HAMLET


«(...)
HAMLET: Buen caballero, ¿de quién son esas fuerzas?
CAPITÁN: De Noruega, señor.
HAMLET: ¿Tendrías a bien decirme adónde se encaminan?
CAPITÁN: Contra cierta parte de Polonia.
HAMLET: ¿Quién les acaudilla?
CAPITÁN: Fortinbrás, sobrino del viejo rey de Noruega.
HAMLET: Y van contra el corazón mismo de Polonia, caballero, o sólo a alguna de sus fronteras?
CAPITÁN: A deciros verdad, y sin la menor exageración, vamos a conquistar una reducida porción de tierra que no ofrece en sí más ventajas que su nombre. Ni por el precio de cinco ducados, cinco no más, la tomaría yo en arriendo, ni daría mayor beneficio al rey de Noruega o al de Polonia si la vendieran en pleno dominio.
HAMLET: Pero entonces, no querrán defenderla los polacos.
CAPITÁN: Sí, ya está guarnecida.
HAMLET: Dos mil almas y veinte mil ducados no bastarán a resolver esta cuestión de pura bagatela. Esto es un tumor causado por exceso de riqueza y de paz, que revienta en lo interior, sin manifestar fuera la causa de la muerte del paciente. Os doy rendidas gracias, caballero.
CAPITÁN: Dios os guarde, señor. (Sale.)
ROSENCRANTZ: ¿Queréis marchar, señor?
HAMLET: Pronto os alcanzaré. Id un poco delante. (Salen todos menos Hamlet.)¡Cómo me acusan todos los sucesos y cómo aguijonean mi torpe venganza! ¿Qué es el hombre, si el principal bien y el interés de su vida consistieran tan sólo en dormir y comer? Una bestia, nada más. Seguramente. Aquel que nos ha creado con una inteligencia tan vasta que abarca lo pasado y el porvenir no nos dio tal facultad y la divina razón para que se enmoheciera en nosotros por falta de uso. Ahora, sea olvido bestial o algún tímido escrúpulo de reflexionar en las consecuencias con excesiva minucia, reflexión esta que de cuatro partes tiene una sola de prudencia y siempre tres de cobardía, no comprendo por qué vivo aún para decir: «Eso está por hacer», puesto que tengo motivo, voluntad, fuerza y medios para llevarlo a cabo. Ni me faltan, para exhortarme, ejemplos tan patentes como la tierra; dígalo, si no, esta hueste tan imponente, conducida por un príncipe joven y delicado, cuyo espíritu henchido de divina ambición le hace mohines al invisible éxito, aventurando lo que es mortal e incierto a todo cuanto puedan osar la fortuna, la muerte y el peligro, tan sólo por una cáscara de huevo. Verdaderamente, el ser grande no consiste en agitarse sin una razón poderosa; antes bien, en hallar noble querella por un quítame allá esas pajas cuando está en juego el honor. ¿Qué papel estoy, pues, haciendo yo que tengo un padre asesinado y una madre mancillada, fuertes acicates para mi razón y mi sangre, y dejo que todo duerma en paz? Mientras que, para vergüenza mía, estoy viendo la muerte inminente de estos vente mil hombres, que por un capricho y una ilusión de gloria corren a sus tumbas cual si fueran lechos, y pelean por un trozo de tierra tan reducido que no ofrece espacio a los combatientes para sostener la lucha, ni siquiera es un osario bastante capaz para enterrar a los muertos. ¡Oh! ¡A partir de este instante, sean de sangre mis pensamientos, o no merezcan sino baldón!».

HAMLET, de William Shakespeare. Literatura Alianza Editorial, ref. L 5668. Págs. 152-155, Acto Cuarto, Escena IV. Traducción de Luis Astrana Marín.


No tengo pretensiones con este comentario, solamente hacer un humilde análisis que sirva al menos de rodeo en torno a Hamlet. Son tantos sus temas, tantos sus puntos de análisis, que harían falta semanas de trabajo para hacer un comentario en condiciones. Sin más, hablemos de la obra de Shakespeare.

Hamlet es sin duda la obra más genial del inmortal Shakespeare; tanto, que es tan grande o más que su autor. Hamlet representa la grandeza de un hombre, la virtud y la epopeya de una venganza. Dentro de la dramaturgia teatral, su posición es tan elevada como lo es El Quijote dentro de la novela. El video y su correspondiente texto (que encontraréis más arriba), extraído de la obra original traducida al castellano y que no se corresponde con el doblaje fílmico, son los fragmentos más elevados (para mí) de esta “robusta” obra teatral.

De Shakespeare poco puedo decir que ya no se sepa, así que hablemos de Hamlet. Existen varios temas. Los principales: la vida y la muerte y la venganza.

La Vida y la Muerte son una constante en la obra. Desde el principio vemos como el mundo de los muertos interactúa con el de los vivos y cómo mensajes de ultratumba piden que se geste la justa venganza. La imagen de Hamlet sosteniendo la calavera no es más que la metáfora de un hombre que se enfrenta a su sino y que se pregunta compungido: ¿qué valor tiene la vida?; un esqueleto no es más que la demostración última de la insignificancia del Hombre, ya indefenso, ya desprovisto de carne y de vida a merced de un miserable sepulturero.

La Venganza es la línea central de la obra, una venganza que nace desde dentro como un puñal que quiere salir para clavarse en el pecho del infractor del daño. Es la Ira la que pide venganza, es la Ira la que siembra semillas de odio, es la Ira la pasión de la Historia Universal. ¿Y cómo puede nacer tanta Ira de un grupo de seres humanos? Pues mediante odios y envidias que ensalzan a nobles hombres, y posteriormente ya no tan nobles, en conspiraciones palaciegas mediante veneno y sangre para conseguir un objetivo. Y qué miserable es el hombre, amiga del cuchicheo, crédula ante los rumores, una manada de histéricas bestias envenenadas por la envidia y el odio. La venganza es la cura contra el resentimiento, por eso Hamlet dice: «¡Oh! ¡A partir de este instante, sean de sangre mis pensamientos, o no merezcan sino baldón»; y es que la gloria se construye con sangre, ¡qué importa una vida o dos o un millar si la existencia no vale nada, si es totalmente inútil! Hamlet declara la guerra a sus enemigos, la venganza se gestará hasta sus últimas consecuencias y no importará el precio.

Y para finalizar, preguntarme: ¿Qué más nos dice Hamlet? Es un compendio poetizado de las pasiones humanas, de las gestas amorosas y de los odios más profundos. Hamlet es, ¿cómo decirlo? Una radiografía precisa de nuestro esqueleto ético y moral, una autopsia a nuestra esencia humana en lo bueno y en lo malo que finaliza con una justa sentencia: cada uno se llevará su merecido, ya sea la gloria o el improperio. ■