EXPRESIÓN SENSIBLE DE LO INVISIBLE


Más allá de no agotarse en un naturalismo –tal como hoy sólo la ignorancia o la falsificación tendenciosa de algunos puede presentarla– más allá de conocimiento de los ideales de la superación viril y de la liberación absoluta, en la concepción pagana el mundo era un cuerpo viviente, compenetrado por fuerzas secretas, divinas y demónicas, por significados y por símbolos, de acuerdo al dicho de Olimpiodoro: era la “expresión sensible de lo invisible”. El hombre vivía en conexión orgánica y esencial con las fuerzas del mundo y del supramundo, de modo tal de poder decir, con la expresión hermética, que era “un todo en el todo, compuesto de todas las potencias”: no otro es el sentido que trasunta de la doctrina ario-aristocrática de âtmâ. Y esta concepción fue la base sobre la cual se desarrolló, como un todo en su manera perfecta, el corpus de las ciencias sagradas tradicionales.

El cristianismo infringió esta síntesis, creó un abismo trágico. Y así, por un lado el espíritu se convirtió en el “más allá”, lo irreal, lo subjetivo; de allí la raíz primera del abstractismo europeo; por otro, la naturaleza se convirtió en materia, exterioridad encerrada en sí misma, fenómeno enigmático. De allí la actitud que tenía que dar lugar a la ciencia profana. Y como el saber interior, directo, integral dado a la Sabiduría se le sustituyó el saber exterior, intelectual, discursivo-científico, profano, simultáneamente a la conexión orgánica y esencial del hombre con las fuerzas profundas de la naturaleza que constituía la base del rito tradicional, del poder del sacrificio y de la misma magia, se le sustituyó una relación extrínseca, indirecta, violenta: la relación propia de la técnica y de la máquina. He aquí pues en cuál manera la revolución judeo-cristiana contiene el germen de la misma mecanización de la vida.

Julius EVOLA, Imperialismo Pagano. Ediciones Heracles, año 2001. Págs. 102-103. Traducción del italiano y estudio preliminar a cargo de Marcos Ghio.■


Hay un impulso biológico que no es menos profundo por no ser espiritual; porque no es espiritual es por lo que es más profundo y por ello, sagrado, sagrado porque su violabilidad conlleva sacrilegio. ¿Qué valor puede tener una religión que se basa en oír y creer? La verdad no necesita ser creída, poco valor tiene aquello que necesita ser creído, que es cuestión de fe, que no tiene un lugar en el mundo, en el único mundo posible.

Crear un más allá, generar un abismo que separe a los hombres de lo sagrado y de la posibilidad de una experiencia vívida que supere lo perceptible por los sentidos, eso ha generado el judeocristianismo y otras formas de desacralizar el mundo; es mejor sentir la esencia de las cosas, vivir en un mundo vivo y no en un mundo donde lo sensible es mera materia, mera masa inerte sin posibilidad de transmitir nada, mera mecanización, en definitiva.

¿Existen los dioses? Si. Veo a Zeus a lo lejos en una lluvia con su trueno, a Poseidón en los mares calmos y crepitantes… ¡siento a Ares cuando la ira me embarulla y a Atenea equilibrándome para no generar un estrago que me perjudique! Siento a Eros ante la belleza irresistible de una mujer y en los impulsos que dicha belleza me genera por tan agradable impudicia; también siento a Hera, diosa de las mujeres y del matrimonio, cuando veo a una madre ofrecer su seno a aquello que es sangre de su sangre… Los dioses se manifiestan, nosotros les damos valor pues valor deben tener nuestras acciones, lo que hacemos. Que les hemos creado a nuestra semejanza… sin duda, ¡ellos no existen sin nosotros! Pero es que la única diferencia sustancial es que ellos son inmortales… ¡hemos creado dioses que nos sobrevivirán!

Los dioses surgen de la asunción de que hay un orden natural de las cosas, un orden no humano, no creado por nosotros. Es a partir de ese orden que con la razón hemos de generar un orden racional de las cosas. No es como siempre se ha hecho, generar un orden racional de las cosas que transforme la naturaleza: eso ha provocado toda una hecatombe de difícil explicación, una deriva perpetua. Nuestros dioses, nuestro Olimpo, nos ayudan a vertebrar ese orden natural, a generar un centro al hombre. Y esa es la misión de toda religión, fijar un punto, un centro, una brújula espiritual que pueda catapultarte a lo sagrado. Pero lo sagrado está en nuestro mundo, ¡ni en el más allá ni el más de ningún sitio!

Salir a la naturaleza es reconciliarse con los dioses. Un hombre reconciliado con los dioses es un hombre que tiene grandes posibilidades de ser humilde –pues reconoce sus limitaciones, PERO REALMENTE HUMILDE ESTÁ MAL DICHO, por lo que deduciréis– sin renunciar a su orgullo, es decir, en una contextualidad de amor propio. Para mí el orgullo es reconocerse en la justa medida, pues si orgullo es amor propio, ¡qué mal se quiere aquel que se sobrevalora o que se infravalora! Y ahora que surge el punto medio –inferido de justa medida–, decir que es algo totalmente subjetivo. En sí mismo no existe, es una medida racional de las cosas y como tal, de existir, sólo en nuestra cabeza. Así que amarse en su justa medida no es realmente el punto medio, sino verse objetivamente, verse de la forma más consciente posible, verse uno mismo tal como es, es decir, en toda su radicalidad.

Yo pienso, entonces, que los hechos se muestran de forma radical. Lo que es se ha manifestado como es. El punto medio, la comparación, etc. son medidas racionales, como he dicho, pero en realidad no ha habido punto medio, ni siquiera justa medida, pues el hecho o el fenómeno se ha manifestado en toda su plenitud. Las cosas son al margen de nuestra interpretación. Es la interpretación lo que hace que nos confundamos, lo que a veces nos hace ver lo que no existe. Es por ello lógico la necesidad de un mirarse a sí mismo, de un pararse, analizar y autocriticarse para no exagerarse o exagerar algo hacia arriba o hacia abajo.■