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EL PENSADOR: ENTRE LA DUDA Y LA CERTEZA

El pensador, de Auguste Rodin
El primer pensador fue sin duda alguna el primer maniático del por qué. Manía poco habitual y de ninguna manera contagiosa. Raros, en efecto, son los que la padecen, los que están roídos por la pregunta y sin poder aceptar ninguna certeza, pues nacieron en la consternación.

E. M. Cioran. DEL INCONVENIENTE DE HABER NACIDO. Santillana, S.A. (Taurus), año 1995, pág. 40. Traducción de Esther Seligson.


Desde pequeño he sentido una gran inclinación hacia el noble ejercicio del pensar, de hecho siempre he querido ser filósofo y de alguna forma lo soy, pues un filósofo no se fragua en las facultades, desde donde sólo surgen licenciados en filosofía; y bien, no quiero decir que de allí no salgan filósofos, pero una cosa es aprender filosofía y otra ser la propia filosofía. Reflexionar, meditar, llegar a conclusiones, crear mis propias convicciones y valores (si tal cosa es posible) ha sido uno de los quehaceres que llevo conmigo casi desde la cuna. Muchos desengaños y muchas desilusiones, pero siempre con la idea clara de que siempre puedo empezar, que siempre puedo emprender el camino desde cero y generar una nueva cosmovisión, complementar la que tenía o mejorarla. Creo que esta capacidad de empezar desde cero, de resetearme, ha hecho favorable que no me estanque en ideas fijas, tener posturas más abiertas y sobre todo ser más consciente de qué debo o no debo ser, qué debo y qué no debo seguir. Me puedo equivocar una vez, y es disculpable, pues errar es algo normal, pero si me equivoco de nuevo en lo mismo ya es culpa mía.

Un por qué incesante en mi cabeza, un por qué que poco a poco va perdiendo fuerza en mí. La razón es creo muy lógica: ese por qué es la duda, una duda que ciertamente me llena de consternación y que muchas veces no lleva a respuesta alguna. La duda ha convertido durante siglos y milenios a la filosofía en mera especulación. Y es que los filósofos han perdido mucho tiempo en la duda, en dudar y ya está. Hay que buscar la certeza, dejar de perdernos en laberintos y dar una respuesta inmediata a lo que es. Tanto dudar la filosofía parece haberse alejado de las cosas reales. Por supuesto, estoy generalizando, pero tal cosa no es mi intención, pues sé que la filosofía es muy amplia y no una sola cosa. Al final tendríamos que dudar sólo de nuestras certezas, no obstante.

Y bien, hoy todo el mundo llama filósofo a todo charlatán, a todo aquel que da consejillos. Ese ser no es un filósofo, sino un manual de autoayuda, un libro barato lleno de consignas vacías y expresiones manías. Y es que un filósofo no da consejos, sino que busca respuestas. Busca respuestas razonadas, y no empíricamente, cierto es, pero también se sirve de multitud de disciplinas que si son empíricas. Difícil tarea la del filósofo, entre la certeza y la duda se mueve, y es posible que sea entre las dos donde el filósofo encuentre la verdadera consternación: al nacer tiene la certeza de haber nacido y a la vez la duda de por qué ha tenido que nacer.

Es frustrante tener la certeza de las cosas que son y no saber el por qué éstas son o dudar de si son el realidad como se muestran. Así pues, ¿es la tarea del filósofo una tarea imposible? ¿Tiene entonces algún valor la tarea del filósofo?

Ciertamente tiene valor cuando su pensamiento aporta una sabia y una fuerza nuevas a un grupo concreto de hombres o a una cultura en general, cuando su pensamiento es capaz de mover la materia gris de todo un país y con ello construir un mundo nuevo. También cuando una cosmovisión particular es capaz de hacer más fuerte a personas individuales y luego éstas empujar a todo un grupo de personas con su carisma y personalidad atractivas. En definitiva, el poder de los pensamientos está ahí, parecen irreales, fantasmagóricos, pero su fuerza reside precisamente en ello. Hay que reivindicar la figura del filósofo, porque las armas son siempre más letales cuando van unidas a la virtud de la palabra y del pensamiento. De nada sirve ser el más fuerte, el mejor armado, si ello no va acompañado de valores, de una cosmovisión surgida del pensamiento (un pensamiento surgido a su vez de las cosas que son por sí mismas, de lo que es real sin más) y de los hombres formidables, que en un momento histórico concreto, deben mostrarse consecuentes, incorruptibles e implacables.■

Meditando sobre Nietzsche: de lo «VERDADERO», lo «APARENTE» y lo «REAL»


«(…) Dividir el mundo “verdadero” y el mundo “aparente”, ya sea a la manera del cristianismo, ya sea a la manera de Kant (que no es, a fin de cuentas, más que un cristianismo disimulado), sólo puede proceder de una sugestión de la decadence, sólo es el síntoma de una vida descendente… El hecho de que el artista sitúe la apariencia por encima de la realidad no prueba nada contra esta tesis. Aquí la “apariencia” significa la realidad repetida una vez más, pero escogida, reforzada, corregida… El artista trágico no es un pesimista, dice “sí” precisamente a todo lo problemático y terrible, es dionisíaco…»

Friedrich Nietzsche. Crepúsculo de los Ídolos (BA 0615). Alianza Editorial, año 2001, pág. 56. Traducción de Andrés Sánchez Pascual.


