
Manderlay es una película del genial Lars Von Trier, un personaje ya de por sí difícil por su personalidad, o así se testimonia en diversos foros. Manderlay es la segunda entrega de la trilogía Estados Unidos: tierra de oportunidades. Su primera parte, DOGVILLE, ya se comentó en este blog hace dos semanas y lo podréis leer directamente pinchando en el siguiente enlace: Comentarios sobre DOGVILLE.
El director nos sumerge de nuevo en un espacio teatral, donde las luces y las sombras se manejan con destreza y donde la tragedia se hila de forma cruel, sin menguar en ningún momento. La paradoja de la película nos encumbra en la clara idea de que el hombre no sabe ser libre, que no está preparado para la libertad y que necesita, por lo tanto, a alguien que lo domine y que lo dome. En Manderlay, es precisamente el Señor o la Señora del rebaño, la Dueña o el Dueño de un puñado de negros, la única o el único esclavo.
Manderlay no es otra cosa que el último bastión esclavista de EE.UU. (y eso que ya se había abolido hacía décadas), sostenida por una mano negra ocultada por el poder aparente de los Hombres Blancos, que no juegan sino el papel dado en la sociedad de Manderlay. Y es que la teatralidad llega hasta el punto de que cada personaje no parece "sí mismo", sino "un otro" que debe desempeñar una función determinada para que la sociedad de Manderlay no se derrumbe.
Pero lo más impactante es la bondad de la protagonista, siempre presente, al igual que en Dogville, aunque luego llegara el castigo. En Mandarlay, Grace (la protagonista) intenta democratizar y hacer libres a los esclavos, aunque al final el experimento no salió del todo bien. ¿Y qué nos quiere decir Lars Von Trier con el paradigma de Grace? ¿Tal vez que la bondad es un síntoma de debilidad y que nadie agradecerá jamás un buen gesto de voluntad para hacer un bien a la comunidad?; es más, ¿no verán ese buen gesto como una crueldad, convirtiéndose el bien o "el hacer el bien" algo imposible?

No os digo más, es una película que, al igual que Dogville, necesita de horas y horas de debate. No es un cine convencional, su carga moral y ética es apabullante y su reflexión no es apta para mentes vacías o para gente llena de prejuicios. Esta película hay que verla con los ojos abiertos, con la mente receptiva y si es posible poniéndonos en el papel de cada personaje, lo que no resultará agradable a veces, pues habría que renunciar a la libertad (al menos a la que podemos aspirar ahora, que no es poca) y pensar que se disfruta siendo esclavo.■