CLAUSURA

Pasaba de los treinta y casi llegaba a los treinta y cinco, aunque para ello aún quedaban varias semanas. Su cabello liso flotaba en el aire cuando andaba, o así parecía, dándole forma a la brisa. Su cuello, lúcido y blanquecino, siempre olía a frutas tropicales, por lo que era un exquisito manjar, como el resto de su figura, que aún no destacando entre las demás mujeres y siendo lo que se diría “del montón”, podría considerarse sumamente atractiva y delicadamente esbelta. En definitiva, no dejaba de ser un paraje apetecible y digno de explorar; eso sí, mediante aptitudes libidinosas y poco “honestas”, aunque la falta de honestidad se encuentra en quien no reconoce los delirios obscenos que tanto nos gustan a todos.

Su vida era imperfecta, impía en forma y en todas las maneras. Carente de libertad, su fortaleza residía en la abnegación. Se virtud se cobijaba en sí misma, pues toda ella era virtud. Paradigma de bondad, a veces explotaba aunque los demás no la escucharan. Nadie le prestaba ayuda, y por eso su vida era ella misma y su calvario; un calvario diario, un infierno solitario, seco y desierto de afectos.

Era una guerrera, pues guerreros son todos aquellos que luchan contra algo. Pero existen diferentes tipos de guerreros, y ella era de las que luchaban con dignidad. La dignidad no es fácil de conseguir, es una aptitud hacia la vida, una pose de cabeza alta, un auténtico y necesario homenaje hacia uno mismo que requiere de voluntad e inteligencia. Digamos que la dignidad del guerrero, incluso la del hombre miserable, reside en el orgullo y en su buen obrar, y aquel que es fuerte de orgullo se respeta a sí mismo y es respetado por “la mayoría de los demás”, aunque a veces la teoría falla, y es que los humanos son demasiado ilógicos: al único animal de este planeta al que se le puede llamar estúpido, con razón y sin equivocarse, es al Hombre.

No tenía pareja, ni vida propia, aunque en su vida existieron desengaños amorosos, calentones de sábanas e incluso momentos de auténtica libertad de la que podemos llegar a saborear. Su vida transcurre en una casa, rodeada de paredes y por un techo con apacible apariencia de “dulce hogar”, pero cada mañana, al despertarse, solamente le queda la sensación de amargo olvido e implacable desarraigo con la vida normal.

Soñaba con ser libre, con ser ella misma y poder realizarse sin objeciones o resistencias ajenas. Sería fantástico poder verla salir a la ventana y contemplar cómo respira la húmeda brisa de una mañana primaveral o camina descalza por la playa contemplando esa belleza que aún puede verse en este mundo. Pero es lo de siempre, de quimeras vivimos y de quimeras se hacen algunos.

Su vida era carcelaria, pues era una mujer secuestrada por su familia, obligada en cierta forma a estar ligada íntimamente a un ser longevo y solitario, como ella, que nunca le dará una alegría o una situación divertida. Y no hablamos de sexo, estar ligado íntimamente puede ser muchas cosas, el lenguaje se ve incapaz de expresar ciertas cosas sin malentendidos.

De mañana a la siguiente mañana y así constantemente. Noches sin dormir, noches sin llorar (amontonándose la amargura para una futura explosión colérica)… su vida era abrumadora en responsabilidades y en cuidados a un ser humano que nunca tendrá tanto como para poder agradecérselo. Y mientras tanto, su familia miraba a otro lado, como si ella era fuera ajena a la vida de la casa, como si fuera una “cosa” ajena a sus felices vidas; felices vidas sin preocupaciones y llenas de caprichos, sin consideración ni empatía, sin pañales ni orines.

Mientras tanto, ella seguirá siendo fuerte y guerrera, hasta que llegue un momento en el que su infierno muera y sea enterrado. Entonces puede que su familia vuelva a acordarse de ella y la acepten en su apretadísima agenda, prestándole ayuda en ciertos quehaceres, estos ya menos sucios.■

Dedicado a Ascen.