Después de leer esto voy a dejar de ver a todo pesimista, a todo nihilista y sobre todo a todo artista como a unos negadores de la vida, al menos a aquellos que me lo han parecido alguna vez. A Cioran, sin ir más lejos y a quien tanto he citado en El Mundo de Daorino, puedo verle ahora literalmente como a un negador de la existencia como tal pero no de la vida en sí. Creo que mi entendimiento acerca de las filosofías de Cioran y Nietzsche está madurando. Si Cioran sobrevivió a sus monstruos más lúgubres cuando era joven y eligió la vida en lugar de la muerte mediante el suicidio fue precisamente gracias a ese ejercicio de superación: la superación de la decadencia (¡y toda superación es un “sí” a la vida!). Por lo tanto, esa decisión de no quitarse la vida fue una afirmación a favor de la vida en sí. Incluso la furia incontrolada de Cioran frente a la existencia (que expone contundentemente en sus obras) y ese apego a la muerte como alivio existencial son en sí odas a la vida como tal, pues la muerte está contenida en la vida y por lo tanto es igualmente Voluntad de Poder dentro de lo “real”. Pero Nietzsche se diferencia de Cioran en algo muy esencial: el primero no niega la existencia pues es la vida en sí. Es decir, la existencia está contenida en la vida como que es vida en sí misma en lugar de suponer que la existencia transcurre en la vida o viceversa. Digamos que es la misma diferencia entre un vaso que contiene agua y un vaso vacío con un agujero en su base bajo un grifo del que cae agua. Así pues, la negación de la vida se nos presenta según Nietzsche como un atentado contra lo “real”, un apego hacia lo marchito.

Ciñéndonos al texto, esa negación de Nietzsche a la dualidad no es más que una muestra más de su clarísimo desprecio por toda la tradición filosófica venida desde Platón hasta Kant y que tanto ha servido como base ideológica para los estamentos eclesiásticos y otro tipo de pensadores o “sociedades”. Es como dividir la vida en dos, negar la parte de realidad de lo “aparente”. Nietzsche se expresa como un Platón a la inversa. Siempre me he imaginado a Nietzsche en uno de los diálogos de Platón, ¿cómo se defendería Platón de la furia del de Röcken? Sería una de las mayores batallas dialécticas de la Historia de la Filosofía.

Haciendo referencia al título de esta reflexión escrita, lo “verdadero” no tiene porque ser la verdad, pues lo “verdadero” puede ser del mismo modo la “apariencia” y ambas ser igual de válidas en cuanto que constituyen una única realidad, la realidad en sí. En palabras de Clément Rosset:

«(…) De manera que si el «mundo verdadero» es para Nietzsche una mentira, eso no significa que el mundo en su apariencia sea una fábula, sino más bien al contrario, que es verídico y que constituye la realidad. Por lo demás, resulta innecesario precisar que el pensamiento según el cual «el mundo como tal no es más que fábula» sería imputado por Nietzsche indefectiblemente a una calumnia hacia la vida y una venganza contra ella.»

Clément Rosset. La Fuerza Mayor, Notas sobre Nietzsche y Cioran. Acuarela Editorial, año 2000, pág. 79. Traducción de Rafael del Hierro.

Sin duda, esto puede recordar a la filosofía del francés Guy Debord, que en planos de realidad puede considerarse un Nietzscheano con terminología platónica, pues éste, como el alemán, asume tanto “lo sensible” (lo verdadero) como el mundo ilusorio de las sombras, es decir, el espectáculo y simulacro (lo aparente) como partes de la misma realidad, de lo real en sí. En definitiva, niega la dualidad existente entre un mundo sensible y un mundo de las ideas.

En definitiva, el mundo debe ser entendido en su conjunto como real. Tanto lo verdadero como lo aparente juegan en un mismo plano, forman parte de la vida y su no afirmación es una negación de la misma y de la realidad.■

CICLO "UNA TORMENTA DE LUCIDEZ" (PARTE VI/VI): EL «PERRO CELESTIAL»



Para leer el texto completo, pincha en el siguinte enlace: EL «PERRO CELESTIAL»

«No puede saberse lo que un hombre debe perder por tener el valor de pisotear todas las convenciones, no puede saberse lo que Diógenes ha perdido por llegar a ser el hombre que se lo permite todo, que ha traducido en actos sus pensamientos más íntimos con una insolencia sobrenatural como lo haría un dios del conocimiento, a la vez libidinoso y puro. Nadie fue más franco; caso límite de sinceridad y lucidez al mismo tiempo que ejemplo de lo que podríamos llegar a ser si la educación y la hipocresía no refrenasen nuestros deseos y nuestros gestos. (...)

(...) Somos todos ridículamente prudentes y tímidos: el cinismo no se aprende en la escuela. El orgullo, tampoco. (...)

(...) «Sócrates enloquecido», le llamaba Platón. «Sócrates sincero», así debía haberle llamado. Sócrates renunciando al Bien, a las fórmulas y a la Ciudad, convertido al fin en psicólogo únicamente. Pero Sócrates -incluso sublime- es aún convencional: permanece siendo maestro, modelo edificante. Sólo Diógenes no propone nada; el fondo de su actitud y la esencia del cinismo, está determinado por un horror testicular del ridículo de ser hombre. (...)

(...) Que el mayor conocedor de los humanos haya sido motejado de perro prueba que en ninguna época el hombre ha tenido el valor de aceptar su verdadera imagen y que siempre ha reprobado las verdades sin miramientos. Diógenes ha suprimido en él la fachenda. ¡Qué monstruo a los ojos de los otros! Para tener un lugar honorable en la filosofía, hay que ser comediante, respetar el juego de las ideas y excitarse con falsos problemas. En ningún caso el hombre tal cual es debe ser vuestra tarea. Siempre según Diógenes Laercio: «En los juegos olímpicos, habiendo proclamado el heraldo: "Dioxipo ha vencido a los hombres", Diógenes respondió: "Sólo ha vencido a esclavos, los hombres son asunto mío".» (...)

(...) Tenemos que agradecer el azar que le hizo nacer antes de la llegada de la Cruz. ¿Quién sabe si, enjertada en su desapego, una malsana tentación de aventura extrahumana le hubiera inducido a llegar a ser un asceta cualquiera, canonizado más tarde y perdido en la masa de los bienaventurados y del calendario? Entonces es cuando se hubiera vuelto loco, él, el ser más profundamente normal, porque estaba alejado de toda enseñanza y toda doctrina. Fue el único que nos reveló el rostro repugnante del hombre. Los méritos del cinismo fueron empañados y pisoteados por una religión enemiga de la evidencia. Pero ha llegado el momento de oponer a las verdades del Hijo de Dios las de este «perro celestial», como le llamó un poeta de su tiempo.»


Texto titulado El «perro celestial», extraído de Breviario de Podredumbre (Una Tormenta de Lucidez), de E. M. Cioran. Suma de letras, S.L., enero de 2001, págs. 140-144. Traducción de Fernando Savater.

