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LA ESPERANZA SIN ESPERA Y LA CULPA SIN MALA CONCIENCIA

Aprendamos a esperar siempre sin esperanza; es el secreto del heroísmo.
Maurice Maeterlinck (1862-1949)


No tener esperanzas no significa que no esperemos nada. No tener mala conciencia, desprendernos de tal veneno e incluso ser inmunes a él, no quiere decir que seamos o debamos ser ajenos a los resultados de nuestras acciones o que no podamos ser culpables y responsables de nuestros actos. Decir si a la vida quiere decir aceptarlo todo en cuanto es o en cuento a ocurre, es decir, asumir todo en toda su magnificencia, pero sin embargo no quiere decir que debamos conformarnos de como las cosas son o por como vienen dadas.
Estos temas, harto tratados en este blog, se me brindan siempre interesantes, siempre revisables, siempre apasionantes. Pues de los puntos que conciernen a la esperanza, a la mala conciencia o a la asunción de la vida puede que resulten los tres grandes ejes -o tres de ellos- que mueven los grandes pensamientos y todas las religiones del mundo.
ESPERAR SIN ESPERANZA
La cita de Maurice Maeterlinck que habéis podido leer al comienzo del artículo fue encontrada por casualidad por todo este mundo que es la red. Llevo días pensando en ella, y su mensaje es en apariencia sencillo, aunque su reflexión no tanto.
La esperanza es aquello que nos sume en la parálisis del espíritu: esperamos la salvación de otros o "del otro". Es como vender el alma al diablo, sólo que esta vez se vende la voluntad a Dios. Sin embargo hasta el más voluntarioso espera algo, aunque sea de sí mismo. Y es que un hombre soberano lo espera todo de su voluntad, o de la voluntad de otros hombres que no se postran, sino que actúan. Esperarlo todo de la voluntad es esperar sin esperanza. Los que a voluntad hacen y se hacen esperan de una voluntad superior (que puede ser la colectividad de su pueblo) un fruto mayor, una voluntad que no es nada irreal, que no es celestial, sino que pisa suelo firme y posee un cuerpo erguido, que puede que se eleve o no. Es la acción lo que nos salvará y nos hará crecer, no la espera, la espera interminable por la salvación mientras los espíritus yacen encadenados, cual esclavos.
Por ello el héroe no espera, ha aprendido a cabalgar sobre la tierra y a plantar batalla al enemigo. Ante él pondrá a prueba su voluntad; y quizá muera, pero morirá libre.
CULPA SIN MALA CONCIENCIA
Tener buena conciencia significa que nuestra conciencia no se va a ver aguijoneada por el veneno de la culpa o de cualquier otro veneno de similar naturaleza. No obstante, eso no quiere decir que no debamos ser conscientes de si hemos cometido un error o no, que no debamos actuar con un criterio ético o que todo nos dé igual. Es precisamente una conciencia sana ser consciente de tales cosas y que a su vez no nos haga sentir mal. Y no es el malestar lo que nos debería hacer actuar ante un error, sino la asunción de un error y posterior solución lo que nos debería hacer actuar. Actuar con buena conciencia es, en definitiva, por muy grotescas o dañinas que puedan resultar ciertos códigos de valores, actuar conforme a la propia voluntad.
Y por ello tanta tensión en el abrahámico (y no sólo en el abrahámico, claro está), pues muchas veces no actúa bajo los dictados de su conciencia, sino bajo la de "otro", y eso le hace sentir tan mal cuando no acata...■


Enlaces de interés:

LA VERDAD Y LO CREÍDO

A los guerreros de Europa


Poco valor tiene aquello que necesita ser creído, pues la verdad no necesita ser creída, es autosuficiente; sin embargo, lo creído necesita ser verdad, y he ahí la paradoja, creer en algo lleva consigo, implícitamente, la posibilidad no dicha ni confesada de que algo puede o no puede ser. Así que como el mundo se sostiene bajo las creencias, que es lo mismo que todo relativismo moral, o casi lo mismo, nada se asienta bajo la verdad o sobre las cosas o realidades que son, que no son inventadas, ni irreales, sino que son al margen de nuestra razón. Es que no hay necesidad de creer ni de dudar si queremos que sea la convicción y la seguridad la que nos mande, no hay que dudar de lo que se ve, de lo que se puede tocar o de lo que puedes sentir. El racionalismo nos pierde en una nebulosa de ideas. Es como andar o moverse en el aire. Quizá puedas volar, pero yo puedo sembrar en la tierra y alimentarme de buenos frutos, y no sólo del aire.

