumbo de la economía de un país: NO A LA LIBERTAD DE COMERCIO. Por supuesto, no me molesta el pequeño comercio –que cuidado con éstos– y la propiedad de una vivienda, pero sí controlaría los precios y la venta inmobiliaria, prohibiendo la segunda vivienda, por ejemplo. Pensar que la propiedad privada es "libertad" es participar de la mentalidad capitalista. La propiedad privada debe circunscribirse a un mínimo que garantice un comercio sano que potencie una sociedad CON mercado y donde la figura del trabajador de su propio negocio juegue un papel vital en el país, proveyendo a la sociedad de todo lo que necesita: principalmente alimento, pero también libros, una copa... Cuando hablé de abolir la propiedad privada lo hice pensando en nacionalizar la banca y recursos estratégicos, destruir los grandes imperios empresariales, destruir el capital financiero, prescindir del patrón oro (en sustitución por el patrón trabajo, como hizo la NSDAP, medida anticapitalista por excelencia), etc. Mi "abolición de la propiedad privada" está, como veis, repleta de matices, por lo cual no es una literal abolición; es como cuando se dice que "estás en contra del aborto" y sin embargo consentirías un aborto si el embarazo supusiera un peligro para la vida de la madre o fuera por un bien eugenésico.

Las personas deben trabajar por su nación, por su gente, no por su propio interés egoísta: los recursos de la nación serían cedidos a los miembros de la nación en usufructo, de esta forma la nación nace del pueblo y no del estado, pues serían los propios ciudadanos quienes trabajarían para sí mismos y su grupo étnico. Eso no restaría a que cada cual potenciara sus habilidades en muchos aspectos, como en el arte o en la ciencia, en el ingenio y en el deporte, que cada cual siga su propio capricho e interés en muchos aspectos, como en la literatura, en la filosofía… pero eso ya es otra cosa, forma parte de la educación y de la cultura: la nación debe potenciar “el genio” de nuestra raza. ¡LA REVOLUCIÓN DEBE SER TAMBIÉN CULTURAL Y ELLO EMPIEZA POR RETOMARLA, PUES EN CIERTO MODO HEMOS SIDO DESPOSEÍDOS DE ELLA!

No obstante contemplo el egoísmo como una de las actitudes que constituyen la naturaleza humana (pero no la única, no creo eso de que el hombre sea por naturaleza exclusivamente egoísta, como si el hombre no pudiera ser otra cosa: el hombre, cuando se conoce, es lo que quiere ser y se comporta como él decide: dominio de sí -no somos sólo impulsos, también control) y por lo tanto no debe despreciarse pues es evidente que habrá que dejar que ese egoísmo o interés personal se desarrolle por el bien del individuo. Despreciarlo sería negar parte de la realidad humana. Cuando hablo de interés egoísta me refiero a la avaricia, a esa mentalidad que piensa en quitarle al otro lo que tiene, que es la mentalidad empresarial: el banco te quiere quitar el dinero, el estado también te lo quiere quitar, la telefonía lo mismo… Educar en la eliminación de ese interés egoísta es esencial para fomentar una sociedad cohesionada y no dispersa, dejando lugar a ese egoísmo sano que va dirigido a la auto-superación y a la propia realización personal sin fastidiar a nadie.

Hay que garantizar la cohesión social, pero también la vida privada y el desarrollo individual. Yo quiero un pueblo unido que a la vez esté repleto de excepcionales individualidades.■

SOBRE LA TOLERANCIA PAGANA Y LA INTOLERANCIA SEMÍTICA


Los siguientes textos me parecen de una gran profundidad. Ahondan en un tema que hoy está de candente actualidad. Hoy se habla mucho de tolerancia e intolerancia, de "tolerancia 0" incluso. "Tolerancia 0" significa intolerancia pero como no se atreven (quienes ya sabéis) a utilizar la palabra intolerancia, así de estúpida es su autocensura, recurren a juegos de palabras que convierten la expresión en políticamente correcta.

Por mi parte, afirmo que no se puede ser tolerante con todo. Algo siempre nos molesta y nos chirria, algo existe siempre que queremos que desaparezca. O intolerantes lo somos todos o no lo es nadie, pero de seguro es que no existe una tolerancia total, y tampoco una intolerancia total; de seguro es también que el más intolerante es el que presume de tolerante precisamente, pues es un reaccionario de la tolerancia y dice lo que es tolerable o no; para este ser lo que no es tolerable es un intolerante.

Y tolerancia no es sinónimo de respeto, tolerancia es otra cosa, tolerancia es consentir algo que te es ajeno, dejar que algo incluso nocivo viva. Hoy en día los identitarios no nos podemos permitir el lujo de ser tolerantes, no podemos caer una vez más en esa sana tolerancia pagana, en la ingenuidad, no podemos confundir la tolerancia que admite todo tipo de ideas para la discusión con la tolerancia que admite cualquier acto. Esta vez deberemos apretar el puño y hemos de dejarlo claro: ¡esto no lo voy a dejar pasar! Tolerancia para con nuestros iguales, tolerancia con la diversidad de ideas, pero no tolerancia para el que nos quiere imponer su cultura y forma rígida de ver el mundo, lo toleramos y aceptamos… pero de lejos.■

