LOS COSACOS



Sin saber cómo empezar este comentario sobre la novela Los Cosacos (1863) del célebre Tolstoi (1828-1910), he aquí que me atrevo a transcribir literalmente el primer párrafo del prólogo de dicha obra, escrita por la traductora, cuyo nombre no aparece en la edición que tengo entre mis manos (Editorial Espasa Calpe, S.A., 2000 - Clásicos breves), un tanto mediocre como objeto, pero sí valioso en espíritu, en mensaje, en palabras. Sea ese párrafo el instrumento que me ayude a introducirme en el análisis de esta estupenda novela:

«Tolstoi, que en su juventud lleva la vida propia de la nobleza rusa, entregándose a los placeres y a la vida fácil, en 1951 abraza la carrera militar por instigación de su hermano Nicolás, y una vez recibido de subteniente se dirige al Cáucaso. Sueña con vivir entre los cosacos, en contacto con la naturaleza, y habiéndose despertado en él una gran inquietud espiritual en la época en que vivió en su finca, entre los campesinos, piensa que allí, en contacto con la vida simple, y lejos del mundo en que había vivido hasta entonces, podría encontrar la fórmula de la felicidad del género humano, que había de consistir en el amor al prójimo y en la ayuda espiritual y material de las clases desheredadas (...)».

Este pueblo de ascendencia rusa y ucraniana, que vivía principalmente en las estepas al norte del mar Negro y en las montañas del Cáucaso y que se extendía hacia el este hasta los montes Altái en Siberia, sirve a Tolstoi para no sólo contar su vida entre los cosacos, sino para ponerla en contraposición con el mundo del que venía y del que era parte. Me recuerda a Thoreau, pues la fórmula de la felicidad de Tolstoi se basa en parte en la naturaleza, en el retiro, es una convicción profunda que aparece en ellos casi como una revelación.

Siguiendo con el tema de la felicidad y queriendo ahondar en la línea que separa la vida de Moscú y la vida entre los cosacos, he aquí a la conclusión a la que llega Olenin, protagonista de la novela: «La felicidad consiste en sacrificio y abnegación» (toda una proclama cristiana). Para el protagonista supone todo un descubrimiento, madurez en sí mismo, y pone en pie de crítica la vida que él mismo llevaba y de la que quería separarse, siempre egoísta, banal y sensualista, un tanto artificial y alejada de la vida en contacto con la naturaleza. Partiendo de esa idea y del convencimiento de que allí encontró la felicidad, la vida del pueblo cosaco se nos muestra como un paraíso, donde las mujeres se encargan del ganado y de la recolección y el hombre a la guerra, a la caza y a la bebida de grandes cantidades de alcohol. Es en sí una vida nietzscheana en el plano estructural familiar, ¡la mujer al servicio del guerrero!: «A la mujer el cosaco la considera como elemento de su bienestar», se dice en la novela.

Pero a pesar de todo este planteamiento, la tragedia tiene igualmente su papel, ya sea en el amor o en la batalla.

Los Cosacos son guardianes y defensores de las fronteras rusas en el Cáucaso, son guerreros valientes y temidos, una caballería célebre que da miedo de sólo nombrarla. En la novela se hace una constante referencia a los abreks, enemigos de los cosacos (y de Rusia), chechenos si no me equivoco, igual de temibles, y al río Terek, donde se desatan violentas sacudidas de fusil. La guerra y la batalla se muestra entre los jóvenes cosacos como un juego, matar a un abrek es ganarse una medalla, respeto y gloria; ¡no hay piedad contra el enemigo que intenta cruzar las fronteras, los dominios cosacos!. Pero como siempre, la tragedia acaba tiñéndose de rojo.

El nombre cosaco proviene de la palabra turca kazak, que significa persona libre. Y a pesar de ello, ha sido un pueblo que ha sido sometido y que ha servido a los zares, a los comunistas, etc., un pueblo que tiene sus luces y sus sombras y que aún así se mantiene derecho y orgulloso de sus tradiciones, de su historia y de su identidad, manteniéndose firme en su lucha por la libertad.■