F O R φ ι D E N T I D Λ D - Debate celebrado el sábado, 29 de mayo de 2010


MEMORIA HISTÓRICA
¿Es la historia una falsificación?



RESUMEN:

Como viene siendo habitual, comienza el debate de Foro Identidad con la presentación de los textos seleccionados para el mismo. Uno de ellos consiste en una entrevista a Pierre Nora. El introductor comenta que éste es un historiador judeofrancés, creador y director de la revista Le Débat, perteneciente a la tercera generación de la Escuela de los Annales, la más importante escuela historiográfica de Francia y, posiblemente, de Europa. Es, igualmente, el cogenerador de la corriente historiográfica Nouevelle Histoire, una historia de las mentalidades, entendidas como representaciones colectivas y estructuras mentales de las sociedades. En lo que respecta al tema de debate de hoy, es el teorizador primigenio del concepto de memoria histórica. Lo ha hecho sobre todo mediante su obra en tres volúmenes Les lieux de Mémoire, dónde plantea una geografía sentimental de la nación francesa. Aquí transmite la historia de una nación a través del presente, rompiendo así con el hábito cronológico habitual. A continuación, pasa a leerse un fragmento de la entrevista valorado como altamente significativo para tratar el problema que nos ocupa:

«Memoria e historia funcionan en dos registros radicalmente diferentes, aun cuando es evidente que ambas tienen relaciones estrechas y que la historia se apoya, nace, de la memoria. La memoria es el recuerdo de un pasado vivido o imaginado. Por esa razón, la memoria siempre es portada por grupos de seres vivos que experimentaron los hechos o creen haberlo hecho. La memoria, por naturaleza, es afectiva, emotiva, abierta a todas las transformaciones, inconsciente de sus sucesivas transformaciones, vulnerable a toda manipulación, susceptible de permanecer latente durante largos períodos y de bruscos despertares. La memoria es siempre un fenómeno colectivo, aunque sea psicológicamente vivida como individual. Por el contrario, la historia es una construcción siempre problemática e incompleta de aquello que ha dejado de existir, pero que dejó rastros. A partir de esos rastros, controlados, entrecruzados, comparados, el historiador trata de reconstituir lo que pudo pasar y, sobre todo, integrar esos hechos en un conjunto explicativo. La memoria depende en gran parte de lo mágico y sólo acepta las informaciones que le convienen. La historia, por el contrario, es una operación puramente intelectual, laica, que exige un análisis y un discurso críticos. La historia permanece; la memoria va demasiado rápido. La historia reúne; la memoria divide».

Esta lectura suscita la primera intervención. Un contertulio sostiene que Pierre Nora hace de la historia algo demasiado ideal, cuando realmente la historia se alimenta de la memoria. La historia es tan falsificable como la memoria. Precisamente, por ser científica, puede estar adulterada. La memoria, subjetivamente, puede ser verdad y somos subjetividad, mejor o peor constituida, concluye.

Otro tertuliano precisa que la memoria es una fuente que el historiador no puede desdeñar. La historia se basa en el acontecimiento y la memoria es un acontecimiento. Complementando esto, un tercero añade que memoria e historia se retroalimentan. La historia se basa en textos escritos y eso es memoria. La historia consiste en enfatizar en los hechos que nos interesan y no es hasta el siglo XIX cuando la historia deja de ser el mero elogio del gobernante.

Dentro de este cúmulo de rápidas reacciones que ha generado la lectura de aquel fragmento, un cuarto contertulio, respondiendo a estos puntos de vista, llama la atención hacia el hecho de que la historia establece filtros para las fuentes, al objeto de garantizar su autenticidad como fuente y su fiabilidad, referida esta última al autor de la fuente. También señala que este camino que ha tomado el debate nos lleva directamente a una discusión acerca del método histórico. Y que, desde este momento, es conveniente establecer una clara dicotomía entre la historia como tal, destinada a eruditos y gente más o menos culta, y la creencia popular acerca del pasado, que hoy es elaborada por el cine, por libros de carácter no histórico (científicamente hablando) y por otros elementos de similar calidad histórica ínfima.

En un sentido más general, otro participante sostiene que la historia es puramente documentación de hechos. Añade que esto no lo puede hacer una sola persona sino que debe ser producto de varias corrientes historiográficas. La historia es algo muy distinto de la memoria histórica y hacer pasar a la segunda por la primera es un fraude. La memoria histórica la hacen determinadas personas, bandos o partidos y con una vocación claramente instrumental. Prosigue con la denuncia de la llamada ley de la memoria histórica en España, que tiene, según él, mucho de revancha y de intencionalidad política. Concluye con la afirmación de que la historia nunca podrá ser una ciencia, al ser descripción de hechos vividos, a la cual se transmite la propia estructura mental. Vemos como en el debate se distinguen tempranamente dos grupos: el de aquellos que consideran absolutamente incompatibles, en lo referente al conocimiento, historia y memoria histórica, y que se decantan por la historia como único camino verídico de conocer el pasado, y el de aquellos otros que ven cierta complementariedad entre ambas e incluso cierta preeminencia analítica de la memoria histórica sobre la historia.

