DEBATE TENER O SER DE LA ASOCIACIÓN FORO IDENTIDAD




En la Asociación Foro Identidad se viene haciendo un trabajo sin ánimo de lucro que, en mi opinión, supone una labor fundamental en la sociedad y que pocos sabrían valorar. Unos cuidan plantas, otros animales, otros... pues bien, Foro Identidad cultiva y cuida los frutos del saber y los ya cultivados y crecidos para que no se pierdan. El debate en sí mismo constituye una forma de sabiduría que requiere un saber estar, un saber oír, un saber hablar. Es un juego de retórica del que se debe aprender. Visto así, lo que hace Foro identidad es todo un arte, y es darle al lenguaje esa luz que nos lleve a la verdad, a la VERDAD posible. Lo que viene a continuación son dos de los resúmenes de las tertulias de Foro Identidad sobre un tema muy interesante, el tener y el ser.


4 de abril de 2007.
http://foro-identidad.blogspot.com/2007/04/eric-fromm-tener-o-ser-cul-es-el-valor.html
Eric Fromm: Tener o Ser. ¿Cuál es el valor esencial de nuestra sociedad en crisis?

En el debate analizamos la obra Tener y Ser de Erich Fromm, un pensador que habiendo sido educado religiosamente en el judaísmo llegó al ateísmo y que sin embargo alcanzó o intentó alcanzar las esencias de las distintas religiones. Habiendo estudiado en la Escuela de Frankfurt, el psicoanalista germano estadounidense es considerado un pensador freudomarxista.
Hoy en día la esencia consiste en tener y si no se tiene no se es.

Fromm confronta el materialismo con el núcleo esencial del ser humano, el ser. La meta debería estar en ser mucho, no en tener mucho. Estas palabras provocan inevitablemente que los contertulios analicen críticamente nuestro sistema capitalista, tocando otros aspectos más benévolos del mismo como sería el socialismo utópico de Robert Owen.

Se plantea una pregunta: ¿qué valora la sociedad, el tener o el ser? «Ya no eres porque parece que no tienes», dice uno de los contertulios. La crítica a la auténtica individualidad del ser es feroz; en un mundo donde el peso del dinero es sobrevalorado, el precio de cada uno depende de lo que tiene o puede tener. Esto conduce cada vez más a una conclusión muy clara, la meta debería consistir en ser, no en tener.

El debate también da lugar a una pequeña disertación sobre los hippies. Uno de los contertulios piensa que fue un movimiento superficial, un movimiento fetichista que se basó más en la estética que en una forma de vida llena de esencias. Otros, sin embargo, defendieron la postura de que por lo menos para la España franquista ese movimiento fue un soplo de aire fresco, que entró por Los Pirineos, y que fue un halo de esperanza para muchos jóvenes.

Se habla de las virtudes de lo material, que lo material puede ser una plasmación de la esencia humana, por lo que uno de los presentes planteó la idea de punto medio de Aristóteles o el entre de Ricoeur: «no hay que despreciar el cuerpo: Ni matarlo de hambre ni viciarlo de caprichos».

Esa felicidad construida mediante las compras y el trato con el mercader es meramente compulsiva. Por otro lado, ese espíritu de abandono de lo material tiene mucho de monje. En un término medio, Marx, por ejemplo defendió cierto acceso del hombre a lo material y en un mundo sin explotación. El acceso moderado a lo material y el propio espíritu del hombre pueden dar grandes obras materiales, ya sean arquitectónicas o artísticas en el más vivo sentido de arte.

Uno de los contertulios discrepa sobre la supuesta crisis de valores debatida en tertulias anteriores y en esta misma. El debate da un vuelco, existe una antítesis. Se plantea que el tener hace feliz a mucha gente y que tal vez eso no sea tan malo. «Todo el mundo va de compras, todo el mundo quiere tener… no debe ser malo», dice, mientras que otros le replican que el hecho de que todo el mundo lo haga no le atribuye a este hecho un carácter positivo ni negativo sino que significa que o todos tienen razón o todos están cometiendo un error inconmensurable. Esto provoca la réplica del primero, anteponiendo una terminología que resultaba bastante original: «hedonismo práctico» contra «hedonismo espiritual». Con el hedonismo espiritual se pretende desmitificar la vida de los monjes, de los que buscan las esencias, el retiro… Si el objetivo es la felicidad, lo que ya constituye un placer en sí mismo… ¿no es la consecución de la felicidad un acto cuya meta persigue el hedonismo intrínseco en todo placer?

Pero partiendo de todo esto, ¿no es mejor ser feliz en el ser (una felicidad no material) que en el tener, al margen de que la felicidad pueda ser en sí misma hedonista por el hecho de que constituya placer el ser feliz?

Siguiendo con la felicidad, uno de los presentes expone que para su consecución cada ser debe perfeccionar su función más noble, como decía Aristóteles: «el caballo será feliz si cumple su función más noble». Tal vez sea esto lo que empuje a los hombres a conocerse a sí mismos, a conocer sus esencias: buscar su nobleza, la función cuyo perfeccionamiento pueda hacerles feliz.
«El amor es una abstracción, existe el acto de amar, pero el amor no se puede contener, no se puede tener», diría Fromm. «Sin embargo, puede poseerse al ser amado», añade uno de los contertulios. Pero, no obstante, arguye otro, si la verdadera esencia del hombre fuera amar como sostiene Fromm, estaríamos equivocados tan volcados como estamos en querer esclavizar, aunque no nos demos cuenta.

