(The Wind that Shakes the Barley)
Era una época oscura, en ella no era extraño ver a los hombres empuñar un fusil para defender sus ideas. No es que estuvieran locos, simplemente eran unos tiempos deslumbrados por la emotividad, por impulsos que llevaron a hombres cegados por la utopía o la barbarie hacia un delirio de destrucción. No hablo de nadie en particular, ni de irlandeses, ni de republicanos españoles, ni siquiera de fascistas o de nazis, sino que hablo de todos ellos. Alguien como yo, desde su cómodo sillón en pleno año 2007, puede que no sepa nada de lo que sufrieron aquellos hombres y mujeres en realidad, pero desde aquí imagino a unos seres que creían que todo era posible y que, por lo tanto, podían cambiar el mundo.
¿Cuánta sangre se derramó en aquellos años? Fue calamidad tras calamidad, parecía que el hombre no sabía hablar, las armas eran mejores consejeras. Hoy en día, en esta sociedad del bienestar, todo es fingido, porque en realidad no hemos cambiado. Los fusiles se sustituyen por otras armas, aunque en otros lugares (en demasiados) del mundo continúan los fusiles... Los paredones de la sociedad del bienestar se encuentran ante el televisor, las neuronas se ponen nerviosas, se agolpan, salta la chispa y adiós inteligencia y cultura. En otras tierras, los paredones siguen como antaño: barro bajo los pies, nervios exacerbados, manos atadas, ojos tapados, el cuerpo erguido; detrás, un grupo de hombres uniformados ponen en su punto de mira al futuro cadáver; suenan los disparos y la víctima cae al suelo agujereada. ¿Sirvió para algo? Mártir le llaman: es el rango de los desgraciados y de los héroes; asesinos llaman a los otros: ese es el rango de los culpables o de los vencedores.
Si algo tengo claro es que no existe memoria histórica que pueda dignificar una pérdida ni homenaje que pueda glorificar a héroes y castigar a villanos. La guerra es el pecado de todos, el hombre no encontrará paz jamás si antes no aprende de sus errores. A mi entender, lo que hay en las sociedades desarrollados no son sino paraísos artificiales a costa de los desheredados, y ya no de la tierra, sino de la dignidad, de los derechos, de la propia libertad, la cual parece no encontrar su lugar en este mundo.

Si algo tengo claro es que no existe memoria histórica que pueda dignificar una pérdida ni homenaje que pueda glorificar a héroes y castigar a villanos. La guerra es el pecado de todos, el hombre no encontrará paz jamás si antes no aprende de sus errores. A mi entender, lo que hay en las sociedades desarrollados no son sino paraísos artificiales a costa de los desheredados, y ya no de la tierra, sino de la dignidad, de los derechos, de la propia libertad, la cual parece no encontrar su lugar en este mundo.

El Viento que agita la Cebada es el título que Ken Loach ha dado a su última película. Este director, mediante un guión elaborado por Paul Laverty, nos traslada a los años veinte de nuestro anterior siglo. Un grupo de campesinos irlandeses se unen para combatir contra las tropas de ocupación del vasto imperio inglés. Se inicia una tremenda lucha a favor de la libertad de los irlandeses y de la independencia de Irlanda. Después de sangre y más sangre y la victoria, los irlandeses empiezan a matarse a sí mismos en una Guerra Civil provocada por el desacuerdo suscitado ante la firma del Tratado de Paz anglo-irlandés que culminó en la consecución del Estado Libre de Irlanda, aunque con ciertas concesiones. Después la sinrazón se totaliza, ¿y valía la pena luchar? Los que antes compartían trinchera caen en la estupidez de emparedarse a balazos los unos con los otros: se vive la paradoja de que toda utopía es imposible porque los hombres son incapaces de ponerse deacuerdo.
Ken Loach es un director con una trayectoria muy clara, en sus películas la denuncia social es inherente. Títulos como Tierra y Libertad, abordando la Guerra Civil española, son un fiel reflejo de su mira política y atrevida. No es un cine espectacular, ni de palomitas, por lo que cada fotograma de sus obras requiere una mirada distinta, una razón verdadera, un imparcialidad absoluta en lo posible.
Ahora mismo es probable que en algún lugar del mundo estén muriendo personas en un paredón; y mientras, todos nosotros, inmutados (algunos con sensación de indiferencia), con cara de idiotas en nuestro paraíso artificial, embotados de bienestar, sin saber cómo actuar ni qué decir. ■
Ken Loach es un director con una trayectoria muy clara, en sus películas la denuncia social es inherente. Títulos como Tierra y Libertad, abordando la Guerra Civil española, son un fiel reflejo de su mira política y atrevida. No es un cine espectacular, ni de palomitas, por lo que cada fotograma de sus obras requiere una mirada distinta, una razón verdadera, un imparcialidad absoluta en lo posible.
Ahora mismo es probable que en algún lugar del mundo estén muriendo personas en un paredón; y mientras, todos nosotros, inmutados (algunos con sensación de indiferencia), con cara de idiotas en nuestro paraíso artificial, embotados de bienestar, sin saber cómo actuar ni qué decir. ■