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LA TOLERANCIA

El laicismo militante se basa en la ética judeocristiana, y se contenta a menudo con plagiarla. (…)

(…) El pensamiento laico no es un pensamiento descristianizado, sino cristiano inmanente. Con un lenguaje racional, en el registro desfasado del término, la quintaesencia de la ética judeocristiana perdura. Dios sale del Cielo para bajar a la Tierra. No muere, no lo matan, lo consumen y lo introducen en el campo de la pura inmanencia. Jesús es el héroe de dos visiones del mundo: sólo se le pide que guarde la aureola y que evite los signos de ostentación… (...)

Michel ONFRAY, Tratato de Ateología


El acontecimiento:




Antes de nada, quiero recomendaros la lectura de una serie de artículos que abordan este tema:
La tolerancia es una actitud de la que todos presumen, pero también es algo de lo que la mayoría carece, como una gran mayoría de laicos. En estos días hemos visto cómo ha habido ciertos enfrentamientos verbales entre “laicos” y católicos, provocados por los primeros y consentidos por un estado ateo y generador de oposiciones, como buenos discípulos de marxistas, para distraer a la opinión pública, si es que aún la hay –si no distrae la opinión, al menos si la vista y la atención. Pongo laicos entre comillas porque dicha palabra quiere decir que una persona carece de “orden religiosa”, es decir, que es aconfesional y quiere una sociedad sin injerencia religiosa en la vida pública: y hoy la Iglesia no ejerce una injerencia real sobre la sociedad, sólo sobre sus fieles, los cuales tienen derecho a dejarse llevar por tal injerencia en su vida privada. Sin embargo, entre esa muchedumbre de invertidos (laicos, ateos, impostores, etc.) sólo veía a un montón de fervientes creyentes en su fe anticristiana, o cristianismo invertido, ¡había mucha orden religiosa!; lanzaban proclamas absurdas, malsonantes y alejadas del buen gusto, queriendo imponer su propia fe anticatólica, que bien se manifiesta contra cuatro viejas y algunos jóvenes con poca chicha. Estos mismos fervientes anticristianos se echarían atrás en una marcha contra el islam inmediatamente, la cual difícilmente se hará en un país donde se sostiene que dicha religión es la tolerancia y que el origen de todos nuestros males es el catolicismo y el cristianismo en general.

Pero no piensen que soy procatólico, que les voy a defender. Esta vez han sido ellos las víctimas de energúmenos, esta vez han sido ellos víctimas de sus propios hijos díscolos. El catolicismo, así como cualquier forma de cristianismo o de monoteísmo, no son precisamente tolerantes, no son precisamente un ejemplo de ello, ¿acaso tienen derecho a quejarse? Tienen derecho a defenderse, y también a callar. Son, por lo tanto, precisamente lo contrario: han perseguido, han aniquilado y han sometido durante más de dos mil años a los europeos y a otros no europeos con una moral de esclavos que te martiriza “piadosamente”, que te tortura psicológicamente, haciéndote sentir constantemente culpable, pecador y sórdidamente carnal, demonizando los placeres derivados del cuerpo, de la belleza, etc.

Pero si algo he de agradecer al catolicismo, la forma más apacible de cristianismo, es lo que con ella ha perdurado de paganismo, pero de paganismo politeísta y grecorromano. Es la forma en la que pudo subsistir una fe del desierto en nuestros campos europeos. El catolicismo es en cierto modo, paradójicamente, una fe que ha sucumbido a lo pecaminoso, a “la vista”, pues es una fe que te angustia por los deleites sensuales pero que a la vez te abruma con tanta belleza exuberante de catedral, de capilla, de objetos sagrados, incluso, dicen, con poderes... Es una contradicción de la fe católica. Sin embargo, los ateos y laicos se manifiestan como auténticos judeocristianos primitivos, es decir, odiando las imágenes, las banderas, los símbolos, como verdaderos iconoclastas, como verdaderos sacerdotes invertidos, sacerdotes de esta nueva modernidad, que de moderna no tiene nada, sino más bien de venida de lo protocristiano mediooriental, o de lo paleocristiano, es decir, de lo más soez, sólo que sin crucifijo. O siendo más irónico, estos laicos y ateos parecen protestantes invertidos encolerizados llenos de odio visceral contra el catolicismo.

Pero no piensen que generalizo, no es mi intención. Generalizar es un recurso del discurso. Toda generalización está sujeta a matizaciones, ¡siempre! Una generalización es siempre lícita cuando una cosa se da en la mayoría de individuos de un colectivo o en un porcentaje considerable. Y créanme, laicos y católicos conozco a mansalva, y la intolerancia se da en ambos. Eso sí, hay muchos que sí son tolerantes, en la medida en que muchos lo pueden ser, pues considero que todo no se puede tolerar y que ser plenamente tolerante es ser un estúpido como mucho, o un hipócrita como mínimo. Un laico de verdad no se habría preocupado tanto por la venida del papa, sin duda, y si se preocupara sería tan militante que protestaría diariamente por el asentamiento de mezquitas. Sin embargo, a mi parecer, un laico habría obviado la venida del papa y habría hecho su vida normal, sin sobresaltos. Por lo cual, he de decir que aquellos que se encararon con jóvenes católicos eran unos farsantes, unos farsantes que con una careta de laicismo excretaban su más mísero odio, cual puramente cristianos, si es que no son lo mismo o casi lo mismo. No obstante, si de algo ha de acusarse al catolicismo, es de excesiva tolerancia con su competencia monoteísta, especialmente con el islam, siendo el catolicismo una ventaja para que los de la media luna se asienten en nuestra tierra en lugar de un muro de contención y de resistencia.