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«Yo creo, declara Gilbert Durand, que el mundo humano es politeísta cuando tolera al Otro, cuando no se rebaja a un sólo libro. Si se olvida esto, el saber queda bloqueado. El politeísmo induce siempre a la comparación» (Le Monde, 15 de junio de 1980). Que hay, en el interior del paganismo, un principio constitutivo de tolerancia, es algo reconocido efectivamente en general. Un sistema que admite una cantidad ilimitada de dioses admite a la vez no solamente la pluralidad de los cultos que les son rendidos sino también, y sobre todo, la pluralidad de las costumbres, de los sistemas políticos y sociales, de las concepciones del mundo de las cuales los dioses son como expresiones sublimadas. Es conocida, por los Antiguos, la mejor prueba de que todos los dioses existen o pueden existir es que los pueblos que los honran existen también. Incluso había, en Atenas, ¡un altar al dios desconocido! Esta «libertad de pensamiento debida a la ausencia de todo dogma religioso» (Louis Rougier, Le génie de l´Occident, Laffont-Bourgine, 1969, p. 60) era con toda naturalidad transpuesta en el plano político: el imperio romano respetó durante siglos las costumbres y las instituciones de cada pueblo conquistado; multiplicó las ciudades provinciales y organizó sus libertades, supo federar a los pueblos sin esclavizarlos. La tolerancia pagana -que, por ello, tuvo que hacerle en ciertos casos el juego a la propaganda cristiana- se expresa en la frase de Símmaco: «A cada cual sus costumbres, a cada cual sus ritos. El espíritu divino dio a las ciudades determinados guardianes. Así como al nacer cada mortal recibe un alma, del mismo modo cada pueblo recibe sus genios protectores.»

¿Cómo se puede ser pagano?, de Alain de Benoist. Ediciones Nueva República, S.L. Pág. 199-200. Traducción de Jordi Garriga y José Luis Campos.


(…) Es lo que ya afirmaba Renan: «La intolerancia de los pueblos semíticos es la consecuencia necesaria de su monoteísmo. Los pueblos indoeuropeos, antes de su conversión a las ideas semíticas, nunca había tomado su religión como la verdad absoluta, sino como una especie de herencia familiar o de casta, permanecían extraños a la intolerancia y al proselitismo: he aquí por qué no se encuentra más que en estos últimos pueblos la libertad de pensamiento, el espíritu de examen y de la búsqueda individual» (Histoire générale et système composé des langues sémitiques, 1855). (…)

A partir del comienzo de nuestra era, es esencialmente el cristianismo quien asumirá con renovadas energías esta tradición de intolerancia. La frase de Jesús transcrita por Lucas: «Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y aun a su propia vida, no puede ser mi discípulo» (14, 26) ha hecho correr mucha tinta. Algunos ven en la palabra «aborrecer» un hebraísmo: Querría dar a entender que Jesús quiere ser absolutamente preferido a cualquier hombre. Otros ven en esta frase el rastro de una contaminación gnóstica, ligada a la renuncia, al desprendimiento de los bienes y al rechazo de la procreación: la obligación de «aborrecer» a los familiares sería correlativa a la de no tener hijos. Estas interpretaciones siguen siendo evidentemente meras especulaciones. Lo que es seguro, es que la intolerancia cristiana se manifestó bien pronto. Se ejercerá, en el transcurso de la historia, tanto contra los «infieles» como contra los paganos, los judíos y los herejes. Primero será el asesinato de la cultura antigua, la muerte de Juliano y de Hipatia, la prohibición de los cultos paganos, la destrucción de los templos y de las estatuas, la supresión de los Juegos Olímpicos, el incendio del Serapeum de Alejandría por instigación del obispo de la ciudad, Teófilo, en 389 (que conllevará el pillaje de la inmensa biblioteca de 700.000 volúmenes reunidos por los Ptolomeo). A eso seguirá la conversión forzada -compelle intrare…-, la extinción de la ciencia positiva, la persecución, las hogueras. Amiano Marcelino ya entonces decía: «Las bestias salvajes no son tan enemigas de los hombres como los cristianos lo son entre ellos». Y Sulpicio Severo: «Ahora, todo está agitado por las discordias de los obispos. Por todos lados el odio y la búsqueda de beneficios, el temor, la envidia, la ambición, el libertinaje, la avaricia, la arrogancia, la holgazanería: es la corrupción total.»

¿Cómo se puede ser pagano?, de Alain de Benoist. Ediciones Nueva República, S.L. Pág. 206-207. Traducción de Jordi Garriga y José Luis Campos.

PAGANISMO

por Alain de Benoist

Si se admite que algo es grande, dice Heidegger, «entonces el comienzo de esa grandeza resulta ser lo más grandioso». Evidentemente, el paganismo en la actualidad supone en primer término, una cierta familiaridad con las religiones indoeuropeas antiguas, su historia, su teología, su cosmogonía, su simbolismo, sus mitos y mitemas de los que se componen. Familiaridad en el saber, pero también familiaridad espiritual, familiaridad epistemológica, y aunque también familiaridad intuitiva. En efecto, no se trata únicamente de acumular conocimientos sobre las creencias de las diferentes provincias de la Europa pre-cristiana (ni por otra parte ignorar lo que pueda distinguirlas, a veces profundamente, a las unas de las otras), sino sobre todo identificar en estas creencias la proyección, la transposición de un cierto número de valores, que como herederos de una cultura, nos pertenecen y nos conciernen directamente. (Lo que lleva por consiguiente a reinterpretar la historia de los dos últimos milenios como el relato de una lucha espiritual fundamental).

