CICLO "NIETZSCHE Y EL NACIMIENTO DE LA TRAGEDIA" (PARTE IV/IV)

EL NACIMIENTO Y LA MUERTE DE LA TRAGEDIA


A. EL NACIMEINTO DE LA TRAGEDIA

(…) entre el arte del escultor, arte apolíneo, y el arte no-escultórico de la música, que es el arte de Dioniso; esos dos instintos tan diferentes marchan uno al lado del otro, casi siempre en abierta discordia entre sí y cada vez más vigorosos, para perpetuar en ellos la lucha de aquella antítesis, sobre la cual sólo en apariencia tiende un puente la común palabra «arte»: hasta que finalmente, por un milagroso acto metafísico de «voluntad» helénica se muestran apareados entre sí, y en ese apareamiento acaban engendrando la obra de arte a la vez dionisíaca y apolínea de la tragedia ática. (…)

Friedrich Nietzsche. El Nacimiento de la Tragedia. Alianza Editorial, año 2004. BA 0616, págs. 41, 42. Traducción de Andrés Sánchez Pascual.


Hemos de precisar bien que tanto el mito trágico (el héroe sufriente) como la música constituyen elementos puramente dionisíacos, mientras que el arte escultórico (aparencial) y la epopeya lírica (imitación de la música) constituyen elementos puramente apolíneos. Ambas vertientes, como ya se ha citado durante este ciclo, son dos instintos del arte que unidos dan como resultado la Tragedia griega. Esto no es ciertamente nada nuevo, el propio Nietzsche lo dice en el fragmento de El Nacimiento de la Tragedia (tan claramente, que casi me siento estúpido escribiendo estas palabras) que podéis leer más arriba y que ya se ha nombrado en este ciclo alguna vez, situándonos en antecedentes para entender el origen de la que fuera nuestra cultura pagana europea, la cultura del hombre enamorado del sentimiento trágico de la existencia donde cada paso hecho era una oda a la naturaleza, una apuesta por la vida en pos de una sabiduría eterna e intuitiva que la racionalidad destruiría gracias a la mirada introspectiva del Hombre, gracias a su excesiva confianza en sí mismo y gracias a la moral. Ante esta situación, los dioses del Olimpo ven estupefactos cómo el hombre huye de su naturaleza y de la esencia pura de las cosas, que no tienen ningún pretexto moral ni ético, si no que son porque sí, por decirlo de alguna forma entendible.■


B. EURÍPIDES CAE EN LA TRAMPA: LA DECADENCIA DEL ARTE CON LO SOCRÁTICO


(…) nos será lícito ahora aproximarnos a la esencia del socratismo estético, cuya ley suprema dice más o menos: «Todo tiene que ser inteligible para ser bello»; lo cual es el principio paralelo del socrático «Sólo el sapiente es virtuoso». Con este canon en la mano examinó Eurípides todas las cosas, y de acuerdo con ese principio las rectificó: el lenguaje, los caracteres, la estructura dramatúrgica, la música coral. Eso que debemos imputar frecuentemente a Eurípides como defecto y retroceso poético, en contradicción con la tragedia sofoclea, eso es casi siempre producto de aquel penetrante proceso crítico, de aquella racionalidad temeraria. (…)

(…) en cuanto poeta Eurípides es sobre todo el conocimiento de sus ecos conscientes; y justo eso es lo que le otorga un puesto tan memorable en la historia del arte griego. Con frecuencia tiene que haber pensado, con respecto a su creatividad crítico-productiva, que él debería resucitar para el drama el comienzo del escrito de Anaxágoras, cuyas primeras palabras dicen: «Al comienzo todo estaba mezclado: entonces vino el entendimiento y creó orden». Y si con su nus Anaxágoras apareció entre los filósofos como el primer sobrio entre hombres completamente borrachos, también Eurípides concibió sin duda bajo una imagen similar su relación con los demás poetas de la tragedia. Mientras el nus, ordenador y soberano único del universo, siguió estando excluido de la creación artística, todo se hallaba aún mezclado, en un caótico magma primordial; así tuvo que juzgar Eurípides, así tuvo que condenar él, como el primer «sobrio», a los poetas «borrachos». Lo que Sófocles dijo de Esquilo, a saber, que éste hizo lo correcto, pero inconscientemente, no estaba dicho, desde luego, en el sentido de Eurípides: el cual habría admitido únicamente esto, que Esquilo, porque crea inconscientemente, crea lo incorrecto. (…) De acuerdo con esto, no es lícito considerar a Eurípides como el poeta del socratismo estético. (…)


Friedrich Nietzsche. El Nacimiento de la Tragedia. Alianza Editorial, año 2004. BA 0616, pág. 115 - 118. Traducción de Andrés Sánchez Pascual.


