CICLO "UNA TORMENTA DE LUCIDEZ" (PARTE IV/VI): LA CONSCIENCIA DE LA INFELICIDAD



Elementos y actos, todo concurre a herirte. ¿Acorazarte de desdenes, aislarte en una fortaleza de asco, soñar con indiferencias sobrehumanas? Los ecos del tiempo te perseguirán en tus últimas ausencias… Cuando nada puede impedirte sangrar, las ideas mismas se tiñen de rojo o se invaden como tumores las unas a las otras. No hay en las farmacias ningún específico contra la existencia; sólo pequeños remedios para los jactanciosos. Pero, ¿dónde está el antídoto de la desesperación clara, infinitamente articulada, orgullosa y segura? Todos los seres son desdichados; pero, ¿cuántos lo saben? La conciencia de la infelicidad es una enfermedad demasiado grave para figurar en una aritmética de las agonías o en los registros de lo incurable. Rebaja el prestigio del infierno y convierte los mataderos del tiempo en paraísos. ¿Qué pecado has cometido para nacer, qué crimen para existir? Tu dolor, como tu destino, carece de motivo. Sufrir verdaderamente es aceptar la invasión de los males sin la excusa de la causalidad, como un favor de la naturaleza demente, como un milagro negativo…

En la frase del Tiempo, los hombre se insertan a modo de comas, mientras que, para detenerla, tú te has inmovilizado como un punto.


Texto titulado La Consciencia de la Infelicidad, extraído de Breviario de Podredumbre (Una Tormenta de Lucidez), de E. M. Cioran. Suma de letras, S.L., enero de 2001, págs. 77-78. Traducción de Fernando Savater.


Las palabras de Cioran me parecen siempre una especie de maldición contra el Hombre y un manifiesto sobre su asco a sí mismo, una oda a su Náusea. También son un toque de atención a lo irracional de nuestra naturaleza y a la superfluidad de nuestras vidas.

En esta ocasión, qué podemos responder a la duda de Cioran: Todos los seres son desdichados; pero, ¿cuántos lo saben? Nadie lo sabe a ciencia cierta, algunos lo sospechan y los que se dan cuenta duran poco; solamente unas escasas almas son capaces de sobrevivirse y mortificarse en este cautiverio existencial (conscientemente); tal vez por miedo, tal vez por no querer hacer el ridículo. Cioran, en este caso, consciente de su desdicha, arrepintiéndose (es una suposición) de haber perdido las fuerzas para suicidarse cuando lo planeó con veintipocos años, vivió con mayor mortificación que nadie; fue un monje de la desdicha.

El tiempo, aparentemente eterno, rebosa con toda su densidad en nuestra existencia y nos convierte en seres efímeros e insignificantes. Cuántos nacimientos y muertes en vano guardados en el cajón del olvido... Tanto para nada... Cuántas comas y cuántos puntos, cuántas mayúsculas para empezar las frases... Al final, nos inmovilizaremos como un punto y algunos se preguntarán para qué ha servido su vida, incluso habrá quienes se den cuenta de la Inconsciencia de su Felicidad y de lo desdichados que han sido realmente.

La Consciencia de la Infelicidad es en sí el único estado consciente que podemos alcanzar plenamente si nos lo proponemos, por una razón muy simple y que a mí se me antoja cierta (a otros, tal vez, les resulte ridículo): todo atisbo de felicidad es irracional, por lo que no es consciente en su ejercicio hasta que no se ha vivido y pensamos detenidamente en la dicha; al contrario, la Infelicidad se vive a cada segundo, en su ejercicio, se pega como una lapa en la sien y nos martillea hasta que dormimos (quien pueda dormir). En definitiva, ser feliz en este mundo equivale a reírse en un Tanatorio. Yo uso el «¡ja!», suena a risa y a amargura, a ironía y a desdén, y no va tan desatinado con nuestra existencia, nuestra naturaleza demente.■