MAX STIRNER, «el único» y «su propiedad» (II): Lo que hay detrás de la materia:

EL MUNDO ESPIRITUAL Y SUS FANTASMAS

Datos de la edición de "El Único y su Propiedad", de Max Stirner, a que se refiere el artículo: Editorial Valdemar [Enokia S.L.], octubre de 2005. Letras Clásicas nº3 Traducción de José Rafael Hernández Arias. 


1. El devenir del Hombre.

En la primera parte de El Único y su Propiedad, Stirner nos muestra una especie de esquema que me recuerda mucho a esas maravillosas palabras sobre el camello, el león y el niño de Así Habló Zaratustra. En ambas, tanto en la representación de Stirner como en la alegoría de Nietzsche, creo que el devenir está implícito aunque el mensaje sea diferente. Para Stirner existe un acontecer que va del niño al adulto, pasando por el joven. Parecerá muy lógico, pero según las definiciones de Stirner la dimensión de las palabras «transmutan».


 El niño es realista, el joven es espiritual y el adulto ha descubierto su egoísmo, hace suyos los pensamientos y las cosas: «Sólo cuando se ha tomado a sí mismo un cariño personal y, al sentirse como su vivo retrato, encuentra placer en sí mismo (pero esto ocurre en la edad adulta del hombre)» (Pág. 42). El niño ve la materia, forma parte del mundo, su única realidad existe en cuanto que puede sentir las cosas con sus cinco sentidos: «Los niños tenían intereses materiales, esto es, sin pensamientos y sin ideas» (Pág. 43). El joven, sin embargo, es espiritual, se nutre de pensamientos, de cosas que no son cosas, ni siquiera vapores, de cosas que no se pueden tocar, que pertenecen al mundo de las ideas: «el joven se encontró como espíritu y volvió a perderse en el espíritu general, el perfecto espíritu santo, el Hombre, la humanidad, en suma, todos los ideales; el hombre se encuentra como espíritu corpóreo». (Pág. 42-43). Posteriormente el espiritual llegaría al egoísmo y controlaría las cosas y los pensamientos, sería dueño de todo lo que él quisiera para sí.

Las diferencias entre los tres estados del Hombre señalados son ajenos al tiempo y a la edad. Si algo diferencia por ejemplo al ser espiritual del ser egoísta es el «entusiasmo», porque al «enloquecerse» pierde el dominio de sí mismo, mientras que el egoísta sabe lo que le interesa, sabe cuáles son sus prioridades, es decir, está más «centrado». Por ello, no es difícil encontrar a jóvenes con sesenta y cinco años y a adultos con veinte años.

Toda esa evolución se consigue con esfuerzo, es sin duda -según Stirner- una esquematización del proceso de madurez del ser humano. El egoísta es por lo tanto un paso más en el proceso de elevación pero no el último escalón. Stirner deja entrever un paso más allá, un paso que te lleva más alto. Hablamos del anciano. El propio Stirner no nos dice nada del anciano porque aún no lo ha vivido. Así que ¿qué es ese esquema sino el propio devenir de Stirner? Stirner habla de sí mismo en El Único y su Propiedad, es su yo herido el que protesta, el que critica y desnuda los engaños secularizados que tanto detesta.

Si llegara al estado de «ser anciano», y esto es una divagación, tal vez nos encontraríamos con un ser que ha superado el egoísmo, es decir, con alguien que simplemente no obedece ni a su propio capricho, que sirve a Nada, que se ha liberado del interés espiritual y material, de todo tipo de interés; es el hombre que ya ha vivido, es el hombre que ya no vive: la muerte es la superación de «todo», hasta del «Yo».■ 


2. El mundo espiritual.

Mucho es el daño que ha hecho a las conciencias la creación de mundos espirituales, es decir, de mundos subyacentes. Es cierto que todo pensamiento es espiritual, pero es muy diferente construir con el pensamiento una sólida base conceptual para entender el propio mundo ya existente que instituir un universo paralelo invisible, divino y quimérico. Pero en la realidad se ha anquilosado un concepto de lo verdadero, y lo verdadero es hoy ese mundo imaginario de las ideas, de lo espiritual (el dualismo).

Espíritu es entonces todo pensamiento, el hombre es espíritu en cuanto que piensa. Por ello los paganos también eran espirituales, aunque todo su pensamiento lo aprovechaban para el mundo y lo construían desde el mundo para sacralizarlo. Sin embargo, lo divino son pensamientos del más allá, revelados, imposibles para el hombre porque no puede acceder a ellos con las manos.

