
Me dijeron que Banderas de Nuestros Padres era una americanada, pero me quedé sorprendido al verla, no por la película, que no es la mejor de Clint Eastwood, sino por su trasfondo. Una americanada es aquella película en la que se abusa del patriotismo y del orgullo por la bandera de las barras y de las estrellas y, sin embargo, en esta película, incluso viéndose esas banderas constantemente, no se me ocurriría nunca llamarla americanada, pues su mensaje es un tanto antipatriótico, que no quiere decir antiamericano. Creo que existe un prejuicio demasiado arraigado en el mundo que tacha a las películas de americanadas por el simple hecho de que salga la ya citada bandera.
En esta obra de Clint, se nos muestran dos visiones distintas; una desde el campo de batalla y otra desde otro campo diferente pero en cierto modo de batalla igualmente: el pueblo y el mundo de los medios de “propaganda” y comunicación. El campo de batalla se nos muestra crudo, salvaje, sin contemplaciones, no existe la piedad, solamente hombres que van a morir y a intentar salvar la vida. Por otro lado, el pueblo americano se ve por una parte siempre con su mejor sonrisa y sus fiestas y por otra un tanto hundido y harto de la guerra.
Al margen de la famosa fotografía de unos soldados levantando un mástil y su bandera, que es la base principal de este relato sobre La Batalla de Iwojima, lo más importante es su reflexión sobre el heroísmo y la idea de héroe.
El pueblo necesita héroes en tiempos de guerra, poder tener un refuerzo, a alguien en quien poderse apoyar, aunque esos héroes sean unos desgraciados y se sientan manejados y manipulados para recolectar fondos para la guerra, esa maldita guerra que se ganó desde los laboratorios con la bomba atómica.
En la guerra no hay héroes, no tiene nada de heroico ir a la guerra a matarse unos con otros, ni tiene nada de héroe hacer algo que pudiera ser heroico; en la guerra solamente hay sangre, ceniza, lágrimas y un montón de desgraciados que luchan por una causa ambigua o por intereses que desconocen. La guerra sólo empobrece al hombre y una vez terminada queda una dura y larga recuperación junto con la sensación de que todo podría haberse hecho de otra forma y de que han sido muñecos de trapo manejados por las decisiones de los que se sientan en los despachos y que tienen a sus hijos en la Universidad, ajenos a las tragedias que se viven en las casas de muchas familias humildes o de clase media y en el frente.
Por lo tanto, creo que en cierto modo es una película atrevida, porque toca en el corazón de muchas familias americanas y en el lado más humano de la guerra, que siempre queda sepultado bajo las bombas.
Según tengo entendido, habrá una especie de segunda parte que narrará La Batalla de Iwojima desde la perspectiva japonesa. Seguro que dará mucho juego. Hasta entonces… ¡hay mucho cine por ver! ■