Las verdades construidas (con la razón) en base a creencias son los dogmas. La creencia, cercana a la fe por un lado, a la duda por otro... no tiene otro remedio que imponerse como certeza, o como realidad y en la realidad sin ser necesariamente real -pues lo que no es también es-, bajo la protección e imposición de la ley.

Antaño la Iglesia imponía sus dogmas, hoy lo hacen los gobiernos, lo hacen desde la ONU, o desde Washington, lo hacen con los derechos humanos... sí, nos imponen dogmas, nos imponen su ley, se creen que pueden estar por encima de lo que no necesita ser creído, de aquello que es por sí mismo.

Hoy tenemos una inquisición tan poderosa, que riámonos de aquella que tuvo la Iglesia. ¿Vamos a seguir aguantando? ¿Vamos a seguir soportando todo atropello? ¿Vamos a seguir aguantando a sus indignantes cachorros? No debemos, no podemos permitírnoslo. Llegará el día que debamos decidir si queremos perderlo todo o no en pos de una lucha que ni siquiera sabemos si podremos vencer. Pero es que es eso lo bello, es eso lo heroico y lo épico: es enfrentarse a un enemigo que te supera en millones lo que hace que uno sea elevado, firme y grandioso y que una lucha sea justa y equilibrada, pues qué injusto para hombres de virtud como nosotros enfrentarnos a una masa que no tiene nada más que ofrecer que el número con un mismo número de efectivos, sería como darle valor a cada migaja de la masa, cuando nosotros, hombres superiores, somos mejor que un millón de ellos todos a la vez. No importa perder, lo que importar es luchar. Nuestra gloria es morir en el campo de batalla; cuando un hombre siente esa llamada, sólo puede ser más fuerte: el miedo se convierte en respeto, el respeto en amor y el amor en sangre. Así que demostrémosles nuestro amor a nuestros enemigos, queremos su sangre, queremos ahogarnos entre sus exangües cuerpos. Porque no queremos que el odio nos martirice, ni sea motor de nuestra revolución. Firmes y erguidos, un tanto despreocupados y aniñados, así debemos enfrentarnos al mundo, ¡con toda nuestra alegría!■

EXPRESIÓN SENSIBLE DE LO INVISIBLE


Más allá de no agotarse en un naturalismo –tal como hoy sólo la ignorancia o la falsificación tendenciosa de algunos puede presentarla– más allá de conocimiento de los ideales de la superación viril y de la liberación absoluta, en la concepción pagana el mundo era un cuerpo viviente, compenetrado por fuerzas secretas, divinas y demónicas, por significados y por símbolos, de acuerdo al dicho de Olimpiodoro: era la “expresión sensible de lo invisible”. El hombre vivía en conexión orgánica y esencial con las fuerzas del mundo y del supramundo, de modo tal de poder decir, con la expresión hermética, que era “un todo en el todo, compuesto de todas las potencias”: no otro es el sentido que trasunta de la doctrina ario-aristocrática de âtmâ. Y esta concepción fue la base sobre la cual se desarrolló, como un todo en su manera perfecta, el corpus de las ciencias sagradas tradicionales.