Es ya una tarea considerable. No solamente las religiones de la Europa antigua no le van a la zaga al monoteísmo en cuanto a su riqueza o su complejidad espiritual teológica, sino que incluso se puede considerar que le superan muy a menudo en este terreno. Que le superen o no, no es por otra parte lo más importante. Lo que es importante, es que nos hablan -y yo, por mi parte, obtengo más enseñanzas de la oposición simbólica de Jano y Vesta, de la moral de la Orestíada o del relato del desmembramiento de Ymir, que de las aventuras de José y de sus hermanos o de la historia de la muerte abortada por Isaac. Más allá de los propios mitos, conviene buscar una cierta concepción de la divinidad y de lo sagrado, un cierto sistema de interpretación del mundo, una cierta filosofía. B. H. Lévy se remite al monoteísmo, aunque declara que no cree en Dios. Nuestra misma época es profundamente judeocristiana, aunque las iglesias y sinagogas se vacíen; lo es por su forma de concebir la historia, por los valores esenciales a los que se refiere. Por el contrario, no hay necesidad de «creer» en Júpiter o en Wotan -a pesar de que no es más ridículo que creer en Yavé- para ser pagano. El paganismo, hoy en día, no consiste en edificar altares a Apolo o en resucitar el culto a Odín. Implica, por el contrario, buscar detrás de la religión, y siguiendo un esquema ya clásico, el «utillaje mental» del que es producto, a qué universo interior hace referencia, y qué forma de aprehensión del mundo traduce. En definitiva, implica considerar a los dioses como «centros de valores» (H. Richard Niebuhr), y las creencias de las que son objeto como sistemas de valores: los dioses y las creencias pasan, pero los valores permanecen.

Es decir, que el paganismo, lejos de caracterizarse por una negación de la espiritualidad o un rechazo de lo sagrado, consiste por el contrario en la elección (y la reapropiación) de otra espiritualidad, de otra forma de lo sagrado. Lejos de confundirse con el ateísmo o con el agnosticismo, establece entre el hombre y el universo una relación fundamental religiosa -y de una espiritualidad que se nos aparece como mucho más intensa, grave y fuerte que la reclamada por el monoteísmo judeocristiano. Lejos de desacralizar el mundo, lo sacraliza en el sentido estricto, y es precisamente por esto, ya lo veremos, por lo que es pagano. Tal como escribe Jean Markale, «el paganismo no es la ausencia de Dios, la ausencia de lo sagrado, la ausencia de lo ritual. Más bien al contrario, es, a partir de la constatación de que lo sagrado ya no está en el cristianismo, la afirmación solemne de una trascendencia. Europa es más pagana que nunca cuando busca sus raíces, que no son judeocristianas» (Aujourd´hui, l´esprit païen? , en Marc Smedt, ed., L´Europe païenne, Seghers, 1980, p. 16).

El sentido de lo sagrado, la espiritualidad, la fe, la creencia en la existencia de Dios, la religión como ideología, la religión como sistema y como institución son nociones muy diferentes y que no se entrecruzan necesariamente. Tampoco son unívocas. Hay religiones que no tienen Dios (el taoísmo, por ejemplo); creer en Dios no implica necesariamente que se trate de un Dios personal. En cambio, imaginar que se podría eliminar de manera permanente toda preocupación religiosa del hombre, es a nuestro modo de ver una pura utopía. La fe no es ni un «retroceso» ni una «ilusión», y lo mejor que puede hacer la razón es que ella sola no basta para colmar todas las aspiraciones interiores del hombre. «El hombre es el único ser que se sorprende de su propia existencia, constata Schopenhauer; el animal vive tranquilamente sin sorprenderse de nada (…) Esta sorpresa que se produce, sobre todo frente a la muerte y observando la destrucción y desaparición de todos los otros seres, es la fuente de nuestras necesidades metafísicas; es por ello que el hombre es un animal metafísico» (Le monde comme volonté et comme representation, PUF, 1966). La necesidad de lo sagrado es una necesidad fundamental del ser humano, tan importante como la alimentación o la copulación (si hay quienes prefieren prescindir, allá ellos). Mircea Eliade señala que «la experiencia de lo sagrado es una estructura de la conciencia», de la que no se podría hacer economía (entrevista en Le Monde-Dimanche, 14 de septiembre de 1980). El hombre tiene necesidad de una creencia o de una religión -nosotros distinguimos aquí la religión de la moral- en tanto que ritual, en tanto que acto uniforme apaciguador, como parte concerniente que toma los circuitos habituales por los cuales se construye. A este respecto, la reciente aparición de la descreencia verdadera forma parte de los fenómenos de decadencia que desestructuran al hombre en lo que tiene de específicamente humano. (¿El hombre que ha perdido la capacidad o el deseo de creer, es aún un hombre? Se puede al menos plantear la cuestión). «Puede haber una sociedad sin Dios, escribe Régis Debray, no puede haber una sociedad sin religión» (Le scribe, Grasset, 1980). Y añade: «Los Estados en vías de incredulidad, están en vías de abdicación» (ibid.). Se pueden igualmente citar las palabras de Georges Bataille, según el cual «la religión, cuya esencia es la búsqueda de la intimidad perdida, se reduce a un esfuerzo de la clara conciencia por devenir completamente conciencia de sí» (Théorie de la religion, Gallimard, 1973). Basta con esto para condenar al liberalismo occidental. Ciertamente, representa darle aún mucho crédito al judeocristianismo al rechazar las nociones de las que pretende arrogarse el monopolio, por el único motivo de esa pretensión. No hay lugar para rechazar la idea de Dios o la noción de lo sagrado bajo el pretexto de que el cristianismo ha dado sobre ello una idea enfermiza, sería como romper con los principios aristocráticos bajo el pretexto de que la burguesía los ha caricaturizado. ■

¿Cómo se puede ser pagano?, de Alain de Benoist. Ediciones Nueva República, S.L. Pág. 61-64. Traducción de Jordi Garriga y José Luis Campos.


