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EVOLA SOBRE NIETZSCHE Y LO PAGANO

La experiencia nietzscheana aun no se encuentra agotada, en la medida en que ni siquiera ha comenzado todavía. Se encontrará ya seguramente agotada la caricatura estético-literaria de Nietzsche, condicionada por el tiempo, lo estará también la reducción biológico-naturalista de algunas partes de su enseñanza. Pero el valor que Nietzsche ha llevado heroicamente y con el precio de un sufrimiento sin nombre, a pesar de todo su ser que se sublevaba y cedía hasta que, sin un lamento, luego de haber dado todo, se derrumbó. Este valor que se encuentra más allá de su "filosofía", más allá de su humanidad, más allá de él mismo, idéntico a un significado cósmico, reflejo de una fuerza eónica —el hvarenô y el fuego terrible de las iniciaciones solares— este valor espera todavía ser comprendido y asumido por los contemporáneos. Ya en el mismo se encuentra la alarma, la apelación al disgusto, al despertar y a la gran lucha: aquella en la cual —tal como dijéramos— se decidirá el destino de Occidente: el de caer en un crepúsculo o el de encaminarse hacia una nueva aurora.

Liberando la doctrina de Nietzsche de su parte naturalista, reconociendo que el "superhombre" y la "voluntad de poder" sólo son verdaderas en tanto se las comprenda como valores suprabiológicos y, querríamos decir, sobrenaturales, entonces esta doctrina para muchos puede ser una vía a través de la cual se puede arribar al gran océano, al mundo de la universalidad solar de las grandes tradiciones nórdico-arias, desde cuya cumbre se impone el sentido de toda la miseria, de toda la irrelevancia y de toda la insignificancia de este mundo de encadenados y de poseídos.

(...)

Los valores nórdico-paganos son valores trascendentes, que reciben su verdadero sentido sólo desde lo interno de aquella concepción completa antimoderna y antieuropea que, en sus rasgos esenciales, ya hemos delineado. Pero los mismos también podrían constituir unos principios éticos, aptos mientras tanto para formar una base para una nueva educación y para un nuevo estilo de vida, libres de la hipocresía, de la vida y de las alucinaciones de las generaciones últimas.

La experiencia pagana no es para nada una experiencia imposible y anacrónica desde cualquier punto de vista. ¿No sentimos acaso casi todos los días cómo el "paganismo" del mundo moderno es constatado y deplorado por los representantes de las religiones europeas? Este paganismo es en gran medida, es verdad, un paganismo imaginario: se trata de un mal en cuya raíz quien nos ha seguido hasta aquí sin dificultad puede reconocer a las fuerzas y a las condiciones que en su origen han alterado el mundo antiguo precristiano.

Julius EVOLA, Imperialismo Pagano. Ediciones Heracles, año 2001. Págs. 117-118. Traducción del italiano y estudio preliminar a cargo de Marcos Ghio.■

"Espíritus revolucionarios y espíritus propietarios", por Friedrich Nietzsche


El único remedio contra el socialismo que queda en nuestras manos es el siguiente: no provocarlo, es decir, vivir nosotros mismos moderada y sobriamente, eludir en lo posible la ostentación de cualquier suntuosidad y venir en auxilio del Estado cuando grave con onerosos impuestos todo lo superfluo y lujoso. ¿No os gusta este remedio? Entonces, ricos burgueses que os llamáis «liberales», confesaos que no es sino la actitud de vuestro propio corazón lo que encontráis tan terrible y amenazador en los socialistas, pero en vosotros mismos lo aceptáis como inevitable, como si ahí fuese algo distinto. Si, tal como sois, no tuvieseis vuestra fortuna ni la preocupación por su conservación, esta actitud vuestra os haría socialistas: sólo la posesión os diferencia de ellos. A vosotros tenéis que derrotaros si queréis derrotar de cualquier forma a los contrarios a vuestra prosperidad. ¡Y si esa prosperidad fuese al menos bienestar real! No sería entonces tan exterior ni provocaría tanta envidia; sería más comunicativa, más benévola, más equitativa, más solícita. Pero lo inauténtico e histriónico de vuestros goces de la vida, que están más en el sentimiento de contraste (de que otros no los tienen y os lo envidian) que en el sentimiento de plenitud y acrecentamiento de la fuerza –vuestros alojamientos, ropas, carruajes, vitrinas, exigencias del paladar y en la mesa, vuestro bullicioso entusiasmo por la ópera y la música, finalmente vuestras mujeres, formadas o cultas pero de vil metal, doradas pero sin el sonido del oro, elegidas por vosotros como piezas de alarde, que se ofrecen a sí mismas como piezas de alarde–: estos son los ponzoñosos difusores de esa epidemia que como sarna socialista del corazón se va ahora propagando cada vez más rápidamente por entre las masas, pero que tiene su primer asiento y foco de incubación en vosotros. ¿Y quién detendría ahora esta peste?

FRIEDRICH NIETZSCHE, "Humano, demasiado humano" (Vol. 2). AKAL ediciones, año 2001. Pág. 92. Traducción de Alfredo Brotons Muñoz.■

VIOLENCIA Y REVOLUCIÓN


"En todos los lugares donde encontré seres vivos, encontré voluntad de poder, e incluso en la voluntad del que sirve encontré voluntad de ser señor [...] Y este misterio me ha confiado la vida misma: "Mira, dijo, yo soy lo que tiene que superarse siempre a sí mismo.
En verdad, vosotros llamáis a esto voluntad de engendrar o instinto de finalidad, de algo alto, más lejano, más vario: pero todo esto es una única cosa y un único misterio [...]"
En verdad, yo os digo: ¡Un bien y un mal que fuesen imperecederos no existen! Por sí mismos deben una y otra vez superarse a sí mismos [...]
Y quien tiene que ser un creador en el bien y en el mal: en verdad ése tiene que ser antes un aniquilador y quebrantador de valores.
Por eso el mal sumo forma parte de la bondad suma: mas ésta es la bondad creadora [...]
¡Hay muchas cosas que construir todavía! 
FRIEDRICH NIETZSCHE, ASÍ HABLÓ ZARATUSTRA.



La voluntad de poder es la actitud del hombre alzado hacia arriba, creador y destructor a la vez, como parte de la expresión nihilista activa y vitalista de Nietzsche. El hombre con voluntad de poder es el hombre que dice sí a la vida, es el hombre que se proyecta hacia el mundo como soporte y medio para sus ambiciones, deseos y aspiraciones. El hombre, luchando como la hierba bajo el asfalto desquebrajado, abriéndose paso... ¡eso es la voluntad de poder!, ¡eso es la voluntad de vivir... pero más!, ¡esa es la voluntad del hombre que quiere expandirse y siente necesidad de hacer uso de su poder y de sus fortalezas! ¡Ese es el hombre que se afirma constantemente!

Y la violencia... si la voluntad de poder es el motor de la vida y lo que empuja a todo ser a su realización, qué es la violencia sino su lenguaje. No hay nada más. La violencia propia que vemos "no" genera más violencia (es decir, no es el principio de la misma), sino que la propia vida, como violenta, genera la violencia: el hombre, como cualquier ser, es consecuencia de la violencia. ¿Acaso somos culpables de querer vivir, acaso hemos elegido un orden natural propio no-violento?, ¡¡las cosas son de una forma aunque nos empeñemos en lo contrario!!... ¿Y qué es la violencia? ¿Acaso no es querer someter a otro bajo nuestro poder? Voluntad significar someterse uno mismo (mandarse y obedecerse) o someter a (mandar y que te obedezcan, como si el ordenado fuera una prolongación de nuestra voluntad, y de hecho así sería), y con violencia o sin ella, pues alguien puede poseer un atractivo tal que la violencia se expresa en la tiranía de esa atracción, que domina las voluntades. Violencia física, violencia verbal, pero ahí está, esa necesidad de poder sobre otros, de someter la voluntad, el cuerpo, el espíritu... de nuestras presas, ¡esa necesidad de afirmación de nuestra existencia! ¡Todo y todos como un medio para nuestra realización y nuestra propia superación!

El diccionario nos dice que violento es aquel "que está fuera de su natural estado, situación o modo". No, el violento está en su estado natural, vive, sabe de qué va el juego en el que nos hemos involucrado involuntariamente los nacidos en este mundo. El violento quiere poner su orden, pues es un ser de poder. ¿Los que hacen los diccionarios dan por el hecho esa máxima de que el hombre es "bueno" por naturaleza?; y he aquí bueno en un sentido nada aristocrático, porque... ¿Qué es bueno?
¿Qué es bueno? Todo lo que eleva el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo en el hombre.
¿Qué es malo? Todo cuanto procede de la debilidad.
¿Qué es felicidad? El sentimiento de que el poder crece, de que una resistencia queda superada. 
FRIEDRICH NIETZSCHE, EL ANTICRISTO.
Y esta expresión de Nietzsche si es toda aristocrática... ¡superar, superar, superar!

Y que ahora se echen las manos a la cabeza los pacifistas (¡Los de la (pseudo)revolución pacífica!) y demás hombres y mujeres de la pusilanimidad. La violencia es la vía que pone orden, cualquier orden, incluso la que genera el caos para luego imponer su orden. Dejar hacer, es decir, que aquel que tiene la voluntad, el poder, la fuerza, consienta con su pasividad ese "no ejercer la violencia", "no ejercer el poder", sólo provoca el caos, que todo valga, que no haya ley. Si la democracia consiste en que no nos gobiernen los más capacitados, significa que gobernará el caos y que por lo tanto hoy democracia no signifique otra cosa que caos. Un caos provocado por el golpe violento de un poder que divide y vence, el poder violento de la inacción de esa vieja moral de esclavos, del pacifismo, del masoquismo, del martirio, que inutiliza al hombre para dar cuerda al motor de su voluntad y al de la propia vida, incapacitándolo a su vez para luchar. ¡El caos es el orden de los débiles y liberticidas!

¿Y por qué detestáis, pacifistas, mis palabras?, ¡quitaros las manos de la cabeza! Vuestro pacifismo es muy violento, ¿por qué os escandaliza que corra un poco de sangre entonces? Pero el pacifista adora y afirma la violencia: ¡¡sois entonces unos paradójicos adoradores de la vida!!, pero la adoráis con un rictus en la cara, como muertos, pues os da cierto asco. La violencia justifica vuestra existencia, da sentido a vuestra piadosa lucha. La adoráis tanto que necesitáis de ella para luego llorar como niñas. ¿Por qué tanta necesidad de martirio, de tristeza y de autoculpa?, ¿por qué tanta necesidad de victimismo? No hay nada más penoso ni más despreciable que aquel que desea ser víctima, que se hace la víctima o que adora a las víctimas. No digo que adoremos a los verdugos, a los que ejercen su poder sobre otros aunque sea justamente, etc., sino que animo a que cada cual ejerza su poder, su fuerza, sobre otros, sobre lo que desprecia, sobre aquellos que nos tienen sometidos: pero primero sobre nosotros mismos.