Por fin terminamos este ciclo dedicado a Cioran, Una Tormenta de Lucidez, con esta sexta parte. Hablar sobre Cioran y su obra no ha sido nada fácil, al menos no para mí. Supongo que la profundidad de su pensamiento ha quedado muy poco remarcada en todos los comentarios y ni siquiera me he asomado (ni de refilón) a lo que realmente es Cioran, ni he sabido explicar ni comunicar lo que significa Cioran en sí mismo y para mí, ni lo que supone una filosofía como la de él para el mundo y para la propia filosofía.

Escribir sobre él y el haberme sumergido en sus lecturas desde hace años es una especie de batalla metafísica en la que uno lucha constantemente contra sí mismo, contra los monstruos propios que escondemos en nuestro interior. Después de leer a Cioran uno no puede sino salir a la calle, agacharse al suelo, ponerse delante de unas cucarachas y disculparse ante esos pequeños animalillos, pues nosotros somos igual de insignificantes que ellos, igual de aplastables e igual de escatológicos. Y es que nuestra realidad la hemos llenado de pijotadas, de remilgos burgueses exportados de la vida palaciega, creyéndonos reyes... ¿de qué? Mírense al espejo, vean lo ridículos que somos... Sean conscientes de sus actos, analícenlos y desen cuenta del ridículo tan inconmensurable que hacemos ante la propia existencia. ¡¡¡El Hombre es el único animal capaz de hacer el ridículo!!!; ¡¡¡si algo de nosotros pasa a la eternidad no será otra cosa que nuestra estupidez!!!.

Sin más, he ahí que seleccioné un texto dedicado al cínico Diógenes de Sínope, aquel gran griego, aquel gran perro bípedo, más humano que muchos. Y es que el texto de Cioran me cautiva porque me parecía casi inimaginable que alguien como él, tan proclive a desmontar toda convención y toda norma, fuera capaz de admirar a alguien. Claro, Diógenes enamora por su desprecio por la vida y por las convenciones, por su negativa al lujo y a la zalamería, por tratar a todos por igual y por todo lo escrito sobre él, ya sea leyenda o no. Casi podría decirse que Diógenes era un anticipo de lo que sería Cioran, un primer plato de pureza, es decir, de filosofía sin artificios y sin divagaciones engañosas. Tanto Diógenes como Cioran son cirujanos del alma (o del espíritu, llamémosle de mil formas), hombres que practicaron el nudismo filosófico, mostrándonos al hombre tal como es, desnudito, sin ropajes, tan ridículo como pestilente, tan efímero como glorioso, tan megalómano como… Y claro, para adentrarse en una filosofía que va a desnudarte, que te va a desmontar por completo, se necesita una gran fortaleza, pues parece que no todos están preparados para escuchar sin remilgos ni eufemismos la verdad que se esconde tras el Hombre y tras uno mismo.■

CICLO "UNA TORMENTA DE LUCIDEZ" (PARTE V/VI): COSMOGONÍA DEL DESEO



Habiendo vivido y verificado todos los argumentos contra la vida, la he despojado de sus sabores y, enfangado en sus heces, he sentido su desnudez. He conocido la metafísica postsexual, el vacío del universo inútilmente procreado y esa disipación de sudor que nos hunde en un frío inmemorial, anterior a los furores de la materia. Y he querido ser fiel a mi saber, constreñir los instintos a amodorrarse y he constatado que no sirve de nada manejar las armas de la Nada si uno no puede volverlas contra sí mismo. Pues la irrupción de los deseos, en medio de nuestros conocimientos que los invalida, crea un conflicto terrible entre nuestro espíritu enemigo de la creación y el trasfondo irracional que nos une a ella.

Cada deseo humilla la suma de nuevas verdades y nos obliga a reconsiderar nuestras negaciones. Sufrimos una derrota en la práctica; sin embargo, nuestros principios permanecen inalterables… Esperábamos no ser ya hijos de este mundo y henos aquí sometidos a los apetitos como ascetas equívocos, dueños del tiempo y enfeudados en las glándulas. Pero este juego no tiene límite: cada uno de nuestros deseos recrea el mundo y cada uno de nuestros pensamientos lo aniquila… En la vida de todos los días alternan la cosmogonía y el apocalipsis: creadores y demoledores cotidianos, practicamos a una escala infinitesimal los mitos eternos; y cada uno de nuestros instantes reproduce y prefigura el destino de semen y de ceniza adjudicado al infinito.

Texto titulado Cosmogonía del Deseo, extraído de Breviario de Podredumbre (Una Tormenta de Lucidez), de E. M. Cioran. Suma de letras, S.L., enero de 2001, págs. 152-153. Traducción de Fernando Savater.

Resulta difícil imaginar que el deseo fuera el origen de la vida y de todo el Universo, porque entonces toda nuestra existencia se reduce a un momento de debilidad de alguna deidad desconocida, de una deidad que en medio del vacío deseaba martirizar la Ausencia Eterna con la ponzoña vital. Y dicho esto no pienso que la vida sea necesariamente ponzoñosa, aunque si lo fuera para una remota e hipotética ausencia (haciendo metafísica cualquier licencia imaginativa es legal y hasta coherente); para ponzoña, el hombre para la propia vida, la cual no sabe vivir por ignorancia, por no entenderla, por desconocer lo esencial de su naturaleza.