OTROS TEXTOS:

SOBRE LA DERECHA Y LA IZQUIERDA

por Alain de Benoist

La derecha ya había sido corrompida por la riqueza; la izquierda fue corrompida por el poder. La derecha aliada con el dinero ha contribuido más que la izquierda a destruir los valores que pretendía conservar. La izquierda aliada con el dinero ha impedido más que la derecha el advenimiento de la nueva sociedad que quería poner en marcha. En resumen, la izquierda ha perdido sus principios frente a una derecha que nunca se ha preocupado demasiado por respetar los suyos (…)

La derecha ha perdido a su principal enemigo: el comunismo. La izquierda ha elegido transigir con el suyo. El resultado es que la derecha ya no puede movilizar a su electorado denunciando el «peligro colectivista», mientras que la izquierda ya no puede unir a los suyos proponiéndoles «cambiar la sociedad». Sin embargo, eso no les impide intentar reanimar peleas obsoletas periódicamente. Pero los mitos simétricos del anticomunismo y del antifascismo, evocaciones polémicas de una época hoy día pasada, no pueden servir eternamente para ahorrar una reflexión profunda ni para esconder el vacío de ideas. Un día u otro habrá que reformular las identidades.

Por ahora estamos todavía lejos. Mientras que la derecha populista se procura una identidad de recambio gracias al debate sobre la inmigración -es decir, en último término, gracias a los inmigrantes-, la izquierda se agota en «renovaciones» y «refundaciones» diversas. o bien busca reconstituirse en los márgenes de la vida pública en base a los temas de la ayuda a las minorías, la solidaridad con los más desprovistos y la lucha contra la exclusión. Por muy simpáticos que puedan ser -y suponiendo que responden a una voluntad de altruismo vivido auténtico, y no a una simple necesidad de buena conciencia o de comodidad moral-, tales objetivos son también desgraciadamente una confesión de fracaso. Remplazar los criterios ideológicos por criterios puramente morales, reducir la acción militante a la ayuda de urgencia a los heridos del cambio, y la justicia a una versión profana de esta cáritas que los teólogos de la Edad Media definían como una forma de amor no sensual, vuelve a ser sólo un intento por corregir los defectos o los excesos de una sociedad que somos incapaces de cambiar que, finalmente, redunda en su fortalecimiento. Si la izquierda ataca solamente a las consecuencias de la disolución del vínculo social, convirtiéndose así en comparsa de la mejor tradición del paternalismo que otrora denunciaba, es que es incapaz de actuar sobre las causas. Ahora bien, en política actuar es construir y no solamente reparar. Reanimar el vínculo social implica, en primer lugar, la creación de nuevos espacios públicos donde formas activas de ciudadanía puedan manifestarse. 

ALAIN DE BENOIST, Más Allá de la derecha y de la izquierda (Antología a cargo de Javier Ruiz Portella). Editorial Áltera, febrero 2010 (Primera Edición). Págs. 49-51. La traducción: María Graíño.

HISTORIA, IDEOLOGÍA Y MUCHO MÁS (II)

«Reflexiones surgidas de una lectura»
HISTORIA, IDEOLOGÍA Y MUCHO MÁS (II)
LOS TOTALITARISMOS

(…) La comparación entre comunismo y nazismo es, de hecho, no sólo legítima, sino indispensable, porque sin ella ambos fenómenos resultan ininteligibles. La única manera de comprenderlos –y de comprender la historia de la primera parte de este siglo– es «tomarlos juntos» (Furet), estudiarlos «en su época» (Nolte), es decir, en el momento histórico que les es común. (…)■

Alain de BENOIST, COMUNISMO Y NAZISMO - «25 reflexiones sobre el totalitarismo en el siglo XX (1917-1989)». Ediciones Áltera, S.L., enero de 2005. Pág. 20. Traducción de José Javier Esparza y Javier Ruiz Portella.

Alain de Benoist nos presenta en su obra «Comunismo y Nazismo» las dos tendencias ideológicas que se deducen del título de dicha obra como fenómenos producidos por la modernidad. Tanto es así que se atreve a delimitarlo en el tiempo entre los años 1917, triunfo del bolchevismo en la llamada Revolución Rusa, y 1989, caída de la URSS - aunque es bien sabido que en la actualidad existen países como Corea del Norte que pueden denominarse como un residuo de un período pasado: el régimen de Pyongyang es un anacronismo. Por supuesto, en todo aquel tiempo, el totalitarismo soviético convivió con el nacionalsocialismo alemán, señalado igualmente como totalitario. Pero no son solamente «modernos» en sentido temporal, sino que son denominados un fenómeno único en la Historia: se perseguía el «control total» y absoluto del Hombre, nada podía escapar del control estatal; es decir, no eran ideologías que pretendían controlar los cuerpos nada más (lo que puede denominarse o traducirse en «fuerza de trabajo»), sino controlar igualmente el pensamiento (o alma, o espíritu, etc. - llamarlo como queráis), la conciencia, al propio ser interior e íntimo.

