La crisis de la universidad pública. De la carrera séptima al Senado

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Estudiantes de universidades de todo el país caminaron hasta la Plaza de Bolívar para protestar por la crisis económica de la universidad pública.

Después de sobrevivir a un aguacero de dos horas, la multitud de estudiantes llega a la Plaza de Bolívar. Parece que la ocupan casi toda – somos más de 20 mil, dice uno – y se aglomeran frente al Congreso. Detrás de la baranda metálica, miran hacia las escaleras del capitolio como si esperaran la salida del cantante principal de la banda o su telonero. Los policías del Esmad montan guardia y los funcionarios curiosos se asoman por los balcones de los edificios que rodean la plaza.

Uno de los coordinadores de la protesta cae en cuenta de que la gente está a la espera de algo: unas palabras o una señal. Pide un megáfono. La marea de manos trae uno, viejo y sin pilas. “¡Compañeros!, ¡compañeros! – grita en busca de algo de silencio – Necesitamos…. – se detiene un instante, levanta el brazo y grita – necesitamos… ¡otro megáfono!”. La gente que lo alcanza a oír suelta una carcajada.

La Silla Vacía siguió la protesta estudiantil desde que comenzó en diferentes puntos de la ciudad hasta que terminó en la plenaria del Senado.
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La voz distorsionada y tenue de ese megáfono es por estos días la protesta estudiantil. Una voz que no tiene volumen, que el Gobierno poco escucha y que algunos – de lado y lado – confunden con violencia; que se silencia con gases y chorros de agua. “Disturbios”, dicen los titulares de los medios. Alteración de la paz y la concordia.

El movimiento estudiantil tiene miles de caras. Pocas se dejan fotografiar por temor, pero ahí están, en la Plaza de Bolívar. Es la misma multitud frenética de un concierto. Huele a cigarrillo y ropa húmeda, a comida de paquete, Chitos y Charmes. También a marihuana. Varios escurren la ropa mojada, se cambian ahí mismo, se frotan las manos y guardan su muda en la mochila. Se ríen al tiempo que gritan o que insultan al Presidente; dicen barbaridades y después algo demasiado lúcido para una tarde tan fría.

Son miles de estudiantes que llegaron a Bogotá de todas partes. De la Avenida Circunvalar bajó un grupo de la Universidad Distrital. Caminó escoltado por la Policía y por jóvenes de la secretaría de Gobierno – jóvenes cuidando jóvenes –; entraron al barrio La Macarena, bajaron a la Séptima. La lluvia los acompañó todo el trayecto.

De la Universidad Nacional llegó otro grupo, con las caras pintadas y lavadas, ondeando banderas y sosteniendo carteles desteñidos. Por las alcantarillas baja agua llena de pintura. Detrás de ellos vienen los caleños de la universidad del Valle, los costeños de la del Atántico y la de Cartagena y la del Magdalena, los santadereanos de la UIS y la de Pamplona, los boyacenses de la Tecnológica, los pereiranos de la otra Tecnológica, y los de la Pedagógica. Por un momento pareciera que vinieron todos.

Decir que el discurso del movimiento estudiantil está disperso resulta muy fácil. Basta con leer los carteles exhibidos en la plaza – “No a las bases gringas”, “No al TLC”, “No a la reelección”, “Viva el pueblo” –, o con oír los coros que parecen cánticos de hinchadas de fútbol. Con una agenda tan amplia, ¿a qué se le puede prestar atención?

Pero la protesta no está únicamente atrapada en lugares comunes. La verdad de ellos no es tan simple. Entre estos estudiantes de filosofía, sicología, ingeniería ambiental, derecho, literatura y un largo etcétera, se habla también de política. De la política de ellos, que se hace con comparsas y canciones y grafitis, pero que también es en ocasiones caótica.

“Con los recortes presupuestales, el Gobierno está acabando con la educación pública”, dice David Flórez, estudiante de Derecho de la Universidad Nacional. David lleva respondiendo entrevistas varios días, desde el viernes pasado después del incidente con el rector Moisés Wasserman. David es el representante de los estudiantes en el consejo superior de la universidad.

Las transferencias a las universidades han disminuido gradualmente en los últimos años. Adicionalmente, un proyecto de ley busca que estas instituciones asuman el pasivo pensional sin el apoyo de la nación. Las consecuencias son obvias: disminuye la calidad de los programas, los equipos y la planta de profesores. La universidad pública se va apagando como una vela.

Este fue el reclamo que le hicieron a Wasserman el viernes. Reclamo que se salió de control cuando cientos de estudiantes rodearon el carro del rector con él adentro. David dice que no fue un secuestro y que no hubo violencia de parte de ellos. Parece olvidar por un momento que el carro de Wasserman se meció como un bote y sus vidrios aguantaron gracias al blindaje.

Sí hubo violencia de parte de la Policía, añade Paola G., de 19 años, también estudiante de la Nacional: “entraron los Esmad en tanquetas y motos y maltrataron y golpearon a varias personas”.

Mientras tanto, en las redes de Internet comienzan a circular videos de la Policía durante las movilizaciones. En uno de éstos se ve una tanqueta pasar a toda velocidad para dispersar un grupo de estudiantes; después unos agentes disparan balas de goma a la multitud.

“Me llamaron a contarme que hay órdenes de captura contra los estudiantes”, explica David volviendo al episodio del viernes en la Nacional. “Contra mí no, hasta ahora”, remata con una sonrisa. Habla y responde llamadas mientras coordina quién se va a parar a hablar al frente y cómo lo va a hacer. Habla con celulares prestados porque el suyo naufragó en el aguacero. Dice que la Secretaría de Gobierno iba a poner el sonido y no lo hizo. Y para rematar, el megáfono no funciona. Vuelve y sonríe.

