EL YO-YO-YO Y LA NEGACIÓN DE UNO MISMO

a Pablo de la Línea, un abuelo fuerte

Tengo una especie de amigo llamado Pablo de la Línea que siempre nos tacha de yoístas durante algún instante de las sesiones de Foro Identidad. Sus a veces delirantes intervenciones siempre se topan con la siguiente expresión, pues su discurso es un bucle, un bucle que se dispara de sesión de debate en sesión de debate: "Siempre estáis con el yo-yo-yo", nos dice. Y en cierta manera tiene razón, siempre estamos con el yo, con nuestro yo y yo y yo. Y yo me pregunto, ¿con quién quiere que estemos?, ¿es que acaso podemos dejar de estar con nosotros mismos?, ¿acaso quiere que seamos ajenos a nosotros mismos, que no reivindiquemos ni proclamemos nuestra propia declaración de identidad: yo soy yo?, ¿le molesta que algunos sean ellos mismos?

Pero bien, tal proclamación la puede decir quien esté bien seguro de que él es él. Veo a mucha gente no queriendo ser ella misma, lo cual quiere decir que sin duda se conoce bastante bien, lo bastante bien como para no desear ni juntarse consigo misma, es decir, existe quien se considera una mala compañía para sí misma hasta el punto de querer ser otra persona: tal cosa roza lo delirante. Pero también veo a muchos que andan deambulando en sus trincheras mentales, buscándose el yo, como si eso fuera algo que se pudiera buscar; quieren descubrir su verdadero yo, ¡madre mía!, como si tal sujeto se sintiera una copia barata de algo o un vaso vacío desprovisto de néctar, como un zombi, y quizá lo sea por su rechazo de sí mismo, por la negación de su propia realidad y querer ser otro: aquello que busca incesantemente tu yo es tu yo, ¡hippie! Tanta filosofía barata y de logse ha conseguido que los filósofos actuales sean vanguardistas en la búsqueda de lo inútil, o de lo que no hay que buscar, pues lo tienen delante de sus narices. Los aires de humo de la marihuana de los sesenta aún pesan en muchos trasnochados de hoy; esa generación ha convertido nuestro mundo en algo tan banal como el arte moderno. Somos la expresión más deprimente de la historia de la humanidad (humanidad entendida en su multiplicidad, no como algo que incumba a todos los seres con forma humana del planeta de la misma manera), hemos pasado de la areté griega a la degeneración profunda del discurso; de la expresión bella del arte a la concepción y transformación de lo deforme y de lo horrible en belleza, hemos pasado del conócete a ti mismo, un conócete a ti mismo que parte de la propia afirmación del sujeto (por lo que no hay que buscarlo, sino conocerlo), es decir del yo, de lo que se es, a niégate a ti mismo, preocupándote sólo de lo ajeno, de ser o abocarse a lo otro, en la abnegación más estúpida. Decirme, hombres de la modernidad, ¿por qué no defendéis lo propio?, ¿tanto os odiáis?, ¿¡tanto odiáis al que no desea ser un necesitado, un piadoso, un hombre penoso!?

Es el orgullo la mayor afirmación de uno mismo. Y recordaré lo que es el orgullo (en mi mundo semántico), sobre todo a aquellos que odian el amor a sí mismos: "reconocerse en su justa medida (siendo la justa medida una simple valoración racional pues todo se muestra de forma radical) pues si orgullo es amor propio, ¡qué mal se quiere aquel que se sobrevalora o se infravalora"; y a esto añado que el orgullo es la afirmación constante de uno mismo.

¡Allá vosotros, negadores, hijos del "último hombre"!■