VALORES EN EL PRECIPICIO


Cada mañana, cada día, cada noche, cada semana, cada mes, cada año... llevo mucho tiempo cultivando cierta angustia, una decepción colosal que me incapacita para sentirme identificado con el Hombre, condición impuesta en mí por naturaleza a sabiendas, si es que la naturaleza es sabia (y si es cruel lo hace a "sabiendas"), y de la cual comparto todos sus defectos y escasas virtudes. Mis principios, hace no mucho tiempo vivos en mí, llenos de alegría y fuerza, ahora parecen pálidos espasmos de luz a kilómetros de distancia (son los mismos espasmos de la esperanza). Tolerancia, decía, cuando los Hombres no quieren ser tolerantes; libertad, decía igualmente, cuando solamente los Hombres quieren un buen dueño, una correa que no les apriete; igualdad, continuaba, cuando los Hombres solamente se fijan en las diferencias; y terminaba con compromiso, cuando los Hombres nada más que piensan en sí mismos, con una egolatría feroz que puede traducirse en amistades interesadas a nivel social. No hay nada verdadero, el Ser Humano se ha perdido, ahora vive el Hombre, un ser débil y melifluo, pero cruel y egoísta, equivalente en escala a una cucaracha pero superior a Dios (un Dios en sentido de utopía de la idea del Hombre, ni de lejos mi idea se acerca al catecismo de cualquier religión) en megalomanía y orgullo.

Los valores adquieren importancia y valor si con ellos se quiere hacer algo grande por los demás. Grandes valores son los que han construido los grandes logros de nuestra civilización y que a su vez nos han acercado más a lo Humano, alejándonos del subversivo carácter del Ser Hombre. Unos valores en decadencia son igualmente la decadencia del Hombre, y son el fin de una época y el principio de una agonía o el comienzo de un nuevo reinado con otros valores. Es más, la decadencia de los valores es el resultado del triunfo de unos valores débiles, de escasa fuerza y voluptuosidad. Así calló el Imperio Romano, sucumbido en el vicio y en la corrupción, incapaz de adaptarse al nuevo sistema feudal que les sobrevino.

Algo muere en mí poco a poco cuando mis valores se debilitan, y no es que no crea en ellos, es que no merece la pena ponerlos en pie a modo de estandarte, pues se ríen de ti, te tratan de sectario. Mi voluntad no es la misma, y es que yo luchaba por algo grande para el Hombre. Mi voluntad no decae por desidia, sino por el convencimiento de que al hombre le faltan oídos y le sobran ojos para cegarse por la lujuria de la cosa . El Hombre no es algo por lo que se merezca luchar, ¿o tal vez sí? ¿Puede acaso haber esperanza? Por ahora, llego más bien a la conclusión de que el Hombre es algo más bien digno de pisotear.

Yo me hice a mí mismo de la nada. A modo nietzscheano, supongo que después de la decadencia debe llegar una transvaloración, pero antes pasando por la nada y el vacío; y para ello debo poner en marcha una aptitud poderosa, la voluntad de poder. Este mundo necesita una transvaloración importante, pero para ello habría que escuchar y ya nadie escucha. Un mundo nuevo, un mundo transvalorizado, pasa, en definitiva, por saber escuchar y por no ser débiles.■