Hoy se hace necesaria una llamada a la violencia, más en unos tiempos de crisis donde nuestra impotencia se queda reprimida aún observando el abuso de las imposiciones hipotecarias, de un mercado laboral injusto, de los desahucios, de los despidos masivos, de las tropelías de la banca y otras aberraciones.

Asúmanlo, hay que gritar ¡basta!, el pacifismo y la inacción no han hecho nada bueno por los hombres, si acaso el juego a otros que pululan con total libertad sabiendo que hagan lo que hagan no van a recibir su merecido. Es la lucha lo que reventará un orden para instaurar otro, es la sangre la que debe correr y ahogar a nuestros enemigos.




¡LA REVOLUCIÓN SERÁ VIOLENTA O NO SERÁ!
¡LAS REVOLUCIONES O SON VIOLENTAS O NO LO SON!

Pues las revoluciones no son ni transición, ni punto seguido, ni siquiera punto y aparte, sino que suponen el cambio radical de la forma de pensar, de la forma de ver el mundo y de la forma de actuar. Una revolución supone una ruptura en el devenir histórico, un cambio tan violento que todo parece partir desde cero. Pero esto surge de hombres que a priori se han revolucionado a sí mismos.■


Fuentes consultadas:
- FRIEDRICH NIETZSCHE 1844-1900
- Voluntad de poder
- FRIEDRICH NIETZSCHE, ASÍ HABLÓ ZARATUSTRA. Alianza Editorial, año 1997. BA 0612, Pág. 176-178. Traducción de Andrés Sánchez Pascual.
- FRIEDRICH NIETZSCHE, EL ANTICRISTO. Alianza Editorial, año 1997. BA 0613, Pág. 32. Traducción de Andrés Sánchez Pascual.

ÜBERMENSCH

Habla el martillo

«(...) ¡lo superior no debe degradarse a ser el instrumento de lo inferior, el pathos de la distancia debe mantener separadas también, por toda la eternidad, las respectivas tareas! El derecho de los sanos a existir, la prioridad de la campana dotada de plena resonancia sobre la campana rota, de sonido cascado, es, en efecto, un derecho y una prioridad mil veces mayor: sólo ellos son las arras del futuro, sólo ellos están comprometidos para el porvenir del hombre. Lo que ellos pueden hacer, lo que ellos deben hacer jamás debieran poder ni deber hacerlo los enfermos: mas para que los sanos puedan hacer lo que sólo ellos deben hacer, ¿cómo les estaría permitido actuar de médicos, de consoladores, de «salvadores» de los enfermos?... Y por ello, ¡aire puro!, ¡aire puro! Y, en todo caso, ¡lejos de la proximidad de todos los manicomios y hospitales de la cultura! Y, por ello, ¡buena compañía, la compañía de nosotros!, ¡o soledad, si es necesario! Pero, en todo caso, ¡lejos de las perniciosas miasmas de la putrefacción interior y de la oculta carcoma de los enfermos!... Para defendernos así a nosotros mismos, amigos míos, al menos por algún tiempo todavía, de los dos peores contagios que pueden estarnos reservados cabalmente a nosotros, - ¡de la gran náusea respecto al hombre!, ¡de la gran compasión por el hombre!... (…)»

FRIEDRICH NIETZSCHE, LA GENEALOGÍA DE LA MORAL (Un escrito polémico). Alianza Editorial, año 1998. BA 0610, Pág. 160-162. Traducción de Andrés Sánchez Pascual.


«¡Quiero acabar con toda mi humanidad!», ¡Siiiii!, ¡sea este mi grito de guerra! ¡Quiero acabar con todo lo que me hace hombre!, ¡quiero superar todo lo humano y mi mortalidad!, ¡quiero ir más allá de lo que me hace ser igual que toda una especie biológica y más que aquello que me hace ser como ente individual absoluto! ¡Quiero alcanzar al máximo mi voluntad de poder!, ¡quiero destruir muchos valores y crear algunos nuevos, también recuperar algunos olvidados! ¿Por fin se acabaron los tiempos de la piedad y de la compasión, vuelven los seres de conciencia imperturbable? No lo sé, ¡pero aquí estoy yo! ¡El malvado para los crucificados, el bueno para los fuertes y puros, para los de la moral primigenia, para los de la moral anterior al charlatán de la plaza! Quiero ser el superhombre, ¡os digo!, superhombre no como hombre, sino como superación de todo lo anterior. Quiero ser un Dios, un ser que transcienda de su propia naturaleza y alcance una mayor. Quiero poder, quiero poder disponer de las vidas de los hombres y alcanzar ideales que nos lleven a la gloria, a ellos y a mí, para dignificarles y hacerles sentir triunfantes en una nueva vía mucho más noble y más pura, más natural y más auténtica, donde la realidad se siente en carne viva: la guerra será nuestra honra y la lucha nuestro oficio, ¡nuestro orgullo! No es la razón la que nos llevará a la paz, ni el derecho-humanismo, sino nuestra sangre, nuestro sudor, nuestro plomo y nuestro acero, sólo esto ha salvado a los hombres. Quiero hombres obedientes, hombres educados en el deber y en el sufrimiento, quiero hombres que desprecien las comodidades y la banalidad, quiero hombres que no sean hombres, que sonrían ante la muerte y que ante la vida gocen como niños pequeños jugando a la guerra. Quiero hombres de grandes miras y que sean soberanos en la medida que se comprometen y luchan por propia voluntad, es decir, que obedecen a voluntad y saben ver cuando la causa es una bella causa y un líder un gran líder, el LÍDER. Que silben las balas, yo quiero luchar, yo quiero devastar, yo quiero ser esa bestia que llevo tanto tiempo manteniendo quieta y ascender en mi vía espiritual. Quiero purificar mi tierra, ¡y la sangre!, quiero dar hijos al mundo y que éstos den prolongación a mis actos, y que me superen, y defiendan todo lo bello y noble que nos hace ser lo que somos. Quiero morir en el campo de batalla y que los hombres canten mis hazañas, quiero ser paradigma, Dios y gloria para los hombres, quiero ser la meta de todos aquellos que quieren alcanzar el superhombre.■

EL RACISMO Y LA INTOLERANCIA DEL MARXISMO CULTURAL (1/2)

CONTRA EL RACISMO Y LA MORAL DE LOS PROGRES

El progre es el único capaz de sostener a la vez que todos somos iguales, que a la vez diferentes, que las razas no existen y que las razas deben de mezclarse (mestizaje). Luego nos hablan de "raza humana", raza humana en lugar de especie humana, lo cual nos desvela en toda su miseria a este ser tan exento, tan ayuno, tan abstinente de cultura y, a la vez, tan sabelotodo y tan alimaña.

Si en el mundo hay racistas, son aquellos que quieren reducir todo a lo mismo. Si hay odio hacia lo diferente, existe precisamente en aquellos que quieren reducir todo a lo mismo. Si no les molestara la diversidad no se empeñarían tanto en la igualdad. Así que racistas e intolerantes, odiadores e inversores del orden natural, esos son los marxistas culturales, los nuevos sacerdotes, los nuevos oradores que levantan su voz en variopintos púlpitos con esa nueva moral de esclavos que caracteriza a nuestra modernidad. Hombres que son capaces de decir una cosa e inmediatamente después la contraria y salir airosos, hombres que a cada momento dicen una cosa distinta, aunque siempre dirigidas hacia un mismo fin. Alcemos el martillo alegremente, y peguemos fuerte, ¡Nietzsche no ha muerto!

Pero también hay algunos rapados, muchos 'fachas' y muchos casposos que no han superado la derecha y la izquierda, viviendo enfrascados en esquemas de división política del pasado, autoproclamándose herederos de la pestilencia derechista; hablamos de escoria que se llama identitaria sin saber lo que ello conlleva, siendo la justificación del progre para joder a todo un movimiento, un movimiento identitario de verdad, que quiere desprenderse del lastre que supone todo lo anterior. Esa escoria blanca se autoproclama racista, piensa con el odio, siendo tan imbéciles como los progres, pues ellos también quieren reducir todo a lo mismo, sólo que a su propia raza. Yo quiero diversidad, pues así mido mi propia superioridad. Lo débil, lo inferior, existe para engrandecernos. Por supuesto, mi diversidad no es la de todos juntos, sino la de cada uno en su sitio.

Al progre, en realidad, lo que le molesta de estos falsos identitarios y de los identitarios auténticos, no es que odien  (pues ellos también odian, aunque no lo sepan) o que no odien racialmente respectivamente, sino que no se odien a sí mismos, que no se sientan culpables por ser lo que son, o que no se den cuenta de que las razas no existen, que existe sólo la humana y por lo tanto no sean racistas contra los "inhumanos". Y así es, les molesta que no se hayan enterado de que las razas no existen, pues todo proviene "de las diferencias provocadas por las tensiones entre las diferentes etnias, restándole valor al componente biológico y real de la raza". Y entiéndase etnia como un concepto que para nada tiene que ver con su origen etimológico, sino, en este contexto, bajo los parámetros del marxista cultural, como algo que únicamente se ciñe a lo cultural.

Por supuesto, existe un racismo identitario, que yo defiendo, y que explico en este artículo:


En un sentido identitario, racismo adquiere su significado etimológico y real, alejado de toda emoción de odio. Ser racista en sentido identitario no es odiar, sino apreciar la diversidad, poner en 'valor' la raza, ese inmutable sello identitario.

No obstante, la paradoja está en que son los progres los abanderados del antirracismo. 


Esa canción va dirigida a y en contra de (tácitamente) los blancos, mezclándose la endofobia por parte de unos españolitos traidores y el odio de unos inmigrantes ascendidos a "personas que nos dan lecciones de moral". Pero no han condenado públicamente canciones como las que podréis ver más abajo, no han generado un revuelo espantoso, ni ocupado cientos de minutos en telediarios y programas televisivos. Estas canciones, al parecer, no incitan al odio, ni a la violencia, pues están echas por los "oprimidos". Existe pues un racismo legal, un racismo en sentido progre además, pues se basa en el odio, un odio que siempre niegan: el que existe de "otros" hacia los blancos.