El cristianismo infringió esta síntesis, creó un abismo trágico. Y así, por un lado el espíritu se convirtió en el “más allá”, lo irreal, lo subjetivo; de allí la raíz primera del abstractismo europeo; por otro, la naturaleza se convirtió en materia, exterioridad encerrada en sí misma, fenómeno enigmático. De allí la actitud que tenía que dar lugar a la ciencia profana. Y como el saber interior, directo, integral dado a la Sabiduría se le sustituyó el saber exterior, intelectual, discursivo-científico, profano, simultáneamente a la conexión orgánica y esencial del hombre con las fuerzas profundas de la naturaleza que constituía la base del rito tradicional, del poder del sacrificio y de la misma magia, se le sustituyó una relación extrínseca, indirecta, violenta: la relación propia de la técnica y de la máquina. He aquí pues en cuál manera la revolución judeo-cristiana contiene el germen de la misma mecanización de la vida.

Julius EVOLA, Imperialismo Pagano. Ediciones Heracles, año 2001. Págs. 102-103. Traducción del italiano y estudio preliminar a cargo de Marcos Ghio.■


Hay un impulso biológico que no es menos profundo por no ser espiritual; porque no es espiritual es por lo que es más profundo y por ello, sagrado, sagrado porque su violabilidad conlleva sacrilegio. ¿Qué valor puede tener una religión que se basa en oír y creer? La verdad no necesita ser creída, poco valor tiene aquello que necesita ser creído, que es cuestión de fe, que no tiene un lugar en el mundo, en el único mundo posible.

Crear un más allá, generar un abismo que separe a los hombres de lo sagrado y de la posibilidad de una experiencia vívida que supere lo perceptible por los sentidos, eso ha generado el judeocristianismo y otras formas de desacralizar el mundo; es mejor sentir la esencia de las cosas, vivir en un mundo vivo y no en un mundo donde lo sensible es mera materia, mera masa inerte sin posibilidad de transmitir nada, mera mecanización, en definitiva.

¿Existen los dioses? Si. Veo a Zeus a lo lejos en una lluvia con su trueno, a Poseidón en los mares calmos y crepitantes… ¡siento a Ares cuando la ira me embarulla y a Atenea equilibrándome para no generar un estrago que me perjudique! Siento a Eros ante la belleza irresistible de una mujer y en los impulsos que dicha belleza me genera por tan agradable impudicia; también siento a Hera, diosa de las mujeres y del matrimonio, cuando veo a una madre ofrecer su seno a aquello que es sangre de su sangre… Los dioses se manifiestan, nosotros les damos valor pues valor deben tener nuestras acciones, lo que hacemos. Que les hemos creado a nuestra semejanza… sin duda, ¡ellos no existen sin nosotros! Pero es que la única diferencia sustancial es que ellos son inmortales… ¡hemos creado dioses que nos sobrevivirán!

Los dioses surgen de la asunción de que hay un orden natural de las cosas, un orden no humano, no creado por nosotros. Es a partir de ese orden que con la razón hemos de generar un orden racional de las cosas. No es como siempre se ha hecho, generar un orden racional de las cosas que transforme la naturaleza: eso ha provocado toda una hecatombe de difícil explicación, una deriva perpetua. Nuestros dioses, nuestro Olimpo, nos ayudan a vertebrar ese orden natural, a generar un centro al hombre. Y esa es la misión de toda religión, fijar un punto, un centro, una brújula espiritual que pueda catapultarte a lo sagrado. Pero lo sagrado está en nuestro mundo, ¡ni en el más allá ni el más de ningún sitio!

Salir a la naturaleza es reconciliarse con los dioses. Un hombre reconciliado con los dioses es un hombre que tiene grandes posibilidades de ser humilde –pues reconoce sus limitaciones, PERO REALMENTE HUMILDE ESTÁ MAL DICHO, por lo que deduciréis– sin renunciar a su orgullo, es decir, en una contextualidad de amor propio. Para mí el orgullo es reconocerse en la justa medida, pues si orgullo es amor propio, ¡qué mal se quiere aquel que se sobrevalora o que se infravalora! Y ahora que surge el punto medio –inferido de justa medida–, decir que es algo totalmente subjetivo. En sí mismo no existe, es una medida racional de las cosas y como tal, de existir, sólo en nuestra cabeza. Así que amarse en su justa medida no es realmente el punto medio, sino verse objetivamente, verse de la forma más consciente posible, verse uno mismo tal como es, es decir, en toda su radicalidad.