En el texto de Cioran el deseo se revela como enemigo de la Nada y de las Ausencias. Cuando uno desea la No Vida se ve posteriormente sometido a la existencia vital por medio del deseo, siendo esclavizado por las condiciones de debilidad de la naturaleza inherente al ser humano y por los caprichos de los sentidos: la vista desea tocar, el tacto desea ver... Los sentidos, grandes murallas que emparedan la ausencia en un cerco de Vida, nos atan a la existencia irracionalmente. «(…) la irrupción de los deseos, en medio de nuestros conocimientos que los invalida, crea un conflicto terrible entre nuestro espíritu enemigo de la creación y el trasfondo irracional que nos une a ella.», nos dice Cioran. Visto así, todas las religiones son poco vitalistas, siempre condenando el deseo, incluso deseando (y he ahí la contradicción) el no desear mediante la meditación o la austeridad. Pero eso son pretensiones humanas, porque queramos o no, quien está atado a la vida es por puro deseo de algo, una atadura que puede adquirir mil nombres pero que se rigen por el mismo medio: vivir por ambición: deseo de poder; vivir por amor: deseo de poseer a alguien... Pero incluso el suicidio es un deseo, un deseo de no desear o el deseo de no vivir, y he ahí otro motivo de absurdo, otro motivo de calificar la Vida como locura, pues hasta en el más grande de los actos honorables y de aparente libertad, el deseo hace acto de presencia para invalidar precisamente toda honorabilidad y todo resquicio de libertad; llamemos al acto de no desear el Antideseo. Entonces, ¿cómo ser libres? Pues no deseando; y ¿cómo despojarnos del acto de desear? Pues haciendo todo nuestro obrar consciente, así vislumbraremos toda nuestra impulsividad e irracionalidad; así nos daremos cuenta de si obramos por propia voluntad o por deseo a.

El deseo, en definitiva, nos invalida como seres libres. Reduce la inteligencia al instinto y al Hombre al animal que es. Pero no piensen que el deseo es malo por necesidad, un deseo consciente nos puede atar a la vida como borregos a la hierba pero a la vez hacernos relativamente libres en este mundo demencial e ilógico. Así es como funciona la existencia, así es como la Vida se defiende para evitar un colapso generalizado: el deseo es, en definitiva, el instinto de supervivencia. Como dice Cioran: «Esperábamos no ser ya hijos de este mundo y henos aquí sometidos a los apetitos como ascetas equívocos, dueños del tiempo y enfeudados en las glándulas». Dicho esto, el suicidio, que ya planteamos con anterioridad, parece un problema, pero no es así: el antideseo es un deseo en sí mismo, la antimateria de la Vida, que también se recicla.

Concluyendo, tanto la Vida como la Muerte formar parte del puro hecho de vivir, y como tales, están constreñidos a las cadenas del deseo.■

CICLO "UNA TORMENTA DE LUCIDEZ" (PARTE IV/VI): LA CONSCIENCIA DE LA INFELICIDAD



Elementos y actos, todo concurre a herirte. ¿Acorazarte de desdenes, aislarte en una fortaleza de asco, soñar con indiferencias sobrehumanas? Los ecos del tiempo te perseguirán en tus últimas ausencias… Cuando nada puede impedirte sangrar, las ideas mismas se tiñen de rojo o se invaden como tumores las unas a las otras. No hay en las farmacias ningún específico contra la existencia; sólo pequeños remedios para los jactanciosos. Pero, ¿dónde está el antídoto de la desesperación clara, infinitamente articulada, orgullosa y segura? Todos los seres son desdichados; pero, ¿cuántos lo saben? La conciencia de la infelicidad es una enfermedad demasiado grave para figurar en una aritmética de las agonías o en los registros de lo incurable. Rebaja el prestigio del infierno y convierte los mataderos del tiempo en paraísos. ¿Qué pecado has cometido para nacer, qué crimen para existir? Tu dolor, como tu destino, carece de motivo. Sufrir verdaderamente es aceptar la invasión de los males sin la excusa de la causalidad, como un favor de la naturaleza demente, como un milagro negativo…

En la frase del Tiempo, los hombre se insertan a modo de comas, mientras que, para detenerla, tú te has inmovilizado como un punto.


Texto titulado La Consciencia de la Infelicidad, extraído de Breviario de Podredumbre (Una Tormenta de Lucidez), de E. M. Cioran. Suma de letras, S.L., enero de 2001, págs. 77-78. Traducción de Fernando Savater.


Las palabras de Cioran me parecen siempre una especie de maldición contra el Hombre y un manifiesto sobre su asco a sí mismo, una oda a su Náusea. También son un toque de atención a lo irracional de nuestra naturaleza y a la superfluidad de nuestras vidas.

En esta ocasión, qué podemos responder a la duda de Cioran: Todos los seres son desdichados; pero, ¿cuántos lo saben? Nadie lo sabe a ciencia cierta, algunos lo sospechan y los que se dan cuenta duran poco; solamente unas escasas almas son capaces de sobrevivirse y mortificarse en este cautiverio existencial (conscientemente); tal vez por miedo, tal vez por no querer hacer el ridículo. Cioran, en este caso, consciente de su desdicha, arrepintiéndose (es una suposición) de haber perdido las fuerzas para suicidarse cuando lo planeó con veintipocos años, vivió con mayor mortificación que nadie; fue un monje de la desdicha.

El tiempo, aparentemente eterno, rebosa con toda su densidad en nuestra existencia y nos convierte en seres efímeros e insignificantes. Cuántos nacimientos y muertes en vano guardados en el cajón del olvido... Tanto para nada... Cuántas comas y cuántos puntos, cuántas mayúsculas para empezar las frases... Al final, nos inmovilizaremos como un punto y algunos se preguntarán para qué ha servido su vida, incluso habrá quienes se den cuenta de la Inconsciencia de su Felicidad y de lo desdichados que han sido realmente.

La Consciencia de la Infelicidad es en sí el único estado consciente que podemos alcanzar plenamente si nos lo proponemos, por una razón muy simple y que a mí se me antoja cierta (a otros, tal vez, les resulte ridículo): todo atisbo de felicidad es irracional, por lo que no es consciente en su ejercicio hasta que no se ha vivido y pensamos detenidamente en la dicha; al contrario, la Infelicidad se vive a cada segundo, en su ejercicio, se pega como una lapa en la sien y nos martillea hasta que dormimos (quien pueda dormir). En definitiva, ser feliz en este mundo equivale a reírse en un Tanatorio. Yo uso el «¡ja!», suena a risa y a amargura, a ironía y a desdén, y no va tan desatinado con nuestra existencia, nuestra naturaleza demente.■

