LA PENA Y EL DESPRECIO

Desenmascarando a los apenados y penosos

El ser penoso es un tipo de ser muy generoso. Da pena, nos la regala. En apariencia te da un regalo, sí, te llena de sentimientos piadosos, hace que florezca de ti sentimientos de amor nada escrupuloso, atiborrándose de supuestos valores espirituales, grandes valores que dicen sólo saben dar aquellos poseedores de la superioridad moral: los pobres, los supuestos marginados por la sociedad, etc. Pero algo más importante, existe un efecto secundario: posteriormente puede hacerte sentir culpable de tu estado más privilegiado, llegando incluso a convencerte de que su estado es por tu culpa y a consecuencia de tus actos y estilo de vida. Obviamente esto no lo hace el penoso exclusivamente, sino más bien el aprovechado que hace del penoso su lucro: los medios de comunicación, las ONG, la Iglesia, la Mezquita, las sedes del PSOE, etc. No obstante, hay penosos que son como autónomos, pues además de ser penosos, conocen muy bien aquello que es la pena, y explotan al máximo su estado ante el hombre y la mujer ingenuos.

Aquel que da pena y no lo sabe, implícitamente da muestras de su propia inferioridad; simplemente su naturaleza es inferior. Sin embargo, el que da pena y lo sabe, que sabe de su estado de penoso, está por encima del anterior, pues aunque asume su inferioridad, su estatus de "por debajo", explota tal condición y de ella saca provecho. Ambos pueden beneficiarse pero desde luego el segundo llegará con mejores resultados a final de mes. Y no podemos olvidarnos del que quiere dar pena, un hombre penoso porque quiere, y que es el estado superior dentro de estos hombres de la hez. Éste quiere conseguir con la pena todo aquello que no es capaz de conseguir por méritos propios. Los niños que lloran a sus padres lo saben muy bien, pero claro, estos niños son inocentes. No obstante, este tipo de ser es como ese niño, sólo que conscientemente y con intenciones muy dañinas. Y esta es la familia de los pobrecitos, de seguro más amplia.

Pero no piensen que es sólo perverso o inferior aquel que da pena. Si alguien da pena, ¡si la pena existe!, es porque otro la recibe. Quien no recibe regalos de tales seres está en un estado emocional superior, el del desprecio; y esto a pesar de reconocer en aquel que da tan generosamente a un ser penoso: precisamente porque le reconoce (que le identifica como lo que es) le desprecia y no le hace pleitesía. Así que quien recibe la pena es el que la siente. No es lo mismo un estado de penosidad, es decir, el estado de generosidad de la pena, el de aquel que da, que ser un cliente de la misma, un receptor de tal cosa, generándose un estado de pena. Este negocio o forma de comunicación entre conciencias no sería tal si no fuera por la vanidad de aquellos que son tan piadosos. Éstos se sienten a la vez culpables y satisfechos de su estado personal, teniendo todo cubierto. Y esto a pesar de que puedan tener arrebatos de cierta impiedad, producto sólo de sus mareos de conciencia que luego les hará sentir más culpables. Así que ahí va, el sentimiento de pena es un sentimiento que reconoce la inferioridad del otro, y aquí ya quedan desenmascarados todos los piadosos, englobándose en tal concepto todo tipo de personas: oenegetas, sacerdotes, progres, etc.. Aquel que siente pena por alguien es alguien que se ve por encima, a pesar de sus sentimientos contradictorios. No obstante, su culpabilidad, y sabiendo del estado de cosas moral hoy existente, le hará sentir humano, sí, humano, lo que le provocará un paradójico estado de bienestar de conciencia, ya que ve en tales "tensiones" lo bueno. Lo humano es hoy, despojado de toda referencia sobre lo biológico, aquello que te hace débil o estar por debajo: toda tu humanidad reside en tus flaquezas. ¿Pero acaso queremos ser hombres? ¡No! El hombre debe ser superado, ¡el último hombre debe perecer!

Este sentimiento puede darse incluso entre iguales, entre supuestos iguales. Seguro que habéis escuchado más de una vez, y sobre todo mucho de los lectores que aquí leen, muchos de ellos librepensadores, esa expresión tan manía del hombre de gran superioridad moral: "me das pena". Siempre que me mencionan esas palabras mágicas les digo: "se dice gracias". Pero bien, al margen de mi ironía, comportándome como si fuera un hombre penoso que demanda un gracias por todo lo que da, veo muy claro que existe en tal expresión una vanidad inconmensurable en el emisor, un sentimiento de superioridad que el propio que lo dice será incapaz de reconocer por su escrupulosidad moral o por mera inconsciencia. Aunque en muchas ocasiones esa expresión denota indignación... o un no saber cómo rebatir. 