Yo pienso, entonces, que los hechos se muestran de forma radical. Lo que es se ha manifestado como es. El punto medio, la comparación, etc. son medidas racionales, como he dicho, pero en realidad no ha habido punto medio, ni siquiera justa medida, pues el hecho o el fenómeno se ha manifestado en toda su plenitud. Las cosas son al margen de nuestra interpretación. Es la interpretación lo que hace que nos confundamos, lo que a veces nos hace ver lo que no existe. Es por ello lógico la necesidad de un mirarse a sí mismo, de un pararse, analizar y autocriticarse para no exagerarse o exagerar algo hacia arriba o hacia abajo.■

SOBRE AQUELLO QUE ES MÁS QUE EL AMOR

 «¡Mira, justo ahora se ha vuelto perfecto el mundo!» - así piensa toda mujer cuando
obedece desde la plenitud del amor.
Y la mujer tiene que obedecer y tiene que encontrar una profundidad para su superficie.
Superficie es el ánimo de la mujer, una móvil piel tempestuosa sobre aguas poco profundas.
Pero el ánimo del varón es profundo, su corriente ruge en cavernas subterráneas: la mujer presiente su fuerza, mas no la comprende.
Entonces me replicó la viejecilla: «Muchas gentilezas acaba de decir Zaratustra, y sobre
todo para quienes son bastante jóvenes para ellas.
¡Es extraño, Zaratustra conoce poco a las mujeres, y, sin embargo, tiene razón sobre
ellas! ¿Ocurre esto acaso porque para la mujer nada es imposible?
¡Y ahora toma, en agradecimiento, una pequeña verdad! ¡Yo soy bastante vieja para
ella!
Envuélvela bien y tápale la boca: de lo contrario grita a voz en cuello esta pequeña verdad»
«¡Dame, mujer, tu pequeña verdad!», dije yo. Y así habló la viejecilla:
«¿Vas con mujeres? ¡No olvides el látigo!»

Así habló Zaratustra, Friedrich Nietzsche

Hoy matrimonio es cualquier unidad para aquellos que no tienen un orden racional de las cosas y que tampoco obedecen el orden natural de las cosas, un orden no humano, un orden que procede de lo alto. Pero el matrimonio es la institución que da legitimación y vía libre al amor desorbitado que un hombre una mujer se tienen para dar de sí lo mejor para ellos mismos y para el mundo: descendencia. No es otra cosa que esa el matrimonio, unión entre un hombre y una mujer y nada más, órgano que da un centro a la mujer, un lugar común con su opuesto masculino para realizarse plenamente en su función femenina. No es la unión entre hombres, ni entre mujeres, es la conjunción de dos opuestos, el hombre y la mujer, que encuentran en el jardín del matrimonio un sentido pleno a lo que ellos son. Que el amor es el elemento que empuja volitivamente al matrimonio, por supuesto, pero como desarrollaré a continuación, es el amor una palabra que dice poco, que minusvalora a aquello que trasciende de lo propiamente físico y que realmente no es amor, sino algo más, algo indescifrable, oculto y dantescamente irracional.

En un mundo donde el amor carece de valor, donde la propia palabra amor llama amor a algo que mis sentidos perciben como inadmisible, he ahí que hemos de encontrar un significado nuevo al amor. El amor, palabra pequeña, demasiado poco para expresar una realidad que trasciende de los hombres -por incomprensible, por irracional-, algo que con palabras se empequeñece, esa sensación que supera al propio ego y lo funde con su contrario femenino o masculino creando algo superior de lo que ellos son por sí mismos. ¿Puede la palabra amor definir algo tan elevado, algo que no necesita motivo y que no obedece a nuestra voluntad? ¿Y es que no es eso indescifrable, sin nombre, en cuanto que no nos hace libres, que nos somete a su tiranía, por lo que la deseamos, pues a pesar de ello nos embarga de felicidad? ¿Acaso no es aquel que lucha por amor el que muestra una voluntad de sacrificio mayor? ¡Y en contra de su libertad! Es el amor el que nos enseña a obedecer, es el amor lo que nos dice que no es la libertad lo mejor.