Y bien, esos laicos y ateos han sufrido cargas policiales y los medios se han apresurado en mostrar dichas cargas, promoviendo la psicología del victimismo. En algunas pancartas se podía leer: SOMOS ATEOS, NO QUEREMOS HOSTIAS. Pues qué quiere que les diga, estos ateos, pergueñación siniestra del monoteísmo en general –del catolicismo en particular si hablamos de España-, si desean que les metan de hostias, pues desean ser reprimidos, desean ser mártires de su causa, pues su causa es también religiosa, aunque en un sentido difícil de entender para muchos. Lo diré claro: la negación de algo no es la negación de ese algo, sino su afirmación. Estos ateos y laicos, quienes se llaman laicos por ateos y ateos por laicos, siendo dos cosas distintas -que bien pueden conjugarse-, desean su propia victimización, desean ser vistos como pobrecitos, pues su moral es la misma moral de esclavos que la de sus paridores abrahámicos. Abraham, abuelo de los ateos y laicos.

Para concluir, quisiera reflexionar sobre la imposibilidad de una tolerancia total. No es posible. Quien diga que es tolerante miente. Lo puede ser hasta cierto punto, pero nadie personifica la tolerancia. Y créanme, la tolerancia, ya sea bajo su mayor expresión, como bajo su mínima expresión, es perniciosa. Lo es porque tan perjudicial es dejar hacer todo como dejar hacer nada. La tolerancia sólo es posible, y sólo hasta cierto punto, en sociedades homogéneas, en sociedades ajenas al mundialismo, al internacionalismo, a la bastardización... En un mundo que vive bajo lógicas hegelianas es totalmente imposible.■

CICLO “Tratado de Ateología” (PARTE IV/IV): LAICISMO Y POSCRISTIANISMO



El laicismo militante se basa en la ética judeocristiana, y se contenta a menudo con plagiarla. (…)

(…) El pensamiento laico no es un pensamiento descristianizado, sino cristiano inmanente. Con un lenguaje racional, en el registro desfasado del término, la quintaesencia de la ética judeocristiana perdura. Dios sale del Cielo para bajar a la Tierra. No muere, no lo matan, lo consumen y lo introducen en el campo de la pura inmanencia. Jesús es el héroe de dos visiones del mundo: sólo se le pide que guarde la aureola y que evite los signos de ostentación… (...)

(...) Vayamos más allá de la laicidad, que aún está demasiado impregnada de lo que pretende combatir. Bravo por lo que fue, felicitaciones por sus batallas del pasado y un brindis por lo que le debemos. Pero avancemos de manera dialéctica. Las luchas de hoy y de mañana necesitan nuevas armas, mejor forjadas, más eficaces; precisas instrumentos de la época. Un esfuerzo más, pues, para descristianizar la ética, la política y todo lo demás. Pero también la laicidad, que obtendrá grandes ventajas al emanciparse aún más de la metafísica judeocristiana, lo que le podrá servir realmente en las guerras del futuro.

Pues equiparar todas las religiones a su negación, como propone la laicidad que hoy triunfa, avalamos el relativismo: igualdad entre el pensamiento mágico y el pensamiento racional, entre la fábula, el mito y el pensamiento científico, entre la Torá y el Discurso del Método, el Nuevo Testamento y la Crítica de la Razón Pura, el Corán y la Genealogía de la Moral. Moisés equivale a Descartes; Jesús a Kant; y Mahoma, a Nietzsche… (…)

(…) Ese relativismo es perjudicial. De ahora en adelante, con el pretexto de la laicidad, todos los discursos son equivalentes: el error y la verdad, lo falso y lo verdadero, lo fantástico y lo serio. El mito y la fábula pesan tanto como la razón. La magia vale tanto como la ciencia. El sueño, tanto como la realidad. Ahora bien, todos los discursos no son equiparables: los de la neurosis, la histeria y el misticismo provienen de otro mundo que el del positivista, Así como no debemos darles la misma ventaja al verdugo y a la víctima, al bien y al mal, no debemos tolerar la neutralidad ni la condescendencia abierta con respecto a todos los regímenes de discurso, incluso los de pensamiento mágico. ¿Es necesario ser neutrales? ¿Debemos seguir siendo neutrales? ¿Contamos todavía con los medios para darnos ese lujo? No lo creo…

A la hora que se anuncia la última batalla –ya perdida…- para defender los valores de las Luces contra las propuestas mágicas, es necesario promover una laicidad poscristiana, o sea, atea, militante y radicalmente opuesta a cualquier elección o toma de posición entre el judeocristianismo occidental y el islam que lo combate. Ni la Biblia ni el Corán. Entre los rabinos, sacerdotes, imanes, ayatolás y otros mulás, insisto en anteponer al filósofo. (…)

