CICLO “Tratado de Ateología” (PARTE IV/IV): LAICISMO Y POSCRISTIANISMO



El laicismo militante se basa en la ética judeocristiana, y se contenta a menudo con plagiarla. (…)

(…) El pensamiento laico no es un pensamiento descristianizado, sino cristiano inmanente. Con un lenguaje racional, en el registro desfasado del término, la quintaesencia de la ética judeocristiana perdura. Dios sale del Cielo para bajar a la Tierra. No muere, no lo matan, lo consumen y lo introducen en el campo de la pura inmanencia. Jesús es el héroe de dos visiones del mundo: sólo se le pide que guarde la aureola y que evite los signos de ostentación… (...)

(...) Vayamos más allá de la laicidad, que aún está demasiado impregnada de lo que pretende combatir. Bravo por lo que fue, felicitaciones por sus batallas del pasado y un brindis por lo que le debemos. Pero avancemos de manera dialéctica. Las luchas de hoy y de mañana necesitan nuevas armas, mejor forjadas, más eficaces; precisas instrumentos de la época. Un esfuerzo más, pues, para descristianizar la ética, la política y todo lo demás. Pero también la laicidad, que obtendrá grandes ventajas al emanciparse aún más de la metafísica judeocristiana, lo que le podrá servir realmente en las guerras del futuro.

Pues equiparar todas las religiones a su negación, como propone la laicidad que hoy triunfa, avalamos el relativismo: igualdad entre el pensamiento mágico y el pensamiento racional, entre la fábula, el mito y el pensamiento científico, entre la Torá y el Discurso del Método, el Nuevo Testamento y la Crítica de la Razón Pura, el Corán y la Genealogía de la Moral. Moisés equivale a Descartes; Jesús a Kant; y Mahoma, a Nietzsche… (…)

(…) Ese relativismo es perjudicial. De ahora en adelante, con el pretexto de la laicidad, todos los discursos son equivalentes: el error y la verdad, lo falso y lo verdadero, lo fantástico y lo serio. El mito y la fábula pesan tanto como la razón. La magia vale tanto como la ciencia. El sueño, tanto como la realidad. Ahora bien, todos los discursos no son equiparables: los de la neurosis, la histeria y el misticismo provienen de otro mundo que el del positivista, Así como no debemos darles la misma ventaja al verdugo y a la víctima, al bien y al mal, no debemos tolerar la neutralidad ni la condescendencia abierta con respecto a todos los regímenes de discurso, incluso los de pensamiento mágico. ¿Es necesario ser neutrales? ¿Debemos seguir siendo neutrales? ¿Contamos todavía con los medios para darnos ese lujo? No lo creo…

A la hora que se anuncia la última batalla –ya perdida…- para defender los valores de las Luces contra las propuestas mágicas, es necesario promover una laicidad poscristiana, o sea, atea, militante y radicalmente opuesta a cualquier elección o toma de posición entre el judeocristianismo occidental y el islam que lo combate. Ni la Biblia ni el Corán. Entre los rabinos, sacerdotes, imanes, ayatolás y otros mulás, insisto en anteponer al filósofo. (…)

(Michel Onfray, Tratado de Ateología, Editorial Anagrama –Colección Argumentos, nº339-, Barcelona, 2007. Quinta edición. Página 223-226)


Actualmente el judeocristianismo se manifiesta incrustado en la mentalidad laicista y en las acciones de aquellos cristianos sin Dios que ponen gran énfasis en la culpa y en ese afán de encumbrar a lo paradigmático todo acto sufriente. ¡Admirarme, pues sufro o he sufrido! Ese es el grito del cristiano moderno que pide ser aplaudido cuando se azota; se trata de un cristiano que vive independizado de la Iglesia y de Dios, pero no de sus preceptos más profundos, a saber: su moral y su pulsión de muerte. Cree que vive libre, pero está enfrascado en y controlado por los propios automatismos judeocristianos.

