SOBRE LA INTELIGENCIA Y LA FUERZA

“El filósofo Guerrero”

Existen muchos lenguajes, todos ellos expresiones de la Vida. La inteligencia es palabra y sentimiento, razón y fuerza, e igualmente sensibilidad y brusquedad. Digamos que el lenguaje es inteligencia e inteligencia es el lenguaje: la primera usa como medio la segunda y la segunda se desarrolla con y por la primera. Existe por lo tanto una relación indivisible entre el lenguaje y la inteligencia: nuestra evolución como especie es casi más brutal si ponemos en contraposición el guturalismo primitivo de nuestros ancestros homínidos frente a nuestra verborrea (tanto para bien como para mal) que si la comparamos con el desarrollo tecnológico desde la rueda hasta el coche. Pero existen más tipos de lenguaje, muchos de ellos no precisamente inteligentes: al fin y al cabo la inteligencia solamente ha servido para hacer más estúpido al hombre en multitud de ocasiones.

Existe una inteligencia de la fuerza, la inteligencia de la voluptuosidad muscular, los puños de la inteligencia del lenguaje. Dos inteligencias: Razón y fuerza; en virtud de ambas debe todo hombre equilibrarse para desarrollarse en toda su complejidad. Y he ahí que a la vez la razón puede ser fuerza y la fuerza razón, pues ¿no es la naturaleza del acto lo que define la inteligencia, su ser? ¿No es todo acto una inteligencia, una fuerza, voluntad de algo?

Y no hablo de mezclar a hombres de laboratorio con curtidos hombres de gimnasio. Hablo de la inteligencia del filósofo y de la fuerza del guerrero. El filósofo basa su fuerza en la razón y el guerreo basa su fuerza en el carisma, que es la sensualidad de la fuerza física, una sibilina intimidación que ronda entre el respeto, la admiración y el miedo. ¡Y he ahí el filósofo-guerrero, mitad hombre y mitad dios, siempre él mismo! Es mitad fuerza y mitad razón y a la vez es todo fuerza en sí como en tal. El filósofo-guerrero es en consecuencia inteligencia total, pues reúne en sí las virtudes más elogiables de todo hombre: el carisma y la sabiduría. ¡Puños para el idiota!, pues solamente entiende el lenguaje de la violencia; ¡palabras para el inteligente!, pues o bien razona o es un cobarde y por lo tanto no un rival decente. El guerrero-filósofo es por sí mismo un valiente, pero no un cegato, no un cerdo empecinado o un caballo desbocado… él mide sus pasos con la razón y sus puños hunden los huesos del enemigo con la inteligencia de la fuerza. ¡Y tal fuerza no se blande gratuitamente, pues el enemigo o la circunstancia (¡y viva si se dan las dos a la vez!) deben merecerlo!■