Podéis pensar que no es así, que el totalitarismo puede ser un fenómeno con antecedentes ya en el pasado. Sin embargo, el control del ser era potestad de la religión. De esta forma puede entreverse que lo religioso, encargado del control de las «almas», daba un servicio al poder político. No obstante, el poder político gobernaba los cuerpos de las personas. Ambos poderes son aliados en el PODER emanado de Dios, aunque manteniendo un «statu quo». Por supuesto, esto se ofrece a múltiples matizaciones, soy consciente de ello; porque al final si existía un totalitarismo era el basado en la figura de Dios, pues de él emana todo Hombre y toda Institución: ya sea de forma más o menos solapada la teocracia siempre ha estado ahí, contralando nuestra conducta y pensamientos.

En definitiva, el totalitarismo pretende dominar el cuerpo y el pensamiento, el cuerpo y el alma, el cuerpo y… lo sensible y lo mental, al ser completo. El nacionalsocialismo y el comunismo ofrecían su propia visión del mundo, su propia «espiritualidad», ya sea ésta mesiánico-esotérico-pagana (nazismo) o materialista-universalista-igualitaria-postcristiana (comunismo). Estas ideologías se entrometen en todos los ámbitos de la vida cotidiana haciendo imposible la libertad individual y la propia realización personal. Cada ser es «propiedad» del Estado, la causa es el Estado, cada individuo es sólo un medio para satisfacer al Estado: el Estado sustituye a Dios, el líder al mesías, el más acá al más allá. De esta forma, el comunismo y el nazismo se presentan como religiones profanas (religiones para no crucificados) que prometen una realización en el propio mundo: un paraíso en la tierra. Y cuando se equipara ideología totalitaria con religión es por compartir ciertos rasgos comunes: dogmatismo, certidumbres absolutas, mistificación, etc.

Y dichos rasgos totalitarios se dan en el comunismo y en el nazismo, por lo que no es descabellala su relación y hacer un análisis compartido, pues ambas perseguían un mismo fin: el control total y absoluto; ¡y ambas existían como socialismo (uno marxista, otro pseudomarxista)!, ¡ambas fueron impulsados por el proletariado y creadas para el proletariado!, ¡ambas fueron movimientos obreros!, ¡ambas fueron en sus formas e ideas anticapitalistas y antiliberales aunque el comunismo se promulgue como heredero de la Revolución Francesa!... Son casi gemelos, su disputa en la Segunda Guerra Mundial fue un malentendido, jajajaja…

El totalitarismo o «ideología total» pretende como se ha dicho anteriormente controlar todo, hasta el más mínimo detalle, solamente así podría explicarse la impresionante maquinaria burocrática soviética. Este control también puede situarse en el plano de la Historia. Para ellos la historia, el acontecimiento, debe ser calculable. Nada puede escapar al Estado. Para ello se hace necesario que todos los seres se reduzcan a un producto estándar y homogéneo. Todo totalitarismo aspira a homogeneizar a las masas, pretende, como diría Benoist, «reducir a las masas a un único modelo». Hablar de totalitarismo es hablar de «determinismo social» y de la pretensión del «fin de la Historia». Por supuesto, los regímenes totalitarios se diferencian del resto de regímenes por la existencia de un partido único que será el encargado de promulgar el dictado que han de seguir «todos» y que controlará los medios de producción, los medios de comunicación, los medios de combate, etc.

(…) En 1956, por último, el estudio de Carl Friedrich y Zbigniew Brzezinski, Totalitarian Dictatorship and Autocracy, ejerció una profunda influencia en los Estados Unidos, Inglaterra y Alemania, al enumerar seis criterios formales que caracterizan a los regímenes totalitarios:
1. una ideología oficial que abarca todos los sectores de la vida social,
2. un partido único enraizado en las masas,
3. un sistema político organizador del terror,
4. un control monopolístico de los medios de información y de comunicación,
5. un monopolio de los medios de combate
6. y una dirección centralizada de la economía. (…)■

Alain de BENOIST, COMUNISMO Y NAZISMO - «25 reflexiones sobre el totalitarismo en el siglo XX (1917-1989)». Ediciones Áltera, S.L., enero de 2005. Pág. 100. Traducción de José Javier Esparza y Javier Ruiz Portella.


DEMOCRACIA Y TOTALITARISMO

Las democracias occidentales no están libres del totalitarismo, de hecho tienden a él. Y es que existe cierto parentesco entre el comunismo y la democracia, de ahí que en el «presente» sea menos condenable el comunismo y si motivo de persecución e ignominia filiaciones nacionalsocialistas, a pesar de que el primero triplique (y son datos históricos aproximados veraces) en víctimas -75 millones- al nacionalsocialismo -25 millones de víctimas. ¿Por qué existe entonces un trato de favor hacia una tendencia ideológica que ha demostrado ser poco respetuosa con la vida humana? ¿No es acaso igual de aberrante e inhumano que el nacionalsocialismo? (Me gustaría que hicieran la misma contabilidad de cadáveres a los abanderados de la «democracia», el dato no sería pequeño). Si no se ve igual de aberrante el comunismo es por la sencilla razón de que ambas, democracia y comunismo, se sienten herederas de la Revolución francesa (universalismo, igualitarismo, etc.), distinguiéndose sólo en su realización (la primera el progreso se hace por sí mismo, mientras que en la segunda mediante la revolución).