Un negro puede azotarte, un chino puede mearse encima de ti, un ecuatoriano puede pegarte con un palo, todo el que viene de fuera puede joderte porque ellos son los superiores moralmente (eso se creen y a eso los han encumbrado). Eso no es racismo al parecer, pues se considera que el racismo es sólo una actitud del hombre blanco (las razas no existen, pero bien que diferencian al blanco de los demás). Cuando el que no es blanco actúa de forma racista no se le considera, entonces, racista, sino una VÍCTIMA. Se le disculpa, se le justifica, se dice que ha sido provocado por las diferencias sociales, porque vive en un ambiente de exclusión, etc. La culpa es siempre nuestra. Hoy debemos luchar contra el racismo legalizado contra nosotros los blancos, y también contra la endofobia de miles de traidores, a quienes deseo que prueben en toda su plenitud, contra la pared y con los pantalones bajados, toda su multiculturalidad. ¿Se dirán a sí mismos, contra la pared, mientras son sodomizados por un nigeriano de dos metros, que lo que les pasa es culpa suya y que lo que hace falta es más integración? Porque ellos siempre salen con eso, parece ser que la fórmula "más integración" es la panacea... la solución de todos los problemas, cuando no significa otra cosa que dejar entrar a más inmigrantes y convertir a los autóctonos en ciudadanos de segunda.■

SOBRE AQUELLO QUE ES MÁS QUE EL AMOR

 «¡Mira, justo ahora se ha vuelto perfecto el mundo!» - así piensa toda mujer cuando
obedece desde la plenitud del amor.
Y la mujer tiene que obedecer y tiene que encontrar una profundidad para su superficie.
Superficie es el ánimo de la mujer, una móvil piel tempestuosa sobre aguas poco profundas.
Pero el ánimo del varón es profundo, su corriente ruge en cavernas subterráneas: la mujer presiente su fuerza, mas no la comprende.
Entonces me replicó la viejecilla: «Muchas gentilezas acaba de decir Zaratustra, y sobre
todo para quienes son bastante jóvenes para ellas.
¡Es extraño, Zaratustra conoce poco a las mujeres, y, sin embargo, tiene razón sobre
ellas! ¿Ocurre esto acaso porque para la mujer nada es imposible?
¡Y ahora toma, en agradecimiento, una pequeña verdad! ¡Yo soy bastante vieja para
ella!
Envuélvela bien y tápale la boca: de lo contrario grita a voz en cuello esta pequeña verdad»
«¡Dame, mujer, tu pequeña verdad!», dije yo. Y así habló la viejecilla:
«¿Vas con mujeres? ¡No olvides el látigo!»

Así habló Zaratustra, Friedrich Nietzsche

Hoy matrimonio es cualquier unidad para aquellos que no tienen un orden racional de las cosas y que tampoco obedecen el orden natural de las cosas, un orden no humano, un orden que procede de lo alto. Pero el matrimonio es la institución que da legitimación y vía libre al amor desorbitado que un hombre una mujer se tienen para dar de sí lo mejor para ellos mismos y para el mundo: descendencia. No es otra cosa que esa el matrimonio, unión entre un hombre y una mujer y nada más, órgano que da un centro a la mujer, un lugar común con su opuesto masculino para realizarse plenamente en su función femenina. No es la unión entre hombres, ni entre mujeres, es la conjunción de dos opuestos, el hombre y la mujer, que encuentran en el jardín del matrimonio un sentido pleno a lo que ellos son. Que el amor es el elemento que empuja volitivamente al matrimonio, por supuesto, pero como desarrollaré a continuación, es el amor una palabra que dice poco, que minusvalora a aquello que trasciende de lo propiamente físico y que realmente no es amor, sino algo más, algo indescifrable, oculto y dantescamente irracional.

En un mundo donde el amor carece de valor, donde la propia palabra amor llama amor a algo que mis sentidos perciben como inadmisible, he ahí que hemos de encontrar un significado nuevo al amor. El amor, palabra pequeña, demasiado poco para expresar una realidad que trasciende de los hombres -por incomprensible, por irracional-, algo que con palabras se empequeñece, esa sensación que supera al propio ego y lo funde con su contrario femenino o masculino creando algo superior de lo que ellos son por sí mismos. ¿Puede la palabra amor definir algo tan elevado, algo que no necesita motivo y que no obedece a nuestra voluntad? ¿Y es que no es eso indescifrable, sin nombre, en cuanto que no nos hace libres, que nos somete a su tiranía, por lo que la deseamos, pues a pesar de ello nos embarga de felicidad? ¿Acaso no es aquel que lucha por amor el que muestra una voluntad de sacrificio mayor? ¡Y en contra de su libertad! Es el amor el que nos enseña a obedecer, es el amor lo que nos dice que no es la libertad lo mejor.

La mujer, hecha para amar de verdad, para amar hasta lo indecible, es decir, para rendirse a las virtudes del varón - varón que es superior a la mujer en los dones propios del varón, lo mismo que la mujer es superior al hombre en los dones que le son propios a la mujer-, sabiduría impuesta por los sabios dioses -hoy desobedecida y corrompida-, que se manifiesta desde siempre en nuestra naturaleza... la mujer, descarriada, ansiosa por parecerse al hombre, hace que peligre el amor, ese amor superior, ese amor de verdad, ese amor que la mujer debe sembrar en el siempre belicoso varón -y si no no es varón- para equilibrarlo; un hombre que debe amar y saber amar en cuanto lo aprende de la sabia y peligrosa mujer, ¿pero dónde están esas sabias y peligrosas mujeres, esas mujeres capaces de derribar todas las resistencias que ofrece todo hombre bien constituido ante sus seducciones, esas mujeres que se hacían respetar de verdad? ¡Dónde!, ¡dónde están esas mujeres! ¡Sólo veo concubinas de mancebía, liberadas de tres al cuarto y victimistas! El eco me replica, ¡es desesperante! Los pocos guerreros de hoy anhelamos a las mujeres que amaban a los hombres, que se rendían ante su fuerza y curaban sus heridas, anhelamos las virtudes femeninas, anhelamos el consuelo que sólo ellas saben dar, anhelamos ese campo sembrado de placer donde los hombres, al llegar a casa, podían refrescarse, hacer suyo, conquistar, dejarse llevar por los goces que únicamente ellas sabían darnos en ese noble arte -hoy olvidado, o casi olvidado- de amar de verdad, de amar sin límites; donde la mujer obedece y se rinde a él; placeres sagrados que no son necesariamente vicio, sino expresión volitiva del amor si este se conforma con la mente centrada en la unidad que deben conformar un hombre y una mujer, cada uno en su sitio, cada uno en su lugar, pero ambos conducidos por su función, obedeciendo siempre el orden natural de las cosas, una ley no humana, una ley que procede de lo alto y que unió el destino del hombre y de la mujer para ser ellos algo más, para dar el gran fruto, la hermosa obra: el hijo -expresión humana que debe surgir desde el amor que sólo la mujer puede ofrecer. ¡Y es que de la mujer quiero una amante y una madre para mis hijos, también una guía y una educadora, pues tales son sus dones, entre otros muchos! ¡Yo a ella le ofreceré los míos!

Ver a una mujer estremecida por todo aquello que sólo puede ofrecer el varón, verla arder de placer ante el gran goce que le supone sentir la poderosísima fuerza masculina, que hace de ella su capricho, su tesoro, todo aquello por lo que merece morir y vivir al mismo tiempo, todo aquello que ha de amarse como lo más sagrado, pues la mujer no es sólo una mujer, es la fuente de la vida, es el flujo del que manarán nuestros hijos, futuros guerreros defensores... ¡reconquistadores del orden natural, del orden de lo eterno! Las mujeres, desorientadas, se han dejado arrastrar por el emputecimiento de la modernidad; el hombre no ha ido con mejor rumbo. Ella elige y se cree libre, piensa que poseer los dones que son propios del varón le dará mayor soberanía; lo mismo que el hombre, afeminándose, piensa que tendrá más éxito entre las mujeres, que su pacifismo le hará más superior moralmente... ¡mentira! La responsabilidad no es de unas ni de otros, sino de ambos. Y no hay nada más puro ni más hermoso que un hombre blandiendo la espada, un hombre siendo guardián de su familia, protector indomable y aguerrido, conquistador de la siempre traviesa mujer, que se desvía fácilmente. Ni hay nada más bello que observar a una mujer ofreciendo su generoso pecho a su hijo, ni nada más bello, en definitiva, que ver a la mujer entregada a eso de lo que más sabe, en su plenitud, es decir, mostrando ese amor tan elevado que toda palabra empequeñece y ante lo que todo guerrero no tiene más remedio que rendirse, ¡pues gloriosa es esta derrota! Quizá el hombre debe aprender a amar de la mujer, pero la mujer necesita del hombre para encontrar el amor, algo que aquí llamaremos amor, pero que no son amores de escaparate, sino algo tan elevado y a la vez tan profundo, que atraviesa y supera cualquier lenguaje.■

Artículo recomendado:

NUESTRA VIDA

Por Kurt Ellersieck

Publicado en la «La casa de la tropa ϟϟ» nº4 – 1939. Extraído de La Orden ϟϟ, Edwige Thibaut

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La Peña Sacra de Ranchiles (Ensenada de Bolonia - Tarifa) - ¿Altar CELTA?

Nota: yo he extraído el texto del libro de Alejandro Arocha, “El sol negro”, una lectura muy recomendable.

Apunte: El mensaje contiene cierto tono cristiano, y todos sabéis lo que pienso sobre el cristianismo, por lo que no voy a añadir nada al respecto. Son evidentes las connotaciones cristianas en el lenguaje... pero es que a veces utiliza un lenguaje tan poco cristiano... Es este el claro ejemplo de lo que en el programa el NSDAP se denominó CRISTIANISMO POSITIVO, o así creo. Ver si no el punto 24 de los “25 puntos”:

24. Exigimos la libertad de todas las confesiones religiosas dentro del Estado en cuanto no representen un peligro para la existencia del mismo o estén reñidas con el sentimiento, la moral y las costumbres de la raza germana.
El Partido como tal defiende el punto de vista de un cristianismo positivo, sin atarse confesionalmente a una doctrina determinada. Combate el espíritu judeo materialista dentro y fuera de nosotros y está convencido de que un restablecimiento definitivo de nuestro pueblo sólo puede operarse desde adentro sobre la base del principio:

Provecho común antes que provecho particular.

Pero el texto no lo quiero criticar negativamente, al contrario, quiero que este texto melle en todos lo más profundo posible. Es un texto vitalista, combativo y noble. Que el sello de lo que sigue quede impreso eternamente en vuestra voluntad.

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BAELO CLAUDIA (BOLONIA, EN TARIFA)
Vivir significa luchar. Nos enfrentamos a este principio de manera inexorable y dura: como una orden militar, breve y concisa a la cual nadie puede sustraerse. O se acepta esa orden, cumpliéndola del mejor modo posible, o se deserta –y se muere– de una manera lamentable e infamante. No hay otra alternativa.

