Nietzsche: La identidad intelectual nihilista


«En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de la “Historia Universal”: pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Tras breves respiraciones de la naturaleza, el astro se heló y los animales inteligentes hubieron de perecer. Alguien podría inventar una fábula semejante pero, con todo, no habría ilustrado suficientemente cuán lastimoso, cuán sombrío y caduco, cuán estéril y arbitrario es el estado en el que se presenta el intelecto humano dentro de la naturaleza. Hubo eternidades en las que no existía; cuando de nuevo se acabe todo para él no habrá sucedido nada, puesto que para ese intelecto no hay ninguna misión ulterior que conduzca más allá de la vida humana. No es sino humano, y solamente su poseedor y creador lo toma tan patéticamente como si en él girasen los goznes del mundo. Pero, si pudiéramos comunicarnos con la mosca, llegaríamos a saber que también ella navega por el aire poseída de ese mismo pathos, y se siente el centro volante de este mundo. Nada hay en la naturaleza, por despreciable e insignificante que sea, que, al más pequeño soplo de aquel poder del conocimiento, no se infle inmediatamente como un odre; y del mismo modo que cualquier mozo de cuerda quiere tener su admirador, el más soberbio de los hombres, el filósofo, está completamente convencido de que, desde todas partes, los ojos del universo tienen telescópicamente puesta su mirada en sus obras y pensamientos.» (Friedrich Nietzsche Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, 1. Editorial Tecnos, Madrid, 1990, p. 17. Traducción de L. Valdés y T. Orduña).
El objetivo de esta interpretación de Nietzsche es bajar un poco la soberbia del hombre que cree que el funcionamiento de la razón discursiva lo es todo y a ella confía el conjunto de su vida ignorando, con funestas consecuencias, que el instinto y los sentimientos son también cierto tipo de inteligencia o “mente” que es necesario desarrollar en armonía con el pensamiento. En este fragmento, los animales inteligentes, a los cuales Nietzsche ya ha colocado delante el sustantivo “animales” –sospecho que no sin intención- y ha situado, además, en el marco majestuoso y deslumbrante de un “universo centelleante” que aún aminora más el estúpido orgullo de tantos “animales racionales” como pululan por doquier en el universo del llamado “pensamiento” o “cultura”, estos “animales inteligentes”, nos dice, “inventaron el conocimiento”. Es por esto, porque este conocimiento no es sino pretendido conocimiento, por lo que no es sino nihilismo pasivo, conceptualismo vacío, “último humo de la realidad”, halago del poder, buscando generalmente el pesebre, búsqueda ansiosa del poder, otras veces, que, sin embargo, no podrán encontrar sino en la superación del hombre respecto de sí mismo hacia el superhombre, tal como indica el concepto “voluntad de poder” en Nietzsche. Por todo ello, a continuación, el autor nos dice que fue: «el minuto más altanero y falaz de la “Historia Universal”», entrecomillando también el concepto “Historia Universal” para darnos a entender que no es sino un remedo de la verdadera historia la cual está por escribir y no sabemos si jamás se escribirá. Pero, a pesar de que alguien consiguiera narrar este lastimoso estado de la inteligencia humana, nos viene a decir el autor, este estado de la inteligencia en la que viven los supuestos teóricos, catedráticos, pergeñadores de relatos, supuestos poetas y los hacedores-de-discursos-que-no-dicen-nada o que dicen y contradicen constantemente lo que dijeron antes, incluso en este supuesto, no podría este narrador expresar aún toda la verdad de esta situación lastimosa: «Alguien podría inventar una fábula semejante pero, con todo, no habría ilustrado suficientemente cuán lastimoso, cuán sombrío y caduco, cuán estéril y arbitrario es el estado en el que se presenta el intelecto humano dentro de la naturaleza». En efecto, la situación de corrupción del saber y de la erudición superficial y vana del que teoriza sobre toda realidad que cree conocer, sin saber auténticamente de nada, no sólo no ha disminuido sino que ha llegado a límites exacerbados hoy, seguramente, a causa de una situación de crisis que precede a la próxima aurora de un auténtico conocimiento, un conocimiento en el cual el equilibrio entre el saber y el sentir, junto al adecuado cultivo de los estético, de lo saludable y del instinto estén en íntima unión en cada ser humano.

