CICLO "LA FUERZA MAYOR" (PARTE I/IV): EL CARÁCTER TOTALITARIO Y AUTOSUFICIENTE DE LA ALEGRÍA

«Uno de los distintivos más seguros de la alegría es, por usar un calificativo con resonancias deplorables en muchos aspectos, su carácter totalitario. El régimen de la alegría es el del todo o nada. Sólo hay alegría total o no hay ninguna alegría (y añadiría (…) que sólo hay alegría total y, a la vez, en cierta forma, no hay ninguna alegría). Es evidente que la persona alegre se regocija de esto o de aquello en particular, pero si se le sigue preguntando se descubre en seguida que también se regocija de eso otro y de lo de más allá, y más tarde de esta y de aquella otra cosa, y así hasta el infinito. Su regocijo no es particular, sino general: está «alegre por todas las alegrías», ómnibus laetitiis laetum, como dice un amante satisfecho en una obra del dramaturgo latino Trabea, parcialmente citada por Cicerón. Frase penetrante, aunque uno ignore por completo el contexto al que pertenecía. Lo que sugiere semejante frase puede enunciarse más o menos así: hay en la alegría un mecanismo aprobador que tiende a desbordar el objeto particular que la ha suscitado par afectar indistintamente a todo objeto y conducir a una afirmación del carácter jubiloso de la existencia en general. La alegría se muestra así como una especie de total liberación de responsabilidades concedida a todas y a cada una de las cosas, como una aprobación incondicional de cualquier forma de existencia presente, pasada o futura (…)».

«(…) Lo que en el fondo diferencia al totalitarismo ordinario del “totalitarismo” de la alegría es que el primero sólo existe a condición de solicitar una incesante aprobación por parte del otro, al revés de la alegría que se contenta con su propia facultad aprobatoria (…)»

Clément Rosset. La Fuerza Mayor, Notas sobre Nietzsche y Cioran. Acuarela Editorial, año 2000, págs. 11 y 21. Traducción de Rafael del Hierro.

Con este texto del filósofo francés Clément Rosset comenzamos el ciclo LA FUERZA MAYOR –que consta de cuatro partes–, título que hace referencia de manera explícita al libro del que han sido extraídos todos los textos que conformarán este ciclo y a la “alegría”, tema central e hilo conductor por el que nos conduce Rosset.

Qué mejor momento para hablar de la alegría que en estas fechas, estas fechas de teatralidad llenas de buenas intenciones en apariencia. En esta vida cavernaria los seres inconscientes atados a la silla también sacan de sus bolsillos sus propios objetos para proyectar su sombra. Así, la realidad en navidad se muestra confusa, llena de engaños y sobreimpresionada: existe ya una realidad de falsedades, y encima de ésta, proyectamos otra realidad de falsedades. Pero hasta esa capacidad de autoengaño, que llamamos espíritu navideño, se está perdiendo, pues lo hemos sustituido por los malos vicios y las malas artes de la publicidad, nuestra debilidad y la desidia.

En el texto que os presento, Rosset nos exhibe la alegría como a una niñata déspota y autosuficiente, una especie de malcriada que se cree mejor que nadie. La realidad teórica de Rosset nos demuestra que la alegría es de tal calaña y que todo su narcisismo y despotismo son cualidades inherentes y necesarias en toda alegría (al menos intelectual, consciente). Supongo que muchos habremos sentido de tal forma la alegría alguna vez, cómo se apodera de todo nuestro ser e incluso nos hace (a veces necesariamente) ajenos a todo dolor y a todo sufrimiento. Pero Rosset se refiere a la alegría con miras en un pozo más profundo. No se trata de una alegría de patio de colegio, de escalera de vecinas o de borracho de bareto, donde se olvida todo lo demás (la realidad), es decir, una alegría inconsciente que sirve de paréntesis para despejarse de todo; por el contrario, se trata de una alegría consciente cuya primera cualidad es un sí a la realidad, y ello conforma tanto a lo trágico como al martirio que sufre nuestro planeta como colectividad humana: es una especie de conformismo (de lo real) que no por ello debe ir exento de crítica. Por lo tanto, la alegría de Rosset es un sí absoluto a la vida, una visión nietzscheana que ayudará “tanto para vivir la vida como para conocer la realidad”, punto de vista que trataremos más adelante en el transcurso del ciclo, más concretamente con la siguiente parte: La alegría ilusoria y la alegría paradójica. La Fuerza Mayor de Rosset, en consecuencia con lo dicho, tiene entonces cierto paralelismo con la Voluntad de Poder, incluso casi me atrevería a decir que son conceptos como poco mellizos. ¡La alegría es dionisiaca!, ¡La alegría es vida!