Vivir significa luchar. Esta orden que la Providencia nos ha dado distingue al señor del esclavo, al héroe del cobarde, al hombre de acción del charlatán, al carácter de la debilidad, define lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto y nos permite valorar nuestro trabajo cotidiano.

ACUEDUCTO DE SEGOVIA
Siempre ha habido en la historia épocas en que se ha creído poder eludir este mandato; en que creíamos que la lucha es una abominación y que la vida es un perpetuo estado pacífico; en que tratábamos de transferir la lucha de este mundo a otro; en que se medía el bien en el grado de la bajeza, de cobardía, de servilismo, y el mal en el grado del acto heroico; en que la traición y la mentira fueron preconizados como medios de presión contra la lucha.

TEATRO ROMANO DE MÉRIDA
Y otra vez, hubo épocas en que el espíritu heroico celebraba su mayor triunfo; en que la fuerza creadora señalaba nuevos caminos, nuevos objetivos a los hombres: en que la lucha tenía la resonancia más extrema a causa de la fuerza original de la voluntad de vivir, y en que el hombre, con su fuerza divina, devolvió su sentido propio a la vida. 

Nos centramos en esta época de energías acumuladas, de espíritu combativo y creador, de la inaudita voluntad de vivir.

Cueva de las Palomas (Tarifa)
Aprobamos la vida porque amamos la lucha, aprobamos la lucha porque amamos la vida. La vida no es para nosotros un valle de lágrimas por encima del cual hay unos dioses desconocidos que gozan al vernos arrastrarnos de rodillas llenos de humildad. Para nosotros, la vida es un campo de batalla que la Providencia nos ha dado, que nosotros queremos conquistar luchando. Nuestra oración es la lucha, nuestra lucha es la oración. La Providencia nos ha dado la vida en la lucha y nosotros queremos dominar la vida luchando.

Nosotros luchamos y somos un eslabón sólido en la cadena constituida por nuestros antepasados y nuestros descendientes. A través nuestro, la vida de los tiempos más remotos debe ser transmitida en la lucha, al futuro.

Tercios españoles
Así es como lo quiere la Providencia; así es como lo queremos nosotros. La Voluntad de la Providencia y la nuestra formarán la época de hoy, de mañana y de pasado mañana, tal y como crearon la época de ayer y de anteayer.

Vivir significa luchar. Durante siglos de luchas, nuestros antepasados nos formaron, permitieron a nuestro pueblo y a nuestros clanes triunfar de la cobardía y la bajeza, del servilismo y de la negación del mundo hasta nuestros días. Es un monumento de la lucha heroica y de inquebrantable voluntad de vivir.

No quedaría nada de nosotros, del pueblo y de los clanes, de las tribus y de la sangre si nuestros ancestros no hubieran amado la lucha como la amamos nosotros.

Nada existiría de la cultura, de los monumentos imperecederos de la literatura, de la música, de la pintura, de la arquitectura si ellos no hubieran aprobado la vida, es decir, la lucha.

Guzmán "El bueno"
(…) Sólo el que lucha puede triunfar y comprender la felicidad de la victoria o del final heroico. Pero el que rehúye la lucha y por lo tanto, la victoria, desconoce su espíritu. No comprenderá nunca el feliz sometimiento que la Providencia dispensa al combatiente que domina la vida; la capitulación es una cobardía y Dios sólo ayuda al valiente.

(…) En cada lugar se libra una batalla decisiva que determina la posición del hombre con relación a Dios. El hombre creador concibe su relación con su dios en la lucha, en la batalla. No considera su combate como una vergüenza, como una condena, un pecado, sino que se ve como un señor, cumpliendo de una manera positiva la orden dada por la Providencia.

¡Vivir significa luchar! Para él el sudor no es el salario de la acción pecadora sino la recompensa de su fuerza configuradora y de su magistral alegría creadora.

(…) no queremos pasar nuestra vida, que la Providencia nos ha dado, en contemplarla como un cenagal de vicio del que nadie escapa; pues nuestra vida no es un pecado ya que nos viene de Dios, y nuestra lucha no es una condenación puesto que es una plegaria heroica.

NIETZSCHE
Dejamos a los cobardes y a los miserables reptar de rodillas, a los pusilánimes gemir de desesperación, pues Dios está con nosotros, porque Dios está con los creyentes.

Saludamos a los espíritus heroicos del lejano pasado como a los compañeros de armas de nuestra vida porque sabemos que una verdad eterna sale de la boca de Nietzsche cuando dice:

«LA GUERRA Y EL CORAJE HAN CONSEGUIDO MÁS GRANDES COSAS QUE EL AMOR AL PRÓJIMO. NO ES VUESTRA PIEDAD SINO VUESTRA BRAVURA LA QUE, HASTA HOY, HA SALVADO A LOS DESGRACIADOS».■

CICLO "Genealogía de la Moral" (PARTE IV/IV): ¿Qué significan los ideales ascéticos?



I. FILOSOFÍA Y ASCETISMO.

(…) Es sabido cuáles son las tres pomposas palabras del ideal ascético: pobreza, humildad, castidad; y ahora mírese de cerca la vida de todos los espíritus grandes, fecundos, inventivos, - siempre se volverá a encontrar en ella, hasta cierto grado, esas tres cosas. (…)■

FRIEDRICH NIETZSCHE, LA GENEALOGÍA DE LA MORAL (Un escrito polémico). Alianza Editorial, año 1998. BA 0610, Pág. 141. Traducción de Andrés Sánchez Pascual.


Decir que la filosofía tuvo como zócalo, como sustrato del cual alimentarse, cierto estiércol maloliente, séase el ascetismo, es de una certeza incuestionable. Pero del estiércol se alimentan las cosas bellas, como las flores y el cereal. Bajo los ideales de pobreza, humildad y castidad tuvo que emerger la filosofía, bajo formas tan anti-vitales tuvo que desarrollarse. Esos tres ideales son sumamente hijos del aburrimiento y de un gusto autorturador exquisito, no apto para Hombres soberanos y dinámicos. Esos tres ideales son también la hipocresía de todo ascetismo (institucionalizado al menos: hablemos de Iglesia Católica, Mezquita Islámica, etc.), más dado a la riqueza, a la prepotencia y al vicio.

La pobreza como ideal ha equivalido en la Historia y en la Vida a “matar al pueblo de hambre”. Perdónenme, ¡pero menudo ideal! Ser pobre no es un ideal, no es perfección, la pobreza solo trae decadencia, enfermedad y deformidad intelectual y física. El ideal no debe ser la pobreza; la prodigalidad, la generosidad (no la limosna) y la riqueza deberían ser mejores constituyentes para una salutífera dieta que forjaran el ideal de la riqueza y de la sobreabundancia. Pero este ideal de la riqueza deberá tener su contrapartida en una actitud para ser ideal (y para ser riqueza de verdad), una condición que evite el derroche y ponga límites: la mesura.

La humildad como ideal ha equivalido en la Historia y en la Vida a “empequeñecer al Hombre para reducirlo a una simple masa de carne y huesos obediente o a forjar hombres sumamente vanidosos”. Aquel que desea ser humilde está abocado a ser un hombre pequeño y temeroso… Es un falso ideal, pues un ideal verdadero, o al menos sano, debería empujar al hombre hacia arriba, a ser mejor cada vez. No hay que sentirse pequeño, sino lo suficientemente hombre, lo suficientemente fuerte y soberano para que no te aplasten. Y frente a la humildad ni vanidad ni prepotencia, ni siquiera fuerza, sino un poco de amor propio y de confianza en uno mismo.

Por último, la castidad (algunas fuentes dicen –como Wikipedia– que no debemos confundirla con la abstinencia sexual) como ideal ha equivalido en la Historia y en la Vida “a hacer culpable al hombre de sus pulsiones más vitales –las abocadas a la sexualidad y a otro tipo de impulsos naturales y humanos, demasiado humanos- y a encubrir la impotencia genital y la incapacidad de fecundar del asceta”. La castidad es el ideal más cruel de todos pues proviene de algo muy noble y que requiere fortaleza: “el dominio de sí”. La castidad ascética concibe a todo acto vital el pecado y a cada nuevo nacimiento que prorrumpe la pringue del pecado original (el asceta no hace bienvenida una nueva vida por mucho que la celebren, son radicalmente contradictorios). Este ideal es producto de cierta barbarie doctrinaria y de la gran locura sacerdotal, estamento éste pródigo en pedófilos, pederastas y demás calaña desbordante de vicios. La castidad también enferma al hombre, lo llena de «complejos» y de «mala conciencia» por su condición natural (ver partes anteriores de este ciclo); es un vicio inverso y como tal también es debilidad y un vicio mucho peor; como dice el propio Nietzsche: (…) una vida ascética es una autocontradicción: en ella domina un resentimiento sin igual, el resentimiento de un insaciado instinto y voluntad de poder que quisiera enseñorearse, no de algo existente en la vida, sino de la vida misma, de sus más hondas, fuertes, radicales condiciones (…) (Pág. 152). La premisa parece sencilla: lo vital es pernicioso. Y es que todo aquello que te hace parecer un Dios, es decir: ser pródigo y generoso (soberano), tener amor propio y ser fecundo y dador de vida… no es bienvenido para el asceta.

