LA FELICIDAD DESGRACIADA


Como ciudadano del mundo siempre he pensado, o siempre he sabido, que si la crueldad, la tristeza, el remordimiento, la guerra, el caos… todo tipo de “iconos” o absolutos claramente irreverentes e indeseables sacados de la voluntad y de la magia demoledora del ser hombre son, paradójicamente, tan bellas e incluso estéticamente atractivas en literatura y en todo el arte en general, es porque nuestra naturaleza, nuestra realidad, ¡nuestra historia!, nuestro morbo y nuestra vesania así lo han querido. Ahora sólo nos podemos imaginar la felicidad, dibujarla, pintarla, fotografiarla, narrarla e incluso describirla… pero es todo tan hipócrita y fingido: un mundo en el que una parte de él muere lentamente no puede ser feliz aunque la otra mitad esté de desparpajo, viciado de caprichos y de comodidades: eso es lo triste y eso es lo que hace del mundo algo atribulado y carente de felicidad. Pero… ¿y si mañana los que manejan los hilos del mundo se dieran cuenta de quiénes son y quisieran rectificar, que se percataran de que son posibles otras formas, el triunfo de otros “iconos”, éstos sacados de nuestra imaginación, de nuestra esperanza y de nuestros deseos, que por fin brotarían como la flor de la harina en primavera?; ¿qué ocurriría si mañana el mundo fuera perfecto, fuera feliz y justo, una maraña de sentimientos e ideas hoy día casi abstractas, según dicen, utópicas?, ¿ entonces nuestra vida tendría algo más de sentido?, ¿sobre qué hablarían los escritores en sus obras?, ¿sería igual de atractiva la literatura y el arte en general?, ¿nos imaginaríamos la crueldad y nos volveríamos nostálgicos de la misma como si no supiéramos vivir sino como desgraciados?... ■