LA ESPERANZA DE LA VOLUNTAD Y LA VOLUNTAD DE LA ESPERANZA

Menos arrodillarse y más pelear

Pensar que el esclavo no tiene voluntad es descabellado, por ello me veo en la necesidad de escribir el siguiente texto si no quiero correr el riesgo de ser malinterpretado. Pues bien, el esclavo, el hombre de la esperanza, tiene voluntad, pero la voluntad de la esperanza; es decir, hablamos de alguien que por propia decisión acepta la sumisión a lo imaginario o a lo parlante y real, quien le promete lo imposible.

La voluntad de la esperanza es la acción abocada a esperar todo de otros. Es la acción de aquel que siempre busca un redentor, alguien que le guíe y le prometa la salvación. Busca su esperanza activamente, quiere recibirla, quiere no perderla, y eso lo hace a voluntad, activamente. Su voluntad no está en ser mejor por sí mismo, sino en encontrar a alguien que le empuje… ¿a ser mejor? Porque este esperanzado cree que será mejor obedeciendo la fe, arrodillándose, dejando su ser a merced del capricho de aquel de quien espera y da gracias por todo. No es caprichoso el cristiano, o el musulmán, o… quien sea, que dice a todo “Gracias a Dios” o "Gracias..." a su ente o no-ente venerado. Es que este hombre, esclavo, no hace nada, todo lo que le ocurre es gracias a otro. No es un hombre a voluntad, sino a voluntad de otro, a voluntad de su Dios o de su redentor o guía. Su esperanza es decir “mi voluntad es otro”.

Sin embargo, el fuerte sólo espera de su voluntad el resultado de sus acciones, quien dice: “yo soy mi esperanza”. Por lo tanto, no espera otra cosa que no sea de sí mismo. De ahí que en alguna ocasión haya definido la voluntad como la esperanza de los fuertes. Este hombre es libre, y no es libre en cuanto al derecho que “otros” le dan, sino al propio derecho que a sí mismo se otorga. Ser soberano es ser libre y casi un capricho, pues uno mismo se lo da. La libertad se mide con todo aquello que sólo uno es capaz de hacer por sí mismo; pero he aquí y ahora la contradicción, la libertad es también la medida de todo aquello cuanto uno es capaz, por voluntad propia, de renunciar a cambio de un compromiso, de un comprometerse con una causa noble o con sus iguales. La libertad como eterna contradicción, la libertad como negación de sí misma, pero siempre clara en un punto, en el punto señalado anteriormente: la libertad es la medida de todo aquello que sólo uno es capaz de hacer por sí mismo.

Cuando hablo de esclavos no me refiero sólo a los abrahámicos, sino a todos sus derivados como los marxistas, los ateos, etc. Y bien, no sólo a éstos, también a otros que quizá a priori no son esclavos por verter sus ideas en otras cloacas. Aquellos que son poseídos por las ideas, por el fanatismo, son también esclavos. Es difícil no ser esclavo, es difícil ser libre y estar seguro de serlo. Yo, cuando hago algo, me pregunto: ¿lo hago por propia voluntad? Incluso responder a eso es difícil.

¡Menudo problema acabo de generarme con estos pensamientos!■