CONTRA LA IDEA MODERNA ACERCA DE LA MUJER

-- Este texto y su comentario son extraídos de un blog llamado Grupo de Estudios Nietzscheanos, blog que podéis conocer en el siguiente enlace: http://www.grupodeestudiosnietzscheanos.blogspot.com/ ; Se trata de una de las colaboraciones de DAORINO con este grupo—


Jamás el sexo débil ha sido tratado por los hombres con tanto respeto como en nuestra época. Ello está de acuerdo con los gustos esenciales y las inclinaciones de la democracia, así como de nuestra falta de respeto por la vejez. ¿Por qué hemos de asombrarnos en que estas consideraciones hayan degenerado en abuso? Se pide más aún, se aprende a exigir, se acaba por encontrar casi ofensivo ese tributo de respeto, se preferiría la rivalidad, incluso la lucha abierta para la conquista de los derechos. En una palabra, la mujer pierde su pudor. Añadamos que pierde también su buen gusto. Se olvida de temer al hombre; pero la mujer que se olvida de temer renuncia a sus instintos más femeninos. Que la mujer alce la cabeza en el momento que el hombre deja de desear y de cultivar en él lo que es idóneo para inspirar el temor, o diciéndolo crudamente, su rivalidad, es perfectamente legítimo y muy comprensible; pero lo que es difícil de comprender es que la mujer, por esto mismo, degenera. Ahora bien, eso es lo que sucede en nuestros días: no nos engañemos. Tan pronto como el espíritu industrial se impone al espíritu militar y aristocrático, la mujer aspira a la independencia económica y jurídica de un oficinista: «la mujer oficinista» nos aguarda a las puertas de la sociedad en formación. Mientras se va apoderando así de nuevos derechos, mientras se esfuerza por ser el dueño e inscribe en sus banderas estas palabras: progreso de la mujer, se cumple lo contrario con una evidencia terrible: la mujer retrocede.