La mujer, hecha para amar de verdad, para amar hasta lo indecible, es decir, para rendirse a las virtudes del varón - varón que es superior a la mujer en los dones propios del varón, lo mismo que la mujer es superior al hombre en los dones que le son propios a la mujer-, sabiduría impuesta por los sabios dioses -hoy desobedecida y corrompida-, que se manifiesta desde siempre en nuestra naturaleza... la mujer, descarriada, ansiosa por parecerse al hombre, hace que peligre el amor, ese amor superior, ese amor de verdad, ese amor que la mujer debe sembrar en el siempre belicoso varón -y si no no es varón- para equilibrarlo; un hombre que debe amar y saber amar en cuanto lo aprende de la sabia y peligrosa mujer, ¿pero dónde están esas sabias y peligrosas mujeres, esas mujeres capaces de derribar todas las resistencias que ofrece todo hombre bien constituido ante sus seducciones, esas mujeres que se hacían respetar de verdad? ¡Dónde!, ¡dónde están esas mujeres! ¡Sólo veo concubinas de mancebía, liberadas de tres al cuarto y victimistas! El eco me replica, ¡es desesperante! Los pocos guerreros de hoy anhelamos a las mujeres que amaban a los hombres, que se rendían ante su fuerza y curaban sus heridas, anhelamos las virtudes femeninas, anhelamos el consuelo que sólo ellas saben dar, anhelamos ese campo sembrado de placer donde los hombres, al llegar a casa, podían refrescarse, hacer suyo, conquistar, dejarse llevar por los goces que únicamente ellas sabían darnos en ese noble arte -hoy olvidado, o casi olvidado- de amar de verdad, de amar sin límites; donde la mujer obedece y se rinde a él; placeres sagrados que no son necesariamente vicio, sino expresión volitiva del amor si este se conforma con la mente centrada en la unidad que deben conformar un hombre y una mujer, cada uno en su sitio, cada uno en su lugar, pero ambos conducidos por su función, obedeciendo siempre el orden natural de las cosas, una ley no humana, una ley que procede de lo alto y que unió el destino del hombre y de la mujer para ser ellos algo más, para dar el gran fruto, la hermosa obra: el hijo -expresión humana que debe surgir desde el amor que sólo la mujer puede ofrecer. ¡Y es que de la mujer quiero una amante y una madre para mis hijos, también una guía y una educadora, pues tales son sus dones, entre otros muchos! ¡Yo a ella le ofreceré los míos!

Ver a una mujer estremecida por todo aquello que sólo puede ofrecer el varón, verla arder de placer ante el gran goce que le supone sentir la poderosísima fuerza masculina, que hace de ella su capricho, su tesoro, todo aquello por lo que merece morir y vivir al mismo tiempo, todo aquello que ha de amarse como lo más sagrado, pues la mujer no es sólo una mujer, es la fuente de la vida, es el flujo del que manarán nuestros hijos, futuros guerreros defensores... ¡reconquistadores del orden natural, del orden de lo eterno! Las mujeres, desorientadas, se han dejado arrastrar por el emputecimiento de la modernidad; el hombre no ha ido con mejor rumbo. Ella elige y se cree libre, piensa que poseer los dones que son propios del varón le dará mayor soberanía; lo mismo que el hombre, afeminándose, piensa que tendrá más éxito entre las mujeres, que su pacifismo le hará más superior moralmente... ¡mentira! La responsabilidad no es de unas ni de otros, sino de ambos. Y no hay nada más puro ni más hermoso que un hombre blandiendo la espada, un hombre siendo guardián de su familia, protector indomable y aguerrido, conquistador de la siempre traviesa mujer, que se desvía fácilmente. Ni hay nada más bello que observar a una mujer ofreciendo su generoso pecho a su hijo, ni nada más bello, en definitiva, que ver a la mujer entregada a eso de lo que más sabe, en su plenitud, es decir, mostrando ese amor tan elevado que toda palabra empequeñece y ante lo que todo guerrero no tiene más remedio que rendirse, ¡pues gloriosa es esta derrota! Quizá el hombre debe aprender a amar de la mujer, pero la mujer necesita del hombre para encontrar el amor, algo que aquí llamaremos amor, pero que no son amores de escaparate, sino algo tan elevado y a la vez tan profundo, que atraviesa y supera cualquier lenguaje.■

