CICLO “Tratado de Ateología” (PARTE II/IV): MONOTEÍSMOS



Tiranías de los tres «monos»

Los tres monoteísmos, a los que anima la misma pulsión de muerte genealógica, comparten idénticos desprecios: odio a la razón y a la inteligencia: odio a la libertad; odio a todos los libros en nombre de uno solo; odio a la vida; odio a la sexualidad, a las mujeres y al placer; odio a lo femenino; odio al cuerpo, a los deseos y pulsiones. En su lugar, el judaísmo, el cristianismo y el islam defienden la fe y la creencia, la obediencia y la sumisión, el gusto por la muerte y la pasión por el más allá, el ángel asexuado y la castidad, la virginidad y la fidelidad monogámica, la esposa y la madre, el alma y el espíritu. Eso es tanto como decir «crucifiquemos la vida y celebremos la nada».

Michel Onfray, Tratado de Ateología, Editorial Anagrama –Colección Argumentos, nº339-, Barcelona, 2007. Quinta edición. Página 83)

Quisiera empezar aclarando ante todo que este ciclo no es una muestra de odio contra los creyentes y depositarios de una fe sana y sobre todo privada, sino una muestra de coherencia con lo real y una denuncia y repulsa sin paliativos hacia todas esas religiones que al amparo de una idea ficticia han hecho millones de atrocidades y ocasionado un mal inconmensurable; un mal que requerirá de tantos siglos para destruirse como siglos ha perdurado y perdurará el judeocristianismo y el mal islámico. Este artículo, como el anterior y los siguientes a éste, que conformarán este ciclo, muestran, en definitiva, mi repulsa hacia toda moral y visión judeocristiana e islámica, hacia toda moral pusilánime y hacia toda mentalidad negadora y sadomasoquista, sirviéndome de una inspiración ateológica.

¿Cómo nacen las religiones monoteístas? Pues tal vez del miedo a la muerte o del cultivo desmesurado del miedo en sí que, mezclado con una época de decadencia pagana, un Pablo de Tarso con sus histerismos rimbombantes y un Constantino “ediposo”, acabaron por crucificar a la Humanidad y menoscabar la Vida.

La vida es trágica porque es real, pero he ahí que se crearon los mundos subyacentes, esos mundos alejados de lo verdadero, tan abstractos como irreales, condenando al ser humano a un martirio en la tierra, a una esclavitud estúpida a cambio de un hipotético lugar en el cielo para contemplar a Dios. Ese es el chantaje de los pusilánimes a los mortales durante más de 2000 años: haz lo que dicta la fe o irás al infierno. Y es que las religiones exigen obediencia para ganarse el paraíso. Es así como la Iglesia o el Estado Teocrático imponen un sin fin de obligaciones, ¡y cuantas más se impongan mayores riegos para pecar y sentirse invadido por la mala conciencia! En el pasado este muro inmaterial (y por ello difícil de derrumbar) que mantenía al Hombre del lado de la muerte más que de la vida, pues supone la anulación total del individuo, tuvo una ferocidad sin límites. Hoy, mirando como un clerical de cualquier condición religiosa, solamente vería pecadores orgullosos. Sin embargo, ante los nuevos tiempos, las religiones se han ido ablandando: otra muestra de que todo es mentira y que puede darse el brazo a torcer para sólo mantener o intentar mantener el estatus; o radicalizándose: tal es la rabia del Islam, un canto a la Guerra, un canto a la eliminación de los infieles…; como el Judaísmo, que se nos manifiesta endogámico, centrípeto, belicoso, único, exclusivo…

La religión, como sinónimo de fe y de ceguera, decide por ti las pautas a seguir. La Razón y el sentido común quedan reducidos a las pantomimas de unos supuestos iluminados y a las tesituras del Libro. ¿La libertad individual y la inteligencia? Bobadas, diría el cura, el rabino o el imán. Sin embargo, existe la interesada y prefabricada idea del libre albedrío en sentido judeocristiano que…

La lógica de los monoteísmos se ha decidido a base de lo lícito e ilícito y de lo puro e impuro. ¿Qué es impuro? El cuerpo, el sexo, la inteligencia… ¿Qué es ilícito? Amar, gozar… Con estas lógicas ha dominado el judeocristianismo y el islamismo durante siglos. En el día de hoy, aún resuena el crujir del látigo, ese enorme flagelo que golpea a la humanidad, amoratada en un callejón sin salida.

