CICLO “Tratado de Ateología”(PARTE III/IV): TEOCRACIA



En el siglo XXI comienza con la lucha sin cuartel. De un lado, el Occidente judeocristiano liberal, en el sentido económico del término, brutalmente capitalista, salvajemente mercantil, cínicamente consumista, productor de falsos bienes, ignorante de la virtud, visceralmente nihilista, sin fe ni ley, fuertes con los débiles, débiles con los fuertes, astuto y maquiavélico con todos, fascinado por el dinero, las ganancias, de rodillas ante el oro proveedor de todos los poderes, generador de dominaciones –cuerpos y almas entremezclados-. Según este orden, la libertad para todos es de hecho la libertad sólo para unos pocos, muy pocos, en tanto los demás, la mayoría, se hunden en la miseria, la pobreza y la humillación.

Del otro lado, el mundo musulmán piadoso, fanático, brutal, intolerante, violento, imperioso y conquistador. El fascismo del zorro contra el fascismo del león: uno de los mundos crea víctimas posmodernas con armas inéditas y el otro recurre a un hiperterrorismo de cúters, de aviones secuestrados y cinturones con explosivos artesanales, Los dos campos reivindican a Dios para sí, y cada uno practica las ordalías de los primitivos. El eje del bien contra el eje del mal, con las caras siempre invertidas…

Esta guerra involucra a las religiones monoteístas. De un lado, judíos y cristianos, los nuevos cruzados; del otro, los musulmanes, sarracenos posmodernos. ¿Es necesario tomar partido? ¿Optar por el cinismo de unos con el pretexto de combatir la barbarie de los otros? ¿Debemos en verdad comprometernos con este o aquel sistema, si consideramos las dos versiones del mundo como callejones sin salida? (…)

(Michel Onfray, Tratado de Ateología, Editorial Anagrama –Colección Argumentos, nº339-, Barcelona, 2007. Quinta edición. Página 220, 221)


El poder de las religiones va más allá de lo inimaginable. Poco puede hacerse ya, estamos perdidos. Esta desesperanza espero que resuene como empuje para aquellos que aún ven una salida a este mundo cada vez más enfermizo, odiador y encolerizado. La Fe abre caminos entre los muros de la Razón y dejamos que nos dominen energúmenos sin chispa, seres antropomorfos ciegos, más parecidos a bestias confiadas a la fe que a hombres con grandes miras hacia sí mismos y a la vida. La única diferencia entre un creyente y un animal es la inocencia y naturalidad del segundo.

La moral dominante, alejada de la realidad natural de las cosas, ha creado un artificio de dimensiones tan colosales que el hombre es una apariencia de sí mismo, es decir, una falsedad o una falsificación de su naturaleza. El judeocristianismo y el islamismo, religiones abrahámicas nacidas del mismo vientre, del mismo desierto, desde las mismas pisadas, ha construido un mundo inhumano, un mundo de esclavos, un mundo de pusilánimes y de vigorosos corpúsculos santificados, encarnados en la autoridad religiosa y, por supuesto, es su corpus más ancho, la masa de creyentes encrespados: esclavos de los esclavos.

Me entran ganas de salir a la calle con un farol al estilo Diógenes, pero no para buscar a un hombre bueno, sino para buscar simplemente a un Hombre… ¿dónde está el Hombre? Para encontrarlo habría que despojarlo de toda moral judeocristiana, de todo resquicio dualista y de otras lógicas nacidas de la fantasía y de la histeria original o histeria abrahámica. Luego habría que dotarle y proveerle de una inteligencia sana y antidogmática, dispuesta a divagar sin dejarse seducir por lo ya pensado, por lo supuestamente inalterable o por los iluminados, esos seres de pacotilla, embargadores de almas. Son como el diablo, sólo que no hacen ningún trato ni dan nada a cambio, simplemente te piden el alma y toda tu vida y ellos te prometen la salvación en un mundo de lujo que para colmo deberás ganarte y merecerte. Mortificación y muerte, eso es lo que nos ofrecen los “buenos”. Visto así, el Diablo es un Santo.

Guerra Santa, Yihad… ese es el mundo que nos promete el monoteísmo en el mundo. La desgracia de Europa es que estuviera tan cerca del desierto: luego vino el vecino y se quedó, y nos contagió su enfermedad... Cuántos engaños, cuántas muertes… ¿Vale la pena tanta sangre derramada? Una guerra que nace del odio no es una buena guerra. Ni judíos, ni cristianos ni islámicos… ninguno tiene razón. Son tres hermanos que se pelean entre sí por nada, ¡basta ya de que el mundo se contagie por problemas personales de una familia que veo tan ajena, educada en las mismas mentiras, miserias y carencias mentales!

«¿Es necesario tomar partido?» Sí, pero para destruir la fe; «¿Optar por el cinismo de unos con el pretexto de combatir la barbarie de los otros?» No, mejor combatir el cinismo y la barbarie de ambos; «¿Debemos en verdad comprometernos con este o aquel sistema, si consideramos las dos versiones del mundo como callejones sin salida?» Pues claro que no, mejor ser constructivos y creadores y edificar desde la realidad de las cosas algo digno de ser vivido. ■