CICLO "UNA TORMENTA DE LUCIDEZ" (PARTE III/VI): DIMISIÓN



Fotografía de Sergio Macías Gil
Fue en la sala de espera de un hospital; una vieja me contaba sus males… Las controversias de los hombres, los huracanes de la historia, naderías a sus ojos: sólo su mal reinaba en el espacio y en la duración. «No puedo comer, no puedo dormir, tengo miedo, debe haber pus», peroraba, acariciándose la mandíbula con más interés que si la suerte del mundo dependiese de ello. Este exceso de atención a sí misma por parte de una comadre decrépita me dejó en primer término indeciso entre el espanto y el desánimo; después, abandoné el hospital antes de que llegase mi vez, decidido a renunciar para siempre a mis dolores…

«Cincuenta y nueve segundos de cada uno de mis minutos, rumiaba a través de las calles, fueron dedicados al sufrimiento o a… la idea de sufrimiento. ¡Que no haya tenido una vocación de piedra! El corazón: origen de todos los suplicios… Aspiro a ser objeto… a la bendición de la materia y la opacidad. El ir y venir de un moscardón me parece una empresa apocalíptica. Es un pecado salir de sí mismo… ¡El viento, locura del aire! ¡La música, locura del silencio! Capitulando ante la vida, este mundo ha delinquido contra la nada… Dimito del movimiento y de mis sueños; ¡Ausencias! Tú serás mi única gloria… ¡Que el “deseo” sea por siempre tachado de los diccionarios y de las almas! Retrocedo ante la farsa vertiginosa de los mañanas que se suceden. Y aun guardando todavía algunas esperanzas, he perdido para siempre la facultad de esperar.»


Texto titulado Dimisión, extraído de Breviario de Podredumbre (Una Tormenta de Lucidez), de E. M. Cioran. Suma de letras, S.L., enero de 2001, págs. 68-69. Traducción de Fernando Savater.

¡El viento, locura del aire! ¡La música, locura del silencio!, nos dice Cioran; entonces la vida es locura de la Nada y el Hombre locura de la Vida... ¿Quién no ha querido ser un ente totalmente ausente alguna vez, un ser que nunca haya existido, que vague como mucho como una sombría imaginación en cualquier cerebro embuchado de materia gris?. No hay mayor sosiego que la Ausencia, acto supremo de vacuidad, exhortación irrevocable a la nada para que nos acoja... Los Orientales nos llevan cientos de años de ventaja en la consecución de la Ausencia, mientras ellos pensaban y meditaban los Occidentales aún intentaban darle utilidad a la rueda… ¡ja!... y que la exageración sirva como insulto a nuestra civilización, experta en la creación de paraísos artificiales y de pretextos para la vida que no llevan a ninguna parte. Visto lo presente, analizando el sistema y siendo consciente de las miles de fuerzas que ejercen su poder sobre nuestras cabezas y que no podemos controlar… ¡lo mejor es quedarse quieto! ¡La Vida contemplativa es mucho más honorable que levantar moles de cemento!

Pues somos locura de la Vida. Visto así, creo que la locura va a dejar de ser para mí pequeños arrebatos de genialidad… O tal vez Cioran se refiera a lo Demencial (y se trate por lo tanto de un fallo de traducción, jeje), catalogando nuestra existencia de Locura por un mero arrebato de amabilidad… Pero no creo que sea así, Cioran no era de los que se censuraban. Pero que nuestra naturaleza fuera de origen demencial explicaría sobreexplícitamente nuestro Hacer y nuestra aptitud.

El Hombre, animal bípedo o mono evolucionado de las cavernas, muestra siempre su desprecio por el sufrimiento, pero vuelve a su seno de forma casi programática; es como si estuviéramos avocados a hacerle culto. ¡Que no haya tenido una vocación de piedra! , dice Cioran… y me imagino a todos con esa vocación, a todos inmóviles, inoperantes, mudos, sordos, insensibles… ¡qué gran favor a la Vida! ¡Qué cimientos más sólidos para la construcción de una Ausencia Eterna! ¡No más daño, no más sufrimiento, no más absurdo!. Y es que si no os convencéis de que somos partidarios del sufrimiento, podéis ver grandes ejemplos en el cristianismo, haciendo culto al mártir, bebiendo su sangre y su cuerpo, haciendo apología de su sufrimiento y de su Pasión. Vivimos, en definitiva, del sufrimiento ajeno, de la sangre que emana a borbotones de millones de conflictos diarios. Somos la Humanidad del Martirio, un ejército de almas que gritan no a las Ausencias, NO DIMISIÓN. ■

CICLO "UNA TORMENTA DE LUCIDEZ" (PARTE II/VI): EL DIABLO TRANQUILIZADO



¿Por qué Dios es tan incoloro, tan débil, tan mediocremente pintoresco? ¿Por qué carece de interés, de vigor y de actualidad y se nos parece tan poco? ¿Existe una imagen menos antropomórfica y más gratuitamente lejana? ¿Cómo hemos podido proyectar sobre él resplandores tan pálidos y fuerzas tan claudicantes? ¿A dónde han fluido nuestras energías, en dónde se han vertido nuestros deseos? ¿Quién ha absorbido entonces nuestro superávit de insolencia vital?

¿Nos volveremos hacia el diablo? Pero no sabríamos dirigirle oraciones: adorarle sería rezar introspectivamente, rezaremos a nosotros. No se ora a la evidencia: lo exacto no es objeto de culto. Hemos colocado en nuestro doble todos nuestros atributos y, para realzarle con semblante de solemnidad, lo hemos vestido de negro: nuestras vidas y nuestras virtudes, de luto. Dotándole de maldad y de perseverancia, nuestras cualidades dominantes, nos hemos agotado para volverle tan vivo como sea posible; nuestras fuerzas se han consumido en forjar su imagen, en hacerla de arcilla, saltarina, inteligente, irónica y, sobre todo, mezquina. Las reservas de energías con las que contábamos para forjar a Dios se reducían a nada. Entonces recurrimos a la imaginación y a la poca sangre que nos quedaba: Dios no podía ser sino el fruto de nuestra anemia: una imagen tambaleante y raquítica. Es bueno, suave, sublime, justo. Pero ¿Quién se reconoce en esa mezcla fragante de agua de rosas relegada en la trascendencia? Un ser sin doblez carece de profundidad y de misterio; no esconde nada. Sólo la impureza es signo de realidad. Y si los santos no carecen completamente de interés, es que su sublimidad se mezcla con la novela y su eternidad se presta a la biografía; sus vidas indican que han abandonado el mundo por un género susceptible de cautivarnos de vez en cuando...