El conocimiento aparece en este texto de Nietzsche como aquella capacidad humana que parece destilar soberbia y vanidad. Por ello afirma el autor: «Pero, si pudiéramos comunicarnos con la mosca, llegaríamos a saber que también ella navega por el aire poseída de ese mismo pathos, y se siente el centro volante de este mundo. Nada hay en la naturaleza, por despreciable e insignificante que sea, que, al más pequeño soplo de aquel poder del conocimiento, no se infle inmediatamente como un odre»; para terminar afirmando que el filósofo es «el más soberbio de los hombres», precisamente por pretender manejar el conocimiento en mayor medida. En este sentido el filósofo, el pensador, el erudito cree que es el centro del universo y que todas las miradas están puestas en él: «y del mismo modo que cualquier mozo de cuerda quiere tener su admirador, el más soberbio de los hombres, el filósofo, está completamente convencido de que, desde todas partes, los ojos del universo tienen telescópicamente puesta su mirada en sus obras y pensamientos.»

Pero, para comprender mejor el pensamiento de Nietzsche hay que hacer referencia a sus claves principales y tenerlas todas en cuenta y esto a pesar de no ser un pensamiento sistemático en el sentido de teoría perfectamente elaborada y trabada en sus partes. Estos elementos fundamentales de la filosofía de Nietzsche son la voluntad de poder, el nihilismo, la transvaloración moral y el concepto de superhombre. Todos ellos están relacionados con su crítica demoledora a la cultura tradicional europea, cuyo origen el autor atribuye al idealismo socrático-platónico reformado y “judaizado” por el cristianismo y transformado en idealismo absoluto en Hegel. El “animal intelectual”, si sacamos las consecuencias de lo expuesto por Nietzsche, es un pobre títere parlante con memoria y vitalidad que tiene la ilusión de que puede hacer, cuando en realidad de verdad nada puede hacer. El hacer correspondería al superhombre. Pero ya sabemos la relación entre los conceptos “hombre” y “superhombre” en Nietzsche: «Cuando Zaratustra llegó a la primera ciudad, situada al borde de los bosques, encontró reunida en el mercado una gran muchedumbre: pues estaba prometida la exhibición de un volatinero. Y Zaratustra habló así al pueblo: Yo os enseño el superhombre. El hombre es algo que debe ser superado. ¿Qué habéis hecho para superarlo?Todos los seres han creado hasta ahora algo por encima de ellos mismos: ¿y queréis ser vosotros el reflujo de esa gran marea, y retroceder al animal más bien que superar al hombre?¿Qué es el mono para el hombre? Una irrisión o una vergüenza dolorosa. Y justo eso es lo que el hombre debe ser para el superhombre: una irrisión o una vergüenza dolorosa». (Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra. Introducción, traducción y notas de A. Sánchez Pascual, Alianza Editorial, Madrid, 1ª Edición, 1972. Duodécima reimpresión, 1985. Prólogo, 3, pág. 34)

De este modo, podemos ver mejor la diferencia entre este hombre mecánico y pesebrista que se mueve al son de las corrientes sociales de poder predominantes y el hombre que Nietzsche trata de definir como ideal, el superhombre.

En cuanto al concepto de nihilismo, Nietzsche lo divide en nihilismo pasivo y nihilismo activo. El nihilismo pasivo es el resultado de la “nada” o falsedad en que cayó, según él, la cultura occidental a partir de Sócrates y Platón a causa de la conceptualización y moralización de la filosofía que llevaron a cabo estos autores, seguida luego, según Nietzsche, por el judeo-cristianismo, la metafísica occidental, el conceptualismo del lenguaje, el positivismo científico, etc. que acentuaron este nihilismo. Por tanto, Nietzsche emplea el término nihilismo al menos con dos significaciones: nihilismo pasivo, como igual a decadencia y retroceso del poder del espíritu y nihilismo activo, como signo del creciente poder del espíritu. En consecuencia, también el nihilismo se define en función de la voluntad de poder ya que cuando esta voluntad disminuye como ocurrió, según nuestro autor, a partir de Sócrates, aparece el nihilismo, ya que esta voluntad de poder no es puesta sino como la esencia de la vida la cual es traicionada por esta decadencia. De este modo la segunda clase de nihilismo o nihilismo activo llega cuando los valores creados por la cultura occidental, que son falsos valores en su tesis, ya que son la negación de la vida misma, se derrumban. Así, el nihilismo activo es puesto por una parte como una potencia destructiva de falsos valores que se nutre del creciente poder del espíritu, y por otra parte, como condición necesaria para que la voluntad de poder cree los nuevos valores del superhombre. De este modo, ¿tiene el animal intelectual, candidato a erudito manejador superficial de palabras el poder de destruir falsos valores?