Y por supuesto, odio a la inteligencia y al saber por parte de los “manoteístas”. Persecuciones a los filósofos, quema de libros… Con el monoteísmo nace el oscurantismo. Aún así, con el Siglo de las Luces la Iglesia comenzó su declive en Europa. En el día de hoy aún espero la estocada definitiva. Pero imposible, pues bien es sabido que el judeocristianismo y el islamismo sobrevivirán a toda empresa de fe; bien es sabido también que hoy no hay nuevas luces conscientes y dispuestas a plantar cara a la invasión de la fe ciega islámica, furibunda, resentida y fanática, convencida de la gloria de un más allá, y cómo no, bien es sabida la inmanencia casi innata de Dios en el Hombre.

Condena a todo materialismo, a todo atomismo, a lo real en definitiva, que desmiente todas las ficciones y deja en ridículo cualquier atisbo de espiritualidad abstracta o mundo subyacente. Continuamente, la Iglesia va de ridículo en ridículo, reconociendo lo que antes negaba a la ciencia. Mejor saber rectificar a tiempo que en empecinarse en los dictados de un Libro que supuestamente contiene todo, pero todo mentira, todo contradictorio.■


La mujer, los ángeles y el paraíso.

Los monoteísmos, manteniendo en sus fieles esa pulsión de muerte que tantos efectos negativos han ocasionado a la psicología humana, prefieren la ficción de un paraíso y postergarse con el flagelo y la castidad en la realidad más inmediata, que cultivar la vida y alegrarse ante un cuerpo que necesita de los goces y de los apetitos más sensuales, culinarios y estéticos. Esto no es culto al cuerpo de forma superficial e incontrolada, sino de culto al Hombre, de no negar esa pulsión de vida, ese instinto que llama al sexo, a las pasiones, etc.

Como muestra de la negación a la vida o pulsión de muerte, los monoteísmos han arrojado todos sus odios y neuras contra lo femenino. El monoteísmo es la falocracia casta e impotente, el mayor de los absurdos, el mayor de los odios hacia uno mismo. La mujer, depositaria de la virtud de dar a luz la vida al mundo; la mujer, turgente y provocativa, con belleza escandalosa, deleite para el hombre que la contempla glorioso y le dice, «¡sí!, dame tus encantos para mi goce y mi alegría y yo te daré los míos». El sacerdote, el ayatolá, el rabino… dicen no, dicen no a la vida, dicen no a la mujer, al sexo… A esto derivamos a la Sexualización de la culpa, llegando hasta los dominios del pensamiento. Tener un pensamiento impuro ya es meritorio de flagelo. Menuda condena esta pulsión de muerte, menuda fascinación de la muerte la de aquel quien se sume a esta atrocidad del espíritu de forma voluntaria. La vida debe ser vívida, pasional y trágica, si no no se ha vivido. ¡No al cinturón de castidad! ¡Sí al sexo sucio y limpio! (¡JA!)

Ya en el génesis muestran los tres libros su repulsa a la mujer. Eva, depositaria de una voluntad que al parecer es seducida por una serpiente, come del árbol sagrado del conocimiento del Bien y del Mal. Desde entonces, el Hombre es expulsado del paraíso por culpa de la tentación (y no a causa de la curiosidad, virtud del filósofo) de una mujer: comienzan los padecimientos. Con el pecado original se intuye el odio a la inteligencia y a la voluntad de saber. Por culpa de una mujer el Hombre camina entre lo real. Pero ese odio hacia la mujer va más allá, pues ya de por sí la mujer aporta consigo el pecado y por ello debe toda su sumisión a lo masculino. Gran avance entonces la emancipación de la mujer, mal por aquellas tribus de histéricas que conforman el absurdo conglomerado de grupúsculos feministas, nacidas del resentimiento hacia el hombre, sacándole rédito y beneficio al martirio que han sufrido: ¡Qué mentalidad más judeocristiana ésta! Bien por Eva, que tuvo el valor de dar rienda suelta a su curiosidad y otorgarnos cual Fausto el conocimiento, mal por las feministas, que ven en el hombre un enemigo. Mal igualmente por aquellos que veneran la inocencia del idiota de Adán.

Dicho lo dicho y para concluir, he ahí el ángel y el paraíso, que Onfray señala perfectamente y que definen a la perfección el idílico mundo monoteísta, irreal y asexuado:

El Mundo fuera del mundo produce dos criaturas fantásticas: el Ángel y el paraíso. El primero funciona como prototipo de antihombre; el segundo, como antimundo.

(Michel Onfray, Tratado de Ateología, Editorial Anagrama –Colección Argumentos, nº339-, Barcelona, 2007. Quinta edición. Página 110)


Textos inspiradores para este artículo:
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