Artículo recomendado:

CICLO AYN RAND (II): EL IRRACIONALISMO Y EL CANIBALISMO MORAL

La edición manejada es la siguiente:
Ayn Rand. LA VIRTUD DEL EGOÍSMO, «Un nuevo y desafiante concepto del egoísmo». Grito Sagrado Editorial, 2009. Buenos Aires (Argentina)

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«Lo irracional es lo imposible; es aquello que contradice los hechos de la realidad; los hechos no pueden ser alterados por un deseo, pero pueden destruir al que desea». (Pág. 50)

Eso es lo que nos dice Ayn Rand con mucho raciocinio y seguridad, pero con poca convicción. Al menos a mí no me convence y creo que a la mayoría de los lectores habituales de este blog tampoco les convencerá. Nos dice que lo irracional “es aquello que contradice los hechos de la realidad”. ¿Acaso no es lo irracional un hecho? ¿Es que lo irracional no sucede realmente? ¿Asume Rand que existe una irrealidad que es real? ¿Pero qué dice Rand? Yo digo: LO IRRACIONAL ES UN HECHO DE LA REALIDAD, NO SE CONTRADICE CON LA REALIDAD, PORQUE SI SE CONTRADICIERA CON LA REALIDAD SERÍA PORQUE LO IRRACIONAL NO ES REAL. Pero no seamos irónicos ni injustos, imagino que Rand se refiere al contexto desde algo o en algo cuando se refiere a la realidad y que lo irracional es ilógico respecto a los hechos objetivos. Pues bien, es que el contexto de las cosas suele ser movido por lo irracional, el propio Woody Allen, también judío, lo dice al final de su aclamada película Annie Hall:


El hombre sin emociones deja de ser un hombre y no se convierte en algo más que un ordenador.

No obstante, aclararé mi posición irracionalista, que a mi parecer es la menos irracional. El racionalismo llevado al extremo es la locura de la mente. La realidad no surge del cerebro o de la conciencia (idealismo platónico), ni al revés, sino holísticamente y de forma trascendente, ni surge ni deja de surgir, está ahí, la realidad no la creamos nosotros, nosotros sólo nos creamos un contexto en esa realidad que está ahí (esto me recuerda al ser-ahí de Heiddeguer): independientemente de las subjetividades y contextos personales, todo forma parte de un mismo contexto general, la suma total de todas las realidades forman parte de la realidad en sí. Sin embargo, la realidad no es algo al margen de nosotros, nosotros también somos esa propia realidad. La filosofía objetivista sostiene:

-Existe una realidad independiente de la mente del hombre, una realidad a la cual se accede a través de los sentidos y se procesa con la razón. La realidad existe de forma absolutamente objetiva. Los hechos son los hechos independientemente de los sentimientos, deseos y temores del hombre.

No, tanto el hombre como lo que percibe fuera de sí son la misma realidad, lo que no quiere decir que uno no pueda interactuar en su contexto de forma objetiva o que su cuerpo no interactúe con lo que está fuera de sí. El mundo es uno, el mundo es en sí una única realidad. El hombre no es una realidad distinta del mundo, lo mismo que un pensamiento no es distinto del cerebro. Este pensamiento lo considero profundo y es deudor de la filosofía nietzscheana: la intuición de la unidad de las cosas. Decir que la realidad es algo externo a la conciencia del hombre es como asumir que un vaso vacío es algo externo del agua. Lo son en términos relativos, pues obviamente cada cosa está al margen de la otra, pero el contexto es el mismo, la misma realidad, el mismo mundo.

