MAX STIRNER, «el único» y «su propiedad» (III): LAS POSESIONES CELESTIALES

Datos de la edición de "El Único y su Propiedad", de Max Stirner, a que se refiere el artículo: Editorial Valdemar [Enokia S.L.], octubre de 2005. Letras Clásicas nº3 Traducción de José Rafael Hernández Arias.

(…) Quien no ha intentado y osado nunca dejar de ser un buen cristiano, un protestante creyente, un hombre virtuoso, se encuentra preso y confundido en la creencia, virtuosidad, etc. Al igual que los escolásticos sólo filosofaron dentro de la fe de la Iglesia (el Papa Benedicto XIV escribió tochos dentro de la superstición papista, sin jamás poner en duda esa fe), así hay escritores que llenan volúmenes enteros sobre el Estado sin ni siquiera poner en duda la idea fija del Estado, nuestros periódicos rebosan de política porque están poseídos de la demencia de que el hombre ha sido creado para ser un «zoon politikon», y así los súbditos vegetan en el sometimiento, hombres virtuosos en la virtud, liberales en la «humanidad», etc., sin jamás haber tocado esa idea fija con el cortante cuchillo de la crítica. Definitivos, como definitiva puede ser la demencia de un loco, permanecen esos pensamientos sobre pies firmes, y quien duda de ellos, ¡ataca lo sagrado! Sí, la «idea fija», ¡eso es lo verdaderamente sagrado!

¿Nos encontramos simplemente con poseídos del demonio, o topamos con la misma frecuencia con poseídos contrapuestos, que están poseídos por el bien, la virtud, la moralidad, la ley o cualquier otro «principio»? Las posesiones demoníacas no son las únicas. Dios obra en nosotros, y el demonio también, aquel mediante la «gracia», éste de manera «demoníaca». Los poseídos están empeñados en sus opiniones.

Si os desagrada la palabra «posesión», llamadlo «apasionamiento», sí, llamadlo así, porque el espíritu os posee y de él vienen todas las «inspiraciones», toda exaltación y entusiasmo. Añado que el perfecto entusiasmo –pues uno no se puede detener en el débil e incompleto– se llama fanatismo. 

El fanatismo se encuentra precisamente en los instruidos, pues el hombre es culto en cuanto se interesa por lo espiritual, e interés por lo espiritual es (y debe serlo necesariamente cuando es activo) «fanatismo»; es un interés fanático por lo sagrado (fanum). (…)■ (Pág. 77-78)

Vivimos en un mundo moral, o mejor dicho, en un mundo donde las personas son dominadas por una moral. No hacen lo que deben hacer, simplemente se guían por el ambiguo camino de lo que creen que está bien. Sus acciones se reducen a un guión de valores, y ese guión se sigue a rajatabla: no existe la posibilidad de elegir, de ser soberano. Una moral no da tregua a la libertad, las acciones de cada individuo deben erigirse bajo el código moral dominante. Pero el Bien y el Mal no existen, y si existen están tan mezclados que es imposible diferenciarlos. El TAO, aún siendo una noción dual del mundo, muestra claramente que en el Bien se oculta también el Mal y que, por el contrario, dentro del Mal se oculta el Bien. Entender el mundo bajo la senda del Bien es por lo tanto hollar un camino demasiado rígido. Ese camino del Bien ha sido antes labrado por otro, ese Bien no es tú Bien, sino el de alguien ajeno. En la vida no hay moral, la vida está exenta de ese "coste". La moral es esencialmente humana, demasiado humana, una invención, un artificio más.

Bajo el bien se erigen las cosas sagradas y divinas. Lo Bueno y lo Malo se nutren de aquello que beneficia o perjudica a una época determinada. Pero la moral no debe ser necesariamente un error, de hecho creo que es necesario un sistema de valores, un cierto orden ético. Pero el orden debe obedecer a intereses lo más reales posibles. Una moral erigida por el Hombre y para el Hombre, por beneficio del Hombre y que repercuta sobre todo en el individuo: una moral que respete al individuo. Respetar los valores de cada uno, la pluralidad, eso es la única moral que admitiría. Nadie está en posesión de la verdad, y por lo tanto nadie está en posesión del Bien.