Tanto una alegría consciente como una no consciente comparten varios atributos: la irracionalidad y la insensibilidad frente al sufrimiento. La diferencia estriba precisamente en la inteligencia. Una felicidad consciente sería posible en una sociedad de “sí a la vida”, pero sumidos en la decadencia, nuestra sociedad se muestra a sí misma como una mula, parodiando a un exangüe Jesús arrastrando su cruz. La alegría tal y como se conoce hoy viene dada por la inversión de los valores forjada por la Iglesia y los estamentos religiosos durante siglos: nuestra alegría no es vitalista, es la alegría de la negación del ser humano, del no a los placeres, del “manoteo”… Aunque claro, visto lo visto parece que no llevo razón, pues más que nunca parece que vivimos en una época de hedonismo y de vicio (de aparente alegría dionisíaca, aunque ni el vicio ni el hedonismo lo son: la alegría de hoy es perecedera, volátil, exige consumo), pero yo me refiero al concepto de alegría sin analizar la existencia en sí misma (ya la analizaremos si es de interés para el análisis del texto). De todas formas creo que vivimos en una sociedad donde fracasa la alegría: nadie está orgulloso de sus actos, nadie está conforme con lo que tiene, etc. (y espero que me liciten estas generalizaciones); vivimos en la negación constante y en un simulacro de alegría o de alegría inconsciente para poder soportar la vida.

Supongo que he de matizar cierto aspecto. Yo me ciño al “hombre consciente” para escribir todo esto. Alguien irracional e irreflexivo lanza ponzoñosamente su voz a la realidad afirmándola, pero por la simple razón de que es incapaz de negarla: está tan orgulloso de lo que hace como una mosca de comer la mierda de los demás.

Volviendo al texto, he de analizar el carácter autoritario de la alegría. La alegría es ante todo una superación de la tristeza. Ambas se complementan, ambas son grandes amantes entre sí, pues una vida de alegría sin tristeza no es alegría como tal, de la misma forma que no hay gente alta sin gente baja; pero una vida de alegría es igualmente y necesariamente una vida sin tristeza, la cual está condenada a un segundo plano como elemento superado y no gobernante, es decir, la tristeza ocuparía un estado de “sometimiento y esclavitud”; sin embargo, la tristeza no puede vivir sin alegría o sin la promesa de ésta: la esperanza. Supongo que en el transcurso del ciclo veremos esa relación indivisible entre ambos conceptos. A pesar de todo, Rosset afirma lo siguiente: «Sólo hay alegría total o no hay ninguna alegría (y añadiría (…) que sólo hay alegría total y, a la vez, en cierta forma, no hay ninguna alegría)». Esto continua en cierto modo la línea que sugería empezando este párrafo, aunque él hable de alegría total negando (e invalidando en parte mis palabras) toda convivencia con la tristeza, postura que ya se encargará el propio francés de matizar. Y para no escribir perogrulladamente, concluiré este apartado con otras palabras del propio Rosset y que hacen referencia al sí a la vida y a su carácter autoritario: « La alegría se muestra así (…) como una aprobación incondicional de cualquier forma de existencia presente, pasada o futura (…)». Incondicional es la clave.

La siguiente parrafada de Rosset: «(…) Lo que en el fondo diferencia al totalitarismo ordinario del “totalitarismo” de la alegría es que el primero sólo existe a condición de solicitar una incesante aprobación por parte del otro, al revés de la alegría que se contenta con su propia facultad aprobatoria (…)»; me sugirió la idea de LA FUERZA MAYOR y de LA FUERZA MENOR, ambas como expresiones de la alegría, pero con diferente hábitat. Mientras que la primera se muestra feliz y orgullosa consigo misma, por lo que es autosuficiente, La Fuerza Menor es felicidad dubitativa que requiere de la aprobación y del sustento del otro. Como consecuencia, La Fuerza Mayor es irracional, no necesita buscar explicación, es así porque sí, mientras que La Fuerza Menor es una felicidad humana, alejada de la irracionalidad y de la alegría de la naturaleza, que requiere de los cimientos de la razón para tener un motivo de ser o un perfil de realidad dentro de lo real. Estamos pues ante una felicidad natural y otra de artificio, ante el espectáculo y la energía de la vida y ante los fuegos artificiales llenos de colores de una vida falsificada. En definitiva, si la Fuerza Mayor es autosuficiente se debe a su “carácter jubiloso, aprobatorio e incondicional de y respecto a la existencia en general”.■