SOBRE LA HISTORIA



La historia es tan volátil como los recuerdos, tan efímera y gloriosa como una noche ebria y lujuriosa. Es tan caprichosa, débil y vulnerable que las proezas de los hombres por conservarla se asemejan en grandeza a los actos de aquellos que la escriben con sus actos mediante cabriolas infantiles en pos a la eternidad. Es la épica del hombre por perdurar en el tiempo, por ser recordados por siempre y para siempre; eternos, menuda pretensión, no es otra cosa que la quimera “soñorífera” del hombre por codearse entre los dioses; ensueños, sí, ensueños, idioteces humanas que se mecen entre la sangre de míseros y pudientes y que sin embargo esconde cierta magia, cierta dignidad para la condición humana.

Por mi parte, la verdadera historia se encuentra entre los olvidados, es ahí, donde no conocemos nada, donde verdaderamente somos. Lo que conocemos es en cierta medida falsa historia, la historia de los privilegiados, es decir, la Historia de los que sabían escribir. Por despiste, o por desidia, o por interés, parece haberse dejado en el tintero lo más importante de los pasos de nuestra civilización. La escritura aparece entonces como una puerta a la eternidad, cuando hasta la eternidad es efímera, una idea cosmogónica (o cosmo-agónica, quién sabe) del Hombre por darse un sentido.

En definitiva, nuestros actos perdurables en nuestra memoria parecen encadenarse entre comas, puntos seguidos y paréntesis, confiados en que nunca llegará un punto y final. Supongo que el hombre se cree en cierta medida inmortal, lo que le convierte en pretencioso por una parte e ingenuo por otra, cuando lo único que parece eterno de verdad es la muerte y el olvido, pues todas las historias tienen un final.■