Desde la Revolución francesa la influencia de la mujer disminuye en Europa, en la medida en que sus derechos y sus pretensiones han aumentado, y la «emancipación de la mujer», por cuanto que es reivindicada realmente por mujeres y no solamente por machos cretinos, se revela como un curioso síntoma de debilitamiento, de esterilización gradual de los instintos femeninos primordiales. Entra en este movimiento la necedad, una necedad casi viril, de la que toda mujer bien constituida, y, por consiguiente, inteligente, debería avergonzarse en gran manera. Perder el olfato que nos indica qué terreno es el más apropiado para conseguir la victoria; desdeñar el ejercicio de la esgrima en que se ha consumado maestra; entregarse, en presencia del hombre, quizá hasta escribir un libro, en lugar de observar como en otro tiempo, unos modales decentes y una humildad astuta y socarrona; quebrantar con virtuoso impudor en el hombre la creencia en un ideal fundamentalmente diferente, que estaría oculto en la mujer, en yo no sé qué «eterno femenino» y en su necesidad; disuadir al hombre, a fuerza de insistencia charlatana, de la idea de que la mujer debe ser guardada, cuidada, protegida como un animal doméstico más delicado, extrañamente salvaje y a veces agradable; rebuscar minuciosamente, con torpe indignación, todo lo que la posición social de la mujer tuvo y tiene aún de servil y de sumisión (como si la esclavitud fuese contraria a la civilización y no más bien la condición de toda civilización superior, de todo progreso en civilización), ¿qué significa eso sino que los instintos femeninos se esterilizan y que la mujer renuncia a ser mujer? Sin duda, entre los asnos sabios del sexo masculino hay bastantes estúpidos amigos de las mujeres o de corruptores de mujeres para aconsejarles que renuncien a toda feminidad y que imiten todas las estupideces de que padece, como una enfermedad, el «hombre» europeo, la «virilidad» europea; son imbéciles que desearían rebajar la mujer al nivel de la «cultura general», incluso hasta obligarla a leer periódicos y meterse en política. Algunos quisieran llegar hasta transformar a las mujeres en librepensadores y en gente de letras, como si una mujer sin religión no fuese para un hombre profundo e impío algo absolutamente repugnante y ridículo. Casi en todas partes se les estropea sus nervios por medio de la música más mórbida y perniciosa que exista (nuestra música alemana moderna); se las vuelve cada día más histéricas y menos aptas para seguir su primera y última vocación, que es traer hijos al mundo. Se quiere «cultivarlas» cada vez más y, como se dice, fortalecer al «sexo débil» por la cultura; como si la historia no enseñase de la manera más clara que la «cultura» del ser humano ha ido siempre pareja con su debilitamiento – quiero decir, el debilitamiento, la desintegración, el decaimiento mórbido de la voluntad – y que las mujeres más poderosas, las que han ejercido más influencia (la madre de Napoleón es el último ejemplo) debían su poder y su ascendencia sobre los hombres a la fuerza de su voluntad, y no a los maestros de escuela. Lo que en la mujer inspira respeto y, a veces, temor, es su naturaleza, que es más «natural» que la del hombre, su flexibilidad sagaz de verdadero felino, su garra de tigresa bajo guante de terciopelo, la ingenuidad de su egoísmo, su inaptitud para dejarse educar, su salvajismo profundo, el carácter inasible, vasto e indeciso de sus deseos y de sus virtudes... lo que, a pesar del temor que experimentamos de este felino alegre y peligroso, inspira la compasión por la «mujer», es que parece más doliente, más vulnerable que ningún otro animal, más sedienta de ternura y condenada a más desilusiones. Temor y piedad, tales eran hasta hoy los sentimientos del hombre ante la mujer, y ya le parece tener un pie en la tragedia que nos desgarra maravillándonos. ¿Y cómo? ¿Esto ha de terminar así? ¿Habremos emprendido el deshechizamiento de la mujer? ¿Llegará a ser la mujer, poco a poco, cada vez más enojosa? ¡Oh Europa, Europa! ¡Conocida es la bestia de cuernos que siempre tuvo para ti más atractivo, la fuente de los peligros que te amenazan constantemente! Tu antigua leyenda podría volver a ser «historia», una enorme necedad podría de nuevo enajenarte y arrebatarte. Y esta vez ningún dios se ocultaría en esa enorme necedad: no, nada más que una «idea», una «idea moderna».


Más allá del bien y del mal. Friedrich Nietzsche. Edaf, Madrid, 2005, págs. 241-244.


¿Qué esperaban de Nietzsche? Pues si esperaban palomitas y supercherías o algo sencillo y de fácil comprensión y digestión, váyanse a otra parte porque para leer a Nietzsche hay que RUMIAR y, por lo tanto, hay que ser un poco vaca; y esto en el buen sentido: a Nietzsche debe de masticarse varias veces, una, dos, tres, cuatro… tantas veces como sean necesarias. Si creen que este texto es machista se equivocan, es más una exaltación de la mujer, de lo femenino, de su esencia… ¿qué esperan de una filosofía vitalista como la de Nietzsche si no llegar a las esencias? Nietzsche ama a la mujer en sus instintos, en su fiereza, ama su instinto felino y salvaje. Y todo lo que la aleja de la feminidad se convierte en debilidad y se acerca más al hombre. La mujer, por lo tanto, pierde su poder con la reivindicación de sus derechos, con el uso de la política, pierde su verdadero poder, el de ser las titiriteras de la historia, aquellas que manejan a los grandes líderes en su destino. Si la mujer se asemeja al hombre ya no es rival, pierde su poderío:

«Tan pronto como el espíritu industrial se impone al espíritu militar y aristocrático, la mujer aspira a la independencia económica y jurídica de un oficinista: «la mujer oficinista» nos aguarda a las puertas de la sociedad en formación. Mientras se va apoderando así de nuevos derechos, mientras se esfuerza por ser el dueño e inscribe en sus banderas estas palabras: progreso de la mujer, se cumple lo contrario con una evidencia terrible: la mujer retrocede».