Esta intervención es rápidamente respondida por otro tertuliano. Considera éste que la memoria histórica es una memoria social. Sostiene además que no existe revanchismo alguno en el caso expuesto. Afirma, por último, que la memoria histórica, al ser individual y subjetiva, podría ser positiva para el hombre, al no ser tan pesimista como la historia.

Esta respuesta es seguida por una réplica por parte del contertulio aludido. Un fenómeno humano visto a distancia no parece ser el mismo fenómeno, manifiesta. Si queremos exigir objetividad histórica no podemos atender a la memoria histórica de sus diferentes protagonistas. La historia debe ser hecha por profesionales, señala, para concluir que lo fundamental es separar memoria histórica de historia.

En este momento se produce la aportación de un participante recién llegado de un viaje a Alemania. Impregnado aún de sus recientes experiencias, afirma que memoria histórica es una expresión que ha triunfado, pero básicamente en España. En Alemania no se habla de memoria histórica, es algo por lo que la gente no tiene el más mínimo interés. Concluye denunciando que en España existe una manipulación de la memoria histórica.

A continuación, otro tertuliano considera pertinente introducir en el debate un texto del filósofo francés Alain de Benoist, correspondiente a su obra Comunismo y nazismo. 25 reflexiones sobre el totalitarismo en el siglo XX (1917-1989). Por su interés extremo es reproducido aquí:

«La comprensión del pasado no puede efectuarse desde el horizonte del juicio moral. En el terreno de la historia, la moral se condena a la impotencia, porque se basa en la indignación –definida por Aristóteles como una forma no viciosa de envidia–, una indignación que, al proceder mediante el descrédito, impide el análisis de lo que desacredita. La descalificación por razones de orden moral –escribe Clément Rosset– permite evitar todo esfuerzo de la inteligencia para entender el objeto descalificado, de forma que un juicio moral traduce siempre un rechazo de analizar e incluso un rechazo de pensar».

Frente a lo que se sostiene en el texto, un participante afirma que el historiador debe valorar todas las versiones existentes del acontecimiento y que la historia oficial, realmente, no recoge las historias de sus protagonistas. Concluye con la aseveración, a modo de ejemplo, de que en España falta condenar el golpe de Estado contra la República en 1936.

Como viene siendo frecuente en este debate, tal afirmación encuentra pronta respuesta. Se sostiene ahora, por parte de otro contertulio, que el golpe de Estado de 1936 fue un golpe contra un desorden constitucional. Insiste en que la historia no puede ser una memoria, y que se necesita acreditar aquello que se dice.

Otro participante tercia ahora en esta discusión. Incide en el hecho de que la memoria, en sí misma y abarcando también ámbitos no históricos o políticos, es engañosa. También señala que la memoria histórica se ha utilizado por una parte del poder político para la lucha política. Respondiendo al contertulio viajero, observa que Alemania es un caso particular de negación de la historia y de falsificación de la misma por parte de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, con sus instrumentos de represión militar e ideológica.

El viajero añade que es complicado comprender cómo aún no se ha llegado a entender bien la historia de España, particularmente lo relacionado con la Segunda República y la Guerra Civil. Recomienda leer la obra La Guerra Civil Española, de Hugh Thomas.

Un crítico de la memoria histórica vuelve a la carga. La historia no puede ser descrita por ninguno de los bandos, que aportan su propio interés y su ideología, falsificando así la historia. Añade la interesante reflexión de que los cuadros de los partidos políticos de izquierda son, en general, incultos. Ignoran la historia y sólo les interesa la ideología y la toma del poder. Señala, por último, como Levi-Strauss sostiene que la historia debe ser interdisciplinar y basada en documentos, modo de garantizar su rigor y veracidad.

Termina el debate con una intervención en la que se plantea el problema de la historia entendida como elemento de poder. Observa este contertulio como la historiografía marxista hace esto con buena conciencia, fruto sin duda del sentimiento de legitimidad hipertrofiado que acusan los marxistas y, en general, toda la izquierda. Sentimiento de legitimidad absolutamente injustificado, añade. Se señalan en la cuestión que nos ocupa dos problemas. Uno el de utilizar la memoria histórica como sustituto de la historia, pero haciéndola pasar por historia y con una intencionalidad de lucha política. Otro utilizar los medios de comunicación de masas para difundir una historia falsificada pero que, gracias al carácter precisamente masivo de estos medios, a su capacidad de difusión, termina por imponerse como verdad, al menos para el pueblo.

Autor de esta síntesis: De Lorenzo