Espero que se entienda en mi crítica a la castidad. La critico únicamente como ideal ascético. La castidad puede tener multitud de puntos a favor. Puedo entender la castidad como un “domino de sí” (donde uno avasalla sus propios impulsos para convertirlos en beneficio en lugar de ser arrastrado por los mismos para convertirse en un esclavo), como una moderación del placer y sobre todo como una castidad abocada a una sexualidad exclusivamente procreadora, lo que me parece muy noble y muy bello. En su lado opuesto encontramos el vicio. Todo vicio es una debilidad, una forma de perder el control y la autonomía. En nuestra sociedad casi abogaría por cierta castidad, ¡no por abstinencia!, sino por una castidad que traduzco en “domino de sí”, como he dicho anteriormente en este mismo párrafo. La sociedad de consumo y las instituciones políticas empujan al Hombre a saciar sus impulsos de forma desordenada. Y es que vivimos bajo la “moralidad orgiástica progre”, una nueva era Hippie de experimentación sexual y del culto a los vicios: ¡todo menos cultura y dignificación real del Hombre! – Este es el resultado de tanto malentender, sobrevalorar e invertir el significado de libertad. El progre, el ateo y demás forma sacerdotal se muestran así como unos sacerdotes invertidos, pues sus ideales son –al menos en el terreno de la castidad y no en todos los progres, por supuesto- una antítesis radical de la castidad ascética. Ambas me parecen inhumanas, ambas se me iluminan en mi conciencia como antivitales y oscuras con un objetivo claro: encadenar al hombre, asfixiarlo... (sin que se dé cuenta) Así que la antítesis está en la mesa: la castidad sacerdotal contra el libertinaje pseudoascético. Ambos falsos ideales son defendidos por pastores, y ambos con una conciencia clara de negación de la vida. Para ejemplos podemos verlos en las últimas novedades sobre las leyes que incitan al aborto libre, en la nula y degenerada educación sexual en los colegios e institutos, en series adolescentes donde el sexo se muestra sin tapujos como un simple juego, en pornografía hasta en la sopa –TV, Internet, etc.-…

Conclusión: tanto el sacerdote ascético (fomentador de vicios invertidos: contención de impulsos y condenación de los mismos) como el sacerdote no-ascético (fomentador de vicios al uso: libre curso a los impulsos hasta el libertinaje) quieren dominar el rebaño ya sea dando o arrebatando; desgraciadamente la mayoría de las personas son enfermos sin conocimiento de sí, a esa mayoría le debemos toda esta basura moral que gobierna las conciencias y toda estupidez. Se lo debemos a la ubicua ignorancia, inopia e inconsciencia, con la que los ingenieros sociales hacen auténticas maravillas…

Y el asceta, depositario de falsos ideales, es la “sombría forma larvaria”, como diría Nietzsche, “bajo la cual le fue permitido a la filosofía vivir y andar rodando de un sitio para otro” (Pág. 150). Eso sí, al asceta hemos de agradecerle todo tipo de filosofía, hemos de quererle como a un padre y como a una madre a la vez (¿asceta como ser asexuado pero hermafrodita? –interesante), pero también enseñarle nuestros dientes y decirle que es nuestro enemigo y nuestra «mala conciencia»; y con todo esto no negar sus virtudes, que son de las que aprendemos a desaprenderlas, pues en definitiva, no es ideal la «autotortura ascética». Sin embargo, desprecio (no odio) al sacerdote pseudoascético, pues a éste no habrá que agradecerle nada, si acaso la muerte definitiva de la filosofía.

(…) disfrazarse de sacerdote, mago, adivino, de hombre religioso en todo caso, para ser siquiera posible en cierta medida: el ideal ascético le ha servido durante mucho tiempo al filósofo como forma de presentación, como presupuesto de su existencia, - tuvo que representar ese ideal para poder ser filósofo, tuvo que creer en él para poder representarlo. La actitud apartada de los filósofos, actitud peculiarmente negadora del mundo, hostil a la vida, incrédula con respecto a los sentidos, desensualizada, que ha sido mantenida hasta la época más reciente y que por ello casi ha valido como la actitud filosófica en sí, esa actitud es sobre todo una consecuencia de la precariedad de condiciones en que la filosofía nació y existió en general: pues, en efecto, durante un período larguísimo de tiempo la filosofía no hubiera sido en absoluto posible en la tierra sin una cobertura y un disfraz ascéticos, sin una autotergiversación ascética. Dicho de manera palpable y manifiesta: el sacerdote ascético ha constituido, hasta la época más reciente, la repugnante y sombría forma larvaria, única bajo la cual le fue permitido a la filosofía vivir y andar rodando de un sitio para otro... (…)■

FRIEDRICH NIETZSCHE, LA GENEALOGÍA DE LA MORAL (Un escrito polémico). Alianza Editorial, año 1998. BA 0610, Pág. 150. Traducción de Andrés Sánchez Pascual.■


II. LA REDENCIÓN DE LOS ENFERMOS.

(…) cuando lograsen introducir en la conciencia de los afortunados su propia miseria, toda miseria en general: de tal manera que éstos empezasen un día a avergonzarse de su felicidad y se dijesen tal vez unos a otros: «¡es una ignominia ser feliz!, ¡hay tanta miseria!...» Pero no podría haber malentendido mayor y más nefasto que el consistente en que los afortunados, los bien constituidos, los poderosos de cuerpo y de alma, comenzasen a dudar así de su derecho a la felicidad. (Pincha aquí para seguir leyendo) (…)

FRIEDRICH NIETZSCHE, LA GENEALOGÍA DE LA MORAL (Un escrito polémico). Alianza Editorial, año 1998. BA 0610, Pág. 160-162. Traducción de Andrés Sánchez Pascual.■


NOTA: Recomiendo que se lea el texto de arriba íntegramente, no solamente para que se advierta convenientemente de qué hablo, sino porque además Nietzsche dice lo que digo abajo y varias cosas más que yo no sabría explicar de forma tan certera y arrebatadora.

Son muchos quienes carecen de la fuerza de voluntad para vivir. Ya sea por naturaleza o por contagio muchos necesitan mirar a lo alto para encontrar consuelo y un sentido a la vida y a todo sufrimiento. ¿Acaso no saben que aquel que ven en lo alto no les tiene en cuenta, que como buen Hombre constituido solamente hace caso a sus iguales? ¡¿Tan difícil es simplemente vivir?! Esa debilidad de la voluntad, ese vicio por lo pernicioso, es la enfermedad del hombre por excelencia, una enfermedad contagiosa y de difícil curación. El rebaño de enfermos es el objeto de todo asceta, pues el asceta se muestra como sanador mediante la potenciación y fortalecimiento de la enfermedad (paradójicamente), pues su dominio sobre los débiles reside en que sean débiles. El asceta debe consolarles, y aún siendo igualmente unos pusilánimes, poseen la destreza suficiente y la malicia infinita -combinada con los subterfugios más groseros de la inteligencia- para elevarse como seres superiores sobre su rebaño. Son los pastores de la podredumbre de espíritu, son aristócratas invertidos, unos auténticos matasanos.

Nietzsche recomienda al hombre sano, de constitución fuerte y con conciencia soberana, no acercarse a este tipo de seres debiluchos y enfermizos. El fuerte tiene su derecho a existir, un pathos de la distancia se hace necesario. Como dice Nietzsche, “lo superior no debe degradarse a ser el instrumento de lo inferior”. Desgraciadamente, dicha mezcla se ha dado siempre, pues el hombre superior, hombre noble “de quien de todos se fía”, ha abusado de su magnanimidad. ¡Ya basta! Ahora tenemos que ser más desconfiados, más aviesos, más rapaces que nunca… ¡Ha llegado el momento de defenderse! ¡A por los enfermos! Y no fiaros de ellos, y menos de sus líderes… ¡A por ellos sin piedad, sin compasión! Su pena nos hará dudar, la culpa que nos lanzarán será enorme y nuestras conciencias puede que sufran, su moral intentará invertirnos a nosotros los hombres bien constituidos y de buena compañía, los pastores nos querrán poner el lazo… pero deberemos ser pertinaces, desenfrenados, violentos, tempestuosos, malvados… Creo que ya es hora de una nueva era de hombres y mujeres sanos y de buena naturaleza, tanto anímica como física. ¡Basta de ascetas y de pseudoascetas!

Los infelices enfermos acostumbran a ser unos envidiosos. Tanto es así que sufren cuando son felices y de la felicidad de los demás si es auténtica y con «buena conciencia»: sólo encuentran placer y bienestar en su enfermedad. Los infectados te echarán en cara toda felicidad, toda demostración de salud. Los pusilánimes han conseguido que en el mundo todo se ponga del revés, la inversión de los valores es también la inversión de los estados anímicos, y así no es difícil entrever cómo la alegría ha decaído tanto y el sufrimiento martoriológico ha sido tan ensalzado. Y culpa de esto lo tienen los ideales ascéticos, esos ideales para cansados, para derrotados, para…■



III. ARTE E IDEAL ASCÉTICO Y UNA CRÍTICA A LA VERDAD.

(…) ciencia e ideal ascético, se apoyan, en efecto, sobre el mismo terreno -ya di a entender esto-: a saber, sobre la misma fe en la inestimabilidad, incriticabilidad de la verdad, y por esto mismo son necesariamente aliados, - de modo que, en el supuesto de que se los combata, no se los puede combatir y poner en entredicho nunca más que de manera conjunta. Una apreciación del valor del ideal ascético trae consigo inevitablemente también una apreciación del valor de la ciencia: ¡ábranse los ojos y agúcense los oídos para percibir tal cosa en todos los tiempos! (El arte, dicho sea de manera anticipada, pues alguna vez volveré sobre el tema con más detenimiento, -el arte, en el cual precisamente la mentira se santifica, y la voluntad de engaño tiene a su favor la buena conciencia, se opone al ideal ascético mucho más radicalmente que la ciencia: así lo advirtió el instinto de Platón, el más grande enemigo del arte producido hasta ahora por Europa. Platón contra Homero: éste es el antagonismo total, genuino - de un lado el «allendista» con la mejor voluntad, el gran calumniador de la vida, de otro el involuntario divinizador de ésta, la áurea naturaleza. Una sujeción del artista al servicio del ideal ascético es por ello la más propia corrupción de aquel que pueda haber, y, por desgracia, una de las más frecuentes: pues nada es más corruptible que un artista.) (…)

FRIEDRICH NIETZSCHE, LA GENEALOGÍA DE LA MORAL (Un escrito polémico). Alianza Editorial, año 1998. BA 0610, Pág. 194-195. Traducción de Andrés Sánchez Pascual.


La ciencia y las posturas ateístas son una contradicción del ideal ascético pero no su antagonismo, pues ambos buscan las verdades absolutas e irrefutables. Como contrapartida un nuevo tipo de filósofo, llámese librepensador, un filósofo más parecido a un artista, un filósofo alejado del ideal ascético, más cercano a otro tipo de virtudes más sanas y vitales. Y es que la tarea de un librepensador no es la verdad, al menos no la verdad como medio, sino que su tarea reside en la falsedad, en la mentira, y esta como medio para llegar a la verdad. A la verdad no se llega directamente; ese ha sido, a mi juicio, el gran error de aquellos que de forma obstinada, valiente y esforzada han emprendido el plausibilísimo y poco valorado camino hacia la verdad y a lo verdadero. Tal vez, por esta razón, sea el librepensador un hombre bien cercano al arte, pues cultiva la mentira como manifestación real de la vida y lo falso como realidad inasumible por muchos pero cierta e irrefutable: sólo el arte ascético priva al librepensador de verse en su mundo sin mugre. Como dice Nietzsche: «Platón contra Homero: éste es el antagonismo total».