El concepto de transavaloración moral se fundamenta, consecuentemente, en todo lo dicho anteriormente respecto del nihilismo y de la voluntad de poder. La subversión de los valores del noble presocrático la realiza la cultura occidental viciada desde su origen a causa del nihilismo pasivo y su mayor error es el de instaurar la racionalidad abstracta, dogmática, metafísica, sin tener en cuenta la vida: «He dado a entender con qué cosas fascinaba Sócrates: parecía ser un médico, un salvador. ¿Es necesario mostrar todavía el error que había en su fe en la “racionalidad” a cualquier precio?» (Friedrich Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos, Alianza Editorial, Madrid, 7ª edición, 1984. El Problema de Sócrates, 11, página 43).
O también, otro, entre muchos párrafos que podríamos citar: «La luz diurna más deslumbrante, la racionalidad a cualquier precio, la vida lúcida, fría, previsora, consciente, sin instinto, en oposición a los instintos, todo esto era sólo una enfermedad distinta – y en modo alguno un camino de regreso a la “virtud”, a la “salud”, a la felicidad… Tener que combatir los instintos – ésa es la fórmula de la décadence». (Friedrich Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos, Alianza Editorial, Madrid, 7ª edición, 1984. El Problema de Sócrates, 11, página 43).

Por último, el concepto de superhombre enlaza íntimamente con todo lo anterior y corona el edificio filosófico nietzscheano. Aunque Nietzsche emplea con frecuencia un lenguaje lleno de metáforas y otras figuras retóricas que puede dar lugar a equívocas interpretaciones como sus expresiones contra los judíos o calificativos con los que se refiere a cualidades del superhombre como la crueldad, la brutalidad o la falta de compasión, lo cual nos permite comprender, en parte, que su filosofía la aprovechase o utilizase el nazismo para la defensa de sus tesis racistas, también es posible interpretar a Nietzsche, por sus textos, en un sentido muy distinto: Nietzsche manifestó expresamente su hostilidad ante los alemanes y la cultura alemana hasta el punto de abandonar la ciudadanía alemana y hacerse suizo. Por otra parte, la figura del superhombre no se puede separar de su concepción sobre el platonismo y la muerte de Dios, es decir una filosofía y una teoría de la historia como nihilismo y transvaloración moral que no tienen nada que ver con las ideas nazis. El hombre al que hay que superar es el que se somete a la “moral del rebaño”, el que fomenta el desprecio por la vida, y la diferencia entre las personas. El nazismo, por otra parte, defiende el culto a la raza, al Estado, sin embargo, Nietzsche, que no cree en realidades universales, mal podría defender conceptos como la Raza o la Nación y de hecho no los defendió. Nietzsche consideró al Estado como una de las mayores perversiones creadas por el hombre.
En definitiva, Nietzsche rechazó la humildad, la mansedumbre y la prudencia porque pensaba que escondían la cobardía. Rechazó la moral del rebaño, la conducta de los que siguen a la mayoría y fue partidario de crear valores. No todos los hombres los crean sino que la mayoría se encuentran con los valores ya creados, siguen las modas, lo cómodo, su afán es la instalación imitativa en la sociedad, alabando, lisonjeando si hace falta a quien sea con tal de conseguirlo, como se desprende de nuestra interpretación del texto de cabecera en relación con los intelectuales pesebristas tan al uso en nuestra sociedad. La característica fundamental del superhombre, en cambio, es crear valores y someterse a ellos disciplinadamente. El superhombre ama la alegría, el entusiasmo, la salud, es el dueño de sí mismo y de su vida, no se somete por miedo o por afán de prebendas:
«¡Mirad, yo os enseño el superhombre!El superhombre es el sentido de la tierra. Diga vuestra voluntad:¡sea el superhombre el sentido de la tierra!¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores lo sepan o no.Son despreciadores de la vida, son moribundos y están ellos también, envenenados, la tierra está cansado de ellos». (Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra. Introducción, traducción y notas de A. Sánchez Pascual, Alianza Editorial, Madrid, 1ª Edición, 1972. Duodécima reimpresión, 1985. Prólogo, 3, pág. 34)