
Fue en el año 2003 cuando terminé mi primera novela, una obra que no ha visto la luz al gran público y quién sabe si lo hará algún día. No solamente hay que tener talento -a veces ni eso-, también se ha de tener suerte y falta de escrúpulos, ¡hambre de éxito!. Aquel día de 2003 fue uno de los días más satisfactorios de mi vida pues había dado forma a algo que empezó de la nada, aunque luego pare a los recovecos del olvido. Tal vez fuera esa la razón por la que llamé a mi primera novela La Nada y el Olvido, un título que refleja nuestra existencia y nuestro destino, aunque con matizaciones. El fragmento de abajo es el nacimiento de esta ópera prima, un fragmento que escribí en fechas cercanas a San Valentín con una fuerte pasión, con fuego entre mis manos. El amor nace de los infiernos porque es sufrimiento. El infierno no debe ser por lo tanto un lugar fuera de las virtudes celestiales, que el hombre no sepa jugar con fuego no es culpa del Demonio, él solamente representa el mal que nos hacemos los unos a los otros, pues no mueve ni un dedo, nos ha olvidado de la misma forma que Dios.
Este fragmento es más que una carta de amor, es un auxilio, es una llamada de socorro, un aullido bajo el fuego que anhela ser socorrido por aquella a quien ama. El amor nos acerca a los infiernos, pero creer qué es amar es estar muerto.
«Me encantaría volver a descubrir todo aquello que me enseñaste y que ahora permanece olvidado en un cuarto oscuro. Me gustaría tanto volver a verte, rehacer todo aquello que dejamos incompleto, que moriría feliz con tan sólo sentir de nuevo el diluvio de tus labios. Así, moriría en mi delirio e iría al infierno para quemarme en tu recuerdo.
»Si supieras cuántas lágrimas invisibles recorren mi cara e inundan mis vísceras... ¡seguro estoy de que te encantaría beber de mis entrañas para liberarme de la agonía que supone recordarte cada instante!. La misma pasión que hace tiempo me estimulaba, que me llenaba de goce, ahora me hace agonizar como el sol en el crepúsculo. El porqué de la tristeza, el porqué de la frustración: Encontrar un porqué es más complicado que padecerlo.
»Cada día me voy dando cuenta- cada día un poco más- de que ese amor tan fatigoso e inexistente que algunos aventureros persiguen no es sino parte de esa utopía en la que nadie cree. Las lágrimas son gotas de agua dulce que se evaporan con el transcurso de la vida, como si se las llevara la corriente; pero yo no quiero esperar: no deseo perder el tiempo.
»No quiero vivir en mis sueños porque en ellos ya no sueño, y mis fantasías yacen moribundas porque no dejan de rondar la muerte, una muerte en la que no quiero pensar porque me cohíbe creer que sólo ella me podría proteger. Las luces se me apagan y voces emergen. Me gritan “¡estás perdido!, hazlo, hazlo...”. Y lucho contra todo lo que me grita, contra esas voces que me empujan, que me guían. Y no paro de luchar contra esas voces, contra esa parte de mí que me dice que la acompañe, que me dice que me va a salvar, que siga sus hilos porque son mis pasos; pero tengo cierta desconfianza que no sabría describir; ¡hay momentos tan inefables!.
»Pero cómo puedo expresar el deseo de querer decir ¡basta! si es que no lo he hecho ya. La muerte te llama vestida de minotauro desde tus entrañas, te llama en momentos de gran desesperación y tú le obedeces porque es lo único que te hace caso y no aguantas permanecer solo. Pero hay que luchar, porque quitarse el aliento es degradarse: morir infeliz siendo la felicidad el objetivo último y primero es como querer apagar una vela que no está encendida, haber perdido de la forma más humillante» ■