Este mundo está hecho de llorones, los socialistas y los comunistas, por ejemplo, quieren hacer culpable al resto del mundo de las injusticias a las que han sido sometidos. Ellos se piensan especiales, son como el «pueblo elegido», que se cree alumbrado por la verdad y la Razón absolutas. Como no tienen libro Sagrado, se inventan la Memoria Histórica, con sus héroes y batallitas, y, por supuesto, hasta con sus halos de santidad y de leyenda. Esta mentalidad izquierdista es penosa, pues ofrecen culpa al prójimo: quieren que el resto del mundo se sienta culpable ante lo que nos presentan. A mí no me dan ninguna pena, ¡basta de lloriqueos! Pero no sólo la masa izquierdista lleva como baluarte la moral cristiana, también los de derechas o los denominados de centro… ¿de centro? Como si en política se pudiera ser neutral… Así pues, se sigue sacando rédito y grandes beneficios morales gracias al sufrimiento, un sufrimiento que de paso servirá para justificar los males que vayan a infligirse e infringirse al enemigo. ¿No es absurdo todo este chantaje emocional? ¿Cuándo se acabará todo este insulto a la inteligencia, toda esta política de monos pusilánimes?

Donde más “curas” he visto son en los grupos izquierdistas (muchos de ellos ateos y laicos de palabra), en los grupos hippies pasados y modernos (aún queda algún resquicio), y, por supuesto, en la derecha... Son cristianos postmodernos de vida singular, defendiendo una libertad extravagante o que denominamos progre. Esta gente también cree en los mundos subyacentes, nutren de espiritualidad sus postulados, quieren ser más que la Iglesia, pero sin vivir crucificados. Se creen tolerantes y flexibles, cuando son dogmáticos en su fe ilustrada y herederos de una falsa moral, además de tener un carácter “cerrado”, como un candado oxidado en la puerta olvidada de un cementerio en el fin del mundo. Los izquierdosos, amigos del débil, los de derechas, amigos del fuerte, ambos se lloran mutuamente por el dolor que se regalan. Política de catecismo es lo que tenemos: el Congreso es una catequesis de “fe discutida”.

Pero que quede claro que el laicismo no es ateísmo, por lo tanto no es negar a Dios, ni siquiera no tener fe en él, puesto que el laicismo es no estar cohibido o dirigido por las instituciones religiosas. Aún así, el laicismo no garantiza la no inferencia de las autoridades religiosas en la política o en la Ley. Famosas son las bravatas de algunas autoridades enorgullecidas de proclamarse cristianas en público. Alguien que va a dictar órdenes, que va a proponer reformas y todo tipo de medidas políticas que se manifiesta bajo tal identidad, no nos garantiza por lo tanto un Estado Laico. Esto demuestra la poca emancipación del hombre respecto a la Fe y la religión, la gran simulación que es promulgar que existe a rasgos morales una ruptura real entre Iglesia y Estado, por mucho que se peleen por asuntos abortistas o de diversa índole. La única diferencia existente entre ambos es una discrepancia en cuanto a los intereses que les mueven, pues en tanto a lo moral son de un idéntico valor esencial.

Onfray defiende el poscristianismo como superación del laicismo dominante en nuestro mundo contemporáneo. Se trataría de un “laicismo” independizado y descarnado de toda moral judeocristiana. Nada de fe, y, por supuesto, nada de Dios. En el mundo sólo existe una realidad y debe construirse desde ella. No al relativismo laicista, pues da el mismo crédito a la mentira y a la verdad, al mito y a la razón, a lo mágico y a la ciencia; si a un escepticismo sano y ateológico, donde la razón se desarrolle gracias a la duda, sin dogmatismos. Lo que Onfray pide a gritos es un resurgir y una revalorización positiva de la figura del Filósofo, que deberá anteponerse a rabinos, sacerdotes, imanes, ayatolás, mulás… incluso a políticos y legisladores.■


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