Sin embargo, en algo tiene razón Ayn Rand: “(…) una realidad a la cual se accede a través de los sentidos y se procesa con la razón.” Pero yo añado, recapitulando:

Ayn Rand
No accedemos a la realidad como si se tratara de algo ajeno a nosotros mismos, sino que accedemos a la realidad en sí, de la que no percibimos su totalidad, sólo la realidad nuestra (el contexto particular). Así que accedemos a la Realidad, una realidad en sí de la que percibimos más o menos según nuestra consciencia; de esta forma accedemos a la misma realidad, todos sin excepción, lo mismo que respiramos "el mismo" aire de la tierra. El que muchos tengan una cosmovisión diferente, que cada cual perciba la realidad de forma  diferente, no invalida mi argumento, sólo afirma que existe una gran pluralidad de perspectivas cuando se trata de interpretar una misma realidad, una realidad de la que formamos parte, de la que somos, una realidad que además va más allá de nosotros mismos. El hombre, esclavo de la racionalidad, se esfuerza en destruir esa pluralidad. El mundo es uno y a la vez plural, pero no existe lo plural y de cada particularidad un mundo, es decir, diferentes realidades”.

Ahondando más en todo esto, afirmar que el irracionalismo reacciona contra todo aquello que da un valor excesivo a la razón y que encumbra como lo más importante todo proceso mental lógico no contradictorio, dejando como secundario toda experiencia vital, emocional, física, etc. Pero pensar que existe contradicción entre lo racional y lo irracional es una contradicción en sí misma. Negar una de ellas es negar una parte de la vida. Aceptarlas y afrontarlas es acercarse a la totalidad. En un artículo anterior, publicado en este blog bajo el título REFLEXIÓN SOBRE LA FILOSOFÍA Y LA ACTITUD EGOÍSTA, escribí lo que sigue:

«Ayn Rand, elevando la razón a las cumbres “fantasmagóricas” de la libertad, racionaliza y logiliza el mundo al extremo. Así pues, se entiende cómo esta filósofa de origen ruso, ascendencia judía y nacionalizada estadounidense, que falleció el año 1982, critica a Nietzsche y su irracionalismo, un irracionalismo que podría definirse como “el hombre arrojado y entregado al orbe, superando, digiriendo y domando sus pasiones, hollando éstas vívidamente hasta agotarlas”. Y es que en la vida no todo se atiene a razones, la razón del hombre es incapaz e insuficiente para alcanzar toda la comprensión, magnitud y trascendencia de la propia existencia: una existencia basada en la razón exclusivamente te pone a la altura de una máquina. El hombre sólo debe usar la razón para entender la propia irracionalidad del mundo, para establecerse un orden, para hacer comprensible la realidad. Pero repito, el mundo es en sí irracional, la vida carece de sentido, en la vida no prima la razón sobre los sentimientos y la experiencia humana; no todo debe ser vertido en la cloaca racional, pues si no la vida se convierte en algo insípido, yermo, inerte y rígido. Y bien, admitir la irracionalidad del mundo, no desdeñar los sentimientos y las experiencias no es ser irracional.

»En definitiva, negar el racionalismo como medio para acceder al mundo con paso firme es igual de estúpido que negar el irracionalismo inherente en la propia realidad. Negar la irracionalidad es por otro lado negar la vida o parte de ella. Es a voluntad que debemos ser racionales».■

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Canibalismo moral: éticas colectivizadas

