CICLO "LA FUERZA MAYOR" (PARTE IV/IV): RESENTIMIENTO

«(…) según Nietzsche, hay dos tipos de rumiantes: los que rumian sin cesar, pero sin lograr digerir (caso del hombre del resentimiento), y los que rumian y digieren (caso del hombre dionisíaco). Malos y buenos rumiantes. Generalmente se interpreta así: el mal rumiante no tiene acceso a la dicha porque está atado al pensamiento de la desdicha, mientras que el buen rumiante accede a la dicha porque supera el pensamiento de la desdicha, porque logra digerirla. Pero no es eso lo que exactamente lo que piensa Nietzsche en materia de rumia. Mirándolo más de cerca, el reparto de los papeles es bastante diferente: el buen rumiante tiene acceso a la vez a la dicha y a la desdicha, mientras que el destino del mal rumiante radica en no tener acceso ni a la una ni a la otra, pues ignora la dicha porque no logra digerir la desdicha, pero ignora también la desdicha precisamente porque no logra digerir su pensamiento. El hombre dichoso tiene acceso a todo, y en especial al conocimiento de la desdicha; el hombre desdichado no tiene acceso a nada, ni siquiera al conocimiento de su propia desdicha. Del mismo modo que el pensamiento de la vida incluye el pensamiento de la muerte, así también, en general, el pensamiento de la dicha –la beatitud- implica un profundo e inigualable conocimiento de la desdicha (…)»

Clément Rosset. La Fuerza Mayor, Notas sobre Nietzsche y Cioran. Acuarela Editorial, año 2000, pág. 51. Traducción de Rafael del Hierro.


Como bien dice Rosset “el buen rumiante tiene acceso a la vez a la dicha y a la desdicha”. El buen rumiante es la imagen del superhombre o del sabio, de aquel que ha superado algo y puede ver con anchura y holgura el paisaje del obstáculo, ya detrás. Qué imagen más lastimosa la del mal rumiante, y ya no sólo porque no supere en este caso la desdicha (ciñéndonos al texto, aunque podría ser cualquier otra cosa), sino por el hecho de que ni siquiera tiene acceso a ella. El mal rumiante es un toro perdido en la dehesa, sin pastor, sin perro… es un ser sin brújula sumido en una confusión y en una barahúnda de emociones que no entiende, ni sabe cómo afrontar. El mal rumiante es en definitiva aquel que no es consciente, aquel que vive en el martirio, aquel que o bien es feliz de esa forma o no quiere ser libre: vive en el infierno sin conocer a sus demonios. Porque seamos realistas, hay quien se siente cómodo en la incomprensión de su desdicha. En este caso la desdicha no se supera, sino que se acepta la no superación: es la abnegación del pusilánime.

En definitiva, el sí a la vida (principio del buen rumiante) se divisa como una confrontación con y posterior superación de la existencia, mientras que el no a la vida (característica del mal rumiante) es un estado de pasividad donde los acontecimientos pasan por encima de su cabeza, aplastándolo, sin conocer el significado de nada.

Pero hablemos del resentimiento. Éste es una emoción característica del mal rumiante, emoción que bien podría calificar a multitud de débiles y de pusilánimes. Es en consecuencia una palabra que describe al hombre de mala conciencia. Éste tipo de hombre se define a sí mismo como un mal, como una razón mala, puesto que representa una moral reducida. Bien haríamos si nos despojáramos de toda emoción negativa, de toda carga: ¿queréis ser un camello?


El hombre resentido es un ser de la espera, un ser de contención y de ebullición de odios. Es un rosal descolorido y sin pétalos, todo un tallo lleno de espinas. No afronta la vida, pues se calla y deja que el odio y la desdicha le corroyan por dentro. Esta aptitud es muy delicada, de hecho constituye todo un peligro, pues éstos, maltratados por egos superiores, encontrarán en su resentimiento los argumentos necesarios para una venganza desproporcionada, o lo que es peor, se convertirán en mártires o sádicos envueltos en sotana o en traje con corbata. Ejemplos hay muchos, de los cuales mejor no decir demasiado: muchos de ellos son venerados y reverenciados, por muchos de ellos se erigen monumentos grandiosos, ¡la mala conciencia se contagia, no entiende de "beatos"! Pero que quede bien claro que la historia está llena de personajes que han llevado sus neuras provocadas por la mala conciencia a términos insoslayables, incluso hay pueblos enteros que viven en el martirologio y licitan acciones inhumanas con argumentos de pobrecito de la historia. Y he ahí que derivamos a la culpa: arma para hacer más grande el pecado, arma del sacerdote y del débil, hoy en día tan bien utilizada por todos y todas, por poderosos y no poderosos. Todo esto ha provocado odios y desconfianzas, pues el hombre no se mira al espejo, prefiere su sombra. Somos alumnos de pusilánimes, no veo rastro de luz, ¡veo mala conciencia y carencia de fuerza por todas partes! Y lo peor de todo es que todo este hilo de estupideces, desde el resentimiento a la culpa, es por no afrontar las cosas, por pura incomprensión, pues como diría Rosset, el hombre del resentimiento, el hombre de la mala conciencia, no tienen acceso a nada, ni a la dicha ni a la desdicha, ni al bien ni al mal… su moral es nula, es un ignorante, ¡y he ahí el mal!

Para concluir esta entrada y este ciclo sobre Clément Rosset señalar que el filósofo francés no dice nada nuevo, como ningún filósofo actual. O eso creo, pues leyendo a Rosset casi interpreto sus palabras como una hermenéutica sobre Nietzsche. No creo que haya que tomar ni a Rosset ni a Nietzsche literalmente, pues la vida se puede afrontar de muchas formas, pero si algo queda claro es que lo importante es no rendirse y que debe tomarse la vida como un juego, como una especie de deporte donde el rival es uno mismo: el peor enemigo.■