Porque rebosa vida, el diablo no tiene ningún altar: el hombre se reconoce demasiado en él para adorarle; le detesta a sabiendas; se repudia y cultiva los atributos indigentes de Dios. Pero el diablo no se queja y no aspira a fundar una religión: ¿no estamos nosotros aquí para precaverle de la inanición y el olvido?

Texto titulado El Diablo Tranquilizado, extraído de Breviario de Podredumbre (Una Tormenta de Lucidez), de E. M. Cioran. Suma de letras, S.L., enero de 2001, págs. 62-64. Traducción de Fernando Savater.
Leyendo el texto de Cioran, el cristianismo se me antoja una religión hipócrita y contranatural donde se le presta demasiada devoción a un Dios que es nuestro contrario (o no tanto). En tal religión es donde el Hombre aprende a odiarse, donde los complejos y los temores más profundos nacen para convertirnos en seres débiles y peligrosos para nosotros mismos. Y todo porque -y eso se desprende del texto- hemos sido forjados a imagen y semejanza del propio Diablo... Somos la encarnación del mal, sus Hijos, nacidos de la ceniza y del azufre; lo que al parecer supone motivo para la mortificación. Y tanto nos detestamos, que tuvimos que forjar al mismísimo Dios... al monoteísta, porque los dioses paganos se parecían más a nosotros, tan proclives a las pasiones y a la tragedia... Pero creo que el Diablo tranquilizado es el propio Dios, el más mezquino de todos, sí, ese... el clarividente y conspicuamente bondadoso. Su Bien es su Virtud, pero una Virtud prepotente, pues actúa por su propia grandeza... es la imagen de un cura, de un salvador, de un mártir... en su hacer por construir el bien solamente se esconde un profundo egoísmo, una fórmula de placer hacia uno mismo dirigido a la gloria y a la inmortalidad. Así que si Dios es el mismo mal, el Diablo no es otra cosa que lo mismo, solo que con la cara descubierta, más vivo por ser más real, más real por ser más certero que la misma verdad sobre nosotros.

Como bien nos muestra Cioran, todas nuestras pocas virtudes se disfrazaron de luto... no somos más que un esqueleto, el cristianismo fue la muerte del Hombre, de un Hombre lleno de vida. La Muerte de Dios, forjada en el siglo diecinueve por energías revitalizantes fue el eco de las agonías de nuestros ancestros que vieron cómo el monoteísmo nos chupaba la poca sangre que nos quedaba

Pero: ¿nos volveremos hacia al Diablo?, ¿rezaremos introspectivamente?; creo que no, preferimos volvernos contra nosotros, pues parece más heroico, y todo por malentender lo que es hacer el bien, por pensar que nuestra naturaleza de ceniza y fuego es el mismo infierno o el mismo mal cuando de ahí tal vez surja la propia vida. ■

CICLO "UNA TORMENTA DE LUCIDEZ" (PARTE I/VI): EXÉGESIS DE LA DECADENCIA

Cada uno de nosotros ha nacido con una dosis de pureza, predestinada a ser corrompida por el comercio con los hombres, por ese pecado contra la soledad. Pues cada uno de nosotros hace lo imposible por no verse entregado a él mismo. Lo semejante no es fatalidad, sino tentación de decadencia. Incapaces de guardar nuestras manos limpias y nuestros corazones intactos, nos manchamos con el contacto de sudores extraños, nos revolvemos, sedientos de asco y fervientes de pestilencia, en el fango unánime. Y cuando soñamos mares convertidos en agua bendita es demasiado tarde para zambullimos en ellos, y nuestra corrupción demasiado profunda nos impide ahogarnos allí: el mundo ha infectado nuestra soledad; las huellas de los otros sobre nosotros se hacen imborrables.

En la escala de las criaturas sólo el hombre puede inspirar un asco perdurable. La repugnancia que provoca un animal es pasajera; no madura en el pensamiento, mientras que nuestros semejantes alarman nuestras reflexiones, se infiltran en el mecanismo de nuestro desapego del mundo para confirmarnos en nuestro sistema de rechazo y aislamiento. Después de cada conversación, cuyo refinamiento indica por sí solo el nivel de una civilización, ¿por qué es imposible no echar de menos el Sahara y no envidiar a las plantas o los monólogos infinitos de la zoología?

Si por cada palabra logramos una victoria sobre la nada, no es sino para mejor sufrir su imperio. Morimos en proporción a las plantas que arrojamos en torno a nosotros... Los que hablan no tienen secretos. Y todos hablamos. Nos traicionamos, exhibimos nuestro corazón; verdugo de lo indecible, cada uno se encarniza en destruir todos los misterios, comenzando por los suyos. Y si encontramos a los otros, es para envilecernos juntos en una carrera hacia el vacío, sea en el intercambio de ideas, en las confesiones o en las intrigas. La curiosidad ha provocado no sólo la primera caída, sino las innumerables caídas de todos los días. La vida no es sino esta impaciencia de decaer, de prostituir las soledades virginales del alma por el diálogo, negación inmemorial y cotidiana del paraíso. El hombre sólo debería escucharse a sí mismo en el éxtasis sin fin del verbo intrasmisible, forjarse palabras para sus propios silencios y acordes audibles a sus solos remordimientos. Pero es el charlatán del universo; habla en nombre de los otros; su yo ama el plural. Y el que habla en nombre de los otros es siempre un impostor. Políticos, reformadores y todos los que se reclaman de un pretexto colectivo son tramposos. Sólo la mentira del artista no es total, pues sólo se inventa a sí mismo... Fuera del abandono a lo incomunicable de la suspensión en medio de nuestros arrebatos inconsolados y mudos, la vida no es sino un estrépito sobre una extensión sin coordenadas, y el universo, una geometría aquejada de epilepsia.
(...)


Fragmento del texto Exégesis de la decadencia, extraído de: Breviario de Podredumbre (Una Tormenta de Lucidez), de E. M. Cioran. Suma de letras, S.L., enero de 2001, págs. 54-56. Traducción de Fernando Savater.