Llegados a este punto, uno de los contertulios nos alerta de que ninguno de los autores que hasta entonces se habían citado conocía la verdad, una verdad que fuera esclarecedora y afín a todos los hombres, una verdad que, en definitiva, fuera absoluta, es decir, que no tuviera ninguna fisura, algo que nadie pudiera rebatir. Esta postura escéptica viene a cuenta de la exposición de varias fórmulas de la felicidad antes nombradas, por lo que el contertulio finaliza: «cada cual cuenta lo que entiende como lo entiende».

Casi concluyendo el debate, se habla del cambio climático. Éste, provocado por el tener, por ese consumismo compulsivo, nos está llevando por un camino de autodestrucción. Por lo tanto, es el derroche parte de la causa, si es que no es la causa, de toda esta situación de cambio. Relacionado con este asunto, se habla de foros que achacan el cambio climático a un caso idéntico a la primavera medieval (es decir, defienden que es un cambio natural), lo que resulta lamentable, puesto que esos científicos están a sueldo de los intereses mercantilistas y monetarios de las multinacionales y de los gobiernos no interesados en que se hable de esta crisis climática.

Finalmente, y ya concluyendo, se pretende hacer una fisionomía del S. XX, puesto que somos herederos y sufridores de todas sus consecuencias. Esta fisionomía tiene su base en el tener y no en el ser: egoísmo, consumismo, placeres espúreos, vivir experiencias ajenas (prensa rosa, abuso de la televisión…), generación de deseo, guerra, etc. Y esta cara, ese gesto, es el que parece que perdurará en el s. XXI. ■


11 de abril de 2007
Eric Fromm: Tener o Ser. ¿Cuál es el valor esencial de nuestra sociedad en crisis? (II)

Comienza el debate con la intervención de uno de los contertulios que afirma la interrelación del tener y del ser: "El tener y el ser, de algún modo, se interrelacionan", afirma. Primero comenzamos siendo en la vida y luego vamos poseyendo bienes, ideas, conocimientos que nos posibilitan ser más. "Si yo no hubiese conseguido ciertos bienes no podría haber accedido luego a conocimientos que me hacen crecer en el ser", concluye este interlocutor.

Otro de los contertulios pone la nota dialéctica negativa al responderle que, aparentemente, es verdad que el tener y el ser se complementan, pero que ello es fruto de la vanidad, pues desde el momento en que me atiborro del reino del tener, sufre el ser. Que, en realidad, prosigue este interlocutor, “nos nos atrevemos a ser”. En este sentido cita la siguiente frase de Nietzsche del Ocaso de los Idolos: “Hasta el más valiente de nosotros pocas veces tiene el valor de enfrentarse con lo que realmente sabe”. Además, afirma, somos contradictorios, no podemos eliminar la contradicción de nuestro pensamiento, de nuestras vidas y de nuestras palabras.

Otro, le responde que él ve la contradicción, sobre todo, entre lo que pensamos y lo que somos capaces de hacer. El miedo a la realidad o a las consecuencias de nuestros actos, si expresamos la verdad, nos hace contradecirnos y adaptarnos al contexto social de ilusión, máscara y falsedad.

En este momento del debate interviene otro de los contertulios movido por un espíritu de síntesis hegeliana o de un “entre” ricoeuriano: “¿No estaremos confundiendo cultura erudita con verdadero acceso a la comprensión de la verdad, profundamente sabida, y al ser?”. En este sentido, prosigue este interlocutor, la erudición puede ser un punto de partida, es decir, el conjunto de conocimientos que poseo en mi mente y al que puedo tener acceso mediante mi memoria para, al hilo de un tema que es necesario dilucidar, acceder a un fragmento de ese conocimiento, a una frase, a un capítulo de un autor que ya conocía y saborearlo, meditarlo, “masticarlo” de verdad y digerirlo a fin de que llegue a ser verdaderamente conocimiento mío. Esto es lo que realiza, por ejemplo, Heidegger en su segunda época (kehre, o viaje de retorno al ser en cuanto oculto). Para este autor, el hombre es el “pastor del ser”.

Según Heidegger, el hombre pastorea el ser porque porta al ser en el interior de la palabra. Si no degustamos las palabras aún no somos pastores del ser sino los esclavos de palabras que no entendemos verdaderamente y que repetimos como loros presumiendo de erudición. Aún no somos auténticos pastores del ser.

¿Pero, qué es tener y qué es ser? ¿Por qué los pueblos que evolucionan superan la religión? Pregunta otro de los interlocutores.

A esto responde uno de los anteriores, que depende de lo que se considere superación. La religión como fenómeno histórico-social en el cual va profundamente imbricada su naturaleza, se va desarrollando al compás de los siglos y del aumento de conocimiento científico y filosófico de los pueblos. Lejos han quedado los tiempos, por ejemplo, de la condena de Galileo. Se observa una confluencia entre religión y conocimiento (este último en el más amplio de los sentidos) de tal forma que la tendencia de la religión es transformarse en conocimiento sagrado o místico, del universo y del hombre al mismo tiempo, como ocurría en antiquísimos tiempos en la India o en Egipto.

Claro, añade este interlocutor, en este concepto de conocimiento no entra sólo lo que hoy se entiende académicamente por ciencia o por filosofía, sino algo más allá: el conocimiento místico directo de planos superiores que aún nuestra ciencia y filosofía oficial rechazan pero que han afirmado los místicos de todas las épocas y religiones. ■