NIETZSCHE Y EL CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO


“Nosotros los que conocemos somos desconocidos para nosotros, nosotros mismos somos desconocidos para nosotros mismos: esto tiene un buen fundamento. No nos hemos buscado nunca, - ¿cómo iba a suceder que un día nos encontrásemos? Con razón se ha dicho: «Donde está vuestro tesoro, allí está vuestro corazón»; nuestro tesoro está allí donde se asientan las colmenas de nuestro conocimiento. Estamos siempre en camino hacia ellas cual animales alados de nacimiento y recolectores de miel del espíritu, nos preocupamos de corazón propiamente de una sola cosa -de «llevar a casa» algo. En lo que se refiere, por lo demás, a la vida, a las denominadas «vivencias», - ¿quién de nosotros tiene siquiera suficiente seriedad para ellas? ¿O suficiente tiempo? Me temo que en tales asuntos jamás hemos prestado bien atención «al asunto»: ocurre precisamente que no tenemos allí nuestro corazón -¡y ni siquiera nuestro oído!Antes bien, así como un hombre divinamente distraído y absorto a quien el reloj acaba de atronarle fuertemente los oídos con sus doce campanadas del mediodía, se desvela de golpe y se pregunta «¿qué es lo que en realidad ha sonado ahí?», así también nosotros nos frotamos a veces las orejas después de ocurridas las cosas y preguntamos, sorprendidos del todo, perplejos del todo, «¿qué es lo que en realidad hemos vivido ahí?», más aún, «¿quiénes somos nosotros en realidad?» y nos ponemos a contar con retraso, como hemos dicho, las doce vibrantes campanadas de nuestra vivencia, de nuestra vida, de nuestro ser -¡ay!, y nos equivocamos en la cuenta... Necesariamente permanecemos extraños a nosotros mismos, no nos entendemos, tenemos que confundirnos con otros, en nosotros se cumple por siempre la frase que dice «cada uno es para sí mismo el más lejano», en lo que a nosotros se refiere no somos «los que conocemos»...”

Friedrich Nietzsche, La Genealogía de la Moral, Alianza Editorial, Madrid, 1986, octava reimpresión, Prólogo, 1. Páginas 17-18.


“Nosotros los que conocemos somos desconocidos para nosotros, nosotros mismos somos desconocidos para nosotros mismos: esto tiene un buen fundamento. No nos hemos buscado nunca, - ¿cómo iba a suceder que un día nos encontrásemos?”

Afirma Nietzsche que los conocedores no se conocen a sí mismos. ¿Qué puede suponer esto sino que sólo vertemos nuestra mirada hacia lo exterior? El modo de conocer occidental es un modo de conocer para el manejo del mundo; es un modo del conocer práctico para el trato con la ciencia y la técnica y sólo con lo productivo; es un modo de olvido y huida de lo interior.

El universo interior, nuestro más preciado tesoro, queda así olvidado y postergado sine die. El único haber auténtico que transportamos con nosotros mismos, que supone nuestro propio ser, el único haber que no podemos dejar atrás queda olvidado y despreciado: mañana intentaré pensar, mañana analizaré qué me pasa; mañana veré por qué no soy feliz a pesar de tenerlo todo. Así el haber interior, nuestra alma, lo que nos hace felices o desgraciados, queda desatendido por siempre.

¿No es penoso que verdades tan simples e importantes tenga que recordárnoslas un autor que ha sido calificado de ateo o al menos de agnóstico? ¿O será que Nietzsche era más auténticamente espiritual y hombre interior de lo que muchos de sus intérpretes y superficiales conocedores piensan? Alguien que proclamó la “muerte de Dios” o, al menos, de lo que supone la palabra “Dios” -pues también afirmó que creería en un Dios que cantara y bailara- ¿no proclamaría más bien la muerte de lo que supone “Dios” como metafísica, como falsa espiritualidad, como hipocresía de las iglesias y de los religiosos, como odio hacia la vida, como positivismo científico, como abstracción y mundo de sombras intelectuales que se aleja de la vida?

Es aparentemente penoso que nos recuerde estas verdades un autor como Nietzsche; pero no, pienso que Nietzsche era más auténticamente hombre profundo (interior) y amante de la verdad –aunque se equivocase como todo humano- que muchos de los tomados y proclamados como hombres espirituales por aquellos que no se conocen a sí mismos ni a los demás y no piensan con cierta profundidad; por aquellos que toman la vestimenta y los modos por la realidad, el continente por el contenido.

Afirma Nietzsche a continuación que este olvido del conocimiento de nosotros mismos por parte de “los que conocemos” tiene un buen fundamento, el que “no nos hemos buscado nunca” ¿Cómo se va a encontrar el que no se busca? Y añade luego “Con razón se ha dicho: «Donde está vuestro tesoro, allí está vuestro corazón»” citando a Jesucristo. ¿No es curioso? ¿No nos hace pensar esta cita que Nietzsche no fue tan despreciativo del mundo interior como algunos autores piensan? Y ello a pesar de que clamase frecuentemente en contra de toda religión constituida y de sus hipócritas representantes.

¡Ah! ¡qué verdad es que “nuestro tesoro está allí donde se asientan las colmenas de nuestro conocimiento”. De este modo nuestras búsquedas están ya lastradas desde el principio por el lugar donde hemos puesto nuestro corazón y por las creencias e intereses previos que nos mueven. ¿Quién negará la formidable intuición hermenéutica que subyace en todo escrito nietzscheano?

Dice nuestro autor a continuación: “no nos entendemos, tenemos que confundirnos con otros”. En efecto, al ser extraños para nosotros mismos, al huir de nosotros mismos, no nos queda otro remedio que tratar de confundirnos con la masa. Tratar de ser masa. Si no, nuestra soledad, al estar solos con nosotros mismos -que somos extraños para nosotros mismos-, sería extrema y todo el mundo huye de la soledad extrema.

¡Qué diferencia con aquel que se conoce a sí mismo, y que, del cuidado, solidaridad y sacrificio por los otros extrae el propio aprecio, de tal forma que no se siente solo cuando está a solas consigo mismo, sino acompañado de la persona que ha querido ser y que está plenamente llena de este cuidado y atención a los demás. Porque quien se da a los demás sin esperar nada a cambio posee el afecto que da, centuplicado en sí mismo.

No sabemos lo que vivimos en cada situación, nos dice Nietzsche. No meditamos sobre nuestra vida. No poseemos ninguna técnica de conocimiento verdadero de nosotros mismos y de conocimiento de los demás; ningún conocimiento de la constitución interior para poder estudiarnos a nosotros mismos. ¿No hay aquí material de sobra para reflexionar seria y profundamente? Bueno, si no lo hacemos se cumplirá siempre en nosotros lo que Nietzsche denuncia: “Nosotros los que conocemos somos desconocidos para nosotros…