También es de destacar ese retroceso del espíritu competitivo en la sociedad industrial y de la que Nietzsche parece hacer referencia. Con los logros democráticos todo se da de ante mano, nada se consigue por méritos y esfuerzo, todo parece regalado y el espíritu aristocrático decae. Parece que todo lo que trajo de bueno la Revolución Francesa es decadencia para Nietzsche, y argumentos le sobran:

«Se pide más aún, se aprende a exigir, se acaba por encontrar casi ofensivo ese tributo de respeto, se preferiría la rivalidad, incluso la lucha abierta para la conquista de los derechos».

En realidad, Nietzsche arremete contra las ideas modernas, contra aquello que pervierte la esencia femenina. Se estremece ante la idea de que la mujer pierda su función fundamental: tener hijos, servir al guerrero… para servir a la burocracia, convertirla en oficinista, como si lo que hasta entonces hiciera la mujer fuera indigno y no una gran labor, la labor más importante y encomiable. La mujer se ve pervertida por el poder, no solo quiere dominar al guerrero, quiere ser guerrera, quiere volver temeroso al hombre, ¿querrá que el hombre tenga hijos?

He aquí la idea de Nietzsche acerca de la mujer, si eso no es admiración qué es:

«Lo que en la mujer inspira respeto y, a veces, temor, es su naturaleza, que es más «natural» que la del hombre, su flexibilidad sagaz de verdadero felino, su garra de tigresa bajo guante de terciopelo, la ingenuidad de su egoísmo, su inaptitud para dejarse educar, su salvajismo profundo, el carácter inasible, vasto e indeciso de sus deseos y de sus virtudes... lo que, a pesar del temor que experimentamos de este felino alegre y peligroso, inspira la compasión por la «mujer», es que parece más doliente, más vulnerable que ningún otro animal, más sedienta de ternura y condenada a más desilusiones».

Este tema tiene hoy día un gran auge. Vemos como se quiere aumentar la feminidad en la mujer (cosmética, moda, etc.) pero a la vez la mujer se ve obligada a sentirse más hombre para conquistar puestos de trabajo destinados comúnmente al hombre. La mujer renuncia a sí misma para convertirse en un oficinista. Nietzsche no dice que la mujer no deba igualarse al hombre (debe ser incluso superior, si no ¿dónde estaría la rivalidad?), sino que la mujer retrocede queriéndose igualar al hombre, porque en el proceso pierde su esencia.

Pero en cierto modo Nietzsche hace responsable al hombre de esta decadencia de lo femenino, y me remito a las siguientes palabras:

«Que la mujer alce la cabeza en el momento que el hombre deja de desear y de cultivar en él lo que es idóneo para inspirar el temor, o diciéndolo crudamente, su rivalidad, es perfectamente legítimo y muy comprensible; pero lo que es difícil de comprender es que la mujer, por esto mismo, degenera».

A la mujer se le domina mediante el temor, es un animal salvaje, indomable, hay que ser un gran pastor para mantener a ralla a una felina. Pero no se asusten, ¿es machismo todo esto?: pues no lo sé, yo no tengo prejuicios. Pero machismo es hoy día ver a montones de hombres babear por las bragas de modelos. En el momento en que un hombre ve a la dama como un objeto, la mujer queda rebajada a lo más mínimo, ya no es mujer, es cosa: es víctima del machismo más cruel. Lo que en otro tiempo era arma mortífera: la feminidad; hoy se ha convertido en golosina, pues la feminidad se ha pervertido, se ha reducido a portadas de revista, a viejas glorias de cine en blanco y negro y a moldes de silicona. ¡Que la mujer alce sus manos y trabaje por su esencia!, porque no sólo perderán ellas, sino también el macho, el guerrero, pues es lo que tiene de más bello y sagrado.