CICLO "UNA TORMENTA DE LUCIDEZ" (PARTE II/VI): EL DIABLO TRANQUILIZADO



¿Por qué Dios es tan incoloro, tan débil, tan mediocremente pintoresco? ¿Por qué carece de interés, de vigor y de actualidad y se nos parece tan poco? ¿Existe una imagen menos antropomórfica y más gratuitamente lejana? ¿Cómo hemos podido proyectar sobre él resplandores tan pálidos y fuerzas tan claudicantes? ¿A dónde han fluido nuestras energías, en dónde se han vertido nuestros deseos? ¿Quién ha absorbido entonces nuestro superávit de insolencia vital?

¿Nos volveremos hacia el diablo? Pero no sabríamos dirigirle oraciones: adorarle sería rezar introspectivamente, rezaremos a nosotros. No se ora a la evidencia: lo exacto no es objeto de culto. Hemos colocado en nuestro doble todos nuestros atributos y, para realzarle con semblante de solemnidad, lo hemos vestido de negro: nuestras vidas y nuestras virtudes, de luto. Dotándole de maldad y de perseverancia, nuestras cualidades dominantes, nos hemos agotado para volverle tan vivo como sea posible; nuestras fuerzas se han consumido en forjar su imagen, en hacerla de arcilla, saltarina, inteligente, irónica y, sobre todo, mezquina. Las reservas de energías con las que contábamos para forjar a Dios se reducían a nada. Entonces recurrimos a la imaginación y a la poca sangre que nos quedaba: Dios no podía ser sino el fruto de nuestra anemia: una imagen tambaleante y raquítica. Es bueno, suave, sublime, justo. Pero ¿Quién se reconoce en esa mezcla fragante de agua de rosas relegada en la trascendencia? Un ser sin doblez carece de profundidad y de misterio; no esconde nada. Sólo la impureza es signo de realidad. Y si los santos no carecen completamente de interés, es que su sublimidad se mezcla con la novela y su eternidad se presta a la biografía; sus vidas indican que han abandonado el mundo por un género susceptible de cautivarnos de vez en cuando...

Porque rebosa vida, el diablo no tiene ningún altar: el hombre se reconoce demasiado en él para adorarle; le detesta a sabiendas; se repudia y cultiva los atributos indigentes de Dios. Pero el diablo no se queja y no aspira a fundar una religión: ¿no estamos nosotros aquí para precaverle de la inanición y el olvido?

Texto titulado El Diablo Tranquilizado, extraído de Breviario de Podredumbre (Una Tormenta de Lucidez), de E. M. Cioran. Suma de letras, S.L., enero de 2001, págs. 62-64. Traducción de Fernando Savater.
Leyendo el texto de Cioran, el cristianismo se me antoja una religión hipócrita y contranatural donde se le presta demasiada devoción a un Dios que es nuestro contrario (o no tanto). En tal religión es donde el Hombre aprende a odiarse, donde los complejos y los temores más profundos nacen para convertirnos en seres débiles y peligrosos para nosotros mismos. Y todo porque -y eso se desprende del texto- hemos sido forjados a imagen y semejanza del propio Diablo... Somos la encarnación del mal, sus Hijos, nacidos de la ceniza y del azufre; lo que al parecer supone motivo para la mortificación. Y tanto nos detestamos, que tuvimos que forjar al mismísimo Dios... al monoteísta, porque los dioses paganos se parecían más a nosotros, tan proclives a las pasiones y a la tragedia... Pero creo que el Diablo tranquilizado es el propio Dios, el más mezquino de todos, sí, ese... el clarividente y conspicuamente bondadoso. Su Bien es su Virtud, pero una Virtud prepotente, pues actúa por su propia grandeza... es la imagen de un cura, de un salvador, de un mártir... en su hacer por construir el bien solamente se esconde un profundo egoísmo, una fórmula de placer hacia uno mismo dirigido a la gloria y a la inmortalidad. Así que si Dios es el mismo mal, el Diablo no es otra cosa que lo mismo, solo que con la cara descubierta, más vivo por ser más real, más real por ser más certero que la misma verdad sobre nosotros.

Como bien nos muestra Cioran, todas nuestras pocas virtudes se disfrazaron de luto... no somos más que un esqueleto, el cristianismo fue la muerte del Hombre, de un Hombre lleno de vida. La Muerte de Dios, forjada en el siglo diecinueve por energías revitalizantes fue el eco de las agonías de nuestros ancestros que vieron cómo el monoteísmo nos chupaba la poca sangre que nos quedaba

Pero: ¿nos volveremos hacia al Diablo?, ¿rezaremos introspectivamente?; creo que no, preferimos volvernos contra nosotros, pues parece más heroico, y todo por malentender lo que es hacer el bien, por pensar que nuestra naturaleza de ceniza y fuego es el mismo infierno o el mismo mal cuando de ahí tal vez surja la propia vida. ■