Existen poseídos de la divinidad o celestiales, quienes son antitéticos respecto de los poseídos por el Mal, por el Diablo. ¿Por qué no iba a ser lo celestial en el Hombre producto de una posesión?, lo es de hecho. El Dios celestial, la idea de Humanidad y toda idea con miras morales bondadosas domeñan el alma o el espíritu (¡lo que sea!) de la misma forma que el Diablo quiere el alma de los mortales. Tanto el Bien y el Mal quieren dominar tu conciencia, pretenden que te reconozcas en sus atributos esenciales. Lo que ocurre es que siempre el Bien y el Mal se confunden, será porque forman un sólo "ser". Sin embargo, el Hombre con verdadera conciencia siempre estará por encima del Bien y del Mal y por lo tanto alejado de las posesiones celestiales y demoníacas: «Mi moral es la que yo decida».

Yo nombro a Stirner Rey de los sacrílegos. Dilapida todo lo sagrado, no existe nada intocable, todo puede ser atacado por la crítica, todo puede ser cuestionado. La censura nace del entendimiento de que hay ciertas cosas sagradas. ¿Qué es lo sagrado? Lo intangible, lo fijo, lo que está por encima de los hombres, de cualquier hombre. Y es de lo sagrado y de lo divino, que es igualmente lo sagrado, lo que Stirner llama «la idea fija».

La «idea fija» es el génesis del fanatismo. Como diría Cioran: «En sí misma, toda idea es neutra o debería serlo; pero el hombre la anima, proyecta en ella sus llamas y sus demencias; impura, transformada en creencia, se inserta en el tiempo, adopta figura de suceso: el paso de la lógica a la epilepsia se ha consumado… Así nacen las ideologías, las doctrinas y las farsas sangrientas». (E. M. Cioran. Breviario de Podredumbre. Suma de letras, S.L., enero de 2001, págs. 29.) Con el fanatismo, la «idea fija» se convierte en dinamita; excitada por el Hombre, convierte el mundo en una traca. No es menos fanático el presidente de un país desarrollado que invade una nación por considerarla inmoral que un mártir con explosivos que se inmola en una cafetería del centro de Tel Aviv por considerarlos igualmente inmorales e infieles. Todos luchan por su concepto de lo sagrado, por su moral. No obstante, solamente una conciencia alejada de parámetros morales puede darse cuenta del infantilismo al que está sometido al mundo, además del torrente emocional emponzoñado que lo recubre y la poca cordura que existe en su seno. ¿Estoy siendo catastrofista? No, simplemente comento la catástrofe; efecto de la esencia fanática del Hombre que ha inoculado lo insalubre e innatural en la Tierra.

Aquellos que luchan por algo "grande", por su moral, por lo sagrado, aquellos que dirigen y controlan "la fiesta", son unos egoístas involuntarios, pues solamente se sirven a sí mismos. Incendian a los más débiles para que luchen por su causa. Lo sagrado, la moral, es una inoculación más para eliminar la conciencia y la pluralidad. Ese tipo de egoísta crea a seres superiores para servirles porque sufren debido a su egoísmo, porque ven inmoral su naturaleza. Luchan contra su egoísmo, y cuanto más luchan más se benefician a sí mismos, pues lidian por amor propio, para superarse.

(…) Lo sagrado sólo existe para el egoísta que no se reconoce a sí mismo, el egoísta involuntario, para él, que siempre se ocupa de lo suyo y, sin embargo, no se tiene por el ser supremo, que sólo se sirve a sí mismo y al mismo tiempo cree servir a un ser superior, que no conoce nada superior a él y, no obstante, se entusiasma por lo elevado, en suma, sólo existe para el egoísta que no quisiera ser egoísta, y se humilla, esto es, lucha contra su egoísmo y, sin embargo, sólo se humilla «para elevarse», es decir, para satisfacer su egoísmo. Como quiere dejar de ser egoísta, busca por todo el cielo y la tierra seres elevados a los que servir y por los que sacrificarse; pero por más que se esfuerza y se martiriza todo lo hace por amor a sí mismo, y el desacreditado egoísmo no se separa de él. Por eso le llamo el egoísta involuntario. (…)■ (Pág. 69)

El «egoísta involuntario» necesita ser zarandeado por una idea fija; por alguna extraña razón no quiere equipararse a los dioses, no quiere ser soberano. ¿Acaso no se entiende el egoísmo como dominio de sí? El «egoísta involuntario» quiere ser dominado, prefiere ser el esclavo, no achacarse toda la responsabilidad de sus acciones: todo lo que hace es producto de algo superior a él mismo que le guía y le dicta su destino (su culpabilidad queda siempre disculpada ante los hombres pues su acción proviene de la divinidad, del Logos). Por lo tanto, este tipo de egoísta cree servir a intereses superiores a él, se muestra desinteresado, ¿no os recuerda a la figura del mesías, a la del revolucionario, a la de todo tipo de salvador, a la de todo aquel que se abandera con su moralidad y concepción del Bien? Ojo con estos egoístas, son pastores de cabras, a ellos les harán culto aquellos que creen en su «idea fija». Les seguirán los «desinteresados», que son aquellos que convierten una idea en su soberana, es decir, en su voluntad y su conciencia.

