CICLO "UNA TORMENTA DE LUCIDEZ" (PARTE VI/VI): EL «PERRO CELESTIAL»



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«No puede saberse lo que un hombre debe perder por tener el valor de pisotear todas las convenciones, no puede saberse lo que Diógenes ha perdido por llegar a ser el hombre que se lo permite todo, que ha traducido en actos sus pensamientos más íntimos con una insolencia sobrenatural como lo haría un dios del conocimiento, a la vez libidinoso y puro. Nadie fue más franco; caso límite de sinceridad y lucidez al mismo tiempo que ejemplo de lo que podríamos llegar a ser si la educación y la hipocresía no refrenasen nuestros deseos y nuestros gestos. (...)

(...) Somos todos ridículamente prudentes y tímidos: el cinismo no se aprende en la escuela. El orgullo, tampoco. (...)

(...) «Sócrates enloquecido», le llamaba Platón. «Sócrates sincero», así debía haberle llamado. Sócrates renunciando al Bien, a las fórmulas y a la Ciudad, convertido al fin en psicólogo únicamente. Pero Sócrates -incluso sublime- es aún convencional: permanece siendo maestro, modelo edificante. Sólo Diógenes no propone nada; el fondo de su actitud y la esencia del cinismo, está determinado por un horror testicular del ridículo de ser hombre. (...)

(...) Que el mayor conocedor de los humanos haya sido motejado de perro prueba que en ninguna época el hombre ha tenido el valor de aceptar su verdadera imagen y que siempre ha reprobado las verdades sin miramientos. Diógenes ha suprimido en él la fachenda. ¡Qué monstruo a los ojos de los otros! Para tener un lugar honorable en la filosofía, hay que ser comediante, respetar el juego de las ideas y excitarse con falsos problemas. En ningún caso el hombre tal cual es debe ser vuestra tarea. Siempre según Diógenes Laercio: «En los juegos olímpicos, habiendo proclamado el heraldo: "Dioxipo ha vencido a los hombres", Diógenes respondió: "Sólo ha vencido a esclavos, los hombres son asunto mío".» (...)

(...) Tenemos que agradecer el azar que le hizo nacer antes de la llegada de la Cruz. ¿Quién sabe si, enjertada en su desapego, una malsana tentación de aventura extrahumana le hubiera inducido a llegar a ser un asceta cualquiera, canonizado más tarde y perdido en la masa de los bienaventurados y del calendario? Entonces es cuando se hubiera vuelto loco, él, el ser más profundamente normal, porque estaba alejado de toda enseñanza y toda doctrina. Fue el único que nos reveló el rostro repugnante del hombre. Los méritos del cinismo fueron empañados y pisoteados por una religión enemiga de la evidencia. Pero ha llegado el momento de oponer a las verdades del Hijo de Dios las de este «perro celestial», como le llamó un poeta de su tiempo.»


Texto titulado El «perro celestial», extraído de Breviario de Podredumbre (Una Tormenta de Lucidez), de E. M. Cioran. Suma de letras, S.L., enero de 2001, págs. 140-144. Traducción de Fernando Savater.

Por fin terminamos este ciclo dedicado a Cioran, Una Tormenta de Lucidez, con esta sexta parte. Hablar sobre Cioran y su obra no ha sido nada fácil, al menos no para mí. Supongo que la profundidad de su pensamiento ha quedado muy poco remarcada en todos los comentarios y ni siquiera me he asomado (ni de refilón) a lo que realmente es Cioran, ni he sabido explicar ni comunicar lo que significa Cioran en sí mismo y para mí, ni lo que supone una filosofía como la de él para el mundo y para la propia filosofía.

Escribir sobre él y el haberme sumergido en sus lecturas desde hace años es una especie de batalla metafísica en la que uno lucha constantemente contra sí mismo, contra los monstruos propios que escondemos en nuestro interior. Después de leer a Cioran uno no puede sino salir a la calle, agacharse al suelo, ponerse delante de unas cucarachas y disculparse ante esos pequeños animalillos, pues nosotros somos igual de insignificantes que ellos, igual de aplastables e igual de escatológicos. Y es que nuestra realidad la hemos llenado de pijotadas, de remilgos burgueses exportados de la vida palaciega, creyéndonos reyes... ¿de qué? Mírense al espejo, vean lo ridículos que somos... Sean conscientes de sus actos, analícenlos y desen cuenta del ridículo tan inconmensurable que hacemos ante la propia existencia. ¡¡¡El Hombre es el único animal capaz de hacer el ridículo!!!; ¡¡¡si algo de nosotros pasa a la eternidad no será otra cosa que nuestra estupidez!!!.

Sin más, he ahí que seleccioné un texto dedicado al cínico Diógenes de Sínope, aquel gran griego, aquel gran perro bípedo, más humano que muchos. Y es que el texto de Cioran me cautiva porque me parecía casi inimaginable que alguien como él, tan proclive a desmontar toda convención y toda norma, fuera capaz de admirar a alguien. Claro, Diógenes enamora por su desprecio por la vida y por las convenciones, por su negativa al lujo y a la zalamería, por tratar a todos por igual y por todo lo escrito sobre él, ya sea leyenda o no. Casi podría decirse que Diógenes era un anticipo de lo que sería Cioran, un primer plato de pureza, es decir, de filosofía sin artificios y sin divagaciones engañosas. Tanto Diógenes como Cioran son cirujanos del alma (o del espíritu, llamémosle de mil formas), hombres que practicaron el nudismo filosófico, mostrándonos al hombre tal como es, desnudito, sin ropajes, tan ridículo como pestilente, tan efímero como glorioso, tan megalómano como… Y claro, para adentrarse en una filosofía que va a desnudarte, que te va a desmontar por completo, se necesita una gran fortaleza, pues parece que no todos están preparados para escuchar sin remilgos ni eufemismos la verdad que se esconde tras el Hombre y tras uno mismo.■