Para no repetir las palabras de Benoist os transcribo literalmente otro texto más de «Comunismo y Nazismo» donde se expresa muy bien esa tendencia totalitaria del liberalismo y de la democracia y que dice demasiado bien todo aquello que a mí me gustaría escribiros de mi puño y letra sin lograr el mismo grado de claridad:

(…) La sociedad liberal sigue reduciendo el hombre al estado de objeto, cosificando las relaciones sociales, transformando a los ciudadanos en esclavos de la mercancía, reduciendo todos los valores a los de la utilidad mercantil. Lo económico se ha adueñado hoy de la pretensión de lo político al poseer la verdad última de los asuntos humanos. De ello se deriva una progresiva «privatización» del espacio público que amenaza conducir al mismo resultado que la «nacionalización» progresiva del espacio privado por los sistemas totalitarios. (…)

(…)También se constata que, en las sociedades liberales, la normalización no ha desaparecido, sino que ha cambiado de forma. La censura por el mercado ha sustituido a la censura política. Ya no se deporta o fusila a los disidentes, sino que se les marginaliza, ninguneándolos o reduciéndolos al silencio. La publicidad ha tomado el relevo de la propaganda, mientras que el conformismo toma la forma de pensamiento único. La «igualización de las condiciones» que le hacía temer a Tocqueville que hiciese surgir un nuevo despotismo, engendra mecánicamente la estandarización de los gustos, los sentimientos y las costumbres. Las costumbres de consumo moldean cada vez más uniformemente los comportamientos sociales. Y el acercamiento cada vez mayor de los partidos políticos conduce, de hecho, a recrear un régimen de partido único, en el que las formaciones existentes casi sólo representan tendencias que ya no se oponen sobre las finalidades, sin tan sólo en los medios aplicar para difundir los mismos valores y conseguir los mismos objetivos. No ha cambiado el empeño: se sigue tratando de reducir la diversidad a lo Mismo. (…)■

Alain de BENOIST, COMUNISMO Y NAZISMO - «25 reflexiones sobre el totalitarismo en el siglo XX (1917-1989)». Ediciones Áltera, S.L., enero de 2005. Pág. 154-156. Traducción de José Javier Esparza y Javier Ruiz Portella.

Para concluir, es de la lamentar que Benoist no se fijara en el carácter totalitario de las teocracias, ya sean éstas islámica, cristiana o judía, aunque en el presente es más patente el totalitarismo islámico o islamista.

El islamismo es también una ideología, y una ideología totalitaria en toda su plenitud, pues aspira a anular completamente la voluntad y la conciencia y domeñar el cuerpo del Hombre mediante la fe y un rígido y controlado sistema de valores. También es una ideología por el hecho de que aspira a gobernar y juzgar a los Hombres: el poder político es perseguido. Lo que ocurre es que aquí se pone como gobernador a Alá, a Dios; el totalitarismo no surge pues de un Estado que lo conforman Hombres, sino que se pretende un totalitarismo emanado de Dios donde los Hombres sean un medio para su glorificación: es un totalitarismo de tinieblas inspirado en las imaginaciones de un más allá y en el odio a lo sensible: el totalitarismo revelado.

La teocracia como ideología totalitaria sería un gran descubrimiento, de hecho son muchos ya los investigadores que lo señalan, también políticos como Geert Wilders. Esta visión nueva del totalitarismo le habría dado a Benoist una nueva perspectiva, estableciendo así el totalitarismo como un fenómeno mucho más amplio con delimitaciones temporales más duraderas.■

TEXTOS UTILIZADOS:
- http://docs.google.com/View?id=dfjqmwcs_88gxjcgmfp

«Reflexiones surgidas de una lectura»: HISTORIA, IDEOLOGÍA Y MUCHO MÁS (I)

SOBRE EL PASADO Y LO PASADO

(…) El pasado ha de pasar, no para caer en el olvido, sino para hallar su lugar en el único contexto que le conviene: la historia. Sólo un pasado historizado puede, en efecto, informar válidamente al presente, mientras que un pasado mantenido permanentemente actual no puede sino ser fuente de polémicas partidarias y de ambigüedades.■
Alain de BENOIST, COMUNISMO Y NAZISMO - «25 reflexiones sobre el totalitarismo en el siglo XX (1917-1989)». Ediciones Áltera, S.L., enero de 2005. Pág. 11. Traducción de José Javier Esparza y Javier Ruiz Portella.

No sé qué pensarán de Alain de Benoist, pero me parece un intelectual muy cuerdo, inteligente y justo. Me parece muy cuerdo porque las reflexiones que plasma en su libro «Comunismo y Nazismo», que es de donde surge mi inspiración para escribir esta serie de artículos, son muy lógicas y racionales y se alejan de lo puramente emotivo y la censura moral; me parece inteligente porque ve el problema del totalitarismo en su nacimiento sin detenerse ahí, pues hurga en el pasado y por supuesto en el presente: no sólo duda sobre si estamos realmente ante una democracia, sino que pone en duda la democracia, de la misma forma que pone en duda que los totalitarismos fueran totalitarios aunque su afán fuera de tal idiosincrasia; finalmente, me parece justo, pues es capaz de ver lo positivo y lo negativo de cualquier sistema político, sea este el Nazismo o el Comunismo o… el «democratismo». Sus juicios de valor, su condena a cualquier ideología, ya surjan éstas de buenas o de menos buenas -o de malas o de más malas- intenciones, son en todo caso serios, meditados y no gratuitos, es decir, no llevados por la pasión o el fervor ideológico, que en este caso no existe.