Stirner, bajo la premisa de un mundo espiritual, describe el mundo como un paisaje fantasmagórico repleto de espíritus, de fantasmas. La idea es un fantasma, el mundo está lleno de terror y muerte, es un mundo sin sombras. «El desgraciado Peter Schlemihl, que ha perdido su sombra, es el retrato de ese hombre convertido en espíritu, pues el cuerpo del espíritu no arroja sombra». (Pág. 51) Pero «el espíritu tiene que crear su mundo espiritual y, antes de crearlo, no es espíritu». (Pág. 60) ¿Qué ha sucedido entonces? Algo muy extraño debe ocurrir para que el niño se convierta en joven, que es quien dota de alma a las cosas, que es quien hace las cosas espirituales. El espíritu nace cuando el Hombre reniega de este mundo, el joven es una especie de sacrílego. La idea emanada de un pensamiento es «verdaderamente verdadera» si no se intenta alterar el mundo real, sin embargo, es inventada e irreal cuando el pensamiento y su idea no forma parte del mundo. Por ejemplo, esa casa, esa otra casa, aquella otra de allí, son reales, sin embargo, la idea de casa… ¿alguien ha visto una idea? La idea existe en cuanto pensamiento, como emanación espiritual, pero como es algo imaginado, algo que no puede ser real en el mundo… al mundo no se le pueden aplicar conceptos absolutos y cerrados porque el mundo es plural y cambiante. Los antiguos eran pensadores realistas, no eran ni niños ni jóvenes, creo que se le ha pasado esto a Stirner, jajaja…■


3. El Hombre espiritual y el egoísta.

El Hombre espiritual es casi el antagonista del egoísta: «¿Qué entiendes tú por egoísta? Un hombre que en vez de vivir una idea, esto es, en el espíritu, sacrificando así su beneficio personal, sirve a este último». (Pág. 61) Por ello los hombres espirituales, quienes viven de las ideas, unas ideas que siempre tienen un carácter universal y absoluto, son seres dogmáticos y odiadores de todo aquello que haya sido producido por uno mismo para el goce personal. El amor propio no patológico (no hablo de narcisismo o de egocentrismo) es denostado, tú debes odiarte porque eres un cuerpo, eres materia: ¡oh!, el hombre espiritual no soporta que el mundo no sea espíritu. El egoísta no obedece a una idea, sólo se obedece a sí mismo, obedece a su propio capricho. El egoísta no es ajeno al mundo y sin embargo se piensa único, es absoluto como ser pero relativo en cuanto existe una relación con el exterior. Pero lo dicho no impide que el egoísta no tenga intereses no materiales, por el contrario también persigue intereses espirituales, pero para su goce, para su provecho: «Os diferenciáis en que tú pones en primer plano al espíritu, él, en cambio, a sí mismo, o en que tu disocias tu «propio yo», el espíritu, y lo elevas a soberano del resto carente de valor, mientras que él no quiere saber nada de esa disociación y persigue intereses espirituales y materiales según su propio placer». (Pág. 62) En definitiva, el hombre espiritual trabaja para la idea y se alimenta de ella, mientras que el egoísta trabaja para sí mismo. Al egoísta no le interesa el prójimo, sino él mismo; el egoísta trabaja para sí y lo hace para conseguir todos sus propósitos: no espera nada de las ideas y de los espíritus, menos de los demás, sino que lo espera todo de su propio esfuerzo y entrega. Él es su causa.

La entrega a uno mismo y la entrega a algo ajeno, ya sea a Dios o a cualquier idea, es lo que diferencia a un hombre aristocrático de un esclavo. El primero sufre pero no se detiene, el segundo sufre y pide consuelo. El primero tiene dominio de sí, el segundo pide que le guíen. El primero se basta consigo mismo y sus iguales (intereses comunes), el segundo anhela un mesías y formar parte de un rebaño que le cuide. El primero quiere que se le respete su interés personal, el segundo procura un desinterés denominado «interés general» o «interés común o comunitario», pretende derogar su propio interés para conseguir aún más beneficio del esfuerzo de todos los demás: ¿Quién es entonces el más egoísta, tomando el término egoísta, claro está, en su acepción más común, no bajo la terminología de Stirner? El «egoísta» es una designación que se le da al YO, pero el egoísmo es propiamente una cualidad del débil, del esclavo, del pordiosero, que pretende no conseguir nada con su propio esfuerzo; en definitiva, niega su propio valor, su propio interés propio. Y cuando hablo de esclavo no me refiero a alguien que es víctima del látigo de su amo, sino de alguien que ya puede estar en un palacio o en un campo de concentración. El esclavo es quien solamente obedece, quien es dominado, quien no es «único» ni «propietario» de sí mismo.■