Por supuesto, esto no se da en todas las personas de manera idéntica ni nadie, de forma constante, pues estar sumergida en tales estados. No existe un hombre arquetípico de la pena o de la penosidad, ni siquiera una única variante, aquí sólo hago una pequeña reflexión, y pese a que me gustaría que fuera una reflexión completa, desconozco todo lo que hay que navegar para llegar a lo completo. Por lo tanto, disculpas por un análisis tan parcial.

Y bien, prosigamos. Como nadie está libre de dar pena, pues nadie puede controlar los sentimientos de la otra persona ni su vanidad y aires de grandeza, al menos podemos dejar de recibir regalos de aquellos que dan tan generosamente pena. Para ello hemos de convertirnos en auténticos despreciadores. Despreciar a alguien no es sentir pena por ella (tampoco odiarla), simplemente es despojarle de todo valor, o, mejor dicho, no valorar: aquello que no tiene valor no se puede valorar, por lo que lo despojado de valor es ver aquello que no se podía valorar sin la apariencia que (o sin el valor que) tu conciencia le había dado a priori, ya que las personas suelen pensar bien de las otras personas, siendo este un prejuicio, el de la bondad total a priori, muy dañino. El desprecio hacia algo supone, en definitiva, yéndonos ya al estado creado, no sufrir ningún daño de conciencia por aquel que es sujeto de nuestro desprecio. Daño de conciencia definido aquí como "padecer un momento de recepción o de emisión activa de pena". Y hagamos énfasis en lo de "emisión activa", pues si alguien siente pena por nosotros por lo que pensamos o decimos, no es por culpa nuestra, ya que no es a nuestra voluntad; y por supuesto tal estado de cosas creado por el otro no nos convierte en seres penosos. Y he aquí que no es que demos pena en realidad, sino que somos objeto de los grandilocuentes sentimientos de aquel que se apiada de todo aquello que le da pena porque sí; siendo éste ser un auténtico trastornado que simplemente extrae de otro sujeto su sentimiento de pena sin que el otro le dé nada en realidad.

Y llegados a este punto podríamos hablar de dos formas de ser receptores de la pena, que se deducen de lo anterior. Primeramente el que recibe pena del penoso. Seguidamente el que se autogenera la pena mediante alguien que no es de su agrado en opinión, por ejemplo. No cofundamos lo segundo con el desprecio, pues el que desprecia no padecerá por lo que desprecia, simplemente es una mancha que limpiar, basura que tirar, nada que merezca algo. El que siente pena por alguien, al margen de que le retire la palabra, por ejemplo, padecerá por tal estado de cosas.

El imperio de la piedad y sus hijos, la pena y la lástima, deben perecer. El despreciador es un ser auténticamente superior en cuanto sólo siente y padece por lo que tiene y debe tener un real valor, aunque sea sólo para él, y no por cualquiera. Ni nada ni nadie merecen la pena, ya que el sentimiento de pena es sólo un baladí estado de superioridad que te destruye poco a poco, debido a que en realidad supone el reconocimiento del inferior como un igual, que es hoy lo que te otorga superioridad moral. Se crece hacia abajo, hasta igualarte hasta lo más abajo, y nosotros queremos crecer hacia arriba, erguidos como el roble, ¿no? Aquel que da pena es ya un ser inferior, quiera o no, y en él mismo estará la clave de si quiere elevarse o no. Pero no a todos les es lícito. Apiadarte de esa inferioridad, repito, sólo te igualará con la misma inferioridad, así que poco harás por el penoso o el pobrecito venerando su desgracia por un lado a unos o alimentado su negocio de sabandija por otro lado a otros.

Y no crean que en este texto la referencia "pobrecitos", "penosos", "inferiores", los de "por debajo", etc., se dirige a gente que vive en la calle, que pase hambre o vaya en silla de ruedas, pues penosos los hay más allá de toda condición social, económica o física. No debemos obviar la reciprocidad que existe entre el penoso y el apenado. Ambos son también apenados y penosos. Y por supuesto, estos hombres constituyen toda la base del abrahamismo reinante. Es posible que nos gobiernen los ricos y los poderosos, pero en el espíritu y en la moral domina el esclavo.

En la vida hay que luchar por y junto con, llorar por, reír con e incluso morir por las personas que tienen un valor de verdad, por seres tan excepcionales que nos obliguen a considerarles como nuestros iguales. Solidaridad para con nuestros iguales, reconocimiento para quien lo requiere. Pero pena por nadie, sólo desprecio para quienes lo merecen; sólo así te librarás de los gusanos y de los venenos y te entregarás al mundo en la medida de que sólo te mueves por lo que amas y te apasiona.■