LA DECADENCIA MORAL DEL HOMBRE


La civilización

El hombre que no se ve como animal, es decir: como bestia, es un monstruo. Tanta fe ciega en la inteligencia y en la propia fe hacia algo solamente estaba abocada a conseguir que cayéramos en un pozo o a ser atropellados por un coche; y sean éstas metáforas de nuestro destino, ¡pues tal es nuestra ceguera! Había más verdadera esencia en un bárbaro que en un romano de generaciones cristianas, y es que la civilización amansa (y más si está crucificada) a las fieras y nos convierte en refinados monstruos. El Hombre civilizado es, por lo tanto, el más débil de los hombres, pues sin una pizca de salvajismo pierde todo su carácter y toda su fuerza. El superhombre es un guerrero: mitad soldado y mitad filósofo; mitad humano y mitad bestia; mitad "inteligencia" y mitad naturaleza. Pero en nosotros solamente se agolpa sangre de monstruo, sangre de aquel que se cree Dios, la sangre de aquel que para crear nuevos mundos debe destruir otros más vivos.

La religión manotea que nos gobierna el alma no ha contribuido a hacer mejor al hombre. Más bien, al hombre amansado y civilizado, al monstruo, lo ha constreñido a un estado de descomposición de tal magnitud que hasta los que se llaman ateos aún viven sumidos (y sin saberlo, tal es el éxito de los monoteístas) en los propios postulados morales que siguen los más fieles hombres del único Dios. Y es que sustituir la sangre por vino y a los dioses por santos solamente ha dejado como herencia borrachos de taberna en lugar de ritos vampíricos llenos de sacrificios, ¡¡y no sé qué es más decadente!!.

El cristianismo de la Iglesia católica solamente ha contribuido a que el hombre se avergüence de sí mismo y de las propias necesidades que le acercaban a su realidad animal, además de erigirse en creador de nuevos métodos para civilizar y para someter al hombre a la confusión del gentío... ellos fueron los que dieron el pistoletazo para huir de la naturaleza definitivamente, fueron ellos los que convirtieron al romano civilizado en una bestia hastiada y al bárbaro en una bestia amansada, arropando al Hombre de un falso humanismo de bondad, más cerca de la soga que de la propia Biblia. En seres domesticables y obedientes nos convirtió Dios, en domesticables monstruos para propósitos papales que no llegaron a ninguna parte más allá de la decadencia moral y de la muerte de un Hombre verdadero que ya languidecía con tanta ponzoña civilizadora.

Sea el avance conseguido hasta ahora obra de un hombre que se cree rico y fuerte que ha llegado a cotas impensables de progreso tecnológico, contribuyendo a una vida más fácil; pero cuando me miro al espejo y observo a los demás Hombres, solamente percibo a un Hombre de voluntad disminuida, a megalómanos arrogantes, a la sombra de lo que fuimos antes de amansarnos y debilitarnos en el emporio civilizado. Y las sombras no se yerguen, no andan, se arrastran… Y no piensen que los hombres de antes fueran mejores, que los politeístas eran más puros que los monoteístas (ambos eran partícipes de la civilización), pues en realidad perseguían un mismo propósito no confesado y difícil de reconocer, pues se ha labrado inconscientemente: la decadencia del Hombre (el mayor de nuestros progresos).■