Lo he repetido mil veces y lo repetiré hasta la saciedad en este blog. La moral divide el mundo en dos, establece los dogmas del Bien y del Mal. El amoralista es el hombre ético, como crítico que es de lo moral. Se sitúa por encima del Bien y del Mal y, como soberano, construye su propio código. Sabe que el Bien y el Mal forman en realidad una sola cosa y que es el hombre, en un esfuerzo inútil por ponerse un orden de conciencia, quien divide esa unidad en dos. Por otro lado acepta que el Bien y el Mal no son ideas fijas y que si bien su concepción del mundo es amoral, también constituye su propia visión una especie de moral más elevada, sin ser estrictamente una moral, pues lo amoral no tiene tal fin. Estar por encima del Bien y del Mal no es negar que éstas existen en un mundo racional, si lo negara… ¿sobre qué estaría? Simplemente señala que el Bien y el Mal no son lugares específicos, que no existe un lugar eterno del Bien y del Mal con un significado verdadero o falso: que nada son fuera de la conciencia humana. El Bien y el Mal es lo que uno decide. Ser amoral es, por lo tanto, situarse por encima de ese Bien y de ese Mal fijos y dogmáticos, la antesala de un hombre que crea y confía en sus propios valores, lo que fijará su destino a voluntad. Lo moral habita en la conciencia, la moral nace de la racionalidad. Lo amoral escapa del hombre, es la asunción del orden natural de las cosas (a esto lo llaman irracional porque escapa de la conciencia humana) y no la de un orden de conciencia de las cosas. Pero lo amoral no es una moral en realidad, sino otra forma de referirse a la ética pura, es decir, a una forma de encargarse de la moral sin darle a la vida un fin moral absoluto.

Pero hablemos del canibalismo moral. ¿Cuándo se da dicho canibalismo? Se da allí donde existen sociedades colectivizadas, en sociedades donde el individuo no está por encima del grupo, de la sociedad, de lo comunal (según Ayn Rand, por supuesto). Se da allí donde un Estado o un grupo de hombres tienen la fuerza o el poder de disponer de la vida de otros. Sin embargo, Rand piensa que el Estado si es algo sacrificable en pos del individuo y que incluso algunos individuos deben sacrificarse por el bien de otros individuos, por el bien de la no-sociedad, es decir, la sociedad atomizada. Para Rand el Estado sólo debe funcionar a modo de policía, protegiendo los intereses individuales, el mercado, etc. En definitiva, ningún individuo es sacrificable, sin embargo, el estado o los ejércitos, que también constituirán un grupo de personas, si deben sacrificarse por el egoísmo de otros.

Esto me suena al hecho del estado a merced absoluto del mercado y de intereses particulares. ¿No es eso lo que ocurre ya? Los capitales han desposeído a las naciones de su soberanía, la usura domina todo y nos arruina poco a poco. Todo ello por el bien del individuo, nos dicen. Quien quiere hacer un negocio se endeuda, porque va al banco para que le preste dinero a cambio de intereses usurarios. Lo mismo ocurre cuando el estado quiere llevar a cabo infraestructuras, se endeuda: en ese momento el estado pierde su soberanía y el dominio de su destino, en ese momento el estado depende de –y todos nosotros trabajamos para– los bancos.

Un estado nacionalista debe mirar por el bien común de sus ciudadanos, y estos son sólo aquellos que comparten afinidad genética y cultural. La nacionalización de la banca, la eliminación y condena de la usura –además de encarcelación y trabajo físico para los que la practiquen– acabarán con el canibalismo real que nos acecha. Un nacionalismo de verdad, que es una sociedad colectivizada, no es nunca un canibalismo si todo se hace por el bien de uno mismo y de sus iguales. ¿A quién quiere engañar usted, Rand? Usted habla de no disponer de nadie pero habla de tratos con otros individuos, ¿no es eso disponer, aunque sea del egoísmo de otros? Su filosofía es una contradicción tras otra, una montaña de arena que erosiona rápidamente con un flojo soplido. El mundo que nos plantea es lo más parecido a la muerte. ¡Muerte al liberalismo! ¡Muerte al capitalismo laissez-faire!■


Textos de interés:
CICLO "NIETZSCHE Y EL NACIMIENTO DE LA TRAGEDIA" (PARTE I/IV)
CICLO "NIETZSCHE Y EL NACIMIENTO DE LA TRAGEDIA" (PARTE II/IV)
CICLO AYN RAND (I): LA ÉTICA OBJETIVISTA