Hace dos semanas pudimos leer en este mismo blog un artículo cuyo título rezaba La decadencia moral del Hombre, la Civilización. Tal vez esa entrada pudiera complementar el texto de Cioran que me dispongo a comentar, dentro de este ciclo llamado Una tormenta de lucidez, así como a este mismo comentario.

Si algo hay que tener claro leyendo el texto de Cioran y observando la existencia misma, ya sea la propia o la colectiva, es que el ser Hombre ha demostrado su casi incapacidad total para la soledad y adentrarse de esta forma en sí mismo. En los momentos que el hombre se ha visto ahogado por los minutos vacios, ya sean de compañía o de actos, se ha visto igualmente desaprovechada la oportunidad de tener un acercamiento o una conversación consigo mismo, negándose no sólo el conocerse, sino negando igualmente un camino de desarrollo y de madurez, una vía hacia el conocimiento. Solamente ha habido amagos de “abismamiento”, porque al final esos minutos aparentemente vacíos se han aprovechado para conspiraciones y gratificaciones carnales adorando imaginaciones libidinosas y lúbricas.

Como bien dice Cioran, "sólo el hombre puede inspirar un asco perdurable". Somos los únicos capaces de contaminar toda pureza o de corromper cualquier verdad. Nos hemos convertido en carroñeros de nuestros ancestros; y nosotros mismos nos convertiremos en carroña para las generaciones futuríferas, pues al Hombre sólo se le digiere una vez muerto, por mucho asco que inspire. El hombre, a nivel Universal, es como el olor de una mofeta, y a nivel planetario, como un mono atrapado en un zoo masturbándose.

La Civilización ha contribuido, no obstante, a hacer nuestra soledad pasajera y nuestros actos estúpidos, llenándolos de juicios y de críticas; solamente así se podría crear un canon de facto, un protocolo de lo políticamente correcto. Una sociedad de lo políticamente correcto está entonces abocada al prejuicio y al estereotipo. En un mundo así, la hipocresía florece por culpa de empecinarse en mantener un estatus y los artistas se convierten en deslucidos histriones, vasallos de la falsedad. Así, la vida es la mayor mentira de todas, pues amigos del artificio, desconocemos la vida misma.

"El fango unánime" extrae al hombre para convertirlo en marioneta. Lo arrastra de la verdad a la mentira: es como desterrar a Dios de las aguas celestiales para someterlo a las pajas mentales del Infierno. El verbo nos ha ayudado a facilitar el camino hacia el malentendido, pues es el desvelador de secretos, el desentrañador de misterios, el arma de impostores que hablan de sí mismos y por todos. Pero desvela y desentraña todo de forma tan malinterpretable que nuestra lucidez y cordura solamente pueden medirse por lo que callamos, algo que nunca sucede.

La Historia solamente la contamos para ensalzarnos en el presente ridiculizando el pasado, y a veces al contrario; y tal vez sea la mayor mentira y ridiculez de todas... ¿acaso la Historia no nació de la escritura, hija de la lengua? Entonces... ¿qué mejor final para la Historia que eliminar las palabras y la lengua y adentrarse en un sistema de comunicación propio, ese pseudolenguaje intransferible y auténtico, alejado de contagios externos, de juicios y de la ponzoña colectiva? Tal vez así nos alejemos de la decadencia y veamos desde la orilla como las impurezas son arrastradas por la corriente. Alejados de los malentendidos y de las pasiones que despiertan la conjunción de dos egos o más tal vez encontremos una verdadera humanidad, el verdadero valor de permanecer solos e imperturbables. Si la civilización está en decadencia es porque cada uno de los egos que la conforman no ha madurado lo suficiente como para entenderse y entregarse a sí mismo. ■

CICLO "UNA TORMENTA DE LUCIDEZ": Prólogo




Bien podría haber comenzado este ciclo sobre Émile Michel Cioran un mayo de 2007 cuando se publicó un texto denominado "Cioran, su breviario y los fanáticos", que podréis encontrar en el siguiente enlace: Cioran, su breviario y los fanáticos. Desde entonces he pensado que son muchos los textos del filósofo de origen rumano Cioran que merecen su atención, por no decir todos.

Todos los textos que se van a comentar entre agosto y septiembre forman parte de Breviario de Podredumbre, "Una Tormenta de Lucidez", un libro de gran ingenio e ironía armado de un pesimismo sublime. No es adulación, simplemente es un libro que pone testimonio a lo bello y realista que puede resultar lo lúgubre y negativo y, a mi parecer, eso es algo que solo merece palabras de crítica positiva.

La tormenta de lucidez de Cioran es la voz de un hombre que parece haber bebido la sangre de la verdad o que ha conocido el infierno en la tierra, porque si no, ¿a qué viene tanta redención, tanto martirio y tanto para nada entre los seres de este mundo? Un mundo así solamente puede ser el infierno, y creo que Cioran se dio cuenta de ello y lo escribió. Para Cioran, la existencia de los hombres es un artificio, una inmensa maquinaria de mentiras que han enredado todo de tal forma que no podemos escapar de ella. ■

CIORAN, SU BREVIARIO Y LOS FANÁTICOS



Mi admiración por el filósofo rumano Emil Michel Cioran no es por estética esnobista o por extravagancia, sino por complicidad, por tener en su voz mi propio mensaje pero con una lucidez plena. Tal vez suene petulante lo que ya he escrito pero no puedo evitar que sea así. Aún recuerdo un día en el Instituto, tendría unos dieciocho años, cuando mi profesor de filosofía se dirigió a mí y me dejó un libro, diciéndome: «léetelo, esto deja a Nietzsche en ridículo en cuanto a contundencia». Así fue como conocí a Cioran y su libro Breviario de Podredumbre. Reconozco que no lo leí entero, era demasiado para mí entonces, tan claro, tan esclarecedor…

En él encuentro a un guardián de la desesperanza, la voz de un hombre que es “un destructor de valores”, de lo establecido, del propio hombre. Su desprecio por la vida es la antítesis de la vitalidad nietzscheana y sin embargo los dos son estandartes de un nihilismo que para mí, como para Nietzsche (o así creo), debería suponer una forma de destruir los valores establecidos para luego, mediante la voluntad de poder, crear unos nuevos valores (la transvaloración) que devendrían de la mano del hombre nuevo, del superhombre, que no se deja esclavizar y que es dueño de sí mismo. Sin embargo, Cioran basa su nihilismo en su esencia más pura, no como un camino, sino como una forma de vida por sistema y una certeza, pues en ella se basa toda su filosofía, que a la vez es existencialista porque nace de su propia vivencia. No es escéptico, ni relativista, Cioran derrumba todo, cuando dice NADA es nada, es negar todo, hasta negar la negación, hasta negar el propio nihilismo; su teleología es el propio vacío: la esencia de todo nihilismo auténtico.