(…) ¿Dónde comienza el desinterés? Precisamente donde una finalidad deja de ser nuestra finalidad y nuestra propiedad, de la que nosotros, como propietarios, podemos disponer a nuestro antojo; donde ella se convierte en una finalidad fija o en una… idea fija, donde comienza a entusiasmarnos, a apasionarnos, a fanatizarnos, en suma, donde se manifiesta en ergotismo y se convierte en nuestra… soberana. (…) (Pág. 96)

Por lo tanto, no es de negar que en el mundo gobierna la moral. Encima una moral de humildes, es decir, de débiles. La humildad es una humillación a la potencialidad humana, es una forma de detestar e inmoralizar cualquier demostración de nobleza. La humildad es un valor nada aristocrático, negar la fuerza, el sentimiento de grandeza y de triunfo es negar en sí lo más vital que puede llegar a ostentar todo ser. Un hombre bien constituido debería potenciarse y agotarse mayúsculamente, darlo todo sin escatimar. La humildad al final aboga por la no acción, por el no cultivo del vivir. La humildad es una rendición en toda regla.

Pero si le digo: rezarás, honrarás a tus padres, respetarás el crucifijo, dirás la verdad, etc., pues esto es propio de los hombres y es su vocación o, simplemente, eso es la voluntad de Dios, ya tenemos la influencia moral: un hombre debe aquí humillarse ante la vocación del hombre, debe ser obediente, humilde, tiene que renunciar a su voluntad frente a un extraño que se erige como regla y ley; él debe humillarse ante un superior: humillación voluntaria. «Quien se humilla a sí mismo, será elevado». Sí, sí, los niños deben ser acostumbrados muy pronto a la piedad, beatitud y honradez; el hombre de buena educación es uno a quien le han enseñado, inculcado, insuflado y grabado «buenos principios». (…) (Pág., 119)


 Para colmo, el mundo se instituye bajo el «amor», ¿entendéis porque digo que gobiernan las emociones? El amor es toda negación de razón y de reflexión. Cuando el amor manda estamos siendo poseídos por lo más parecido a lo que llaman Dios. El Amor es el yugo por antonomasia, la mayor fuerza totalitaria, la excelencia religiosa y ascética. Huyamos de todo amor que no sea a nosotros mismos y a nuestros iguales. Bajo el amor se erigen todas las morales, todas las ideologías, todas las instituciones… por amor también fue la Revolución Francesa y la guillotina… El amor como justificante de todas las masacres, como «idea fija» más allá de lo sagrado.

El «amar» es un concepto que surge como inversión del «querer», es decir, del «poseer», o así entiendo yo. «Amar» es entregarse, rendirse, humillarse, sin embargo, «querer» es poner en valor lo que uno codicia conquistar y avasallar con sus propios medios. Alguien que se humilla dice "amo a esa chica", pero alguien que se respeta a sí mismo señala "quiero poseer a esa chica". Con el amor amas al amor, estás enamorado del amor, con el querer posees el objeto de tu capricho y goce y lo puedes hacer tuyo, puedes hacer que forme parte de ti. ¡Acaso no es el amor todo lo contrario a todo egoísmo! ¡Yo quiero ser egoísta, yo quiero poseer y hacerlo propio de mí, de lo que yo considero importante, yo quiero que sea mi propiedad y que me dé placer! Yo sabré ser generoso.

(…) Bien puedo aspirar a la racionalidad, puedo amarla, como a Dios y a cualquier otra idea: puedo ser filósofo, un amante de la sabiduría, al igual que amo a Dios. Pero lo que amo, a lo que aspiro, eso está sólo en mi idea, en mi imaginación, en mis pensamientos: está en mi corazón, en mi cabeza, está en mí como el corazón, pero no es yo, yo no soy ello. (…) (Pág., 119)■