(Michel Onfray, Tratado de Ateología, Editorial Anagrama –Colección Argumentos, nº339-, Barcelona, 2007. Quinta edición. Página 223-226)


Actualmente el judeocristianismo se manifiesta incrustado en la mentalidad laicista y en las acciones de aquellos cristianos sin Dios que ponen gran énfasis en la culpa y en ese afán de encumbrar a lo paradigmático todo acto sufriente. ¡Admirarme, pues sufro o he sufrido! Ese es el grito del cristiano moderno que pide ser aplaudido cuando se azota; se trata de un cristiano que vive independizado de la Iglesia y de Dios, pero no de sus preceptos más profundos, a saber: su moral y su pulsión de muerte. Cree que vive libre, pero está enfrascado en y controlado por los propios automatismos judeocristianos.

Este mundo está hecho de llorones, los socialistas y los comunistas, por ejemplo, quieren hacer culpable al resto del mundo de las injusticias a las que han sido sometidos. Ellos se piensan especiales, son como el «pueblo elegido», que se cree alumbrado por la verdad y la Razón absolutas. Como no tienen libro Sagrado, se inventan la Memoria Histórica, con sus héroes y batallitas, y, por supuesto, hasta con sus halos de santidad y de leyenda. Esta mentalidad izquierdista es penosa, pues ofrecen culpa al prójimo: quieren que el resto del mundo se sienta culpable ante lo que nos presentan. A mí no me dan ninguna pena, ¡basta de lloriqueos! Pero no sólo la masa izquierdista lleva como baluarte la moral cristiana, también los de derechas o los denominados de centro… ¿de centro? Como si en política se pudiera ser neutral… Así pues, se sigue sacando rédito y grandes beneficios morales gracias al sufrimiento, un sufrimiento que de paso servirá para justificar los males que vayan a infligirse e infringirse al enemigo. ¿No es absurdo todo este chantaje emocional? ¿Cuándo se acabará todo este insulto a la inteligencia, toda esta política de monos pusilánimes?

Donde más “curas” he visto son en los grupos izquierdistas (muchos de ellos ateos y laicos de palabra), en los grupos hippies pasados y modernos (aún queda algún resquicio), y, por supuesto, en la derecha... Son cristianos postmodernos de vida singular, defendiendo una libertad extravagante o que denominamos progre. Esta gente también cree en los mundos subyacentes, nutren de espiritualidad sus postulados, quieren ser más que la Iglesia, pero sin vivir crucificados. Se creen tolerantes y flexibles, cuando son dogmáticos en su fe ilustrada y herederos de una falsa moral, además de tener un carácter “cerrado”, como un candado oxidado en la puerta olvidada de un cementerio en el fin del mundo. Los izquierdosos, amigos del débil, los de derechas, amigos del fuerte, ambos se lloran mutuamente por el dolor que se regalan. Política de catecismo es lo que tenemos: el Congreso es una catequesis de “fe discutida”.

Pero que quede claro que el laicismo no es ateísmo, por lo tanto no es negar a Dios, ni siquiera no tener fe en él, puesto que el laicismo es no estar cohibido o dirigido por las instituciones religiosas. Aún así, el laicismo no garantiza la no inferencia de las autoridades religiosas en la política o en la Ley. Famosas son las bravatas de algunas autoridades enorgullecidas de proclamarse cristianas en público. Alguien que va a dictar órdenes, que va a proponer reformas y todo tipo de medidas políticas que se manifiesta bajo tal identidad, no nos garantiza por lo tanto un Estado Laico. Esto demuestra la poca emancipación del hombre respecto a la Fe y la religión, la gran simulación que es promulgar que existe a rasgos morales una ruptura real entre Iglesia y Estado, por mucho que se peleen por asuntos abortistas o de diversa índole. La única diferencia existente entre ambos es una discrepancia en cuanto a los intereses que les mueven, pues en tanto a lo moral son de un idéntico valor esencial.

Onfray defiende el poscristianismo como superación del laicismo dominante en nuestro mundo contemporáneo. Se trataría de un “laicismo” independizado y descarnado de toda moral judeocristiana. Nada de fe, y, por supuesto, nada de Dios. En el mundo sólo existe una realidad y debe construirse desde ella. No al relativismo laicista, pues da el mismo crédito a la mentira y a la verdad, al mito y a la razón, a lo mágico y a la ciencia; si a un escepticismo sano y ateológico, donde la razón se desarrolle gracias a la duda, sin dogmatismos. Lo que Onfray pide a gritos es un resurgir y una revalorización positiva de la figura del Filósofo, que deberá anteponerse a rabinos, sacerdotes, imanes, ayatolás, mulás… incluso a políticos y legisladores.■


- Material recopilado para este artículo.

CICLO “Tratado de Ateología”(PARTE III/IV): TEOCRACIA



En el siglo XXI comienza con la lucha sin cuartel. De un lado, el Occidente judeocristiano liberal, en el sentido económico del término, brutalmente capitalista, salvajemente mercantil, cínicamente consumista, productor de falsos bienes, ignorante de la virtud, visceralmente nihilista, sin fe ni ley, fuertes con los débiles, débiles con los fuertes, astuto y maquiavélico con todos, fascinado por el dinero, las ganancias, de rodillas ante el oro proveedor de todos los poderes, generador de dominaciones –cuerpos y almas entremezclados-. Según este orden, la libertad para todos es de hecho la libertad sólo para unos pocos, muy pocos, en tanto los demás, la mayoría, se hunden en la miseria, la pobreza y la humillación.