Siempre he sentido inquietudes y he tenido ganas de conocer. Mi curiosidad me llevaba a la reflexión desde fechas muy tempranas en mi vida, creo que antes que adulto ya fui un aprendiz de filósofo forjado en el noble ejercicio del pensar. Y no es vanidad, ni estoy auto-biografiándome, simplemente supongo que solamente un ser solitario puede adentrarse en las palabras de Cioran, que en un principio pueden resultar vertiginosas, sin sufrir demasiado.

Pero adentrémonos en el texto, palabras con las que se inician Breviario de Podredumbre. Está parcialmente y por eso tantos puntos suspensivos. Nunca olvidaré su contundencia, el impacto que supuso en mí en una primera lectura, ¡Cioran es el único escritor-pensador que me ha dejado con la boca abierta!

Genealogía del fanatismo

En sí misma, toda idea es neutra o debería serlo; pero el hombre la anima, proyecta en ella sus llamas y sus demencias; impura, transformada en creencia, se inserta en el tiempo, adopta figura de suceso: el paso de la lógica a la epilepsia se ha consumado... Así nacen las ideologías, las doctrinas y las farsas sangrientas. (…)

(…) Incluso cuando se aleja de la religión el hombre permanece sujeto a ella; agotándose en forjar simulacros de dioses, los adopta después febrilmente: su necesidad de ficción, de mitología, triunfa sobre la evidencia y el ridículo. Su capacidad de adorar es responsable de todos sus crímenes: el que ama indebidamente a un dios obliga a los otros a amarlo, en espera de exterminarlos si rehúsan. (…) No se mata más que en nombre de un dios o de sus sucedáneos: los excesos suscitados por la diosa Razón, por la idea de nación, de clase o de raza son parientes de los de la Inquisición o la reforma. (…) Los verdaderos criminales son los que establecen una ortodoxia sobre el plano religioso o político, los que distinguen entre el fiel y el cismático. (…)

Me basta escuchar a alguien hablar sinceramente de ideal, de porvenir, de filosofía, escucharle decir «nosotros», con una inflexión de seguridad, invocar a los «otros» y sentirse su intérprete, para que le considere mi enemigo. (…)…los fanáticos torturan y los «idealistas» arruinan. (…)

(…) El fanático es incorruptible: si mata por una idea, puede igualmente hacerse matar por ella; en los dos casos, tirano o mártir, es un monstruo. No hay seres más peligrosos que los que han sufrido por una creencia: los grandes perseguidores se reclutan entre los mártires a los que no se ha cortado la cabeza. Lejos de disminuir el apetito de poder, el sufrimiento lo exaspera; por eso el espíritu se siente más a gusto en la sociedad de un fanfarrón que en la de un mártir; y nada le repugna tanto como ese espectáculo donde se muere por una idea... Harto de lo sublime y de carnicerías, sueña con un aburrimiento provinciano a escala universal, con una Historia cuyo estancamiento sería tal que la duda se dibujaría como un acontecimiento y la esperanza como una calamidad...

E. M. Cioran. Breviario de Podredumbre. Suma de letras, S.L., enero de 2001, págs. 29-34. Traducción de Fernando Savater.

El fanatismo es un tema que hoy en día resulta de una actualidad clamorosa. Pero… ¿Qué es el fanatismo? ¿Tal vez una tendencia del hombre hacia la violencia provocada por el uso exacerbado e indebido de los ideales?; ¿Y cómo se forja a un fanático? ¿A través del significado que el hombre establece a un ideal que requiere de la violencia para tener sentido y ser defendida? En el primer párrafo del texto ya nos advierte Cioran del génesis de toda religión o doctrina y, sea dicho de paso, de todo vehemente: el fanático es en sí mismo el creador de toda doctrina o ideología, o así se podría interpretar a través del texto. Pero las ideas no pueden hacernos daño por sí mismas, no son ellas las fanáticas, sino que es el hombre quien hace de ella un arma de fuego que acaba finalmente manchándose de sangre, dando lugar al fanatismo y a la barbarie: «En sí misma, toda idea es neutra o debería serlo», diría Cioran.

En nuestros días vemos como en todo el mundo árabe y en otras zonas de nuestro orbe se están creando los caldos de cultivo para la generación de exaltados con la voluntad de perder su vida si es necesario: no existe arma más mortífera, ni más peligrosa ni más letal que aquel ser que no teme por su vida. ¿Pero quién contribuye a todo ello? No solamente unos hombres volcados en lucrarse y defender sus propios intereses, para lo que proyectarán en ella sus llamas y sus demencias, sino un drama humano donde convergen la pérdida, el hambre, el sinsentido y la tristeza, que obligan a muchos hombres y mujeres a esa lucha sin cuartel, a esa lucha fanática por curar su dolor y perpetrar su venganza. La Yihad no es otra cosa que una venganza del mundo árabe a nivel popular, sentida y deseada por muchos, y una lucha de intereses petrolíferos y de carácter energético a nivel de élites que luchan por un trozo del pastel. Son esas élites las que forjan a los fanáticos, los que provocan la desgracia para que los inocentes luchen por ellos. Y en estos términos, tanto Occidente como el resto del mundo tienen mucho que decir, mucho de culpables y seguramente muy poco perdonable.

Sin más, que sirva el texto de Cioran como una invitación para reflexionar sobre el fanatismo y la propia barbarie y sin razón que emerge, se crea y se proyecta a través del ser humano. ■