Nuestra vida es un molde, un molde existencial. Hemos llenado de cosas todo el vacío que existe en la propia vida y nos hemos creído nuestras propias mentiras. No creer es lo más parecido a ser libre; no vivir… es ser libre. La vida es un suplicio, el mundo se hincha los pulmones para expulsar quejidos pestilentes y el aliento putrefacto de sus sueños. La vida no vale nada, somos el cáncer de un vacío infectado, una extraña anomalía aislada de la naturaleza con pretensiones de deidad.


“Nihilista” es el epíteto atribuido a los cínicos modernos. Irreverentes y sarcásticos no tienen más remedio que vivir con desprecio, incluso con el de su propia vida. Rechazan al hombre, rechazan cualquier cosa, hasta a la nada, que es nada. Emisarios del sinsentido, existencialistas virtuosos y solipsistas por derecho propio, pasean su yo con un claro desencanto y una iluminada desesperanza con cierta consciencia del sinsentido y del vacío oculto en todo lo que nos rodea, siendo forzados a vivir en la infelicidad de cierta verdad.


No hay mayor condición en un nihilista que el desprecio por la vida, que es lo mismo que decir su desprecio por el Hombre; por ello, no hay más condena para un ser de tal naturaleza que tener que vivir como hombre, como hombre en sociedad, siendo cómplice de todas las quimeras y de todas las estupideces vacuas por las que el ser hombre libra una batalla sin cuartel a cada segundo y aniquila sus vidas. El mundo se pudre, somos materia orgánica en descomposición y nadie lo sabe.■