En este primer punto de este trabajo hablaré sobre el "problema de la Historia". El problema de la Historia es el mismo que existe entre la ciencia en su sentido real y la divulgación científica; en el caso que tratamos la relación sería entre la Historia (aunque debería utilizar el término «historiografía» -concepto polisémico y muy discutido-, que es la ciencia que se dedica del estudio del registro histórico, algo semejante a como la ética se ocupa de la moral) y la Literatura. ¿Cómo es posible esto? La Historiografía (apliquemos a partir de aquí este término como estudio de la Historia y a la Historia como "los hechos del pasado") debe ser objetiva y basarse en hechos y solamente los hechos: la historiografía se encarga de aplicar el método de estudio del pasado. De esta forma la Historiografía puede tratarse como una ciencia, de hecho es una ciencia social que necesita de lo demostrable y a partir de ahí un «método» de trabajo.

Pero si la historiografía no es vista como ciencia por muchos o se ha puesto en duda dicha categoría es debido a la tendencia de aliñar la Historia con la moralidad y las emociones: de esta forma la historiografía pasa a dedicarse casi a algo más bien literario, su objeto no es la historia, sino algo parecido a la historia. Así, nos encontramos con que en la actualidad la historia ha sido sustituida por la divulgación histórica novelada, y eso es una gran ofensa contra nuestro pasado, pues se supone que se aspira a conocer los hechos tal como sucedieron, no tal como se sintieron. Tal vez sirva este tipo de novelas y de historia divulgativa como estudio de una Historia de las Emociones, pero no para un estudio serio de la Historia. Por supuesto, en una «Historia Total» (un concepto «moderno»; podéis buscar información sobre Fernand Braudel o la Escuela de Annales, aunque el concepto se atribuye a Pierre Vilar) los sentimientos son válidos para entender a los «protagonistas» de la Historia -el Hombre-, para ver el calado humano de la Historia (la historia es un fenómeno exclusivamente humano, solamente el Hombre puede hacer Historia y forjársela para luego aplicarle un método de estudio científico mediante la historiografía), pero siempre para someter esos sentimientos al análisis objetivo e imparcial que requiere todo estudio e investigación histórica. Por lo tanto, el testimonio de una persona que ha vivido un momento histórico y que lo cuenta, como es natural, con sus emociones y sentimientos y bajo su escala de valores y moralidad, es también una gran aportación para el estudio de la Historia (y del Hombre), pues su uso equivale al de una estadística o a un papiro, por muy duro que parezca decirlo.

Asimismo, la historia nacida de la literatura contribuye a mantener el pasado en ebullición, en hacerlo vigente, ¡provocando polémicas y contextos anacrónicos en el… «ahora»! Los hombres y mujeres de hoy no nos escapamos del pasado entonces, incluso hay quienes echan la culpa del pasado a los que viven en el presente… ¿no es absurdo? ¿Acaso existen herederos de la culpabilidad? ¿Acaso existe un resentimiento secularizado? ¡La Guerra Civil Española parece que aún no ha terminado! ¡La Segunda Guerra Mundial parece que terminó ayer! (Esto es serio porque parece que se quiere criminalizar a los alemanes y europeos de por vida, ¡cuán desproporcionado es el resentimiento judeocristiano!). De tanto vivir en lo pretérito olvidan construir el futuro: hay quienes viven de las rentas de los abuelos, de los luctuosos padecimientos de generaciones anteriores; incluso hay quienes se siente culpables por lo pasado (y no de su pasado): en una ideología de progreso es obvio que sea la Historia la que genere la culpa, en lugar de lo sensual -como ocurre en el cristianismo-, pues no se olvide que en el Universalismo vigente el Yo no existe y es como si lo que hiciera un Hombre debiera ser pagado por el resto de los Hombres: la Historia convertida en «Pecado Original», «la causa» del Hombre… la causa de todos.

La política hace de lo anterior una bandera mediante la Memoria Histórica. La Memoria Histórica pretende revivir emocionalmente el pasado, celebrar a los héroes de una ideología concreta, además de buscar rédito electoral bajo la escusa de que quieren hacer justicia; y por supuesto, las fosas han de levantarse, pues todo ser se merece un entierro y un homenaje digno- pero eso no me obliga a ceder a las exigencias de consideración, pena y piedad que me piden: yo no soy quien está en deuda. He ahí que toda la emotividad que despierta todo esa parafernalia, unida a esa tendencia de hacer presente el pasado, por lo que el pasado no se va, sino que aún es presente (se consuma así un resentimiento ideológico constante), hace imposible el estudio histórico objetivo: la sociedad y los poderes políticos han establecido unas pautas de conducta, una moralidad y unas vías de investigación determinadas que prohíben sin prohibirlo que la verdad surja en toda su majestuosidad; en cambio, se favorece el trato de favor hacia cierta facción o ideología. En España es patente esta situación entre los Republicanos y los Nacionales, los dos bandos que combatieron en la Guerra Civil Española: ¿no es lo que se hace en la actualizar reescribir la Historia? ¿No es un crimen contra el pasado defenestrar estatuas, borrar calles, etc. para sustituirlos por los héroes del presente, o mejor dicho, los héroes que son venerados por los hombres del presente, llámense estos Azaña, Carrillo o Stalin? Hoy, los primeros -los republicanos- merecen todos los honores, su derrota se vende como una calamidad que solamente ha desencadenado en victimismo, un victimismo que quiere hacer culpable a todos; de hecho la sociedad lo entiende así y siente… pena (sentir pena me parece deshonroso). Sin embargo, los nacionales, que vencieron, son vistos como los malos, y por supuesto sus fallecidos como víctimas de la facción perdedora no merecen el mismo trato en cuanto a Memoria Histórica se refiere (debido a que son considerados por ellos un mal necesario), pues digámoslo ya, ¡la Memoria Histórica es el «Historicismo progre» que pretende cantar sus virtudes sin reconocer sus excesos de sangre! No quieren la verdad histórica, sino su «victoria final», reescribir la historia para aparecer ellos como «los que tenían razón».

