LA VIOLENCIA Y SOREL: LA CARA Y LA CRUZ DE LAS IDEOLOGÍAS

Georges Sorel (1847-1922), teórico político y filósofo social francés. Nació en Cherburgo y estudió en la Escuela Politécnica de París. Tras culminar su formación, ingresó como ingeniero en el Departamento de Puentes y Carreteras del gobierno francés, permaneció como funcionario del Estado hasta 1891, año en que presentó su dimisión. Sorel fue un destacado dirigente y teórico del movimiento sindicalista revolucionario. Creía que el poder debía pasar de la decadente clase media a la clase trabajadora, y que este objetivo sólo podía lograrse a través de una huelga general que, para ser efectiva, debía ser violenta. Después de 1909 rompió con el sindicalismo y abrazó durante un breve periodo el monarquismo protofascista de Action Française (Acción Francesa, grupo fundado por Charles Maurras), para pasar después a apoyar la causa de la Revolución Rusa. La filosofía de Sorel tuvo una repercusión considerable en muchos teóricos políticos, como fue el caso de Benito Mussolini y de Lenin. Su obra más importante es Reflexiones sobre la violencia (1908).
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Sorel es un personaje histórico controvertido que posee un magnetismo potente por sus cambios aparentes y repentinos de ideología: lo mismo está con los comunistas que como con los ultraderechistas pero siempre existe un denominador común: su adhesión a la clase trabajadora. Aunque tal vez jamás hayan existido tales cambios y sí una aptitud obstinada, decidida y revolucionaria.

Siempre se ha hablado del proletariado y de su dictadura como ideas marxistas que adoptaron los partidos comunistas y los grupúsculos anarquistas ya fueran dispersos u organizados. Pero nunca se habla del proletariado fascista y ultraderechista que defienden desde la otra cara de la moneda otra especie de seguidores de la dictadura del proletariado, grupos de derecha que al menos sostienen un discurso populista y demagogo hacia el pueblo, porque seamos sinceros, una vez en el poder, y ya sea la izquierda o la derecha, quien manda es el que tiene el dinero y no las ideas por las que se ha luchado. Al final, los intelectuales o los utópicos apropiados o no por un bando u otro (en otro artículo hablaremos de los utópicos de la izquierda y de los desconocidísimos utópicos de la derecha) se convierten en víctimas de revolucionarios maniatados por el poder económico.

La Falange española, la de José Antonio, por ejemplo, tiene mucho en común con el comunismo, por su visión proletaria. Se entiende así cierta antipatía de Franco que maquillaría después con esa santificación de José Antonio Primo de Ribera. A grandes rasgos, la falange era un grupo proletario que defendía la religión, la tradición española, la desaparición de los partidos (que se traduciría en el partido único, supongo) y la unidad del país. Pero no nos extendamos en este punto, ya profundizaremos en las convergencias entre falangismo y comunismo, derecha e izquierda en otro artículo.

Pero algo en lo que sí confluyen grupos de ultraderecha y de izquierda de carácter clásico y que deben comentarse, es la defensa de la violencia para conseguir el poder y el partido único. Sin duda alguna, la violencia es el arma de las ideas cuando éstas pierden peso y calado en los oídos de la gente, el arma de los desheredados y dominados que despiertan y que se rebelan contra el poder, el arma del propio poder estatal, con el que intenta maquillar su debilidad e inconsistencia argumentativa. Por supuesto, así entendida la violencia como sinónima de revolución.

Sin duda alguna la violencia solamente trae más violencia, pero es la única respuesta contra la violencia porque poner la otra mejilla supondría la muerte u otro daño irreparable. Por lo que cuando las palabras no paran un golpe es necesario defenderse. A su vez la violencia genera miedo, y entre los miedosos la violencia surge como respuesta contra su propia debilidad, como una forma de crecerse. ¿Entonces, qué es mejor? ¿Es defendible la violencia? La violencia solamente es defendible cuando ésta constituye una defensa legítima, ¿y qué es una defensa legítima? Pues no miren en los libros de derecho y en ninguna legislación de algún país, porque lo que comento repercute a una dimensión filosófica y ética que requiere de muchas más vueltas que la sentenciosa e insensible normativa de las legislaciones, cuyas aplicaciones pueden ser poco justas.

El propio derecho puede justificar una acción violencia, es decir, sustentarla, proteger ese hecho delictivo, incluso la guerra se puede defender mediante el derecho internacional, aunque sea una guerra ilegal para los hombres de ética. ¿No existe pues una antítesis o contradicción entre la ética positiva (la que tiende al bien) y la ética deontológica (limitada, relativa e insensible, poco humana en definitiva)?

De una forma u otra, lo que si debemos tener claro es que la violencia procede de la debilidad del hombre, ya se sea la víctima o el verdugo. Las víctimas de la violencia pueden ser los verdugos del futuro, pues no existe mayor debilidad que dejarse embaucar por el odio y el resentimiento, emociones negativas de una furia descomunal y que dan lugar a venganzas salvajes. Al final, lo que se esconde debajo de todo acto violento no son sino nuestras peores compañías, nuestras peores emociones, nuestras descargas más destructivas, pues no es posible la violencia que construye, la violencia creativa; sin duda alguna la violencia puede metaforizarse poéticamente en torrenciales lamidos de amor y en puñetazos de besos, en cuadros, en cine, en literatura y en todo ate (alcanzando éxtasis de belleza), pero desde una dimensión más real llena de cicatrices, la violencia nace de lo peor del ser humano, de aquello que le convierte, sin duda, en más hombre, en más animal: el miedo, el odio, el resentimiento… Y nadie se libra de la furia de esas emociones, pues tan tremendas e incontrolables son. El mundo en el que vivimos, por lo tanto, es una ensalada de emociones negativas llena de víctimas y de verdugos donde brotarán los odios y las venganzas del futuro.
Pero aún con un espíritu fuerte que prodigue la no agresión puede germinar la violencia con fuerza, pues al fin y al cabo no hay nada más peligroso ni existe hombre más digno a temer por el débil (el violento) que la propia imagen de un hombre fuerte cuya arma es presentarle su propia flaqueza e inmoralidad. Hoy en día no hay ni heroísmo ni gloria en los hombres violentos, aunque si dignidad en aquellos que luchan por sus familias y el futuro de sus hijos y en aquellos que se han tenido que encauzar en una guerra irremediable y sin tregua provocada por los sordos-débiles, pues las guerras no son justas en esta época de presunción de civilización y supongo que la eternidad ya tiende a olvidarlos. ■