Pero bien, critiquemos a la verdad. Hemos de hacer énfasis en que la verdad en sí no es criticable siempre que sea lo suficientemente cierta. Lo criticable en realidad es el valor de la verdad, o mejor dicho, el valor dado a la verdad y lo que con ella se ha consumado, es decir, aquella utilización maléfica de la verdad, esa interesada denominación de verdad a cosas que no lo son. La verdad es autoritaria, convierte en dogma todo lo que toca… ¡cuidado con la verdad!, ¡cuidado con aquellos que hablan de la verdad, de ser veraces!

Si algo demuestra la Historia científica y religiosa y la propia clase de hombres libres que lucharon en su momento histórico “en contra de la verdad” (así debió de vérseles en su propia época paradójicamente, como negadores de la verdad, de lo cierto, de lo absoluto) es que no hay nada que haga brotar más sospechas que la mismísima verdad. La verdad otorgada a las cosas por el hombre es bastante ciega. Si Copérnico no hubiera insistido en su teoría heliocéntrica –y posteriormente Galileo y Kepler- del sistema solar (cosa que ya atisbó Heráclides Póntico -aprox. 390-310 a.n.e.-, astrónomo y filósofo griego) Europa seguiría sumida en lo “verdadero” cinco siglos más (intúyase mi ironía). Así que no denostemos lo falso, no denostemos a los “locos”. La idea de verdad es siempre una idea dominante y no siempre una idea cierta e indudable, es la idea que suma más egos y más conciencias a su favor, pero solamente eso. La verdad siempre se ha valido de la “fuerza” y del número para justificar su certeza. Y no únicamente la “fuerza” y el número, sino mucho uso de la Razón, del raciocinio, en pos de la defensa de una verdad equivocada. Y es que hay que decirlo, si bien la inquisición y los estamentos religiosos atascaban los desmarañamientos de la verdad establecida, hoy la ciencia con su disfraz democrático funciona con el mismo dogmatismo. La ciencia es una religión doctrinaria con tantas afinidades con la religión al uso que su confrontación equivale a la de dos sectas cristianas durante el Medievo. Y sé que exagero, pero es que hay algo muy sospechoso y muy extraño: ciencia y religión quieren verdades absolutas e irrefutables. Sin embargo, la religión ha hecho todo lo que ha estado en su mano en contra de la certeza, por ello es bastante lícito tener cierta desconfianza en la ciencia, una ciencia que sea dicho no responde a postulados metafísicos y del más allá, pero si a las grandes corporaciones y capitales: el dinero como una nueva fe que mueve montañas, las infraestructuras de las multinacionales como nuevos templos, el proletariado como creyentes estúpidos que buscan consuelo en el capitalista y…■


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CICLO "Genealogía de la Moral" (PARTE III/IV): «Culpa», «mala conciencia» y similares (II)



IV. SOBRE EL ORIGEN DE LA MALA CONCIENCIA.

En este punto no es posible esquivar ya el dar una primera expresión provisional a mi hipótesis propia sobre el origen de la «mala conciencia»: tal hipótesis no es fácil hacerla oír, y desea ser largo tiempo meditada, custodiada, consultada con la almohada. Yo considero que la mala conciencia es la profunda dolencia a que tenía que sucumbir el hombre bajo la presión de aquella modificación, la más radical de todas las experimentadas por él, de aquella modificación ocurrida cuando el hombre se encontró definitivamente encerrado en el sortilegio de la sociedad y de la paz. Lo mismo que tuvo que ocurrirles a los animales marinos cuando se vieron forzados, o bien a convertirse en animales terrestres, o bien a perecer, eso mismo les ocurrió a estos semianimales felizmente adaptados a la selva, a la guerra, al vagabundaje, a la aventura, - de un golpe todos sus instintos quedaron desvalorizados y «en suspenso». (Pincha aquí para leer el texto completo) (…)■

FRIEDRICH NIETZSCHE, LA GENEALOGÍA DE LA MORAL (Un escrito polémico). Alianza Editorial, año 1998. BA 0610, Pág. 108. Traducción de Andrés Sánchez Pascual.

Adentrémonos en el origen de la «mala conciencia». Nietzsche sincroniza en cierta medida dicha aparición con la modificación que sufrió el hombre al civilizarse, al mezclarse en sociedad. Un hombre aún primitivo, acostumbrado a dar rienda suelta a sus afectos (pasiones), más bárbaro por ser más animal (y no por ser más bárbaro será menos civilizado), tendrá en sociedad que frenar sus pulsiones y rebajarse al orden impuesto por la ley moral (a grandes rasgos –a lo mejor no tan grandes- todo código penal es una ley moral y toda religiosidad es tanto una ley moral como un código penal). Así empieza el debilitamiento del hombre fuerte, así comienza el cansancio, el odio al placer y la lenta degeneración en un mundo abordado por el hastío y sin afán de superación. En nuestros días resulta evidente, dicha realidad rezuma como el aire fétido de un excremento de vaca. Las sociedades occidentales son sumamente débiles y enfermizas (y las propias sociedades trabajan en ese sentido: frenos a la superación personal, medios para alimentar los instintos disolutamente, etc.): es el resultado de tanta paz y de tanto bienestar; así hemos llegado a tal punto que Europa se ve indefensa ante otros pueblos más fuertes. Un poco de barbarie no hace daño, es beneficioso, es señal de salud, de hombres activos y libres que están dispuestos a luchar por lo que les pertenece y, sobre todo, que están dispuestos a prodigarse (darlo todo): alguien que se entrega y que se ama a sí mismo es orgulloso, pero también generoso. Dicho esto, se intuye con mayor claridad lo que quiero decir: el hombre-animal tuvo que dejar en suspenso sus instintos debido a los efectos de la sociedad y esa promesa de paz que tanto ansiaban los débiles y enfermos de espíritu, pues no dependían de sí mismos, no eran soberanos, no sabían defenderse. Una paz mal entendida, porque cuando el hombre no tiene contra quién desbordar su impetuosidad y ansias de conquista se devora a sí mismo: nuestra concordia debe ganarse cultivando nuestra fuerza, demostrándonos a nosotros mismo y al resto de los seres cuán temibles somos: sólo la fuerza da seguridad, sólo la seguridad da la paz.

No obstante, es ese paso de la vida sin inhibiciones a la vida en sociedad lo que desencadena «el comerse a sí mismo», así inaugura el hombre la «mala conciencia», la «culpa», el «resentimiento»…; como dice Nietzsche: “todos los instintos que no se desahogan hacia fuera se vuelven hacia dentro”. Eso es lo que Nietzsche llama interiorización, así es como el hombre empezó a inventarse de nuevo como una bestia de las profundidades, subterránea, oscura y miserable: esto derivó a rencor hacia uno mismo, a autotortura, a espiritualidad… No es difícil percibirlo, al menos yo lo advierto bien claro. Todos nos hemos torturado y envenado en mayor o menor medida por algo alguna vez. Esa tortura viene dada por unas leyes morales que no respetan el orden natural de la vida misma, que no respetan la naturaleza humana; leyes que ven indecorosa toda exacerbación de vida, de sexualidad, de alegría… No hablo de vicios, los vicios son degeneraciones mentales producidas por la inteligencia del raciocinio, yo hablo de los sanos instintos, de nuestro brío animal -recóndito y secreto-, aquello que a veces todo ser humano añora y que sabe que es la verdadera liberación. El instinto es nuestra inteligencia natural, y hubo instantes en los que supo convivir con el raciocinio, ese subproducto de la inteligencia, engañador y poco fiable (el verdaderamente inteligente es aquel que no se deja engañar); y ambas se respetaban y se llevaban bien, pero al final triunfo aquello por lo que el hombre se independizó de la naturaleza, llamándose hombre: con tal mentira nos hemos inventado nuestra superioridad sobre todas las cosas habidas en la tierra y en el universo, de tal forma hemos pasado de ser hombres dentro de un orden a ser arquitectos de la naturaleza.

Quienes dominan la moral de la «mala conciencia», quien es débil y por ello más sutil en el uso de subterfugios y mejor conocedor de los laberintos de la mente, sabe cómo domar al hombre noble, bondadoso y alegre, al veraz, al hombre de «buena conciencia». Así no es raro ver cómo el débil utiliza precisamente su debilidad para aprovecharse del hombre superior: este ser enfermo es un ser que condena a muerte todo lo que toca, su fecundidad es nula. El sacerdote, gran dominador de estas malas artes, ha sabido hacer al hombre culpable de su fuerza y de su pasado animal. La mujer no ha sido menos respecto al género masculino. Los poseedores de esta «mala conciencia», enfermos ellos, no dudarán en contagiar su peste al resto de los seres, de destruir la conciencia sana y desparramar la «culpa» y el «resentimiento» para que todos nos despellejemos vivos. El sacerdote ha sido en este punto un diseminador (es especialista en maltratar para luego consolar) de la gran enfermedad del espíritu; pero de esto ya hablaremos en la cuarta parte de este ciclo.

Y así prorrumpió la «mala conciencia», cuyos efectos se manifiestan mediante “el sufrimiento del hombre por el hombre” y por razón de “la guerra contra los viejos instintos”; todo esto gracias a la interiorización, gracias a un mal entendimiento de lo que es “ser dueño de sí”… ¡precisamente esto último debiera hacernos mejor conocedores de nosotros mismos y más libres de la «mala conciencia»!; sin embargo vivimos en el error, en una manía autopersecutoria que nos hace siempre culpables, cuando el hombre es inocente de su condición y no debiera, por lo tanto, sufrir por lo que es como ser y como materia, sino disfrutarlo y potenciarlo. Es absurdo sufrir con lo que debiera gozarse, y también es absurdo no admitir el sufrimiento, el esfuerzo y el sacrificio en aquello que verdaderamente si lo requiere.■


V. UNA SEGUNDA INOCENCIA.

(…) El advenimiento del Dios cristiano, que es el Dios máximo a que hasta ahora se ha llegado, ha hecho, por esto, manifestarse también en la tierra el maximum del sentimiento de culpa. Suponiendo que entre tanto hayamos iniciado el movimiento inverso, sería lícito deducir, con no pequeña probabilidad, de la incontenible decadencia de la fe en el Dios cristiano, que ya ahora se da una considerable decadencia de la conciencia humana de culpa (Schuld): más aún, no hay que rechazar la perspectiva de que la completa y definitiva victoria del ateísmo pudiera liberar a la humanidad de todo ese sentimiento de hallarse en deuda con su comienzo, con su causa prima. El ateísmo y una especie de segunda inocencia (Unschuld) se hallan ligados entre sí. -■

FRIEDRICH NIETZSCHE, LA GENEALOGÍA DE LA MORAL (Un escrito polémico). Alianza Editorial, año 1998. BA 0610, Pág. 116-117. Traducción de Andrés Sánchez Pascual.


