CICLO "UNA TORMENTA DE LUCIDEZ" (PARTE I/VI): EXÉGESIS DE LA DECADENCIA

Cada uno de nosotros ha nacido con una dosis de pureza, predestinada a ser corrompida por el comercio con los hombres, por ese pecado contra la soledad. Pues cada uno de nosotros hace lo imposible por no verse entregado a él mismo. Lo semejante no es fatalidad, sino tentación de decadencia. Incapaces de guardar nuestras manos limpias y nuestros corazones intactos, nos manchamos con el contacto de sudores extraños, nos revolvemos, sedientos de asco y fervientes de pestilencia, en el fango unánime. Y cuando soñamos mares convertidos en agua bendita es demasiado tarde para zambullimos en ellos, y nuestra corrupción demasiado profunda nos impide ahogarnos allí: el mundo ha infectado nuestra soledad; las huellas de los otros sobre nosotros se hacen imborrables.

En la escala de las criaturas sólo el hombre puede inspirar un asco perdurable. La repugnancia que provoca un animal es pasajera; no madura en el pensamiento, mientras que nuestros semejantes alarman nuestras reflexiones, se infiltran en el mecanismo de nuestro desapego del mundo para confirmarnos en nuestro sistema de rechazo y aislamiento. Después de cada conversación, cuyo refinamiento indica por sí solo el nivel de una civilización, ¿por qué es imposible no echar de menos el Sahara y no envidiar a las plantas o los monólogos infinitos de la zoología?

Si por cada palabra logramos una victoria sobre la nada, no es sino para mejor sufrir su imperio. Morimos en proporción a las plantas que arrojamos en torno a nosotros... Los que hablan no tienen secretos. Y todos hablamos. Nos traicionamos, exhibimos nuestro corazón; verdugo de lo indecible, cada uno se encarniza en destruir todos los misterios, comenzando por los suyos. Y si encontramos a los otros, es para envilecernos juntos en una carrera hacia el vacío, sea en el intercambio de ideas, en las confesiones o en las intrigas. La curiosidad ha provocado no sólo la primera caída, sino las innumerables caídas de todos los días. La vida no es sino esta impaciencia de decaer, de prostituir las soledades virginales del alma por el diálogo, negación inmemorial y cotidiana del paraíso. El hombre sólo debería escucharse a sí mismo en el éxtasis sin fin del verbo intrasmisible, forjarse palabras para sus propios silencios y acordes audibles a sus solos remordimientos. Pero es el charlatán del universo; habla en nombre de los otros; su yo ama el plural. Y el que habla en nombre de los otros es siempre un impostor. Políticos, reformadores y todos los que se reclaman de un pretexto colectivo son tramposos. Sólo la mentira del artista no es total, pues sólo se inventa a sí mismo... Fuera del abandono a lo incomunicable de la suspensión en medio de nuestros arrebatos inconsolados y mudos, la vida no es sino un estrépito sobre una extensión sin coordenadas, y el universo, una geometría aquejada de epilepsia.
(...)


Fragmento del texto Exégesis de la decadencia, extraído de: Breviario de Podredumbre (Una Tormenta de Lucidez), de E. M. Cioran. Suma de letras, S.L., enero de 2001, págs. 54-56. Traducción de Fernando Savater.



Hace dos semanas pudimos leer en este mismo blog un artículo cuyo título rezaba La decadencia moral del Hombre, la Civilización. Tal vez esa entrada pudiera complementar el texto de Cioran que me dispongo a comentar, dentro de este ciclo llamado Una tormenta de lucidez, así como a este mismo comentario.

Si algo hay que tener claro leyendo el texto de Cioran y observando la existencia misma, ya sea la propia o la colectiva, es que el ser Hombre ha demostrado su casi incapacidad total para la soledad y adentrarse de esta forma en sí mismo. En los momentos que el hombre se ha visto ahogado por los minutos vacios, ya sean de compañía o de actos, se ha visto igualmente desaprovechada la oportunidad de tener un acercamiento o una conversación consigo mismo, negándose no sólo el conocerse, sino negando igualmente un camino de desarrollo y de madurez, una vía hacia el conocimiento. Solamente ha habido amagos de “abismamiento”, porque al final esos minutos aparentemente vacíos se han aprovechado para conspiraciones y gratificaciones carnales adorando imaginaciones libidinosas y lúbricas.

Como bien dice Cioran, "sólo el hombre puede inspirar un asco perdurable". Somos los únicos capaces de contaminar toda pureza o de corromper cualquier verdad. Nos hemos convertido en carroñeros de nuestros ancestros; y nosotros mismos nos convertiremos en carroña para las generaciones futuríferas, pues al Hombre sólo se le digiere una vez muerto, por mucho asco que inspire. El hombre, a nivel Universal, es como el olor de una mofeta, y a nivel planetario, como un mono atrapado en un zoo masturbándose.

La Civilización ha contribuido, no obstante, a hacer nuestra soledad pasajera y nuestros actos estúpidos, llenándolos de juicios y de críticas; solamente así se podría crear un canon de facto, un protocolo de lo políticamente correcto. Una sociedad de lo políticamente correcto está entonces abocada al prejuicio y al estereotipo. En un mundo así, la hipocresía florece por culpa de empecinarse en mantener un estatus y los artistas se convierten en deslucidos histriones, vasallos de la falsedad. Así, la vida es la mayor mentira de todas, pues amigos del artificio, desconocemos la vida misma.

"El fango unánime" extrae al hombre para convertirlo en marioneta. Lo arrastra de la verdad a la mentira: es como desterrar a Dios de las aguas celestiales para someterlo a las pajas mentales del Infierno. El verbo nos ha ayudado a facilitar el camino hacia el malentendido, pues es el desvelador de secretos, el desentrañador de misterios, el arma de impostores que hablan de sí mismos y por todos. Pero desvela y desentraña todo de forma tan malinterpretable que nuestra lucidez y cordura solamente pueden medirse por lo que callamos, algo que nunca sucede.

La Historia solamente la contamos para ensalzarnos en el presente ridiculizando el pasado, y a veces al contrario; y tal vez sea la mayor mentira y ridiculez de todas... ¿acaso la Historia no nació de la escritura, hija de la lengua? Entonces... ¿qué mejor final para la Historia que eliminar las palabras y la lengua y adentrarse en un sistema de comunicación propio, ese pseudolenguaje intransferible y auténtico, alejado de contagios externos, de juicios y de la ponzoña colectiva? Tal vez así nos alejemos de la decadencia y veamos desde la orilla como las impurezas son arrastradas por la corriente. Alejados de los malentendidos y de las pasiones que despiertan la conjunción de dos egos o más tal vez encontremos una verdadera humanidad, el verdadero valor de permanecer solos e imperturbables. Si la civilización está en decadencia es porque cada uno de los egos que la conforman no ha madurado lo suficiente como para entenderse y entregarse a sí mismo. ■