Del otro lado, el mundo musulmán piadoso, fanático, brutal, intolerante, violento, imperioso y conquistador. El fascismo del zorro contra el fascismo del león: uno de los mundos crea víctimas posmodernas con armas inéditas y el otro recurre a un hiperterrorismo de cúters, de aviones secuestrados y cinturones con explosivos artesanales, Los dos campos reivindican a Dios para sí, y cada uno practica las ordalías de los primitivos. El eje del bien contra el eje del mal, con las caras siempre invertidas…

Esta guerra involucra a las religiones monoteístas. De un lado, judíos y cristianos, los nuevos cruzados; del otro, los musulmanes, sarracenos posmodernos. ¿Es necesario tomar partido? ¿Optar por el cinismo de unos con el pretexto de combatir la barbarie de los otros? ¿Debemos en verdad comprometernos con este o aquel sistema, si consideramos las dos versiones del mundo como callejones sin salida? (…)

(Michel Onfray, Tratado de Ateología, Editorial Anagrama –Colección Argumentos, nº339-, Barcelona, 2007. Quinta edición. Página 220, 221)


El poder de las religiones va más allá de lo inimaginable. Poco puede hacerse ya, estamos perdidos. Esta desesperanza espero que resuene como empuje para aquellos que aún ven una salida a este mundo cada vez más enfermizo, odiador y encolerizado. La Fe abre caminos entre los muros de la Razón y dejamos que nos dominen energúmenos sin chispa, seres antropomorfos ciegos, más parecidos a bestias confiadas a la fe que a hombres con grandes miras hacia sí mismos y a la vida. La única diferencia entre un creyente y un animal es la inocencia y naturalidad del segundo.

La moral dominante, alejada de la realidad natural de las cosas, ha creado un artificio de dimensiones tan colosales que el hombre es una apariencia de sí mismo, es decir, una falsedad o una falsificación de su naturaleza. El judeocristianismo y el islamismo, religiones abrahámicas nacidas del mismo vientre, del mismo desierto, desde las mismas pisadas, ha construido un mundo inhumano, un mundo de esclavos, un mundo de pusilánimes y de vigorosos corpúsculos santificados, encarnados en la autoridad religiosa y, por supuesto, es su corpus más ancho, la masa de creyentes encrespados: esclavos de los esclavos.

Me entran ganas de salir a la calle con un farol al estilo Diógenes, pero no para buscar a un hombre bueno, sino para buscar simplemente a un Hombre… ¿dónde está el Hombre? Para encontrarlo habría que despojarlo de toda moral judeocristiana, de todo resquicio dualista y de otras lógicas nacidas de la fantasía y de la histeria original o histeria abrahámica. Luego habría que dotarle y proveerle de una inteligencia sana y antidogmática, dispuesta a divagar sin dejarse seducir por lo ya pensado, por lo supuestamente inalterable o por los iluminados, esos seres de pacotilla, embargadores de almas. Son como el diablo, sólo que no hacen ningún trato ni dan nada a cambio, simplemente te piden el alma y toda tu vida y ellos te prometen la salvación en un mundo de lujo que para colmo deberás ganarte y merecerte. Mortificación y muerte, eso es lo que nos ofrecen los “buenos”. Visto así, el Diablo es un Santo.

Guerra Santa, Yihad… ese es el mundo que nos promete el monoteísmo en el mundo. La desgracia de Europa es que estuviera tan cerca del desierto: luego vino el vecino y se quedó, y nos contagió su enfermedad... Cuántos engaños, cuántas muertes… ¿Vale la pena tanta sangre derramada? Una guerra que nace del odio no es una buena guerra. Ni judíos, ni cristianos ni islámicos… ninguno tiene razón. Son tres hermanos que se pelean entre sí por nada, ¡basta ya de que el mundo se contagie por problemas personales de una familia que veo tan ajena, educada en las mismas mentiras, miserias y carencias mentales!

«¿Es necesario tomar partido?» Sí, pero para destruir la fe; «¿Optar por el cinismo de unos con el pretexto de combatir la barbarie de los otros?» No, mejor combatir el cinismo y la barbarie de ambos; «¿Debemos en verdad comprometernos con este o aquel sistema, si consideramos las dos versiones del mundo como callejones sin salida?» Pues claro que no, mejor ser constructivos y creadores y edificar desde la realidad de las cosas algo digno de ser vivido. ■

CICLO “Tratado de Ateología” (PARTE II/IV): MONOTEÍSMOS



Tiranías de los tres «monos»

Los tres monoteísmos, a los que anima la misma pulsión de muerte genealógica, comparten idénticos desprecios: odio a la razón y a la inteligencia: odio a la libertad; odio a todos los libros en nombre de uno solo; odio a la vida; odio a la sexualidad, a las mujeres y al placer; odio a lo femenino; odio al cuerpo, a los deseos y pulsiones. En su lugar, el judaísmo, el cristianismo y el islam defienden la fe y la creencia, la obediencia y la sumisión, el gusto por la muerte y la pasión por el más allá, el ángel asexuado y la castidad, la virginidad y la fidelidad monogámica, la esposa y la madre, el alma y el espíritu. Eso es tanto como decir «crucifiquemos la vida y celebremos la nada».