Nietzsche departe sobre el ateísmo tratándolo como una especie de segunda inocencia, como una siguiente etapa existencial del hombre, ya sin deudas y sin la maldita «mala conciencia». ¡Y qué equivocado estaba Nietzsche! Es cierto que Nietzsche también recalca -en el tercer tratado de Genealogía de la Moral- en algunos pasajes el asunto del resentimiento y de la no contrariedad con lo religioso (y el ideal ascético) por parte del ateísmo y la ciencia, pero… (Toda confrontación habida entre ateos y ascetas –sacerdotes y demás– es una pura contradicción, una paradoja inevitable) En fin, el ateo al final se ha revelado como un auténtico resentido precisamente por su incapacidad de no poder vivir sin Dios. Como ya se ha dicho en este blog alguna vez, a Dios le debe el ateo toda su existencia: sus neuras contra tal Ser Único acaban rebotando en su carne humana y mortal y deteriorando su conciencia. ¡Qué gran resentido el ateo! ¡Cuánta «mala conciencia» atesora en sí! El ateo se ha convertido en el nuevo ídolo espiritual, en el nuevo sacerdote que aboga por un nihilismo metafísico, una nada tranquilizadora, consoladora, aniquiladora de todo sufrimiento y vida: un «más allá» sin existencia. El ateo no vive sin Dios, lucha contantemente contra él. El no poder vencerle, el no poder borrarlo del vocabulario y de las conciencias es lo que le llena de odio, de rencor, de autotortura… Así que no, ¡no, Nietzsche!, el ateísmo no es una segunda inocencia… Sé que a priori lo parecería: ¡librarse de Dios, qué bien suena!; pero el devenir ha acontecido en consecuencia y lo que nos ha dejado es una segunda culpabilidad. Qué sabio el pagano pues, ese otro hombre religioso pero con una conciencia más sana y diferente; sapiente de que es imposible escapar de la idea de Dios se forjo multitud de dioses poderosos en los cuales poder verse como en un espejo, con los cuales poder elevarse…

Dicho todo esto, es inevitable plantearse ciertas preguntas: ¿Cómo liberarse? ¿Cómo encontrar la inocencia? ¿Cómo atesorarse una «buena conciencia»? ¿Cómo matar a Dios? ¿Y después de matarlo, si tal cosa fuera posible, «qué»?

He de incidir en el nihilismo metafísico. El nihilismo es algo muy tratado en El Mundo de Daorino y me considero bastante influenciado por dicha tendencia. Mi nihilismo sigue intacto, tal como yo lo entiendo es una oportunidad de crear. Es decir, para mí el nihilismo no es un mundo metafísico, subterráneo o allendista (del «más allá»), sino un estado de hastío, de vacío existencial, donde se abren dos caminos: el suicidio o superarse. ¿Y cómo superarse? Como diría Camus, afirmándose en el absurdo, sufriendo alegremente la tortuosidad de la vida, creando un mundo nuevo con sentido propio (hacerse la causa uno mismo); o como diría Rosset, irguiéndose jubilosamente con una «alegría paradójica», la fuerza mayor. El nihilismo metafísico es una nueva doctrina seguida por ateos, agnósticos, escépticos, relativistas… que esconde en sí “el consuelo” de un nuevo «más allá», el nuevo lugar donde los automortificados ateos quieren llegar para aliviar su sufrimiento y su dolor: ¿no os suena a cristianismo, a islamismo, a podredumbre monoteísta? Tanto el ateo como el creyente buscan lo mismo, el consuelo en un «más allá», ¡en un mundo subyacente! Ahora bien entiendo que la vida hay que afirmarla en cada instante, asirse fuerte en cada segundo, desafiar el mundo y afrontar cada dificultad con firmeza. Todo «más allá» es una ilusión, toda idea metafísica es una construcción de la conciencia para exonerar sus padecimientos y sus dudas, una quimera, un dislate... Si algo nos enseñan los héroes griegos es lo hermoso que es sufrir, lo bello que es el sacrificio y lo placentero que resulta ponerse a la altura de los dioses, aún sabiéndose (los dioses) un error, es decir, una invención. Si algo me queda claro, es que lo único verdadero son nuestros errores y falsedades, por ello Nietzsche siempre encontraba la esencia de algo en su contrario y por algo es un maestro de la antítesis, por eso rebajaba el valor de la verdad en grado sumo, ¡¡pues hay más certeza en la mentira, aunque duela decirlo, aunque sea cruel, aunque muchos no quieran oírlo!!

¡¡ARRIBA ESOS ESPÍRITUS LIBRES!! ¡¡QUE DEVENGA PRONTO EL LIBREPENSADOR, ESE HOMBRE QUE NIETZSCHE BAUTIZÓ COMO SUPERHOMBRE!!■


VI. LA LIBERTAD DEL ALMA.

(…) Que en sí la concepción de los dioses no tiene que llevar necesariamente a esa depravación de la fantasía, de cuya representación por un instante no nos ha sido lícito dispensarnos, que hay formas más nobles de servirse de la ficción poética de los dioses que para esta autocrucifixión y autoenvilecimiento del hombre, en las que han sido maestros los últimos milenios de Europa, - ¡esto es cosa que, por fortuna, aún puede inferirse de toda mirada dirigida a los dioses griegos, a esos reflejos de hombres más nobles y más dueños de sí, en los que el animal se sentía divinizado en el hombre y no se devoraba a sí mismo, no se enfurecía contra sí mismo! Durante un tiempo larguísimo esos griegos se sirvieron de sus dioses cabalmente para mantener alejada de sí la «mala conciencia», para seguir estando contentos de su libertad de alma: es decir en un sentido inverso al uso que el cristianismo ha hecho de su Dios. (…)■

FRIEDRICH NIETZSCHE, LA GENEALOGÍA DE LA MORAL (Un escrito polémico). Alianza Editorial, año 1998. BA 0610, Pág. 120. Traducción de Andrés Sánchez Pascual.

El griego antiguo no interiorizaba, vivía protegido del veneno, era un ser entregado a la vida: “no hay mayor profundidad que en lo superficial (la naturaleza, lo real, la vida misma)” – por ello el griego era un hombre artístico (escultórico: apolíneo) y dionisiaco (sufriente). Nietzsche nos enseña en este texto esta sabiduría y nos da la receta, el secreto de este tipo de hombre remoto, para atesorarse una «buena conciencia».

Los dioses griegos justificaban al hombre -dichas deidades eran toda la «mala conciencia» del hombre, también lo bello, lo sublime...-, a dichos dioses se les achacaba toda la «culpa»: todavía el hombre se veía como un animal más –pues no se habían despojado de su verdadera esencia natural, de sus instintos (la civilización es un proceso de afeminamiento) –. El griego era entonces inocente, tenía «buena conciencia», los dioses eran su consuelo. Al fin y al cabo todo era producto de la locura (no pecado): «Un Dios, sin duda, tiene que haberlo trastornado», decía el griego ante la insensatez de algún compatriota. Grecia en contraposición al Dios Único de los judeocristianos: una religión que libera al hombre y lo diviniza frente a otra que lo esclaviza, un hombre fecundo frente a otro abortivo.■


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CICLO "Genealogía de la Moral" (PARTE II/IV): «Culpa», «mala conciencia» y similares (I)



El segundo tratado de Genealogía de la Moral, «Culpa», «mala conciencia» y similares, es en mi opinión el más rico en conceptos e ideas. Literariamente es sobresaliente y filosóficamente es denso y brillante. Aquí solamente abordaré conceptos e ideas que me han parecido las más destacables.

Por parecerme un tanto extenso, he dividido en dos partes la que iba a ser solamente una la dedicada al segundo tratado de Genealogía de la Moral.■


I
Nietzsche nos habla de una característica del ser noble o, más bien, del animal-hombre, pues el alemán nos acerca en cierta medida a cómo el animal-hombre se convierte en soberano; hablamos de la «capacidad de olvido». Para Nietzsche, esta capacidad es premisa de toda felicidad, una forma de guardarse nada, de permanecer alejado del resentimiento y de otros venenos laureados por los esclavos: base para una buena conciencia. Pero he ahí que el hombre-animal hubo de poner en suspenso, en algunos casos, esa capacidad de olvido y fomentar «el hacer promesas», pero no como una mirada hacia atrás, sino como un salto al futuro, un adelantarse al futuro. Nietzsche la representa como una fuerza opuesta a la «capacidad de olvido» con la que el ser noble se forja una memoria y se hace “calculable” y “causal”: este tipo de hombre deviene. Así nace un hombre libre, un hombre soberano y activo, el único a quien le será lícito hacer promesas, pues tendrá la fortaleza suficiente para llegar siempre hasta el final y mantener su palabra. Sea este tipo de hombre el veraz por excelencia.■


II
(…) Ver-sufrir produce bienestar; hacer-sufrir, más bienestar todavía -ésta es una tesis dura, pero es un axioma antiguo, poderoso, humano-demasiado humano, que, por lo demás, acaso suscribirían ya los monos; pues se cuenta que, en la invención de extrañas crueldades, anuncian ya en gran medida al hombre y, por así decirlo, lo «preludian». Sin crueldad no hay fiesta: así lo enseña la más antigua, la más larga historia del hombre - ¡y también en la pena hay muchos elementos festivos! -■

FRIEDRICH NIETZSCHE, LA GENEALOGÍA DE LA MORAL (Un escrito polémico). Alianza Editorial, año 1998. BA 0610, Pág. 87. Traducción de Andrés Sánchez Pascual.

Tal vez Nietzsche parece cruel en su exposición, pero es algo tan real que no puede decirse de otra forma. Ver-sufrir y hacer-sufrir es gozoso, lo podemos observar cotidianamente cuando vemos a personas reírse cuando salen vídeos donde gente se cae al suelo y cosas por el estilo. Alguien que se haga sufrir y se deje hacer sufrir es un gran humorista; desde luego, con tal aptitud nacen los mayores histriones de la ludopatía torturadora: el judeocristianismo ha sido prolífico en el mundo del humor. Pero la crueldad y el sufrimiento tienen una gran función vital y ordenadora, y es que forjan la memoria; es, como dice Nietzsche, “un axioma antiguo, poderoso, humano-demasiado humano”. Pero claro, el sufrimiento del que Nietzsche habla no es gratuito, es, al contrario, necesario para toda elevación del tipo hombre.