Eurípides supuso el nacimiento de la racionalidad en la tragedia, el repudio hacia los instintos apolíneos y dionisíacos del arte. No es apolíneo por lo tanto, sino socrático, dicho arte racional, pues bien lo apolíneo no puede subsistir sin lo dionisíaco... Por ello la antítesis dionisíaca-socrática es irreconciliable, pues ambos no pueden subsistir juntos: la moral, por así decirlo, aniquila lo amoral; la naturaleza impura de lo racional ahuyenta a Dioniso como el fuego a las bestias. El arte imitativo apolíneo de la naturaleza y la viveza y afirmación vitales dionisíacas de ésta son derruidos ante la clamorosa racionalidad socrática, que cimenta sobre el hombre los nuevos pilares de la cultura occidental.

La tragedia griega, antes de Eurípides, se mostraba llena de vida al ser Dioniso quien lleno de "irracionalidad" se lanzaba al devenir con heroísmo ante la mirada fría de lo apolíneo, que no es sino la apariencia estética de la realidad, que Dioniso llenaba de vida. Lo apolíneo, meramente estético y corpóreo, representación (apariencia) de las cosas y por lo tanto carente de voluntad, necesitaba en definitiva de Dioniso como un pez del agua, ¿pues qué era Dioniso sino la voluntad del hombre, el espíritu activo de aquel ser que se mueve entre los sueños e imágenes apolíneas? Sin Dioniso, Apolo sería como la luna, carente de vida y gris.


Además, lo apolíneo es una expresión de arte escultórico, frente al arte socrático de la moral, que juzga la acción: cosa que no hacen ni Sófocles ni Esquilo, que se maravillan ante la tragedia (y ante las alegrías dadas en ella) sin plantearse si es bueno o si es malo, sino diciéndose un “así es la vida” , cimentando desde la realidad misma (objetivamente, acaparando toda la existencia). ¿Qué es Sócrates sino un advenedizo del cristianismo? Con la racionalidad comienza la decadencia del hombre, una nueva forma de civilización. A partir de ahí se forja toda una cultura y una tradición nacidas del discurso, toda una obra que tiene como debilidad que es sostenida por el hombre en lugar de por la naturaleza y sus dioses olímpicos. ¿Y acaso pensáis que el hombre irracional, el hombre dionisíaco, era irracional en el sentido que hoy entendemos? ¡Porque el hombre dionisíaco es la superación de todas las cosas, es amoral, está por encima del bien y del mal y por ello su comprensión de la realidad es total y su conciencia mucho mayor! ¿Acaso no necesitaba Dioniso a Apolo, quien le daba un principio aparente en el que se forjaba todo el orden de la naturaleza, el orden natural de las cosas (bien expresada en el Olimpo)? Pero la estética socrática se basta a sí misma para destruir milenios de pureza, nace del artificio de las ideas del hombre: la moral es una especie de hijo bastardo de la naturaleza.

En definitiva, lo socrático entendido como moral y puramente racional sin concesiones, representa la huída del hombre de lo Dionisíaco, algo que llegaría a su máximo placer estético con la Ilustración y que fue producto del forjado de muchos siglos. ¿A dónde llegará el hombre con su provocación a la sempiterna irracionalidad de las cosas? ¿Cómo continuará este desafío del hombre contra el orden natural de las cosas y la intuición? ¿Por qué nos empeñamos en ser meramente seres morales, negadores de la realidad compleja, asumiendo cosas como buenas y malas y desdeñando lo que consideramos malo? A fin de cuentas, lo que Nietzsche viene a decir es que la moral supone la muerte del arte puesto que ésta niega parte de lo que es real: su criticismo destruye lo que hay de bello y trágico en el arte, que debe ser objetivo, dionisíaco. ¿Por qué el hombre no supera la realidad y la admite toda entera para empezar a ser acción en lugar de someterse a la pasividad del ser moral? Sólo negando se podía presentir, supongo, la muerte del hombre artístico, del hombre helénico antiguo anterior a Sócrates, del hombre trágico que asumía la vida como tal.

Así, la estética socrática se desenvuelve en la tragedia sin alma ni voluntad, repleta de máscaras; así nace la nueva tragedia de los restos de Dioniso. Supongo que hoy en día es siempre invierno en la vida los hombres negadores: ¡Busquemos heroicos y valientes, no cegatos, nuevas primaveras!■

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