Michel Onfray, Tratado de Ateología, Editorial Anagrama –Colección Argumentos, nº339-, Barcelona, 2007. Quinta edición. Página 83)

Quisiera empezar aclarando ante todo que este ciclo no es una muestra de odio contra los creyentes y depositarios de una fe sana y sobre todo privada, sino una muestra de coherencia con lo real y una denuncia y repulsa sin paliativos hacia todas esas religiones que al amparo de una idea ficticia han hecho millones de atrocidades y ocasionado un mal inconmensurable; un mal que requerirá de tantos siglos para destruirse como siglos ha perdurado y perdurará el judeocristianismo y el mal islámico. Este artículo, como el anterior y los siguientes a éste, que conformarán este ciclo, muestran, en definitiva, mi repulsa hacia toda moral y visión judeocristiana e islámica, hacia toda moral pusilánime y hacia toda mentalidad negadora y sadomasoquista, sirviéndome de una inspiración ateológica.

¿Cómo nacen las religiones monoteístas? Pues tal vez del miedo a la muerte o del cultivo desmesurado del miedo en sí que, mezclado con una época de decadencia pagana, un Pablo de Tarso con sus histerismos rimbombantes y un Constantino “ediposo”, acabaron por crucificar a la Humanidad y menoscabar la Vida.

La vida es trágica porque es real, pero he ahí que se crearon los mundos subyacentes, esos mundos alejados de lo verdadero, tan abstractos como irreales, condenando al ser humano a un martirio en la tierra, a una esclavitud estúpida a cambio de un hipotético lugar en el cielo para contemplar a Dios. Ese es el chantaje de los pusilánimes a los mortales durante más de 2000 años: haz lo que dicta la fe o irás al infierno. Y es que las religiones exigen obediencia para ganarse el paraíso. Es así como la Iglesia o el Estado Teocrático imponen un sin fin de obligaciones, ¡y cuantas más se impongan mayores riegos para pecar y sentirse invadido por la mala conciencia! En el pasado este muro inmaterial (y por ello difícil de derrumbar) que mantenía al Hombre del lado de la muerte más que de la vida, pues supone la anulación total del individuo, tuvo una ferocidad sin límites. Hoy, mirando como un clerical de cualquier condición religiosa, solamente vería pecadores orgullosos. Sin embargo, ante los nuevos tiempos, las religiones se han ido ablandando: otra muestra de que todo es mentira y que puede darse el brazo a torcer para sólo mantener o intentar mantener el estatus; o radicalizándose: tal es la rabia del Islam, un canto a la Guerra, un canto a la eliminación de los infieles…; como el Judaísmo, que se nos manifiesta endogámico, centrípeto, belicoso, único, exclusivo…

La religión, como sinónimo de fe y de ceguera, decide por ti las pautas a seguir. La Razón y el sentido común quedan reducidos a las pantomimas de unos supuestos iluminados y a las tesituras del Libro. ¿La libertad individual y la inteligencia? Bobadas, diría el cura, el rabino o el imán. Sin embargo, existe la interesada y prefabricada idea del libre albedrío en sentido judeocristiano que…

La lógica de los monoteísmos se ha decidido a base de lo lícito e ilícito y de lo puro e impuro. ¿Qué es impuro? El cuerpo, el sexo, la inteligencia… ¿Qué es ilícito? Amar, gozar… Con estas lógicas ha dominado el judeocristianismo y el islamismo durante siglos. En el día de hoy, aún resuena el crujir del látigo, ese enorme flagelo que golpea a la humanidad, amoratada en un callejón sin salida.

Y por supuesto, odio a la inteligencia y al saber por parte de los “manoteístas”. Persecuciones a los filósofos, quema de libros… Con el monoteísmo nace el oscurantismo. Aún así, con el Siglo de las Luces la Iglesia comenzó su declive en Europa. En el día de hoy aún espero la estocada definitiva. Pero imposible, pues bien es sabido que el judeocristianismo y el islamismo sobrevivirán a toda empresa de fe; bien es sabido también que hoy no hay nuevas luces conscientes y dispuestas a plantar cara a la invasión de la fe ciega islámica, furibunda, resentida y fanática, convencida de la gloria de un más allá, y cómo no, bien es sabida la inmanencia casi innata de Dios en el Hombre.

Condena a todo materialismo, a todo atomismo, a lo real en definitiva, que desmiente todas las ficciones y deja en ridículo cualquier atisbo de espiritualidad abstracta o mundo subyacente. Continuamente, la Iglesia va de ridículo en ridículo, reconociendo lo que antes negaba a la ciencia. Mejor saber rectificar a tiempo que en empecinarse en los dictados de un Libro que supuestamente contiene todo, pero todo mentira, todo contradictorio.■


La mujer, los ángeles y el paraíso.