La Memoria Histórica, y espero que todos sepan y entiendan a que memoria me estoy refiriendo, se cree pues en un estado de superioridad moral que se abandera con los ideales universalistas (Humanidad, derechos humanos, Justicia, etc.) de la Ilustración y su ideología obrera y social (Marxismo): es una Inquisición moderada que está claro que no te va a matar ni mandar al exilio, pero te hará el vacío y te denostará, te dilapidará como ciudadano con las palabras inmoral, inhumano, egoísta, etc. En definitiva, quien se salga de todo esto -de «la norma»- sufre el desprecio y el descalificativo y, sea dicho de paso, esto provoca que la discusión y el estudio crítico de la Historia sea muy difícil, ya que debido a la existencia de un bando bueno y un bando malo (prejuicio histórico), al situar la moral en la Historia, se pretende determinar ya el juicio sobre la misma: y en la Historia no deben existir «juicios finales», sino un constante dudar y un constante plantearse los hechos para analizarlos de la forma más perfecta posible.

La comprensión del pasado no puede efectuarse desde el horizonte del juicio moral. En el terreno de la historia, la moral se condena a la impotencia, porque se basa en la indignación –definida por Aristóteles como una forma no viciosa de envidia–, una indignación que, al proceder mediante el descrédito, impide el análisis de lo que desacredita. «La descalificación por razones de orden moral –escribe Clément Rosset– permite evitar todo esfuerzo de la inteligencia para entender el objeto descalificado, de forma que un juicio moral traduce siempre un rechazo de analizar e incluso un rechazo de pensar». (…)■
Alain de BENOIST, COMUNISMO Y NAZISMO - «25 reflexiones sobre el totalitarismo en el siglo XX (1917-1989)». Ediciones Áltera, S.L., enero de 2005. Pág. 61. Traducción de José Javier Esparza y Javier Ruiz Portella.

En la Historia no hay buenos ni malos, sino hechos, consecuencias y efectos y por encima de todo Hombres que siempre actuaron bajo sus propios valores: y por supuesto, todos esos hombres te dirían que lucharon por algo «bueno» y por el mismísimo «BIEN» (¿Y qué es el Bien? Pues Dios). Así pues, no es de necesidad llamar asesino a tal o a cual, o dilapidar un sistema político completo por muchos campos de concentración que hubiera y cosas por el estilo, pues ¿acaso se reconocen los llamados "buenos" en toda su maldad? No, pues ellos no son objetivos, ellos no quieren escribir una historia veraz, sino hacerse autobombo y glorificarse en la mayoría de los casos en el presente, pues en el pasado no supieron vencer y ganarse la gloria; y las cosas llamadas "malas" las justifican para convertirlas en un mal necesario… ¡Los perdedores son los vencedores morales del futuro! Al final los vencedores escriben la Historia, pero los perdedores también. No obstante, la Historia no justifica a nadie, o no debería, simplemente pone las cosas en el sitio que le corresponden: para calificar algo hay que demostrarlo… ¡y a ver quién se salvaría de calificativos que suenan moralmente malos en «oídos morales»!

Por supuesto, es de reconocer que si en el caso español los derrotados hubieran sido los nacionales se habría vivido (¿quién sabe?) lo mismo pero a la inversa, pues el cristianismo y su moral han inculcado al hombre el sentimiento de piedad frente al perdedor: de esta forma el cristianismo y sus formas "sin Dios" o "ateas" tienen por méritos propios el carácter de ser una "forma de pensamiento o de vivir la vida" como esclavos.

En definitiva, la Historia científica es objetiva e imparcial, hace una «justicia histórica amoral» (al presentar la realidad tal como es, no como algo interiorizado por el Hombre) al no centrarse en las emociones, en los llantos y en la moral, sino en los testimonios, los hechos, las fechas, las estadísticas y los documentos. Sólo una Historia basada en estos preceptos puede, como dice Benoist, «informar válidamente al presente» sin hacer de ella un instrumento político, religioso o lucrativo.■

(…) Los sistemas políticos tienen que ser juzgados por lo que son, no mediante la comparación con otros, cuyos defectos atenuarían los suyos. Cualquier comparación deja de ser válida cuando se convierte en una excusa: cada patología social tiene que ser estudiada por separado.■
Alain de BENOIST, COMUNISMO Y NAZISMO - «25 reflexiones sobre el totalitarismo en el siglo XX (1917-1989)». Ediciones Áltera, S.L., enero de 2005. Pág. 157. Traducción de José Javier Esparza y Javier Ruiz Portella.