El sufrimiento como algo imprescindible para la vida en lugar de uno de los reparos que ponen algunos en contra de la existencia. El sufrimiento, la sangre… todo ello tiene algo festivo y orgiástico, algo vital y exuberante. La vida es vida en cuanto es sufrimiento, sin sufrimiento no hay vida, no hay lucha, el hombre se queda sin memoria, autista, sumido en el tedio. Esto es patente en nuestra actualidad, en nuestra sociedad de bienestar, donde la juventud vive apática en un mundo donde todo está hecho, donde el sufrimiento queda anulado, donde la vida se transforma en hastío, en camino llano hacia un nihilismo pasivo y destructivo y una vida enclenque e insignificante. Entonces, ¿qué es gozar del sufrimiento? Pues así lo asevero categóricamente: “AFIRMAR LA VIDA”. Podría decirse que toda indignación actual hacia todo sufrimiento viene dada por su absurdo, por su gratuidad. Empero, el sufrimiento del héroe, en cuanto que sufre porque vive y no porque se autotortura, de ese sufrimiento es el del que debemos gozar, pues es un paradigma vital, un aire fresco, una vacuna contra el dichoso hastío. ¡Seamos heroicos!

Quisiera hacer énfasis en el sufrimiento como entrega, como forma activa, propia de hombres nobles y del hombre antiguo (hombre noble por excelencia), a pesar de algún loable aunque mortificador Sócrates (que murió como (semi)héroe, no como mártir –ya analizaremos esta antítesis). Entender que la vida es un sacrifico y entregarse a ella con goce es lo que diferencia a un hombre activo de otro pasivo o de mentalidad esclava. Sin esa actitud sufriente del hombre vigoroso y formidable en entrega no es posible entender al griego o al romano que veía en su sufrimiento una forma de engrandecer a los dioses. Hablamos del ofrecimiento a unos dioses donde los hombres se veían representados y divinizados. Sus dioses eran fuertes, exigían del hombre un sufrimiento-esfuerzo para crecer y les castigaban para ponerles a prueba, para que fueran hercúleos: “que los dioses se lo exigían” significa lo mismo que “ellos mismos se lo exigían”. Sin embargo, el Dios Singular, el Dios único, ha convertido al hombre en un ser mortificado y sobre todo en un pusilánime. Y a pesar de todo el cristianismo necesitó de los fuertes, de los cruzados, de los templarios… -paganos cristianizados-, que lucharon pensando que el Dios Singular era un Dios varonil… Estos guerreros eran activos paradójicamente, iracundos y “afectuosos” (en cuanto pasionales y entregados con temeridad y vitalidad) aunque fuera con una fe de siervos, y sin ellos el cristianismo… ¡Qué paradoja!

(…) ¿Qué sentido último tuvieron, en el fondo, las guerras troyanas y otras atrocidades trágicas semejantes? No se puede abrigar la menor duda sobre esto: estaban concebidas como festivales para los dioses; y en la medida en que el poeta está en esto constituido más «divinamente» que los demás hombres, sin duda también como festivales para los poetas... (…)

FRIEDRICH NIETZSCHE, LA GENEALOGÍA DE LA MORAL (Un escrito polémico). Alianza Editorial, año 1998. BA 0610, Pág. 90. Traducción de Andrés Sánchez Pascual.■


III
ANTÍTESIS HÉROE-MÁRTIR
Y DESMITIFICACIÓN DE SÓCRATES

Para mí la antítesis héroe-mártir es sumamente interesante pues se trata de una contraposición de conceptos radicalmente opuestos a pesar de que en la actualidad puedan observarse como algo semejantes. También son interesantes porque hablan del deber y del sufrimiento y de dos posturas religiosas enfrentadas, las concepciones grecorromana y abrahámica (en ésta incluyo a derivados como el progresismo).

En nuestros días se acuñan los conceptos héroe y mártir de forma demasiado generosa, cuando representan dos tipos de hombres distintos. El héroe es un tipo de hombre presente en las culturas paganas y se asocia a acciones heroicas, a hombres con voluntad propia que han acometido empresas legendarias. Por su parte, el mártir es principalmente un ser arquetípico de las religiones abrahámicas que obedece un mandato en lugar de su voluntad: no se inmolan, mueren o castigan a sí mismos por amor propio, sino por amor a su Dios o en busca del perdón.

El héroe no quiere fallecer, el héroe quiere ser eterno, dice sí a la vida y a todas las vidas, quiere vivir aún estando muerto. Su pulsión es, por lo tanto, activa y fuerte; sus arranques y padecimientos son exuberantes y van encaminados hacia la divinización de su unicidad como hombre. En definitiva, todo lo que concibe es por amor a sí mismo, a los dioses y a sus iguales (su comunidad); no conoce el odio, no es un odiador, aunque sí conoce el desprecio y a lo despreciable, es decir, aquello que no es digno de su amor porque no se lo ha ganado, o no obedece a su ética (costumbre), o no forma parte de su patria...

Sin embargo, el mártir es por necesidad un hombre ciego, un hombre sin voluntad únicamente solvente en la obediencia y en la debilidad. No hace más que someterse a su Dios sin más: ni elige ni decide, simplemente sufre y pide clemencia con las dos rodillas cosidas al suelo. Su destino está precisado, por lo que no es soberano de sus actos, no es la causa de sí mismo ni dueño de sus efectos, es propiedad de Dios y de nadie más. Dicho todo esto no es de extrañar que a este ser le aliente una pulsión de expiración: el ser mártir se relaciona irremediablemente con la muerte, ya que es un negador que no cree en esta vida y si en el más allá, un más allá estático asentado en la contemplación de Dios o en la esperanza de harenes y paraísos improbables. Y el mártir interioriza como una cloaca, se echa la culpa de su condición humana y de sus padecimientos: todo sufrimiento le parece incurable y un castigo; no goza de la vida en absoluto, pero se vanagloria de su propia humillación ante la idea de Dios. ¡Qué diferente al hombre pagano entonces!, que si bien obedecía a los dioses era porque mediante ellos la civilización se forjó un orden, una lógica y un sentido natural de las cosas; y el hombre antiguo se entregaba a sus dioses (a la naturaleza), tal como suena, por lo que no necesitaba interiorizar demasiado ni permitir a los gusanos de la mala conciencia que lo devorase: lo sagrado era el mundo, lo espiritual era el propio mundo y los dioses vivían entre los hombres, manifestándose mediante todas las formas posibles: el amor, el fuego, la lluvia... Así que el mundo entero era sagrado y de la misma forma el hombre era sagrado también. El abrahamismo desacralizó el mundo y obligó a los hombres a entregarse a una vida idílica. El hombre, en un mundo que ya no era sagrado, perdió toda su belleza.

Con esto queda claro que no solamente es héroe o mártir aquel que en los momentos que propician su muerte se comporta de tal o cual forma, sino que detrás de tales condiciones de ser podemos hablar de diferentes formas de enfrentarse a la existencia y de entender el orden de la vida. Y tal dicotomía vino a mis pensamientos debido a la inquietud que me provocaba la forma en que afrontó Sócrates su muerte. Con lo que sigue resolví tal inquietud.

Al griego, no sé cómo ni por qué, se le ha pretendido cristianizar (¡se le ha equiparado al propio Jesús de Nazaret!), además de convertirlo en un abanderado del progresismo, del feminismo y de otras tendencias modernas. Se le quiere apodar con conceptos no aptos para su tiempo y con tal afán llamarle equivocadamente mártir de muchas causas. Es cierto que Sócrates fue en cierto modo un advenedizo del cristianismo por la razón de haber dotado al hombre de alma, de haber abierto los caminos hacia la espiritualidad (arrancarle al hombre los pies del suelo), de haber sido creador de la moral y tutor de uno de los ideólogos involuntarios del cristianismo: Platón. Pero aún así yo veo en Sócrates a un griego y como a tal habrá que hacerle verdadera justicia, pues ni de lejos le imagino como quieren definirlo ciertos movimientos actuales utilizando la técnica del anacronismo.

Muchos piensan que Sócrates murió por sus ideas y que como tal fue un mártir. Yo digo que no fue así, que si bien es posible que muriera por sus ideas su muerte no estuvo bajo el régimen del martirio; ni siquiera pienso que se tomara la cicuta de forma voluntaria: lo hizo porque no tenía más remedio, la huída habría significado vivir con vergüenza eternamente. No obstante, un mártir no muere por sus ideas, alguien que muere por sus ideas es alguien que cree en sí mismo y en sus razonamientos, alguien que hace uso de su soberanía como ser en el mundo con voluntad propia, caso de Sócrates; porque un mártir obedece sin más un dictamen y lo cumple sin plantearse nada, carece de un pensamiento propio. Sócrates murió, en definitiva, con buena conciencia. Aunque es cierto que en cuanto a mala conciencia quizá Sócrates sufriera aquella que le produjera su mujer, Jantipa. ¡Qué diferente habría sido Sócrates y la historia de la filosofía con otra ama! De Jantipa dicen las crónicas que era una mujer horrenda, insolente, iracunda y atroz. Así es de entender cómo Sócrates se lanzara a la plaza pública a dar a conocer su sabiduría y resolver sus propias dudas, puesto que era mejor que estar en casa.

Así que Sócrates fue juzgado y castigado por diversos motivos: políticos, sociales, etc. ¿Todo el que es juzgado y castigado es un mártir o un héroe? Creo que no y el afirmarlo sería grotesco: dar por supuesta tal afirmación convertiría de repente en héroes o mártires a todos aquellos que reposan en las cárceles. Tampoco está claro por qué fue condenado el griego, se habla de que introdujo dioses extraños (cierta deidad como el daimon o voz interior mística) o de que negaba a los dioses establecidos (según qué fuentes cambia la versión), que corrompía la moral de la juventud (alejándolos de los ideales democráticos precisamente), de que introdujo un mundo etéreo sin que en ello mediara ningún Dios, etc. Aunque también se habla de que fue inculpado porque dos de sus discípulos fueron tiranos.

Así que cómo conclusión:

Que Sócrates fue condenado por sus ideas -consideradas éstas subversivas por la tan aclamada democracia ateniense en la actualidad- y que posteriormente prefiriese morir respetando la Ley de su polis, negándose a huir por vergüenza y honor -puesto que es sabido, según las fuentes, que sus amigos le podrían haber ayudado a sobrevivir-, demuestra que el filósofo griego fue un héroe porque su voluntad manifestó ante todo valentía y coraje, pero sobre todo porque decidió su sino y porque en decisión tan noble no intervino sobre su voluntad ningún designio divino ni ninguna revelación, ni siquiera se tiene constancia de que su polémico daimon influyera sobre él.

En definitiva, Sócrates siempre fue demasiado griego como para que se lo apoderen ahora tanto la cristiandad como el progresismo y le consideren aliado de sus causas modernas. Resulta irónico igualmente que defiendan a Sócrates como un abanderado de la libertad de expresión y que por lo mismo veneren la democracia ateniense.■


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