Los monoteísmos, manteniendo en sus fieles esa pulsión de muerte que tantos efectos negativos han ocasionado a la psicología humana, prefieren la ficción de un paraíso y postergarse con el flagelo y la castidad en la realidad más inmediata, que cultivar la vida y alegrarse ante un cuerpo que necesita de los goces y de los apetitos más sensuales, culinarios y estéticos. Esto no es culto al cuerpo de forma superficial e incontrolada, sino de culto al Hombre, de no negar esa pulsión de vida, ese instinto que llama al sexo, a las pasiones, etc.

Como muestra de la negación a la vida o pulsión de muerte, los monoteísmos han arrojado todos sus odios y neuras contra lo femenino. El monoteísmo es la falocracia casta e impotente, el mayor de los absurdos, el mayor de los odios hacia uno mismo. La mujer, depositaria de la virtud de dar a luz la vida al mundo; la mujer, turgente y provocativa, con belleza escandalosa, deleite para el hombre que la contempla glorioso y le dice, «¡sí!, dame tus encantos para mi goce y mi alegría y yo te daré los míos». El sacerdote, el ayatolá, el rabino… dicen no, dicen no a la vida, dicen no a la mujer, al sexo… A esto derivamos a la Sexualización de la culpa, llegando hasta los dominios del pensamiento. Tener un pensamiento impuro ya es meritorio de flagelo. Menuda condena esta pulsión de muerte, menuda fascinación de la muerte la de aquel quien se sume a esta atrocidad del espíritu de forma voluntaria. La vida debe ser vívida, pasional y trágica, si no no se ha vivido. ¡No al cinturón de castidad! ¡Sí al sexo sucio y limpio! (¡JA!)

Ya en el génesis muestran los tres libros su repulsa a la mujer. Eva, depositaria de una voluntad que al parecer es seducida por una serpiente, come del árbol sagrado del conocimiento del Bien y del Mal. Desde entonces, el Hombre es expulsado del paraíso por culpa de la tentación (y no a causa de la curiosidad, virtud del filósofo) de una mujer: comienzan los padecimientos. Con el pecado original se intuye el odio a la inteligencia y a la voluntad de saber. Por culpa de una mujer el Hombre camina entre lo real. Pero ese odio hacia la mujer va más allá, pues ya de por sí la mujer aporta consigo el pecado y por ello debe toda su sumisión a lo masculino. Gran avance entonces la emancipación de la mujer, mal por aquellas tribus de histéricas que conforman el absurdo conglomerado de grupúsculos feministas, nacidas del resentimiento hacia el hombre, sacándole rédito y beneficio al martirio que han sufrido: ¡Qué mentalidad más judeocristiana ésta! Bien por Eva, que tuvo el valor de dar rienda suelta a su curiosidad y otorgarnos cual Fausto el conocimiento, mal por las feministas, que ven en el hombre un enemigo. Mal igualmente por aquellos que veneran la inocencia del idiota de Adán.

Dicho lo dicho y para concluir, he ahí el ángel y el paraíso, que Onfray señala perfectamente y que definen a la perfección el idílico mundo monoteísta, irreal y asexuado:

El Mundo fuera del mundo produce dos criaturas fantásticas: el Ángel y el paraíso. El primero funciona como prototipo de antihombre; el segundo, como antimundo.

(Michel Onfray, Tratado de Ateología, Editorial Anagrama –Colección Argumentos, nº339-, Barcelona, 2007. Quinta edición. Página 110)


Textos inspiradores para este artículo:
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CICLO “Tratado de Ateología” (PARTE I/IV) ATEOLOGÍA



Con esta entrada iniciamos un nuevo ciclo en El Mundo de Daorino donde pretendo hacer un pequeño estudio sobre la Primera Parte del ensayo Tratado de Ateología del filósofo francés Michel Onfray. Este autor, materialista, utilitarista y hedonista, propone una trasvaluación de la moral mediante la filosofía y la ética con la única herramienta de la Razón, alejándose de construcciones mediante la Metafísica y la Religión, negando tajantemente a Dios como idea valida; propone, en definitiva, una nueva era moral y ética, el poscristianismo, y una “física de la metafísica” (subtítulo de este libro).

« ¿La religión? Una invención de los hombres para poder asegurarse el poder sobre sus semejantes. ¿La razón? El instrumento que permite luchar contra todas esas tonterías (palabras de Cristovao Ferreira, citadas por M. Onfray)».

(Michel Onfray, Tratado de Ateología, Editorial Anagrama –Colección Argumentos, nº339-, Barcelona, 2007. Quinta edición. Página 46)

Su ataque al judeocristianismo es imperativo, irrumpiendo como una especie de pos-Nietzsche en el panorama filosófico actual. La tarea de la Ateología es deconstruir los monoteísmos (los tres), desmitificar las religiones (las tres), desmontar las teocracias (las tres) y gritar un sí a la vida, un sí al cuerpo, un sí al Hombre, alejándose como consecuencia de la neurosis, de las patologías, de las quimeras que provoca la fe y la fantasía. Así, este libro pretende ser una cura, una cura para erradicar esas pulsiones judeocristianas asentadas en nuestra cultura y que sobrevivirán a la caída de la Iglesia y de toda jerarquía religiosa organizada, ¡tal es el daño! En las voluntades de los hombres aún dicta una teocracia.