A lado de David está Carlos Amaya, de la Federación Nacional de Representantes Estudiantiles y estudiante de la Tecnológica de Boyacá. Lleva una ruana café mojada que debe pesar una tonelada y un sombrero. Le sostiene la sombrilla a una estudiante de periodismo que hace una entrevista a gritos. Entre todos tratan de montar de improviso un comando central o una coordinación general de la marcha. La estrategia es que no hay estrategia.

En las escaleras del Congreso aparece un hombre encorbatado. Pide que dos estudiantes suban para hablar. ¿Para hablar con quién? Una entrevista en el Noticiero del Senado. Varios le recriminan. El movimiento estudiantil no se va a tranza por tan poco.

Ahora se ve la cabeza blanca del senador Jorge Enrique Robledo. Baja al nivel de la multitud y habla con algunos de ellos. Varios lo chiflan. La protesta es de los estudiantes y no del Polo. Aparecen también el senador Jaime Dussán y la senadora Gloria Inés Ramírez. Piden una comisión de voceros para que entre a la plenaria.

David, Carlos y Paola pasan el cordón de la Policía y de los ‘robocops’. Entran al Congreso después de que la Policía requisa sus maletas. Adentro, Robledo les da un breve curso de ‘real politik’: “tienen que hacer planteamientos concretos. El Gobierno va a querer quedar bien ante la opinión pública”. David, Carlos y Paola asienten y toman nota de las instrucciones.

En el salón en frente de la plenaria del Senado se sientan a esperar su turno. Están muertos de hambre – olvidamos llevar comiso, explican –. Toman tinto y repasan el discurso. Algunos senadores pasan y los miran y no entienden. La fusión de dos mundos. Adentro el senador Gerlein se escurre en su silla y dice que la Costa Caribe no tiene dinero. Él habla mientras los demás senadores hablan entre ellos.

Afuera de la plenaria, acompañando a Carlos, David y Paola, está ahora el profesor Pedro Hernández, también de la Nacional. Es el presidente de la Asociación Sindical de Profesores Universitarios. Vuelven a clase. Relee las palabras de los estudiantes y las corrige con esfero rojo.

El problema, explican, es que en el periodo 2003 a 2009 la gran mayoría de universidades estatales no recibió los aumentos presupuestales que le corresponden por ley. "Se acumula una deuda de 429.479 millones, que debe distribuirse en los términos de la ley 30 de 1992 y en cumplimiento de varias sentencias de la Corte Constitucional", consignan en uno de los documentos que traen. Allí mismo también se afirma que el costo adicional de las universidades en aportes a pensión ha generado un faltante de 8.881 millones de pesos, apenas entre 2004 y 2007. De los dos últimos años no tienen cifras sobre ese punto.

El ministro de Hacienda Óscar Iván Zuluaga dijo recientemente que las pretensiones de las univerisdades no eran realistas. Explicó que existen convenios con algunas de ella para atender el tema del pasivo pensional y se refirió a casos de pensiones mal liquidadas y otra serie de irregularidades.

Frente al recorte presupuestal, el Gobierno anunció ayer que incluirá una partida de 160 mil millones de pesos para fortalecer el presupuesto de las universidades públicas. Ese dinero se divide en 70 mil millones para ampliación de la cobertura, 30 mil millones para Colciencias, 42 mil millones para el Icfes y el restante por un reconocimiento del Gobierno por descuentos de matrículas.

El anuncio del Gobierno no soluciona el problema, responden los estudiantes y el profesor Hernández. “Los recursos adicionales tiene que entrar a la base presupuestal de las universidades”, dice Carlos. Y el profesor añade: “el dinero que anunció el Gobierno no es un incremento realmente. Lo que están haciendo es pagando una parte de las deudas del gobierno central con la universidad, sumado a otros pagos, como las exenciones de matrículas. Nada más”.

Afirman que al final los recursos extra de Colciencias e Icetex no van a llegar a las universidades como tal, sino que se manejarán a través de préstamos, becas y programas independientes. Y concluyen que la apropiación directa de 77 mil millones contemplada hasta anoche, es insuficiente para las universidades. Citan los casos de la Universidad de Pamplona, a punto de desaparecer o la del Atlántico, en ley de reestructuración por falta de dinero. Dinero que, olvidan decir, en algunos casos terminó en bolsillos de particulares.

Carlos revisa nuevamente las palabras de los estudiantes para el discurso en plenaria. Tacharon del encabezado el “honorables” que precede a Congresistas. El papel está arrugado y mojado, y es la única copia que tienen. El profesor Hernández también se alista para hablar y leer su texto.

A las cinco de la tarde, después de que el Senado modificara el orden del día, después de que las máquinas de votar se dañaran y se tomara lista a mano, los senadores del Polo lograron que los representantes del movimiento estudiantil intervinieran en la plenaria.

Mientras lo hicieron, la mayoría de senadores continuó haciendo lo suyo, charlando animadamente con sus vecinos, hablando por celular o mandando mensajes, saludando y dando palmadas en la espalda a sus colegas. “Le hablo a los colombianos que nos ven a esta hora”, apuntó Carlos Amaya. Esta vez su voz se oyó fuerte y clara por los parlantes del capitolio y a través de la señal de televisión. Y aunque tal vez no lo oyeron afuera, donde la multitud de estudiantes se iba dispersando poco a poco, finalmente encontraron un megáfono para hablar. Así fuera brevemente.