CICLO "UNA TORMENTA DE LUCIDEZ" (PARTE V/VI): COSMOGONÍA DEL DESEO



Habiendo vivido y verificado todos los argumentos contra la vida, la he despojado de sus sabores y, enfangado en sus heces, he sentido su desnudez. He conocido la metafísica postsexual, el vacío del universo inútilmente procreado y esa disipación de sudor que nos hunde en un frío inmemorial, anterior a los furores de la materia. Y he querido ser fiel a mi saber, constreñir los instintos a amodorrarse y he constatado que no sirve de nada manejar las armas de la Nada si uno no puede volverlas contra sí mismo. Pues la irrupción de los deseos, en medio de nuestros conocimientos que los invalida, crea un conflicto terrible entre nuestro espíritu enemigo de la creación y el trasfondo irracional que nos une a ella.

Cada deseo humilla la suma de nuevas verdades y nos obliga a reconsiderar nuestras negaciones. Sufrimos una derrota en la práctica; sin embargo, nuestros principios permanecen inalterables… Esperábamos no ser ya hijos de este mundo y henos aquí sometidos a los apetitos como ascetas equívocos, dueños del tiempo y enfeudados en las glándulas. Pero este juego no tiene límite: cada uno de nuestros deseos recrea el mundo y cada uno de nuestros pensamientos lo aniquila… En la vida de todos los días alternan la cosmogonía y el apocalipsis: creadores y demoledores cotidianos, practicamos a una escala infinitesimal los mitos eternos; y cada uno de nuestros instantes reproduce y prefigura el destino de semen y de ceniza adjudicado al infinito.

Texto titulado Cosmogonía del Deseo, extraído de Breviario de Podredumbre (Una Tormenta de Lucidez), de E. M. Cioran. Suma de letras, S.L., enero de 2001, págs. 152-153. Traducción de Fernando Savater.

Resulta difícil imaginar que el deseo fuera el origen de la vida y de todo el Universo, porque entonces toda nuestra existencia se reduce a un momento de debilidad de alguna deidad desconocida, de una deidad que en medio del vacío deseaba martirizar la Ausencia Eterna con la ponzoña vital. Y dicho esto no pienso que la vida sea necesariamente ponzoñosa, aunque si lo fuera para una remota e hipotética ausencia (haciendo metafísica cualquier licencia imaginativa es legal y hasta coherente); para ponzoña, el hombre para la propia vida, la cual no sabe vivir por ignorancia, por no entenderla, por desconocer lo esencial de su naturaleza.

En el texto de Cioran el deseo se revela como enemigo de la Nada y de las Ausencias. Cuando uno desea la No Vida se ve posteriormente sometido a la existencia vital por medio del deseo, siendo esclavizado por las condiciones de debilidad de la naturaleza inherente al ser humano y por los caprichos de los sentidos: la vista desea tocar, el tacto desea ver... Los sentidos, grandes murallas que emparedan la ausencia en un cerco de Vida, nos atan a la existencia irracionalmente. «(…) la irrupción de los deseos, en medio de nuestros conocimientos que los invalida, crea un conflicto terrible entre nuestro espíritu enemigo de la creación y el trasfondo irracional que nos une a ella.», nos dice Cioran. Visto así, todas las religiones son poco vitalistas, siempre condenando el deseo, incluso deseando (y he ahí la contradicción) el no desear mediante la meditación o la austeridad. Pero eso son pretensiones humanas, porque queramos o no, quien está atado a la vida es por puro deseo de algo, una atadura que puede adquirir mil nombres pero que se rigen por el mismo medio: vivir por ambición: deseo de poder; vivir por amor: deseo de poseer a alguien... Pero incluso el suicidio es un deseo, un deseo de no desear o el deseo de no vivir, y he ahí otro motivo de absurdo, otro motivo de calificar la Vida como locura, pues hasta en el más grande de los actos honorables y de aparente libertad, el deseo hace acto de presencia para invalidar precisamente toda honorabilidad y todo resquicio de libertad; llamemos al acto de no desear el Antideseo. Entonces, ¿cómo ser libres? Pues no deseando; y ¿cómo despojarnos del acto de desear? Pues haciendo todo nuestro obrar consciente, así vislumbraremos toda nuestra impulsividad e irracionalidad; así nos daremos cuenta de si obramos por propia voluntad o por deseo a.

El deseo, en definitiva, nos invalida como seres libres. Reduce la inteligencia al instinto y al Hombre al animal que es. Pero no piensen que el deseo es malo por necesidad, un deseo consciente nos puede atar a la vida como borregos a la hierba pero a la vez hacernos relativamente libres en este mundo demencial e ilógico. Así es como funciona la existencia, así es como la Vida se defiende para evitar un colapso generalizado: el deseo es, en definitiva, el instinto de supervivencia. Como dice Cioran: «Esperábamos no ser ya hijos de este mundo y henos aquí sometidos a los apetitos como ascetas equívocos, dueños del tiempo y enfeudados en las glándulas». Dicho esto, el suicidio, que ya planteamos con anterioridad, parece un problema, pero no es así: el antideseo es un deseo en sí mismo, la antimateria de la Vida, que también se recicla.

Concluyendo, tanto la Vida como la Muerte formar parte del puro hecho de vivir, y como tales, están constreñidos a las cadenas del deseo.■