«El ateísmo posmoderno anula la referencia teológica, pero también la científica, para construir una moral. Ni Dios, ni Ciencia, ni Cielo inteligible, ni el recurso a propuestas matemáticas, ni Tomás de Aquino, ni Auguste Comte o Marx; sino la Filosofía, la Razón, la Utilidad, el Pragmatismo, el Hedonismo individual y social, entre otras propuestas a desarrollar dentro del campo de la inmanencia pura, a favor de los hombres, para ellos y por ellos, y no para Dios o por Dios».

(Michel Onfray, Tratado de Ateología, Editorial Anagrama –Colección Argumentos, nº339-, Barcelona, 2007. Quinta edición. Página 33)

Para Onfray es necesario, para construir una nueva moral, “trabajar con la realidad y construir a partir de ella”. Esa realidad existente es la sensible, no hay nada más allá. La realidad ostensible es todo a lo que el hombre puede aspirar, lo demás son divagaciones, imaginaciones de la mente, mentiras puras. El ateo debe vivir libremente ante sí mismo, no debe justificar sus actos ante ninguna divinidad ni llenarlos de la malsana mala conciencia. ¡El ateo ha desacralizado el mundo y lo ve ante sí tal como es, sin cuentos de niños, sin revelaciones, sin negar la vida, sólo con la Razón! El ateo es, en definitiva, un guerrero en constante lucha contra la inexpugnable y recurrente idea de Dios.

En el punto dos de la primera parte de este libro que comentamos Onfray dice claramente que Dios morirá con el último de los hombres, pues todo, hasta lo procedente de sus negadores le justifica de algún modo, dándole peso en “lo real”. A mí esto me lleva a lo siguiente: el ateo es un resentido, un odiador (todo odiador es un resentido), una víctima y un verdugo ante una idea que intenta aniquilar, una idea que a cada golpe recibido se hace más grande. ¿Cómo destruir a Dios, pues? Sería fácil, al menos el decirlo lo es: no pensando en él, ¡ja! Tarea ardua, imposible, tan anclada está la idea de Dios en nosotros. Como conclusión, la idea de Dios es totalitaria; y si bien Dios no es real y por lo tanto no es inmanente en la vida misma, si es inmanente en el Hombre, pergueñador de historietas, crédulo oyente de histerias, parturienta fértil de divinidades.

Para matar a Dios tal vez la Ateología sirva como una forma de enfrentarse contra tal idea inventada, contra la quimera, trabajando con la realidad y construyendo a partir de ella; pero la Ateología tal vez no sea lo suficientemente fuerte como para llegar a la consumación liberadora del deicidio. «Así pues, Dios durará tanto como las razones que lo hacen existir; sus negadores también…» (Michel Onfray, Tratado de Ateología, Editorial Anagrama -Colección Argumentos, nº339-, Barcelona, 2007. Quinta edición. Página 33), sentencia Onfray. ¿Pero cómo matar algo que cobra vida con sólo nombrarla? Dios es como Medusa, que al mirarla te convierte en piedra: negar a Dios casi te convierte en un creyente. Tal vez podría matársele siendo lo contrario que lo produjo: activo, afirmador, valiente, inteligente y consciente de “lo real”; pues Dios no pudo nacer sino del miedo y de la debilidad en tierras yermas, en el desierto. En definitiva, la única forma de aniquilarlo sería hundiéndolo en un profundo olvido: ¡Qué grande debería ser el golpe a nivel planetario para provocarnos “una amnesia de Dios”!

Pero he ahí que el ateo de Onfray no ha de confundirse con un “ateo resentido”: «Aquel que pretende aspirar a la no creencia en Dios, quedándose paralizado en el resentimiento, en el odio hacia lo relacionado con semejante invención. La no creencia, la negación total, sería el Nihilismo. Por lo tanto, el ateo es un mal rumiante porque no digiere ni a Dios por un lado ni su negación por otro -pues negar a Dios es una falsa negación-, por lo que no tiene acceso ni a Dios ni al Nihilismo» (daorino). Este tipo de ateo justifica con sus argumentos una idea ficticia, le da crédito al discutirla, pero para Onfray el ateísmo ha de entenderse como aquello que se opone drásticamente a la idea de Dios, sin darle crédito alguno (citarle debería considerarse como un in-nombramiento); pero en realidad el ateo le debe precisamente a Dios toda su existencia, un ateo que es además moral hasta la casquería y que como el hombre de fe se cree dueño de “lo cierto”: ambos, fe y razón, pretenden el poder: ¡¡A DIOS NO DEBE DE ENFRENTÁRSELE, SINO QUE HAY QUE SUPERARLO SIENDO MÁS!!

El principal problema de la Ateología, señala Onfray, es que no hay vocabulario hecho para la confrontación directa contra la Teología y las Teocracias. Ateo significa muchas cosas, ateos pueden ser gente con una fe incuestionable incluso: ateo es todo aquel que se ha rebelado contra el orden teocrático establecido, todo aquel que hace culto a una religión distinta, aquel que vive libre ante Dios, etc. Así pues, ¿cómo llamar a los negadores de Dios? La palabra a-Dios no existe dentro de los significantes establecidos. Este problema es de suma importancia en esta primera parte del libro que tratamos. Ni siquiera en la Ilustración, abanderados de nuestros ideales actuales, abanderados de las luces y del libre pensamiento, se despojaron del lastre judeocristiano: la adaptaron para los nuevos tiempos. No negaban a Dios, ciertamente, lo aceptaban bajo la sombra del deísmo. Así pues, la Ateología es en realidad algo muy reciente.

Onfray defiende el poscristianismo (una nueva Era para la Razón), una vida alejada de Dios, una vida basada en la realidad y en la verdad; defiende una sociedad hecha para el hombre y por el hombre, un mundo del más acá y no del más allá. Entonces su ateísmo no “parece” contener un resentimiento, sino un sí a la realidad sin Dios. La Ateología es entonces una vuelta a la cordura, a la vida, “salud mental recuperada”, como diría el propio francés. El nihilismo queda totalmente al margen, que para Onfray significa la decadencia del Hombre, una ausencia de valores.

«La época parece atea, pero sólo a los ojos de los cristianos o de los creyente. De hecho, es nihilista.»

(Michel Onfray, Tratado de Ateología, Editorial Anagrama -Colección Argumentos, nº339-, Barcelona, 2007. Quinta edición. Página 57)

Pero he que me inquietan ciertas cosas. ¿Qué lugar ocuparía la razón en un nuevo mundo pos-cristiano? ¿El de Dios? Si se hace cuestión de fe La Razón, mal, si se hace de la razón dogma, mal, si la razón es usada a manera de Dios, peor todavía; pero si se usa la razón para argumentar, observar, desenmarañar, desmitificar, desacralizar y aniquilar la mentira y las quimeras (¡pues para lo mismo que se usa la fe puede manejarse la razón!), estupendo.

Vivimos en un mundo aparentemente laico. Si bien dijimos que la mentalidad judeocristiana sobrevivirá a cualquier Institución religiosa, es debido a su inoculación inconsciente en el hombre durante siglos. Su moral se manifiesta espontánea: nuestra sociedad es la de los lastimeros y de los apenados, de los lastimados y de los penosos… ¡cuánta debilidad! Pusilánimes todos, ¿no nos damos cuenta de que todo funciona a base de piedad y pecado? ¡Razón para la inteligencia pero teocracia para el espíritu! Este es nuestro mundo, pura contradicción. ¿Contradicción o malentendido? ¿A caso la razón que se manifiesta en nuestra inteligencia no está judeocritianizada? Al débil se le ama, al masoquista (al que pone la otra mejilla) se le venera. El mundo sigue igual. Vivimos en el ateísmo cristiano o cristianismo sin Dios, como dice Onfray. Pero esto no es una evolución, es sólo una pequeña castración del cristianismo producto de la Ilustración deísta. Debemos superar esta etapa de debilidad, esta etapa decadente, debemos avanzar, según Onfray, a un ateísmo poscristiano, hacia una nueva era sin religiones y sin Dioses, a una nueva era construida exclusivamente con La Razón, La Filosofía y El Hombre. Pero qué lejos aún del “ateísmo ateo” nos encontramos, pues el hombre no está dispuesto a deshacerse de la fe, más bien al contrario, se empecina en matar por ella, en fanatizar su vida por una mentira, en sufrir una patología, una enfermedad mental: este tipo de ser alza su vista a Dios sin ver nada creyendo que es observado y que son escuchadas sus plegarias, mientras el racionalista poscristiano miraría de frente encontrándose consigo mismo en la mirada de otro hombre.

«La teología deja de ser la genealogía de lo moral, y la filosofía toma el relevo. Mientras que la lectura judeocristiana supone una lógica vertical –desde lo bajo de los humanos hacia lo alto de los valores-, la hipótesis del ateísmo cristiano propone una exposición horizontal: nada fuera de lo racionalmente deducible ni disposiciones en otro campo que no sea el mundo real y sensible. Dios no existe, las virtudes no se derivan de una revelación, no descienden del cielo, sino que provienen de un enfoque utilitarista y pragmático. Los hombres se dan a sí mismos las leyes y no tienen necesidad para ello de recurrir a un poder extraterrestre.»

(Michel Onfray, Tratado de Ateología, Editorial Anagrama -Colección Argumentos, nº339-, Barcelona, 2007. Quinta edición. Página 72)

Pues bien, si los Ilustrados sustituyeron a Dios por la Razón, Onfray pretende sustituir a Dios por el Hombre. Una gran pretensión sin duda. Quiere que seamos solares, nada de luces del siglo XVIII, sino solares, que la razón brille fuerte y poderosa sin brizna de Dios. Y quién sabe si Michel Onfray, como buen francés, da comienzo a una nueva etapa ilustrada o al menos cimenta una buena base para eliminar la florecida simiente judeocristiana en un futuro por el bien de Europa y del Mundo.■


Textos de interés:
- http://www.mundodaorino.es/2009/01/crtica-y-afirmacin-de-lo-real.html
- http://www.mundodaorino.es/2008/11/meditando-sobre-nietzsche-de-lo.html